Melodía del rosal blanco

La noche en la que Emma supo que su padre había muerto las estrellas brillaron más que otras veces, el camino sinuoso hasta su hogar le había parecido deslumbrar con una luz perpetuante, el silencio constante de las callejuelas entre los árboles recitaron los versos de una canción que creía extinta. Vislumbró al llegar a destino un sobre rojo que acaparó su atención enseguida, este se encontraba recostado sobre la reja como si hubiese estado esperándola, fue tal la sensación que no dudó un segundo, lo tomó entre sus dedos vestidos de un fino trazo y caminó a través del patio de esa casona vieja y sórdida en la que vivía hacia ya varios años, el ambiente abandonado y apagado nunca había sido una molestia para ella. Llegó a un pequeño cuarto al final del camino, se preparó una taza de té y acomodó una rosa en un florero de vidrio, las paredes mal pintadas, la humedad que se colaba, la apariencia desteñida no ensombrecía la belleza de una rosa blanca de ningún modo posible, aquel aroma que bañaba su olfato de extremada dulzura era el olor con el que quería quedar impregnada por siempre, la ladrona de las florecillas le decían sus patronas, cada vez que salía de la florería tomaba uno de aquellos delicados brotes y se encaminaba a casa, entonando la melodía de una antigua canción que yacía siempre en su mente. Sorbió su té y se dispuso a abrir el sobre, la carta que contenía era breve y no especificaba mucho, no supo porqué ninguna lágrima resbaló por su mejilla, no supo porqué su pulso no había cambiado de ritmo, tal vez porque el hombre que había muerto no lo conocía, padre era una palabra más compleja de lo que todos creían. No recordaba su rostro, se difuminaba cada vez que quería pensar en él, no mantenía una imagen arraigada a su nombre, no completaba el significado de la palabra en sí, ¿Cómo se puede juzgar a partir de una ausencia? ¿Cómo se puede dar luz a un ser indefinido? El sosiego que tenía con el término a veces le daba furor, y el furor le partía el alma, porque a pesar de querer no sentir nada, aquellas vacilaciones de sentimientos le hacían entender que no podía promulgar eso que siempre había plasmado, más realmente no existía. Se levantó de su silla y se aproximó al fogón a quemar la carta, ¿Qué más le daba a ella? El hombre no era nadie en su vida, la fuerza que arraigaba con ella, la indiferencia a la tristeza, todo aquello que había logrado forzar en estos años fue gracias a él, aquella tragedia no tenía que ver con ella, un minuto antes de terminar su labor se dio cuenta que debajo de la palabrería insulsa figuraba una dirección, quitó su mano del fuego y leyó un párrafo en letras chicas que especificaba entre líneas concisas que alguien quería verla. No pudo dormir en toda la noche, la sola idea de que alguien que había conocido a su padre quisiera verla la mantenía inquieta, tal vez sus sospechas eran ciertas. Su padre las había dejado cuando ella nació, su madre siempre le había hablado de él, él era diferente, él era increíble, él era incomprendido, pero jamás había percibido en ella un sentimiento de despecho, la mujer recibía cartas a diario de su puño y letra proclamando que él las amaba, pero Emma jamás podría entender ese amor tan distante. A diferencia de ella, sus hermanas habían conocido la ternura de su mirar, el solido abrazo, la risa desbordada que parece carecer de un fin, tal parecía que la vida misma apañaba ese muro de hipocresía que su padre había construido entre ellos, las preguntas se deshacían, las respuestas nunca llegaban, sus hermanas le decían que tenía sus mismos ojos verdes, su misma bella tonada, pero siempre parecían estar hablando de alguien invisible. Desde chica todo aquello le había parecido injusto, rebalsaba de una hostilidad en su contra, la hacía llorar su ausencia y extrañar lo que jamás se había presentado, era como una ilusión, como una alucinación que se hacía presente en sus hermanas pero que ella nunca había visto, llegó entonces a la conclusión de que su padre no la amaba, de más joven solía pensar que quizás él no era su verdadero padre, incluso alguna vez pensó que él ya estaba muerto y que su madre divagaba, pero ahora todo podría aclarecer.

