°Capitulo 1°

¿Cómo empezar esto sin que se oiga tan terrible?

Ah, sí. Jannike acaba de atropellar a alguien. En serio estaba en muchos, muchos problemas.

—¡Descuida, ya casi llegamos!

A pesar de que enseñaba una sonrisa, supo que su expresión neurótica traicionaba todo sentimiento contrario al que quería demostrar.

Jannike vio al joven de cabellos oscuros en el asiento trasero expandir sus ojos con pánico, automáticamente borró su sonrisa. No podía verse tan mal, ¿cierto?

Pero la mano de él empezó a señalar desesperadamente sobre el hombro de ella.

—¡Al frente! ¡Frente! ¡Frente!

Jannike regresó la atención a la carretera y esquivó al borde de un infarto aquel maldito árbol sobresalido en el pavimento. Un golpe sordo sobresalió de los asientos y en su cabeza se regañó por no haberle advertido sobre el cinturón de seguridad.

«Eso estuvo cerca».

La joven a duras penas conseguía modular su respiración. ¿Cómo es qué se permitió llegar a ese punto en primer lugar? Lo único que quería esa mañana era ir a las afueras del pueblo y despejar la mente como solía hacer de vez en cuando. Una diminuta visita al bosque, nada más.

Por desgracia el tiempo se le fue de las manos y no paró de recriminarse mil veces por ser tan distraída camino de regreso.
Bueno, la solución era obvia; solo tenía que exceder el límite de velocidad unos cuantos kilómetros aprovechando que la sheriff no estaba rondando cerca del lugar. Entonces llegaría a tiempo a su trabajo y el insoportable regaño de su jefa iba a permanecer como un simple escenario en su cabeza el cual jamás llegaría a pasar.

Error. Doble error. Todo su plan improvisado directo al caño.

El mundo entero se le vino encima cuando el impacto de un cuerpo resonó sobre el chirrido de las llantas al frenar, sin darle la más mínima oportunidad de asimilar la atrocidad que acababa de cometer. Al bajar sintió una oleada de alivio regresar su alma a tierra al ver que el desconocido seguía vivo. Retorciéndose en el asfalto entre quejidos y una serie de maldiciones, pero vivo.

«No soy en una criminal, gracias al cielo».

La situación estaba casi salvada, o al menos eso pensó ella antes de dirigir su atención a la pierna rota del tipo en el suelo, ¿O solo estaba desencajada a su posición habitual? ¡No podía recordarlo con exactitud!, las nauseas la obligaron a apartar la mirada antes de que perdiera el conocimiento ahí mismo.

Ahora estaban camino al hospital.

En su defensa, fue él quien apareció de la nada como una locomotora descarrilada por entre los arbustos. De hecho, ¿Qué demonios hacía alguien como él mitad del bosque corriendo como si mismísimo diablo estuviera haciéndole caza?

Ni siquiera era capaz de acumular el montón de preguntas que se le venían a la cabeza, no mientras seguía luchando por no empeorar su latente estado de nervios.

La garganta del joven herido estaba exhausta de pasar saliva pesadamente de solo ver como la chica pisaba a fondo el acelerador con diminutas gotas de sudor adornando su frente.

«Ahora sí que planeaba matarlo. Matarlo de verdad. A ambos».

Y por desgracia, saltar de la camioneta no era una opción... Aún.

Jannike frenó sin previo aviso el vehículo y el golpe que se sacudió detrás de ella solo la hizo sentirse peor. Prefirió ignorar el mal vocabulario del desconocido–acto del cual realmente no podía culparlo–, antes de sentir su presencia asomarse entre los asientos, confundido, y sobándose la cabeza además.

—¿Por qué paramos?

—E-el semáforo está en rojo.

Jannike señaló con dedos temblorosos la evidente luz  sobre sus cabezas. El chico a duras penas pudo parpadear, todavía recuperando oxígeno tras el susto.

—Tienes que estar bromeando.

—¡Por supuesto que no! Soy una conductora responsable... soy un ser humano responsable —empezó a repetirse múltiples veces eso último mientras dejaba caer su frente sobre el volante.

