Capítulo 4.


Después de trabajar, conduzco hasta el departamento de Tristan. Fuera de su casa hay un macetero colgando a un lado de la puerta y dentro de él hay una piedra de utilería donde Tristan guarda la llave de repuesto de su casa.

Sacó la llave y abro la puerta con cuidado, siendo recibido por el absoluto silencio. Cierro la puerta detrás de mi espalda y me adentro en el departamento de Tristan que para vivir solo está bastante organizado.

Me detengo en el umbral de la puerta y sonrío, viendo a Tristan durmiendo como un tronco sobre su cama mientras que Drew está sentado sobre un menudo cojín en el suelo, con los cuadernos encima de una pequeña mesa, bocadillos a un lado y la tv encendida en su canal de dibujos animados favoritos.

—Hola, campeón.

Sus ojos me miran asustados por oír mi voz tan de repente. Me regala una sonrisa y se coloca de pie para venir a saludarme con un abrazo.

—Hola, papá. —me dice y yo le alboroto el cabello— ¿Nos vamos a casa?

Asiento —¿Qué hacías?

—Los deberes —informa y se acerca a la pequeña mesa para guardar sus cuadernos y lápices—. El tío T me dijo que podía ver televisión sólo si hacia mis deberes así que hice los deberes y vi televisión al mismo tiempo.

—Eres muy inteligente. —le digo, refiriéndome más a su avidez.

Conozco a niños de la misma edad de Drew que son bastante... ¿Cómo decirlo para que no suene mal? Son demasiado infantiles para los seis años que tienen. Drew también lo es, pero él sabe que cuando se trata de los deberes escolares y la familia no hay tiempo para jugarretas. A menos que yo le diga lo contrario, por supuesto.

—¿Despertamos al tío T? —cuestiona Drew cuando llega a mi lado y toma mi mano.

—Nah, ¿para qué? —él se encoge de hombros— ¿Quieres que lo despertemos? —Drew niega y cuelga las correas de su mochila en sus hombros— Muy bien, entonces, vámonos.

Él toma mi mano y le lanzo una última mirada a Tristan antes de salir de su habitación. Salimos del departamento y guardo la llave en el mismo lugar de siempre. Comienzo a caminar, riendo porque Drew aprieta con insistencia el botón del ascensor.

Ingresamos al elevador una vez que las puertas se abren y mientras descendemos, miro a mi pequeño hijo que se encuentra mirando las puntas de sus zapatos como si fuera algo sumamente interesante. Las palabras de su maestra resuenan dentro de las paredes de mi cabeza y me vuelvo a cuestionar si en algún momento de esta semana he sido testigo de los cambios de humor de Drew. Quizás, he estado siendo absorbido por el cansancio de las fiestas y el trabajo que no me he percatado de lo que le está sucediendo a mi hijo. ¿Eso me convierte en un mal padre?

Agito la cabeza, disipando aquellos pensamientos. No dejaré que las palabras de una simple maestra distorsionen mi mente.

Tomo la mano de Drew cuando llegamos al lobby del edificio y ambos salimos, nuestro silencio siendo abruptamente interrumpido con los sonidos de los coches. Ayudo a Drew para que suba al coche y me subo yo también, lanzando su mochila a los asientos traseros.

—Cinturón de seguridad. —le indico, haciendo partir el motor.

Conduzco los primeros metros de regreso a casa en un silencio sepulcral que cada vez se hace más espeso. De vez en cuando, le lanzo miradas furtivas a Drew esperando que él inicie la plática como siempre lo hace pero ninguna palabra sale de su boca. Sus labios parecen estar sellados con súper cola y por primera vez en mucho tiempo, me pregunto si hay algo que le está inquietando o molestando. Siempre hemos sido él y yo. Pero él es igual a mí. Yo siempre he intentado esconder mis sentimientos para no preocupar a nadie y ofrezco una sonrisa a todo aquél que se me cruza por el camino. Drew hace exactamente lo mismo. No sé cómo, pero todo indicio de preocupación se esconde detrás de sus ojos verdes y la sonrisa no titubea en la comisura de sus labios a pesar de ser sólo un niño de seis años.

—¿Qué pasa?

Mi pequeño acompañante me lanza una mirada rápida y vuelve a ver al frente. Chupa los labios dentro de su boca y niega despacio, dudando si puede y quiere decirme lo que está pensando.

Pongo en marcha otra vez el motor y acarició la cabeza de Drew amigablemente.

—Te conozco —le recuerdo. Siempre lo hago, pero es esencial hacerlo en circunstancias como éstas— y me logró dar cuenta cuando hay algo que me estás escondiendo. ¿Ha sucedido algo en la escuela?

Su pequeña cabeza se mueve de un lugar a otro —Nop.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué?

—¿Qué es lo que pasa?

—Sólo te lo diré si...

Me detengo en un disco «pare» y lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Si...?

—¡Preparas pizza para la cena!

