4 · garabatos
Oswald dejaba escapar de su boca una desagradable y ruidosa tos; el tanto fumar le estaba haciendo algún tipo de efecto, y claramente no era exclusivamente bueno. Sin embargo, decidió encender otro puro y llevárselo a la boca.
Era viernes. Mañana, supuestamente, había quedado con el acertijo, y se encontraba en el Iceberg Lounge casi vacío a excepción de algunos hombres que trabajaban para él. Era por la tarde, y hasta la noche no abriría el establecimiento.
Había decidido aprovechar el poco tiempo libre que tenía para probar a resolver el estúpido enigma del Acertijo, aquél papel había estado molestando su vista cada vez que observaba su escritorio, y, de alguna manera, no se sentía con las fuerzas de tirarlo a la basura o romperlo en mil pedazos, aún si seguramente eso fuera lo que se mereciera.
Empezó a examinar la hoja para extraer algo de sentido de los garabatos que la componían, nunca había sido ningún tipo de entendido en esos temas; más de una vez había intentando realizar un sudoku o una sopa de letras de algún periódico que se había encontrado mientras estaba aburrido y, aunque no se le daba mal, consiguió aburrirle más de lo que ya había estado en un principio. Aquello se añadía a otra razón por la que no sabía ni por qué se estaba esforzando en desvelar el mensaje del papel.
Quizás para no encontrarse con las manos vacías cuando el susodicho acudiera a su club el sábado. De todas formas, planeaba buscar algún tipo de beneficio de todo eso, y para esta noche ya tenía todo planeado para hablar con ciertas personas y vender la información de la posible ubicación del susodicho, que seguro interesaría saber a más de uno con los acontecimientos de los últimos años.
De los minutos que estuvo intentando averiguar algo de lo que el Acertijo hubiera querido transmitirle en aquél laberinto de palabras escudado detrás de nombres falsos de explosivos, sacó que había todo un alfabeto secreto escondido en las letras del papel.
Suspiró; en qué momento había pensado en aceptar esa especie de reto.
——
El sol ya había empezado a esconderse para dejar paso a la oscuridad de la luna, que empezaba a escabullirse entre los grandes ventanales del Iceberg Lounge, y unos de los guardaespaldas del Pingüino se acercó a él.
Oswald se encontraba algo reflexivo, con la mirada hacia la hoja que había estado descifrando.
—Señor, los invitados están al venir.
Cuando Cobblepot levantó la mirada, se encontró sorprendido de lo tarde que se le había hecho, y rápidamente, intentó recomponerse.
—Ah, sí. ¿Cómo van los cocineros?
—Están en hora, y ya han venido todos los camareros también.
—Perfecto, entonces abriremos en cinco minutos.
Oswald se levantó de la mesa, recogiendo a su paso la hoja que le dio el Acertijo, que había sido garabateada con rotulador rojo mientras había intentado resolverla, y la introdujo en su bolsillo.
—Por cierto, señor... —se dirigió nuevamente, hacia él, su guardaespaldas— Los que le esperaban para vender esa información preciada que decía que tenía han llamado antes. Preguntan a qué hora pueden estar aquí para entrar en negociaciones..
—Oh, eso... —el pingüino se detuvo en seco y estuvo, aparentemente, pensando sobre algo en particular debido a las palabras del hombre a su cargo— diles que no vengan al final. El negocio se ha cancelado. Y mandale algunos dólares de cien como disculpa por las molestias.
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