Una sensación de incomodidad se instaló de a poco dentro del vehículo ante el silencio. Los jadeos angustiados de Jannike eran el único ruido extra más allá del apacible el ronroneo de la camioneta, como si esta fuera a consolarla por su incompetencia.

Estuvo tentado a huir ahora que se le presentaba la oportunidad. Sin embargo, la culpa tiró de él y lo obligó a mantenerse sentado en su sitio –además de su adolorida pierna, claro está –. Vio como el cabello castaño de la joven se había convertido en un desastre gracias a los azotes del viento, varios mechones se escaparon de la coleta improvisada la cual se hizo allá atrás en el momento que tomó la decisión de auxiliarlo. Su espalda seguía demasiado tensa, en cualquier momento obtendría un calambre y la cosa solo se iría a peor.

Sí, ahí estaba. Ese jodido sentimiento de culpa que lo hizo maldecirse por dentro.

Por lo que sin pensar del todo bien en lo que estaba haciendo acercó su mano de forma insegura hasta el hombro de la desconocida, provocándole un escalofrío ante la caricia. Ella no levantó la mirada en respuesta, lo cual le instaló un hormigueo incómodo en la palma. Por su bien prefirió aportar la mano, eso había sido algo tonto. Tenía que encontrar las palabras correctas si su plan era salir de ahí, eso y evitar que la pobre chica terminara al borde de un paro cardíaco.

Una vez más decidió asomarse entre los asientos.
«No lo olvides. Precaución».

—Oye... —el carraspeo en su garganta fue intencional—, ¿Segura que estás bien?

—Mamá va a matarme —continuó sumergida en su crisis —. Si no tuvieras la pierna fracturada te pediría que me atropellaras. Tal vez así me sentiría menos culpable, y puede que el regaño sea menos severo de su parte. Jamás desheredaría a su hija si llega a casa lisiada ¿verdad?.

«Y se supone que él era la víctima ahí».

El joven batió la cabeza para centrar sus ideas.

—Primero: necesito que respires. Créeme que a ninguno de los dos le conviene que yo termine perdiendo la calma también. Segundo: Esto no es tu culpa.., no de la forma que tú piensas — realmente estaba esforzándose —. En serio estoy bien, no tenemos porque ir al hospital.

—Por favor, no hables — un golpe resonó contra la cabecera tras reincorporarse bruscamente del volante —. Estoy intentando pensar de dónde diablos voy a sacar el dinero para tu consulta sin terminar pobre en el proceso.

—No tiene porque que ser así. Estoy intacto —sin que ella se diese cuenta sujetó su propia pierna como última alternativa—. Puedo irme caminando justo ahora si así lo quiero.

De pronto su tono comenzó a tornarse extrañamente forzoso.

—¿Cómo qué...? Por todos los cielos, ya estás delirando.

Un repentino tronido la alertó y segundos después encontró al desconocido saliendo torpemente de la camioneta.

—¡Tonterías! —de alguna manera consiguió camuflar el dolor en su voz, mostrando a penas una sonrisa a medias — ¿Quién mencionó una pierna rota?

Los ojos de Jannike estuvieron a punto de salirse de sus cuencas. Estaba ahí, apoyado perfectamente de sus dos extremidades. Sin rastro de renguera, y tampoco alguna fatídica posición que delatara su hueso maltrecho bajo el pantalón. Simplemente no había nada. ¡Era imposible!

Y más le valía cerrar la boca sino quería que una mosca le obligara a hacerlo.

Jannike tembló, señalando la extensión de su cuerpo de arriba a abajo como si fuese un fantasma.

—Pero si tú estabas... T-tú... —titubeó —¡Yo vi tu pierna!

—O quizá todo fue un producto de tu imaginación.

—Por supuesto que no —replicó.

—¿Por qué mentiría?

—¡No lo sé! Yo... no lo sé — actuar de forma paranoica no le estaba favoreciendo en nada —Mierda.

El agotamiento mental pudo con ella, por lo que se dejó caer rendida sobre el espaldar mientras cubría su rostro a mitad de un extenso suspiro. Ya no le importaba más si ese extraño la veía en ese estado tan lamentable.

