Capítulo 2.
Escondo mi rostro bajo la almohada. A lo lejos, logro escuchar un ruido constante que me martillea en la cabeza. No sé qué hora es, pero mis párpados se sienten pesados y sin fuerzas como para alzarse y ver la hora en mi teléfono.
—¿Papá?
La voz infantil hace ecos en mi cabeza y con un gruñido casi de ultratumba, le digo que me deje tranquilo pero la voz insiste otra vez y una mano zamarrea mi camiseta.
Sacó la cabeza de mi escondite y froto mis ojos antes de mirar entre la nubosidad, buscando al causante de la interrupción de su sueño.
—Papá, tienes que irme a dejar a la escuela.
Bostezo y frunzo el ceño —¿Quién eres?
—¡Soy Drew!
La voz chillona hace que el dolor en mi cabeza se intensifique.
—¿Quién es Drew?
Escucho como él gruñe y cuando logro enfocar mi vista, lo veo moviendo su cuerpo en un claro berrinche. Lo único que quiero es seguir durmiendo pero sé que Drew no me dejará dormir más a menos que le haga caso y coloque real atención a lo que está diciendo.
—¡Todavía tengo que tomar desayuno, papá!
Tomo mi teléfono y veo la hora. Al ver que faltan quince minutos para las ocho, mis ojos se amplían. Miro al niño que está frente a mí ya vestido con su uniforme escolar que consta sólo de un pantalón gris, una camisa y un cárdigan con cuello V.
—¡Vamos a la cocina! —le grito.
Drew sale corriendo de mi habitación y yo lo sigo, tropezando con mis zapatos que están regados por el suelo.
Con mis pies desnudos deslizándose por el suelo húmedo por el alcohol derramado la noche pasada, entro a la cocina y Drew saca un pocillo de la gaveta y corre hasta el refrigerador por la caja de leche. Juntos preparamos el desayuno como todas las mañanas y después de dejarle una banana sobre la isla y un vaso de zumo, corro de vuelta a mi cuarto para poder vestirme. Tomo lo primero que encuentro y me lavo la cara y los dientes para no apestar tanto alcohol. Me coloco los zapatos mirando el reloj que está pegado a la pared y salgo corriendo, intentando buscar en mi memoria dónde mierda dejé las llaves del coche.
—¡No encuentro las llaves del puto coche! —grito, dando vueltas como un loco por el pasillo.
—¡Aquí las tengo, papá!
Me calmo por un momento. Dios bendiga a mi hijo que es mucho más listo que yo.
Llego hasta él jadeando y le arrebato las llaves. Abro la puerta pero Drew no se mueve. ¡Jesús! La señorita Rixon (maestra de Drew) nos regañará otra vez porque con esta, será la sexta vez en el mes que mi hijo llega atrasado. ¡Y sólo estamos a once de octubre!
—¡Muévete!
—¡Te pusiste los zapatos descambiados, papá! —protesta Drew.
Miro mis pies y me golpeo interiormente al ver que mis zapatillas son de distintos colores y diseños.
—No importa, vamos o sino llegaremos tarde y tu maestra nos va a reclamar.
Drew corre hasta el coche y se sube. Cierra la puerta con tanta fuerza que me duele hasta a mí. Me subo también y le indicó a mi hijo que abroche el cinturón de seguridad. Él me hace caso de inmediato y cuando estoy a punto de salir del garaje, la odiosa señora Smith se atraviesa en mi camino.
Creo (muy en el fondo) que si ella fuera un poco menos amargada y sonriera más, sería mucho más agradable. Pero, no. La señora Smith tiene setenta y pico, es mi vecina desde hace cinco años y ha sido un dolor en el culo desde... siempre.
Bajo la ventanilla y me asomo. Drew me señala que ya vamos tarde por tres minutos y como esta vieja no se aparte de mi camino, Drew perderá su primera hora de clases, yo tendré que quedarme a hablar con su molesta maestra y llegaré tarde al trabajo.
—¡Señora Smith! Buenos días —finjo alegría y antes de que ella me lancé algún palabrazo, continúo—. No quiero ser descortés pero, necesito ir a dejar a Drew a la escuela. ¿Sería tan amable de dar un paso al lado?
Ella se cruza de brazos y con su mirada desafiante, niega. Escucho la voz de Drew que me reclama lo tarde que vamos llegando y yo sólo puedo callar su boca con mi mano derecha.
—Cuando vuelva, podemos hablar.
—Siempre me dices lo mismo, Nicolai—reprocha— y siempre te escabulles.
—Señora Smith... —respiro profundamente, contando hasta diez en mi mente— por favor, apártese.
—Nicolai...
—¡Apártese por favor!
