El Emperador Maldito

En lo profundo del bosque prohibido, más allá de los ojos humanos; un hombre maldito sufría en la penumbra de su castillo, donde noche tras noche recordaba su antigua vida mientras recorría cada rincón de aquella fortaleza observando siempre el mismo retrato: una familia en un verde jardín rodeado por hermosas rosas rojas. Sin embargo, no sabía desde hace cuanto tiempo un demonio de ojos escarlata cobraba vida dentro de él para llevarlo al filo de la locura haciéndolo perder a quienes más amaba.

Pero decidido estaba de seguir con la búsqueda y reclamar lo que le habían arrebatado, sonreía victorioso al saber que la cura marchaba hacia sus tierras obligándola a dejar la pureza de aquel prado donde una joven doncella vivía en armonía con la naturaleza. Mas allá del prado, un imponente muro de rosas y espinas le abrieron paso a quien con la vibración de aquel suelo donde se encontraba, abrió los ojos violentamente cuando su vista se fijó en un techo de madera… ¡El techo de un carruaje!

Inmediatamente se arrodilló para mirar por aquella pequeña ventana tras ella, donde la luna llena apenas iluminaba el pequeño rastro que la perseguía  con un débil resplandor.

Necesitaba huir de allí, como una bestia furiosa comenzó a golpear el carruaje para que la dejen salir hasta que de repente este se paró en seco y el bosque quedó en un silencio profundo. Algo pintaba muy mal. Agudizó su oído. Aún así, el silencio sepulcral era lo único en el ambiente. Estiró su brazo para empujar la puerta del carruaje cuando alguien desde afuera la abrió de golpe. Inmediatamente la joven doncella dejó sus tranquilos modales para abalanzarse sobre aquel soldado quien cayó al suelo junto a ella.

—¡Me mordió! —gritó el soldado mientras se sujetaba la mano donde la joven doncella había proporcionado una mordida para zafarse de su agarre y así poder huir de allí.

—¡Ah! —chilló al caer de bruces al suelo, sus rodillas y manos ardían por las heridas que le habían proporcionado las pequeñas piedras, las cuales quedaron teñidas de una sustancia espesa y plateada.

Los finos vellos de sus brazos se le pusieron de punta cuando un sonido aterrador oyó sobre su cabeza atrayendo su mal augurio; un cuervo comenzó a graznar, haciendo que el ambiente se viera aún más siniestro; con la mirada clavada en el cuervo sintió fuertes pisadas de unas botas acercarse a ella, mientras las hebillas de una armadura chocaban las unas contra las otras, generando un sonido extraño que se mezclaba con el silbido que provocaba la brisa produciendo así un sonido aterrador.

«debo irme». Pensó la joven, sin embargo, de inmediato se percató de que una mente conocida estaba dentro de la suya, oyéndola. una imponente oscuridad se plantó delante de ella para estremecerla por completo.

—Ya no te irás, Adeline. —aseguró con voz gutural, provocando que la piel  de la joven se le erizara mientras un leve escalofrío le recorría su pálido cuerpo. Aquella sensación no la sentía hace tiempo, se juró no volver a tener ese sentir el día en  que  dejó aquellas tierras atrás dándole un fatídico final a su amado —. El día que te fuiste prometí que te traería nuevamente a mí. —esbozó una débil sonrisa mientras sujetaba el cabello blanco y sedoso de Adeline entre sus dedos.

—Kaiser… —murmuró con pesar y una opresión le aplastó el corazón.

—Huiste de mí cuando pudimos haber sido felices —le reclamó para luego tensar su mandíbula —Tú sangre era la única que podía salvarme, lo sabías y aún así… te fuiste.

—¡Eso no fue lo que ocurrió y lo sabes! Lo que tú me pides es imposible —contraatacó Adeline con algo de pasmo —¿Por qué no entiendes, Kaiser? Es peligroso...

—La maldición por fin se iría y volvería a ser el mismo, podía regresar a mis tierras y derrocar al falso Rey —hizo una pausa para volver a hablar —¡Me condenaste a una eternidad de miseria! —espetó cabreadísimo mientras la señalaba con su dedo índice —¡Sophia! —pronunció con pesar —¡Sophia estaría viva si tú no te hubieras marchado!

—¡No te atrevas! —chilló Adeline elevando la mano, dirigiendo el golpe hacia la mejilla de Kaiser quien soltó un fuerte suspiro.

—¡Tú la asesinaste! —bramó mientras sujetaba la mano de Adeline parando otro golpe que iba directo a su cara nuevamente.

—¡Corría el mismo destino aquí contigo! —contraatacó agarrándose la cabeza —¡Ella te temía, debíamos irnos!

—¡No lo niegas, tú lo hiciste! —vociferó sujetando a Adeline fuertemente del brazo —Te atreviste a hacerlo… —murmuró con sus ojos llenos de lágrimas, observó a Adeline quien con su mirada en el suelo soltó un largo suspiro.

—No puedo darte lo que me pides, Kaiser.

—No puedo beber de un unicornio directamente, son raros de encontrar y más aún en esta zona tan… impura. Sin embrago, tú tienes su sangre corriendo por tus venas… puedo hacerlo, tú me darás el poder para volver a ser mortal y unirme a Sophia en el eterno cielo, estaremos juntos, los tres; al igual que antes —Adeline se desesperó al oírlo pero, ¿Cómo decirle? ¿Cómo atreverse a confesar tal acto?

—No, Kaiser... Yo… —

Kaiser la hizo callar colocando su dedo índice en los labios de Adeline y violentamente le mostró sus colmillos para hundirlos en su cuello sin piedad.  Cuando los ojos de Adeline se cerraron por completo y su corazón dejó de latir Kaiser levantó la vista y su mundo se desplomó cuando unos pequeños pies descalzos se le presentaron delante de él.

—¿Madre? —murmuró la pequeña observando el cuerpo inerte de Adeline.

—¿Sophia? —inquirió Kaiser en un hilo de voz para luego recordar aquel hechizo que lo atormentó por años.

«Tu equivocación será tu maldición, tu salvación la perdición. Cuando la sangre toque tus labios estarás muerto en vida, cazando, vagando, con la maldad florecida; como una enredadera de espinas en las densas neblinas te perderás hasta que algo puro tomarás para quitar la maldición y aún así, pagaras por tu equivocación».

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