Y ahí estaba otra vez, el maldito cargo de conciencia picoteándole las sienes del chico.  «Vamos, solo da media vuelta y lárgate. ¡Es así de sencillo!».

No se movió. Y en serio quiso golpearse a sí mismo con tanta fuerza por sentirse así de desgraciado.

Estaba pisando terreno peligroso.

Y aun así, se encontró regresando a ella una vez más. Decidió reposar de ambos brazos precavidamente sobre el borde de la ventana, adquiriendo una postura inclinada la cual lo posicionó a la par de la expresión afligida de Jannike.

Ambas miradas se encontraron por un breve instante, solo para terminar apartándose con vergüenza.

—Oye... Descuida. No es para tanto—. Consolarla no serviría de nada, tenía que cambiar de estrategia —Aunque, tengo que admitir que no todos los días me pasan cosas como estas.

—¿Qué una chica desconsiderada te pasara un auto encima?

—No. Que una linda, paranoica, pero amigable chica haya decidido secuestrarme por mi propio bien —. Una sonrisa juguetona se abrió paso en su rostro —Esa sí que es una anécdota digna de contar algún día. ¿Te imaginas la cara que pondrán?

Jannike parpadeó atónita mientras procesaba la información.

—¿Pero de qué diablos estás hablando? Yo no te secuestré.

—¿Estás segura? Que yo recuerde no te pedí ayuda después del choque. De hecho, supliqué porque siguieras tú camino y me dejaras allí en la carretera.

—Y fue por esa precisa razón que me preocupé urgentemente por llevarte a un hospital —protestó —¿Qué clase de persona en su sano juicio diría algo como eso?

—Pues para tu información, este loco de aquí es más resistente de lo que tú crees —Jannike no podía darle crédito a ese brillo travieso en sus ojos. En serio que no —¿Acaso necesitas otra vueltecita para convencerte?

Definitivamente la estaba tomando del pelo. Aunque, ¿específicamente en qué parte?

Sus dedos tamborilearon sobre la parte sintética del volante, insegura de sí.

—Podría jurar que vi tu pierna rota.

—Ya te lo dije. No hay nada de que preocuparse —al parecer su tácita había dado frutos. La señorita finalmente parecía haberse recompuesto de un posible trauma. Perfecto —Puedes partir en paz.

La luz del semáforo cambió de repente. Era tiempo de la retirada. El joven levantó su palma junto a una sonrisa despreocupada en modo de despedida y después se apresuró a dar media vuelta para retirarse. Por fin.

—¡Oye, espera!

«Sabía que era demasiado fácil para ser verdad».

Se resignó a apretar sus labios para no liberar un gruñido frustrado. Ella no era la única que tenía prisa. Rápidamente volteó sobre sí mismo restaurando su sonrisa confiada.

—¿Qué no ibas tarde a algún lado?

Una caja salió volando a sus manos la cual consiguió atrapar a tiempo. La observó con curiosidad, reconociendo así la fuente de aquel aroma delicioso impregnado al interior del vehículo de la joven; Eran donas, y por lo visto calentitas.

Fue inevitable regresar su atención con gesto curioso ante los ojos esquivos de ella.

—La casa invita.

Jannike no pasó de largo el leve estrechamiento entretenido en los ojos del pelinegro.

—¿Por qué presiento un tipo de chantaje?

—En serio tienes una terrible fascinación por sacar las cosas de contexto ¿no? — se recordó que tenía que bajarse los humos. Fue entonces que tras otro profundo respiro encontró un roce de calma en su voz—. Escucha, puede que exista la probabilidad de que yo... haya entrado en pánico. Actué con desesperación y con ello puede que haya malinterpretado, quizá  exagerado las cosas.

—¿Con exagerar te refieres al secuestro? 

—Todavía estoy intentando recuperarme de ese susto, no molestes. Y más te vale anular esa estupidez del secuestro en la versión de tu historia porque no fue así ¿Quedó claro? — una alarma en su celular la hizo reaccionar de su imperdonable atraso. Rápidamente la mandó a silenciar—. Lo que estoy tratando de decir es... ¿Todo bien?