—Eso es jugar sucio. —le digo, mientras río.

Él se encoge de hombros antes de cruzar sus cortos brazos sobre su pecho.

—Eso es saber jugar.

Como no puedo dejar de conducir, le lanzo rápidas miradas a Drew y lo encuentro mirándome en todo momento. Estrecha sus ojos en un instante y ríe, casi de forma maquiavélica. ¿Cómo puede esconderse tanta manipulación en una sola persona? Claro, él utiliza las palabras y frases que yo mismo le digo pero soy su padre y no debería olvidarse nunca de eso.

Sin embargo, acepto su acuerdo porque sé que a Drew le encanta la pizza y no hay nada en la Tierra que me haga más feliz que ver una sonrisa en el rostro de mi hijo.

—Muy bien, acepto —le digo, aparcando el coche en el garaje de nuestra casa—, pero después de comer me tendrás que decir qué está pasando. ¿Trato hecho?

Él asiente y alza su mano enseñándome su dedo meñique. Sonrío y entrelazo nuestros dedos, sellando el trato a su estilo. Después de eso, me arrebata las llaves y sale corriendo del coche cerrando la puerta con demasiada fuerza. Saco del coche su mochila y un poco de mercadería que he comprado en el supermercado antes de pasar a buscarlo. Ingreso a la casa y cierro la puerta con ayuda de mi codo.

—¡Ve y quítate la ropa, Drew!

Dejo su mochila sobre el sofá y voy hasta la cocina encontrándome con un pequeño ladrón hurgando en el refrigerador. Me paro detrás de él y carraspeo la garganta con un poco de fuerza. Drew se gira y debo apretar mis labios para no reír.

Su boca está llena de fresas y sus mejillas lucen infladas.

—¿Qué estabas haciendo?

Él intenta hablar pero se da cuenta que no puede hacerlo así que sólo se encoge de hombros.

Mis labios se curvan en una sonrisa y antes de que Drew pueda reaccionar, yo aprieto sus mejillas con mis manos y unas pocas fresas saltan fuera de su boca como si fueran misiles, cayendo al suelo hasta perderse bajo las sillas.

—Quiero que vayas a tu cuarto y te quites el uniforme, ¿vale? —él asiente, mis manos aún sujetaban sus mejillas— Luego, te lavas las manos y vienes a ayudarme.

«Genial» balbucea intentando mascar todo lo que tiene dentro de la boca. Alboroto su cabello y él sale corriendo de la cocina. Tomo las bolsas que había dejado sobre la isla y ordeno los alimentos correspondientes en el refrigerador.

Mientras Drew se viste, yo me quitó la chaqueta y saco todos los ingredientes que necesitaremos para hacer la pizza y los dejo ordenados sobre la isla. Me lavo las manos y tomo un bowl justo cuando Drew hace su aparición en la cocina nuevamente vistiendo un short viejo y una remera sin mangas. Sus pies sólo calzan sus medias.

—Ya estoy listo, papá. —indica.

—¿Te lavaste las manos?

Él asiente —¿Qué hago?

Agarro el pocillo de las aceitunas y los dejo frente a él con un cuchillo sin punta y poco filo.

—Necesito que le quites los cuescos a las aceitunas. Por mientras, yo haré la masa y después los dos podremos terminar de prepararla.

—Síp.

Comienzo a preparar la masa y miro a Drew, vigilando que no se corte con el poco filo del cuchillo. Finjo no verlo cuando se lleva las aceitunas a la boca porque es algo que siempre hace. Le lanzo un poco de harina y él me mira, sus ojos verdes lucen un poco más oscuros gracias a su ceño fruncido. Al darse cuenta que estoy riendo, él ríe también.

*

Le doy el último mordisco a mi trozo de pizza y mastico, mirando al niño que está frente a mí, sacando los retos de tomates con sus dedos y llevándolos a su boca. Tomo un sorbo de mi soda y entrecierro los ojos. No hemos tocado el tema de lo que me dijo lo maestra, pero sé que, si yo no lo hago ahora, Drew lo va a comenzar a evitar a toda costa. Mi derecho como padre es saberlo.

Estoy muy preocupado por mi hijo, sin embargo, me esfuerzo a que mi voz suene tranquila cuando le digo:

—¿Qué fue lo que pasó hoy en la escuela?

Drew me mira confundido —No entiendo, papá...

Me cuesta encontrar las palabras adecuadas para decirle a un niño de seis años lo que me está inquietando.

—Hoy en la mañana, tu maestra...

—¿La señorita Rixon? —me pregunta.

—Sí, la maestra Rixon... —me acomodo en la silla y dejo mis manos descansar a cada lado de mi plato vacío—. Ella me dijo que está muy preocupada por ti.

—¿Por qué?

—Porque... —mierda, esto es tan difícil— ella me dijo que has estado actuando un poco diferente.

—¿Diferente?