Ella se para de forma recta en medio de la salida casi como si fuera un soldado en la milicia. Sus ojos me miran desafiantes, probándome. Ella realmente no me cree capaz de lanzarle el coche encima. Y tampoco lo haría, pero un poco de susto no le hará nada de mal.
Pongo en marcha el motor y aprieto el acelerador tan fuerte que el coche da un salto que logra asustarme. Flexiono los dedos alrededor del volante y el motor ruge haciendo titubear a la vieja Smith. Ambos nos miramos por los próximos segundos y cuando arranco, Drew suelta un grito de horror porque realmente pensó que yo arrollaría a la vecina. Paso por su lado y al estar más o menos lejos, la observo por el espejo retrovisor. Ella mira en mi dirección y farfulla algunas palabras que supongo son maldiciones en mi contra.
Me dedico a conducir en silencio el resto del camino y para nuestra buena suerte, la congestión vehicular es casi nula. Detengo el coche de un frenazo y Drew salta del coche tomando su mochila y corriendo a la entrada de la escuela, la cual se encuentra vacía. Corro detrás de él y nos detenemos en la tercera puerta que es la que corresponde al salón de clases de Drew. El pequeño golpea la puerta con su mano convertida en puño y la voz que se oía se silenció por completo. Pasos comenzaron a escucharse y la puerta se abre, revelando a la temida mujer que no quería ver esta mañana, pero que desgraciadamente tuve que hacerlo.
—¿Puedo pasar, maestra Rixon? —le pregunta Drew con su voz angelical.
La chica le acaricia la cabeza y da un paso al lado, dejando entrar a mi hijo. Él se gira y se despide de mí con un saludo de mano antes de desaparecer por completo. Alzo la mirada, encontrándome con la seriedad tan característica de la maestra Rixon.
Ella es joven. Debe tener unos veinticuatro como mucho, pero son pocas veces las que la he visto sonreír. Es demasiado estricta y se toma su trabajo muy en serio.
—Señor Anderson—dice luego de mirarme desde arriba abajo, percatándose de mis zapatos descambiados—, me gustaría hablar con usted en el receso. ¿Sería tan amable de esperar hasta que la hora de clases termine?
Acepto porque realmente no tengo otra alternativa. Varias veces ella me ha mandado notas con Drew, pero yo no he podido asistir porque las citas que ella organiza, calzan con mi horario de trabajo.
—¿A qué hora termina su clase?
—En cuarenta minutos más.
Ahogo un jadeo —Estaré por aquí.
—Eso espero. —farfulla e ingresa al salón nuevamente para seguir con su clase.
Camino de un lugar para otro, aburrido entre los pasillos de la escuela. Comienzo a leer las efemérides y cuando he leído todo el diario mural, me siento en uno de los escalones y afirmo mi cabeza en la pared. Si tengo que esperar casi una hora, por lo menos podré cerrar los ojos solamente para descansar.
*
Frunzo el ceño cuando siento unos pequeños piquetes en la mejilla. No estoy listo para abrir los ojos y la oscuridad que me rodea es realmente agradable. Pero, el piqueteo prosigue, seguido de un montón de risitas.
Mi trasero está frío y siento un leve calambre en las piernas.
—¿Papá?
Abro mis ojos de par en par encontrándome a un montón de niños a mi alrededor. Me paro de prisa y el movimiento brusco me hace sentir un mareo que azota mi cabeza repentinamente. Busco entre la multitud a Drew y lo encuentro a un lado de su maestra, mirando hacia sus pies. Cuando alza las puntas de sus zapatos me doy cuenta de lo que realmente le pasa: está avergonzado. Me quedé dormido y ni siquiera fui capaz de escuchar el sonido de la campana. Posiblemente, pude haber estado con la boca abierta, babeando, mientras los compañeros de Drew se burlaban de mí y mi hijo se sentía avergonzado por su padre.
Para romper la incomodidad que me envuelve, carraspeo la garganta y bajo los pocos escalones, apartando a los niños con movimientos poco sutiles de mis manos. Me paro frente a la maestra e intentó acariciar la cabeza de Drew pero él adivina mi movimiento y se aparta.
—¿Quieres ir a jugar con tus compañeros?
Drew alza su cabeza y mira a su maestra. Asiente luego de eso.
—Pues ve —le dice ella y le regala una sonrisa—. Tu padre y yo tenemos algo de qué hablar.
Drew me lanza una mirada y yo hago una mueca. Él suspira y se aleja corriendo hasta un grupo de niños que lo reciben con gritos de euforia.
La señorita Rixon aclara su garganta.
—Acompáñeme. —ordena y comienza a caminar.