Eso lo tomó por sorpresa, una inexplicablemente agradable.
Sin poder evitarlo asintió con una leve risa sincera.

—Disculpa aceptada.

—Y por favor, no se lo cuentes a nadie —. Le rogó —Mucho menos a la policía. O cualquier persona relacionada con la seguridad pública.

—Bien, bien. Será nuestro pequeño secreto entonces.

Le obsequió un clásico guiño de despedida, sonriendo de forma encantadora.

«¿En serio acaba de hacer eso?».

Está vez fue turno de Jannike de soltar una breve sonrisa. Y vaya que se sintió inusual considerando que minutos atrás estuvo cerca de matar a alguien.

—Gracias.

El desconocido se apartó de la camioneta tras escuchar el ronroneo de arranque. Estuvo tentado a preguntarle su nombre, pero lo más seguro es que no volverían a encontrarse. Era lo mejor,  la situación pudo ponerse peor, muchísimo peor.

Jannike se despidió con un simple ademán, viendo como le correspondió el gesto a través del espejo con su figura alejándose.

—¡Asegúrate de no arrollar a nadie más en el camino! — le escuchó gritar.

—¡Y tú procura no volver a correr por el bosque como un animal!

Algo que Jannike no alcanzó a ver fue la sonrisa divertida del muchacho decaer poco a poco por eso último. La camioneta desapareció y un suspiro estrecho acabó por raspar su garganta, camuflando así el gruñido que ansiaba destrozar su pecho con liberación.

—En ese caso... supongo que solo uno de nosotros dos podrá mantener su promesa.

Una vaga sonrisa abarcó su rostro con los ojos perdidos en la carretera. El rastro de la chica se había desvanecido.
Observó al cielo por última vez, inhalando el aroma del bosque el cual lo llamaba impaciente.

Ya era hora de volver al trabajo.

°. °. °. °. ° §§§ °. °. °. °. °

La vida en el pueblo Willow solía ser movida aunque agradable. La población no era pequeña y en definitiva las personas no conocían cada aspecto de quienes habitaban allí. El hecho de coexistir a mitad de un extenso y maravilloso bosque causaba un encanto oculto de doble filo.

La primera impresión era importante, pero solo aquellos que habían entrado a sus profundades conocían la mala reputación que cargaba en los relatos más ocultos del lugar.

Y aún así, Jannike de alguna forma u otra siempre acababa metida en sus alrededores.

Un aspecto positivo que todos en Willow podían reconocer –y por parte de ella confirmar –, era el único e inigualable "Delicias Olsson". Cualquiera que haya tenido un mal día solo necesitaba de una visita al más acogedor restaurante y cafetería del poblado.

Mismo lugar al que Jannike consideraba en ese momento su lindo lecho de muerte. Solo necesitaba echarle un vistazo a la hora en su celular para saber lo acabada que estaba.

«Es un hecho. Me van a estrangular».

Donde se le ocurriera ingresar bajo las campanas de la entrada principal sería su fin, así que prefirió colarse por la puerta trasera con esperanza de pasar desapercibida. Ya era la hora pico, por lo que los múltiples aromas caseros la recibieron junto al rústico aspecto visual. Los pocos empleados paseaban coordinadamente entre las mesas junto a las constantes expresiones amigables de los clientes. El lugar estaba lleno para variar, eso provocó que el estómago de Jannike se removiera en desagrado.
Era una suerte que hubiesen varios pedidos que entregar ese día, lo que significaba menos gente con la que lidiar directamente en el restaurante.

Por seguridad dio un último vistazo a sus alrededores; no habían rastros de su jefa, perfecto.

Activó un cronómetro en su cabeza y corrió hasta la barra donde rápidamente empezó a ponerse su respectiva chaqueta de trabajo.

—¿Otra vez te perdiste en el bosque, Jannike?

La joven casi pegó un brinco del susto de no ser porque reconoció esa voz en seguida.

—Ojalá hubiera sido eso, Sheriff — saludó a medio sonreír a la mujer uniformada desde el otro lado de la barra —¿Otra vez comprando provisiones para sus muchachos?

