El estímulo sensorial —generado por observar los gigantescos nubarrones que se extendían por el cielo—, llevó a mi cerebro a pensar que una catástrofe se avecinaba.
No necesariamente por la posible tormenta que esperaba el momento perfecto para desencadenarse sobre la ciudad, sino porque no tenía un solo recuerdo bueno en algún día lluvioso.
En general, odiaba los contratiempos, y el que algunas nubes de lluvia estuviesen a la vista cuando el pronóstico del clima había indicado que cada día de la semana estaría soleado, era suficiente prueba para mí de que algo ocurriría.
Desde mi punto de vista, todo debía planificarse de manera adecuada, y por ello había planeado cada aspecto de mi vida con el propósito de cumplir cada objetivo propuesto de la manera en que había previsto.
Si las cosas no salían como estaban planeadas, entonces no podían salir bien.
Así de simple.
Para mí, cada persona era lo que hacía todos los días y el resultado era un efecto secundario del proceso. Por ello, si quería que las cosas resultasen como deseaba, debía controlar minuciosamente que cada cosa que quería saliera de acuerdo al plan de acción.
No obstante, odiaba pensar que no todo dependía de mí y que existían factores externos que podían estropear planes que habían llevado años siendo perfeccionados.
Odiaba pensar que no podía tener el control total de mi vida y que una mínima acción podía dañar todo lo que quería para mí.
No me preocupaba el cambio climático en sí, porque nada en mi vida dependía de él. Pero cada tragedia que marcó mi existencia vino precedida por un día lluvioso que dejó algún trauma en mí.
Aún recordaba con pesar que una fuerte lluvia cayó el día en que mi abuelo murió, dejando detrás todo lo que amaba, sin poder hacer nada al respecto. También llovió el día en que mi padre nos anunció que nos mudaríamos nuevamente de ciudad, estropeando con ello todo lo que había conseguido.
Cada acontecimiento trajo consigo un cambio de planes para nada bienvenido en mi agenda.
Y desde entonces, siempre que el cielo adquiría tonos grisáceos, anunciando la llegada de la lluvia, mi corazón se aceleraba y mi espíritu se inquietaba, a la espera de una nueva tragedia que trajera consigo la destrucción de un nuevo plan.
Sacudí la cabeza, para alejar aquellos pensamientos, y apresuré el paso al notar que estaba quedándome atrás. Enfoqué la mirada y observé a mis hermanos frente a mí, dirigiéndose a la nueva universidad a la que iríamos, mientras afianzaba mis pertenencias al pecho y rogaba al cielo que las cosas no cambiasen mucho más de lo que habían hecho.
Observé a mi alrededor en la acera, notando la cantidad de estudiantes que se movilizaban en conjunto, y bufé al recordar la sugerencia de mi hermano mayor de irnos a pie el primer día para familiarizarnos de nuevo con la ciudad.
No me sentía realmente cómodo con el cambio, por lo que me inquietaba lo que podría ocurrir. Era malo para establecer relaciones y ahora debía comenzar desde cero.
Me sentía como... si mi vida se reiniciase y nada de lo que hubiese hecho hasta ahora valiese algo.
Era en verdad frustrante.
—Hey, chico. —Una mano se posó en mi hombro, sobresaltándome y deteniendo mi caminar.
Al darme la vuelta, me encontré a un chico que respiraba agitadamente y me miraba con fijeza. Giré hasta quedar frente a él, un poco extrañado por la situación tan repentina, y esperé.
—¿Sí?
Le observé con atención y sólo así noté mí pequeña agenda siendo sostenida por él y extendida hacia mí. Me quité mi mochila con rapidez, notando así el cierre abierto y la ausencia del objeto que el chico sostenía.
Tomé mi pertenencia de sus manos y deslicé mis dedos sobre la superficie corrugosa, sintiéndome aliviado de no haberla perdido porque en ella se encontraba todo el plan de acción que llevaría a cabo para vivir a plenitud.
Sin ella, no era nada, literalmente.
—Se te cayó una cuadra atrás. —Señaló detrás de su hombro y mi vista fue hacia el lugar que indicaba.
Asentí agradecido, y volví a encontrar nuestras miradas, siendo consciente por primera vez del color miel que dominaba en sus ojos y que de pronto dejó una sensación extraña en mi interior al detallarles.
Algo desconocido para mí bailaba en sus irises, haciendo que me preguntase qué tan difícil había sido la vida de aquel chico para poseer esa mirada tan apagada, pero al mismo tiempo tan expresiva.
Qué tanto había sufrido para que sus ojos expresasen tanta... soledad.
Su mirada transmitía una sensación desgarradora, de esas que paralizaban a todo aquel que la detallase.
De alguna manera, sus ojos clamaban "ayuda", pero al mismo tiempo gritaban "mantente alejado".
Parpadeé un par de veces, notando que el chico miraba hacia otra parte, y que su perfil me resultaba extrañamente desolador. El susodicho volvió a mirarme y asintió en señal de despedida, antes de continuar con su trayecto, dejándome con una inquietante sensación en mi interior.
Sin darme tiempo a agradecerle, continuó su camino, dejándome allí con mi agenda y con un profundo sentimiento de agobio y aflicción.
La llamada de mis hermanos me hizo salir de mi ensoñación y con prisa retomé el paso para dirigirme de nuevo a la universidad.
Sin embargo, y por elresto del día, cargué con el recuerdo de la mirada de aquel chico que me hizoquerer abrazarle y decirle que todo estaría bien.
No puedo evitar pensar en el hecho de que Stephen quería que las cosas en su vida cambiasen, mientras Derek esperaba que continuasen de igual manera porque odia los contratiempos.
En fin, aquí estamos con el comienzo de esta historia; el punto determinante que inició todo.
Teorías, teorías. Ustedes estaban llenos de ellas en el primero libro. Quiero leerlas aquí ahora (.❛ᴗ❛.)
Sin más, espero que les haya gustado.
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