Capítulo 1 - El primer obstáculo de Ariella (I)


Nada era más tranquilo que nuestra vida, se encontraba lejos de ser lujosa pero al menos era cómoda, la vida ideal que cualquiera ansiaba, y nosotras éramos afortunadas; bueno, al menos eso creía, hasta el momento en que mi tía enfermó. No era común que las hadas enfermaran, ni mucho menos padecer gravemente de una enfermedad.

Mi tía y yo llevábamos una vida sin preocupaciones gracias a que ella trabajaba, y por supuesto gracias a la posición que tenía por ser un hada. Si no hubiera sido porque mi tía tuvo la bondad de hacerse cargo de mí cuando mis padres habían muerto y yo todavía era muy pequeña, probablemente mi vida sería distinta, e incluso es probable que no permaneciera viva por demasiado tiempo, el suficiente para ser consciente de mi situación; sobretodo porque no soy su sobrina natural, es decir que no tenemos lazos biológicos, un pequeño inconveniente para los de mi especie; los humanos nos encontrábamos en lo más profundo de la jerarquía social, por lo que por el simple hecho de ser humano no tenías demasiadas oportunidades de llevar una buena calidad de vida, lo único que podías hacer era sobrevivir en un mundo repleto de hipocresía e injusticias.

A pesar de que mi tía poseía derechos como hada, le negaban cualquier tipo de ayuda y el medicamento necesario si no trabajaba, la excusa de siempre era que no habían medicinas suficientes para desperdiciarlas, si lo querías debías pagar por los costosos servicios. No era posible que las hadas le dieran la espalda a una de las suyas, aún más sabiendo que sufría de una enfermedad que se agravaba cada vez más.

Haciendo caso omiso de las insistencias de mi tía por no dejarme trabajar, decidí emplearme como ayudante en las tierras de cultivo, territorio apropiado por las hadas, pero no encontraría un lugar más cerca de nuestra casa, dado a que vivíamos en las afueras de la ciudad y lejos de los grandes asentamientos, así que esa era mi única opción.

Realmente lo último que querría en mi vida es ser otra esclava de las hadas, porque sí, así es como trataban a todos los que no eran de su especie; pero era la única alternativa de conseguir alimentos y dinero para medicinas. Me tragué mi orgullo y ahora trabajaba durante el día hasta el atardecer, haciendo el trabajo duro que nadie quería, pero al menos era buena encargándome de eso y no me suponía un gran esfuerzo.

No tenía las más mínimas ganas de levantarme temprano para ir a trabajar, pero siempre me reanimaba el saber que me encontraba más cerca de reunir los fondos suficientes para internar a mi tía en un centro médico especializado que se encargaría de canalizarla. Por el momento, teníamos los medicamentos surtidos por la receta, y eso parecía aliviar el padecimiento de mi tía; casi se podía observar a la figura cándida y jovial que siempre había representado.

—Niña, recuerda que no puedes irte sin probar alimento, espera a que tomemos el té juntas. —Mi tía apareció sin percatarme de su presencia, desapareciendo un instante al entrar en la cocina.

—Tía Esther, no es bueno que te encuentres de pie por demasiado tiempo. Recuerda que el médico recomendó que guardes reposo en cama. Podemos tomar el té cuando regresé de trabajar. No te preocupes por mí, ya desayuné. Esperaba que no te levantaras para que te diera tu medicina junto con el desayuno.

—Mi enfermedad no es tan grave como para que no podamos sentarnos a comer juntas. —Es lo que siempre decía mi tía, con una sonrisa imborrable en su rostro.

—Eso no lo decides tú, es por eso que el médico viene a revisarte.

—Ay mi niña, que no he dicho antes que no debes preocuparte, ¿acaso no ves que he mejorado? No tienes por qué ir a trabajar, yo soy la persona responsable de ti.

—Ya soy mayor y tarde o temprano debo aprender a defenderme sola. Ya has hecho mucho por mí y estoy en deuda contigo, eres mi única familia.

—Sabes que odio la idea de que tengas que ir a trabajar por mi culpa. Si alguien te está maltratando es mejor que te quedes en casa, yo encontraré la manera de resolver todo; tal vez nos mudemos a la ciudad.

—No tienes que preocuparte. No tengo ningún problema trabajando, sólo me encargo de cosas sencillas.

—Muchas gracias por todo, ahora eres tú la que se encarga de mí.

Los días de trabajo comenzaban siempre ajetreados, sobretodo por las demandas de los jefes de supervisión, que si bien era un alivio que no fueran hadas, no se escapaban de las miradas recelosas de los obreros.

El campo era prácticamente árido a excepción de los terrenos de cultivos, de los que siempre se debían tener cuidados extremos si no querías que te echaran; preservar los cultivos era de lo más importante para las hadas porque de ahí abastecían a todas las ciudades.

Un niño pequeño de no más de diez años de edad vestía muy pobremente, con la ropa rasgada y descalzo; se veía que sufría desnutrición y ya se encontraba agotado mientras cargaba dos baldes de agua con un astil entrevesado apoyado en su débil espalda.

—Apresúrate mocoso, ¿cómo puedes ser idiota?, el agua no está para desperdiciar.

—Yo le ayudo señor, no tiene fuerzas porque no ha comido, ¿puede darle mi ración del día?, yo no la necesito.

—Lo descontaré de ti, pero tienes doble trabajo.

—De acuerdo, lo haré sin ningún problema. —Era sumamente difícil aparentar que todo estaba bien con una sonrisa, aunque por dentro me consumiera en la rabia, debía contenerme o si no a ese pobre niño le cargarían todo el peso y tendría graves consecuencias.

Todos los que trabajábamos aquí nos encontrábamos por una razón, y sea cuál fuera estaba cargada de gran peso, incluso si era por sobrevivir.


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