Amelie respondió con una risa baja, sin apartar la vista de su periódico.

—Y que lo digas. Son unas bestias cuando de comida se trata. Ya van veinte minutos de abstinencia, espero que con eso aprendan la lección.

—A este paso los matará de hambre, ¿no cree? —quiso bromear.

—Más espacio en la comisaría para mí.

«Eso es, Jannike. Actúa natural y así la sheriff no te arrestará. Tú sigue así».

Solo era cuestión de tomar la lista de direcciones del pueblo y salir lo antes posible de ahí.

—¿Y cómo está tu madre? —Amelie la frenó.

—P-pues ella...

La puerta de la cocina se abrió con la misma fuerza que una ola implacable contra la orilla, enviándola a callar. Hablando del rey de Roma.
Jannike se paralizó en medio de una mueca desastrosa cuando escuchó la voz autoritaria de Celine Olsson llamarla por su nombre y apellidos completos, provocando que los latidos de su corazón se acelerarán.

Hasta ahí había llegado su fatídico plan de escape.

—¿Tienes idea de qué hora es?

La puerta de la cocina se cerró a sus espaldas, lejos de los oídos de la clientela y los trabajadores.
Jannike caminó hasta el otro extremo del reducido espacio en un intento de huir de aquella intensa mirada quemándole la nuca.

—No fue mi intención llegar tarde.

—¿En serio? —le reclamó —Jannike, literalmente te quito un ojo encima y desapareces cuando más te necesito. ¿Dónde demonios estabas?

—Solo quise dar un paseo por ahí antes de ir a entregar los pedidos de la tarde —optó por divagar —N-no fue gran cosa, ya estoy aquí, ¿Verdad? Es lo que importa. Se me pasó el tiempo pero no volverá a pasar.

—Sí, sí, cómo si no hubiese escuchado eso antes —se mostró disgustada.

Jannike quiso defenderse a la primera, pero no se sentía capaz de verla directamente a la cara.

—No es mi culpa que en el camino casi... — alcanzó a frenar su lengua. Lo mejor era omitir cualquier parte que le otorgue un castigo por el resto de su vida — Nada. Solo quería despejar la mente un rato antes de volver al trabajo..., eso es todo.

—Ah, ¿Crees que a mí no me gustaría desaparecer por ahí y tomarme un respiro también? Estoy atareada hasta el cuello y lo único que se te da la gana por hacer es perder el tiempo —la culpa se sembró en su pecho con solo escuchar el tono agotado y exasperado de su madre incrementar por cada palabra —¿Cuándo piensas empezar a tomar responsabilidad, Jannike? ¿Eh?

Unos golpes delicados se escucharon en la puerta.

—¿Todo bien por aquí, chicas? —la sheriff intervino en la tensa conversación, asomándose con precaución por el umbral de la cocina.

Rápidamente ambas disimularon sus posturas, cohibidas entre el enfado y la frustración. La cocina se sumergió en una atmósfera tensa e incómoda que incluso Amelie se retractó de haber intervenido.

Algunos de los mechones  alborotados de Jannike se deslizaron por sus frías mejillas y por un momento deseó que fuese su cabello entero para fingir que desaparecía de la cocina, del establecimiento en general. Sin embargo, solo le quedó abrazarse más fuerte a sí misma en un intento por no delatar el estado tembloroso de sus manos, otra vez los nervios devorándola lentamente.

Odiaba discutir. En serio que lo odiaba.

—Mamá, yo...

—Ni una palabra más —interrumpió —Ve a entregar los pedidos, ya.

Dolió morderse su propia lengua para obligarse a no replicar una sola palabra más, callando el nudo de coraje. ¿Serviría de algo llevar la contraria o al menos buscar un argumento con el cual justificarse más? Era evidente que su madre no iba escucharla, y también, después de todo..., ella tenía razón.

«Lo arruinaste. Como siempre».

Los ojos celestes de Jannike perdieron brillo bajo esos pensamientos invasivos y la realidad.

—No me tardo...