La sigo por el pasillo e ingreso a un salón de clases. Miro a mí alrededor, mirando los dibujos de los niños que están dibujados en las paredes. Entre todas las hojas, logro localizar el dibujo de Drew donde dos personas (hombres) juegan fútbol.
Desde que Drew era pequeño, intenté inculcarle el amor por los deportes y la actividad física. Criar a un niño por mí mismo nunca ha sido fácil pero siempre he hecho todo lo posible por darle una buena vida a mi hijo.
Alice murió cuando Drew sólo tenía dos años y aunque él me ha preguntado por su madre yo he intentado rellenar todo el vacío que dejó ella en su corazón. Es difícil ser madre y padre para un niño, pero yo hago todo lo que esté a mi alcance para que él sea un niño feliz.
—Drew lo dibujó la semana pasada.
Pego un leve salto al escuchar la voz de la maestra. La miro desorientado y ella señala el dibujo que está pegado en la pared.
—Los niños tenían que plasmar en un dibujo lo que a ellos más les gustaba hacer —informa con una pequeña sonrisa— y Drew se dibujó el mismo junto a su padre. Le pregunté por qué lo había hecho y él me dijo que lo que más le encantaba en el mundo era jugar a la pelota con su papá.
Siento como mi interior se derrite al oír sus palabras. Las lágrimas pinchan en la parte trasera de mis ojos por la emoción que me causa enterarme de todo esto. La relación entre mi hijo y yo siempre ha sido buena. He intentado ser un padre y un amigo para él y que alguien me diga que se da cuenta de todo el sacrificio que he hecho por él es gratificante porque me convenzo de que realmente he hecho un bien trabajo.
—Sin embargo —ella continúa y mi estómago sufre un retorcijón—, él se ha comportado de una forma extraña estos últimos días.
Me giro por completo para mirarla —¿A qué se refiere?
—¿No prefiere tomar asiento?
—No. Me gustaría realmente que usted me dijera qué está sucediendo con mi hijo.
Ella titubea un momento. Intento buscar entre mis recuerdos, tratando de encontrar algo sospechoso en la actitud de mi hijo, pero no encuentro nada. Y eso es lo que me parece extraño porque he convencido a Drew de que lo mejor es decirme las cosas cuando él tiene un problema.
—Drew es un niño muy expresivo —ella dice y yo me contengo a rodar los ojos. Él es mi hijo, por supuesto que lo sé—. He hablado con él en un par de ocasiones pero se rehusaba en decirme lo que estaba sucediendo. Hasta hoy.
—¿Puede hablar más claro? —le pido nervioso— Porque no estoy entendiendo nada. Drew ha actuado... normal todos estos días.
—Entonces usted no conoce a su hijo tanto como dice.
—¿Disculpe? —frunzo el ceño sintiéndome ofendido por su poco tacto para decir las cosas— Usted es una simple maestra, no tiene derecho a venir a hablarme así y menos a discrepar sobre la relación que hay entre mi hijo y yo.
—Yo no estoy discrepando nada, señor Anderson—se defiende—. Lo que yo estoy intentando decirle es que...
—No hay nadie en el mundo que conozca mejor a mi hijo que yo —la interrumpo—. ¿Pero sabe lo que me molesta? Me molesta que personas externas a nuestra pequeña familia quieran interponerse en el camino. Intento hacer lo mejor posible para la vida de Drew y no voy a soportar que una persona quiera opinar acerca de eso. Usted es sólo la maestra y le agradezco su preocupación por Drew. Del resto me preocupo yo.
Ella baja la mirada hasta sus manos para esconder su rostro sonrojado, pero todo su cabello está atacado con una coleta así que sigue siendo visible. En ningún momento quise ser duro con ella, pero me molesta enormemente que una persona desconocida para mí quiera opinar sobre la relación que hay entre mi hijo y yo. No suelo ir por la vida actuando a la defensiva, pero hay ciertos temas en los que los extraños no deberían entrometerse. Realmente agradezco la preocupación de ella para con Drew, pero ella no debe olvidar que sólo es su maestra.
—Lo siento, señor Anderson—murmura mirándome a través de sus pestañas—. No era mi intención ofenderlo. Es sólo que me preocupé mucho por Drew y mi deber era hacérselo saber.
Asiento —Entiendo y se lo agradezco. Pero, agradecería mucho más usted no volviera a opinar sobre la forma que tengo de criar a mi hijo.
Ella aprieta sus labios y asiente. Me disculpo con ella y me despido a la misma vez diciéndole que tengo algunas cosas que hacer. Al salir del salón, trato de buscar a Drew con la mirada, pero no lo encuentro por ninguna parte así que salgo del establecimiento y lanzándole una última mirada al colegio, me subo a mi coche dispuesto a volver a casa y ordenar un poco, tomar una ducha e irme al trabajo.
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