Suelto un suspiro —¿Hay algo que te ha estado molestando, Drew?

Él parece mucho más confundido luego de oír mi pregunta. Medita mis palabras y después de unos segundos, niega con el entrecejo arrugado.

—No.

—¿Por qué has estado triste en la escuela?

Cuando digo la palabra «triste», él parece comprender todo y sus hombros caen hacia adelante. Comienza a despedazar la comida con sus pequeños dedos, luciendo abatido, casi incomprendido.

Deslizo mi mano por la mesa y le doy un suave apretón en su antebrazo.

—Puedes contarme, Drew. Soy tu padre y lo único que quiero es que estés bien y si hay algo que te esté entristeciendo, deberías decirme. Así, podemos buscarle los dos una solución. Dime qué te pasa, por favor.

Él se rasca la mejilla manchándose la piel con salsa de tomate.

—La maestra de francés...

Siento un remezón en el pecho. Últimamente han sucedido tantas cosas alrededor del mundo que me aterra pensar que a mi hijo le puede suceder algo así. Las personas alrededor del mundo están tan enfermas que le hacen daño a menores de edad. Ya no es algo tabú y constantemente se están tocando aquellos temas en las reuniones de padres que hacen en el colegio.

—¿Qué pasa con la maestra de francés? —inquiero con un deje tembloroso en la voz— ¿Ella te hizo algo?

—No, papá. Ella no me ha hecho nada.

Suspiro en alivio.

—¿Entonces?

Su garganta suena cuando traga saliva con dificultad.

—Es que... estamos estudiando el árbol familiar en francés y cada uno de mis compañeros tuvo que pasar adelante a hablar sobre sus familias —dice en voz baja y mi estómago se revuelve. Yo sé que el tema familiar para Drew es delicado y el recuerdo vago de Alice en su mente es algo que lo hace cuestionarse muchas cosas—. Cuando me tocó pasar al frente... yo sólo hablé de ti porque... mamá no está y cuando la maestra me preguntó por mis abuelos, yo sólo les dije que conocía a los papás de mi papá y... ella me preguntó por los padres de mamá.

Cierro los ojos con fuerza y trato de buscar un poco de serenidad dentro de mí.

Desde que Alice murió, el contacto con mis suegros se redujo sólo a unas cuantas visitas para ver cómo estaba Drew. Yo nunca les simpaticé y la idea de que yo me quedara con la custodia de su nieto los llenaba de cólera. Ellos querían quedarse con el único ser que me ataba a Alice, pero yo nunca se los permití. Por eso, ellos dejaron de venir. ¿Cómo podía aceptar en mi casa a personas que me querían quitar el único recuerdo que tenía de la mujer que amaba?

Claro estaba que yo nunca le había dicho esto a Drew.

—¿Por eso estás triste?

Drew asiente —La maestra nos dio como tarea entrevistar a nuestros abuelos. El tío T me dijo que yo podía entrevistar a sus papás.

—¿Se lo has contado antes al tío T que a mí?

Trabajo en ocultar mi malestar ante la mención de los padres de Alice. La inocencia de Drew es tan grande que él esboza una sonrisa y olvida por completo lo que habíamos estado hablando.

—Él me dijo que si yo escribía algo de sus papás, me iba a comprar un juguete nuevo.

Suelto una carcajada —¿Y el tío T te dijo que te ha estado llamando «melocotón» sin que tú te des cuenta?

—¡Ugh! —exclama. Se para sobre la silla y yo inclino mi cabeza hacia atrás para mirarlo— ¡No me digas así, papá!

—¿Así cómo? ¿Melocotón?

—¡Papá!

—¿Qué, melocotón?

—¡Ya, papá! —chilla, a punto de ponerse a llorar— ¡No sigas llamándome así!

—¿Por qué no, melocotón?

Él comienza a patalear y son más los gritos que el llanto en sí. ¡Esta llorando y ni siquiera le caen lágrimas!

Intentó hacer que cierre la boca, pero él se rehúsa a hacerme caso así que, no me queda otra alternativa más que usar todo lo que a Drew le gusta, en su contra.

—Bueno... —me coloco de pie y tomo mi plato y mi vaso con soda. El melocotón me mira pero no deja de llorar— como mi hijo se ha convertido en un llorica, iré a buscar un poco de fresas y me las voy a comer yo solo viendo las caricaturas.

Camino hasta la cocina oyendo como mágicamente el llanto desconsolado se convierte en sollozos.

—Papi... —él susurra.

Miro sobre mi hombro, simulando desinterés.

—¿Qué quieres?

—¿Puedo comer yo también?

Estrecho mis ojos y Drew crea un puchero con su labio inferior.

—¿Cuáles son las palabras mágicas?

—Por favor.

Dios, no puedo ser cruel con alguien tan adorable como él.

—Está bien. Vamos a la cocina.

Drew salta de la silla y corre hasta la cocina, sobrepasándome.

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