Después de eso abandonó la cocina a paso apresurado. El peso en el aire pareció disminuir y ambas mujeres volvieron a respirar con normalidad.

Varios segundos pasaron y la sheriff retiró su gorra en gesto pensativo, dejando a la vista su pulcra coleta rubia. Era casi una costumbre encontrarse con ese tipo de escenarios desagradables, hecho que no los hacía más fáciles de asimilar.
Contempló como la mujer frente a ella seguía agitando frenéticamente su pierna por medio de un tic, delatando su enfado bajo ese ceño fruncido y ojeras levemente marcadas.

—¿No crees que fuiste un poco dura esta vez?

—Ay, por favor, Amelie —Celine le dio la espalda y simuló organizar cualquier cosa que tuviera a su alcance —Tiene veintidós años, ya debería saber comportarse como tal y no salir con ese tipo de excusas.

El estrés la tenía inducida en un fuerte dolor de cabeza. ¿Qué le hacía creer que necesitaba un sermón? Ya le bastaba con todo el trabajo acumulado sobre sus hombros.

—¿Si quiera sabes por qué fue al bosque hoy? —le cuestionó.

Celine parpadeó algo desubicada por ese repentino cambio de tema.

—¿Bosque?

En respuesta una sonrisa irónica brotó de los labios de la sheriff.

—Sé que has estado bajo mucha presión últimamente, Celine. Pero, ¿Al menos recuerdas qué día es hoy?

El gesto de la dueña del lugar fue incomprensible. Intentó unir los cabos rápidamente, creyendo que sería algo trivial o que dejó pasar de largo por accidente.

Pero no.

Y cayó en cuenta de su terrible error en cuanto sintió el escozor de las lágrimas renacer dolorosamente entre sus ojos, rasgando cada poca fibra de su voluntad.

°. °. °. °. ° §§§ °. °. °. °. °

El final del día había llegado y Jannike degustaba aquella variedad de colores en el cielo ante el atardecer, conduciendo en camino de su última entrega.

La especialidad de la casa Olsson: Donas.

No podía considerarse una fanática del dulce, pero esas delicias podrían ser su única excepción. Si le dieran una moneda por la cantidad de veces que escuchó a los clientes preguntarle a su madre si tenía un ingrediente secreto a la hora de prepararlas, probablemente serían las dueñas de Willow.

«Y sigo sin descubrir cómo es que le quedan tan condenadamente bien».

Jannike recordó repentinamente aquellos tiempos de su niñez donde fracasó épicamente en su primer intento por replicar esa dichosa receta.
Por desgracia la harina terminó regada por cada rincón de la cocina, un montón de crema sobre su cabello casi imposible de remover, y ni hablar de la odisea que fue intentar encender el horno.
La sola imagen mental de ella en una versión más pequeña al borde del llanto le arrebató una corta sonrisa. Definitivamente las cosas resultaron en un completo desastre.

Sí, la vida parecía más sencilla en ese entonces. El transcurso del cambio a través de los años es inevitable. Y aún así, los arrepentimientos prevalecen, ¿no es así?

Jannike suspiró entre los desvaríos de sus
pensamientos.

«Si tan solo pudiera corregir los errores que he cometido».

Tal vez así podría advertirle a esa pequeña sobre pedirle ayuda a su madre en la cocina. Podría haber frenado más fuerte para así no haberle arruinado el día a ese desconocido en la carretera y a ella de paso en el trabajo.

También podría...

Su mirada cayó cabizbaja sobre el asiento del copiloto a su lado; vacío.
Para ella todo a su alrededor se sentía de esa forma.

Regresó la atención sobre a la carretera.

Y así iba a permanecer.

La camioneta se estacionó y Jannike bajó recordándose que tenía que recomponer su buen humor. Al menos lo suficiente para mostrar una sonrisa en apariencia amigable y quizá ganarse la propina.

Esperó pacientemente luego de tocar la puerta. Divagando los alrededores; una casa bien pintada, césped acogedor y bien regado, bonita decoración a la entrada, también las luces estaban... apagadas.

Ese detalle la extrañó.

«Solo faltan unos cuantos minutos para que caiga la noche, no tiene sentido».

¿Quizá se trataba de una broma? Jannike revisó por mera precaución si había un nombre ridículo que delatara el engaño de algún adolescente molesto, pero no, nada fuera de lo común.

De pronto un ruido sordo se escuchó dentro de la casa.

—¡E-entrega Olsson! —su corazón sufrió un sobresalto, como si no hubiera tenido suficientes sustos por hoy. Los segundos pasaron, ¿Lo más extraño? Todo volvió a caer en solemne silencio, y nadie se asomó para abrir —¿Hola?

Una opción sensata era dejar el paquete de donas en la entrada y salir corriendo de ahí. Sí, eso iba a hacer. ¿A quién le importaba la paga? Ah, cierto; a su madre.
Esa conclusión fue suficiente para devolverse los pocos pasos que había dado lejos del pórtico, estuvo a punto de llamar un vez más a la puerta de no ser porque algo brillante tirado a un costado de la casa llamó su atención.
Jannike se acercó cautelosamente, ignorando la voz de su conciencia la cual le recriminaba sobre su entrometido instinto de estupidez.

«¿Un collar?».

Más que la cadena, era el exótico tono turquesa que poseía la piedra. Jamás había visto un material tan llamativo como ese. La curiosidad pudo con ella y dejó la caja de donas a un lado para agacharse por él.

Realmente era precioso, salvo por un detalle:

Había sangre en él.

Jannike se paralizó al sentir una sustancia viscosa resbalarle por entre los dedos, consumiéndose en un vacío de horror en cuestión de segundos.

Otro ruido sordo aterrizó cerca de ella y esta vez fue la imagen de un niño que la sorprendió. Se veía agitado, con la mirada infestada de pánico.

Se imaginó cualquier cosa, menos que el pequeño saliera corriendo tras de ella para abrazarla con desesperación.

—¡Oye, espera! —Jannike retrocedió, tratando de no tropezar—¿Qué haces? Sueltame.

—A-ayúdame, por favor. Está herido, ellos lo lastimaron.

—¿Quién está...?

—¡Papá! —respondió con lágrimas inundando sus diminutos ojos —Ven, ven... Tienes que ayudarlo.

Los ruegos del pequeño activaron las alertas dentro de su cabeza, cada murmullo se convirtió en un incesante martilleo que impulsaban sus ansias por correr lejos de allí.

Tan desconcertada estaba que incluso olvidó el collar ensangrentado que tenía en sus manos. Estuvo a punto de soltarlo de no ser porque los ojos del pequeño se iluminaron repentinamente esperanzados, viendo el collar a su alcance. 

—¡Lo encontraste!

Se lo arrebató de las manos y Jannike vio como se fue corriendo al patio de atrás, gritando por su padre.

Sus labios se entreabrieron indecisos. No comprendía nada.

Necesitaba salir de ahí. Mandó a la mierda todo. Se quedaría administrando el negocio desde casa por el resto de su vida, ya alguien más que se encargaría de las entregas. No volvería a esa casa. No, no volvería a esa calle nunca más.

Dio la vuelta apresurada dispuesta a largarse. Sin embargo, sus pies quedaron atorados contra el césped como si hubieran puesto adhesivo bajo sus zapatos.
Algo dentro de su cerebro se desconectó y la sensación
de su corazón comenzando a resonar fuertemente contra sus oídos fue oprimiéndole lentamente el pecho.

«No, no, no. Ni creas que voy a hacerlo».

Sus palmas se pusieron sudorosas y las cadenas al rededor de sus tobillos no dieron inicio de irse con solo intentar.

Cada una de esas sensaciones agobiantes se agolparon contra ella hasta casi arrancarle un chillido repleto de frustración.
Sus ojos parpadearon dos veces, acompañados de una última exhalación desesperada.

Ella... tenía que ayudar.

—Tonta, tonta, tonta — repitió dándose leves golpes en la cabeza mientras, buscando el número de emergencias en su teléfono y caminando en dirección por donde el niño había desaparecido.

Su mal presentimiento solo  empezaba a incrementar por cada paso que daba.

—¿Hola? Amm, sí. Necesito... creo que atacaron a alguien—odiaba tropezarse con sus propias palabras —N-no, yo solo vine a realizar una entrega. Encontré a un niño en el pórtico de su casa, él no está herido, pero su padre...

Jannike alcanzó a escuchar una respiración forzosa, acompañada de quejidos y una serie extraña de suspiros grotescos, provocándole un escalofrío con eso último.

«Esos parecen... los gruñidos de un animal».

Jannike se asomó por la esquina de la casa. Un vistazo, solo eso necesitó para perder la estabilidad.
Su cuerpo entero se congeló y las náuseas la golpearon desde lo más profundo.

El escenario frente a ella resultó ser más aterrador de lo que esperó.

Contempló con ojos desorbitados el exceso de sangre salpicada en el suelo, también los hilos de esta misma deslizándose a través de la carne viva entre las heridas de ese pobre hombre. La expresión en su rostro era retraída, sofocando el lamento furioso que debía estar atravesando y que luchaba por silenciar; su cuerpo estaba cubierto de horribles y profundos zarpazos, dejándola sin aliento por lo grotesco y salvaje de la situación.

¿Acaso lo había atacado por un animal?
No era un secreto que en los bosques de Willow hubiesen lobos, pues cada cierto tiempo podían oírse sus aullidos a la distancia. Pero esas heridas... no parecía obra de un animal.

El hombre reaccionó ante su presencia rodeando a su hijo  con recelo, liberando una especie de gruñido de alerta entre sus labios.

—Papá, espera —el pequeño murmuró cerca suyo —Fue ella quien encontró el collar.

Jannike sintió como su alma caía a tierra. El teléfono resbaló entre sus dedos y la voz al otro lado de la línea quedó reducida a un simple apuro lejano.

—¿Quién eres? —escupió él con dureza.

—Yo... solo...

—Esta bien, papá. No creo que sea una de ellos — la nariz del pequeñín se contrajo de forma extraña, inhalando con sutilidad —Es una humana.

—Con un carajo, ella no debería... ¡Agh!

—¡Papá!

Jannike dio un paso al frente, comprimiendo las manos contra su pecho para ocultar su temblor.

—P-puedo ayudar, yo...

Pero la voz de Jannike se atascó en su tráquea con el corazón alborotado. Debía estar alucinando, las heridas de ese hombre se estaban cerrando. Cada ligamento, el sonido viscoso de la sangre coagulada removiéndose a velocidad extremadamente lenta, casi imperceptible.

Imposible.

—¿Pero qué mierda?

El hombre maldijo de nuevo y se removió con dificultad, cubriendo las heridas con la palma de su mano en la cual tenía aferrado el collar, como si su vida dependiera de eso.

Todo era un desastre.

La angustia del pequeño pasó los límites de la desesperación. En cualquier momento esa mujer perdería la conciencia, o peor, saldría corriendo despavorida de ahí. Quedarían desprotegidos a la merced de la noche.

Y él sería incapaz de proteger a su padre otra vez.

Antes de perder su oportunidad, corrió nuevamente en dirección a ella y aprisionó su cuerpo con en brazos como lo hizo rato atrás. Jannike retrocedió sofocada.

—Quédate, te lo pido. ¡Si te vas ellos podrían regresar!

—Suéltame —rogó ella esta vez, sus ojos ardían por el shock —Te digo que me sueltes.

Lo vio negar furiosamente con la cabeza, después se agachó para recoger el teléfono del suelo, ofreciéndoselo con nuevas lágrimas derramándose por sus mejillas.

—Ayúdanos —la súplica desesperada resonó duramente dentro de Jannike —Por favor...

Los ruegos, el llanto, el recuerdo de esa terrible noche y la desgarradora sensación de impotencia  acorralándole.

El frío de la culpa deslizándose dentro de ella.

Ahí estaba otra vez.

Un suspiro rendido escapó de sus labios agrietados, cediendo ante la presión. Extendió su mano hasta los dedos del pequeño, queriendo expresarle la dulce mentira que todo estaría bien.

«¿Acaso tengo otra opción?».

°. °. °. ° § °. °. °. °

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