No vaciló un segundo cuando intercambió horarios con la chica de turno y se condujo hacia aquella dirección, no era solo el hecho de que alguien quisiera verla, sino que la mecanografía del pésame se hacía nada con esa ultima frase escrita a mano. No sabía qué esperaba encontrar allí, posiblemente el desenlace que había estado esperando por años, aquel que sigilosamente se acercaba a ella dándole la razón que ya se había imaginado, sin embargo seguía el camino trazado como si estuviese ciega y algo la estuviese guiando, lo que nunca significó nada ahora parecía tomar el lado contrario. Su viaje se tornaba largo, el tren que había tomado era bastante lento, en el transcurso comenzó a desempolvar aquellas viejas memorias que descansaban en su ser, aquellas que involucraban a su padre, sus recuerdos eran como sueños, eran nubes de pensamientos que se desvanecían con un soplo, eran momentos efímeros, sus recuerdos eran tan insulsos que no paraban de cambiar, los colores que creía había pintado se volvían grises, la dulzura de un sol era un frío atardecer en soledad, sin embargo había algo que no se transformaba y que no podía olvidar, una melodía, casi imperceptible, como un susurro, un suave susurro cantado con el alma, un pequeño verso con una letra difusa, se oía tan familiar que la cegaba, delicado como el pétalo de una rosa pura, que seguía las ramas de un cántico que se equiparaba con un abrazo, que te estremecía el cuerpo y ablandaba cualquier corazón, y que crecía como un beso, dulce, tierno, cálido, la voz recitaba solemne, profunda, encantadora, que te erizaba la piel y te envolvía, inclusive era graciosa, esa tonada le recordaba la infancia, era como mágica, pero todo acababa abrupto cuando llegaba a su fin y despertaba de la fantasía en la cual se encontraba inmersa.

Llegó entonces a aquel lugar, la dirección exacta fichada en el sobre, había un aroma particular que lograba alcanzar con la punta de su nariz, las calles estaban vivas, poco tenía de parecido con su actual residencia, las risas en el aire entretejían con ese aroma dulzón un cuento de ensueño. Tocó a la puerta de una casa pintada de azul marino, en las ventanas había violetas, en el suelo pensamientos, una voz llegó a su encuentro y se presentó frente a ella, una señora de edad avanzada que le regaló una sonrisa y la invitó a pasar. La señora se expresó muy decidida, acababa de hacerse un té que compartía gustosa con su invitada, una carta fue pasada de mano en mano, con sumo cuidado y delicadeza, replicó la mujer que así él lo había querido, todo el aura misteriosa iba a desaparecer, Emma comenzó a leer:

"Hija mía, ¿Cómo disculparme contigo? ¿Cómo empezar a deletrear cada una de mis faltas? ¿Cómo hacerme la idea de que pudieras comprenderme? Mi muerte solo significa una cosa, ahora estás a salvo. Un padre siempre ha de interponerse a su hija y debe protegerla pero ¿Cómo puedo protegerte si soy yo quien te hace daño? Tú padre tiene dos caras, tu padre vivió ocultándolo, tu padre intentó vivir con ello, pero cuando mi monstruosa anomalía amenazó tu vida supe que no tenía otra opción. Prefería hacerte de una idea errónea, prefería que jamás hubieses tenido un padre, pero tu madre no pudo mentirte. Yo contemplaba tu vida como un lector a su libro favorito, dibujaba tus sonrisas, sufría tus males, intentaba no llorar cada noche a la distancia, pero valía la pena mientras tú pudieras respirar, despertar a la mañana sabiendo que te encontraría dormida para siempre era mi pesadilla de todos los días. La claridad sofocaba de anhelos, corría a tu encuentro y te recitaba poesía para que jamás me olvidases, la oscuridad asechaba a cada rato, era confusa y espontánea, no podía arriesgarme, tu madre prefirió acompañar ese dolor que mantenerme encerrado para siempre, nadie nunca entendería, yo preferí cuidarte a la lejanía a tenerte en mis brazos muerta en vida. Todo en mí giró a tu alrededor, todos estos años, tus hermanas eran diferentes, mi condición jamás amenazó sus vidas, pero el lazo que nos unía era mucho más fuerte. Quisiera que entendieras que todo lo hice por tu bien, quisiera que perdonaras todos mis errores, quisiera que veas más allá del padre que pude ser, quisiera poder acompañarte el resto de tu vida, haciendo brillar las estrellas sobre tu cabeza, iluminando tu camino y cantando tu canción, quisiera que recuerdes para siempre que estuve atado a tu corazón, y que tu padre realmente te amó"

Entonces oyó sonar esa melodía, pero no era como antes, esa intensidad con que la oía era real, tanto que la obligó a levantarse de la mesa, se dejó llevar por el sonido, aquel que siempre la transportaba, esas notas esparcidas en el aire como un toque de magia, la señora que había estado observándola dijo "Ese era su lugar, siempre se sentaba allí a cantarle a las flores" sonrió, cuando Emma abrió la puerta y juró encontrarse con él, una silla de madera asomada a un antiguo tocadiscos, giraba en su interior un vinilo que suponía conllevar una melodía que atónita quedó escuchando, las palabras empezaron a tomar sentido, justo enfrente de ambos se encontraba un enorme rosal blanco, su padre era un monstruo con sentimientos, su padre era el blanco y era el negro, su padre el abrazo que protegía de la mano de un padre que no quería, que la distancia aplacó al horrible pasar, pero que al amor no supo opacar, que la distancia sació a la bestia, la bestia que jamás iba a conocer, pero no supo calmar ese amor de padre, que recordaba a cada instante, la lluvia bañó por años el dolor, la melodía de una antigua canción que fue el matiz que rebalsó cada célula de su ser con su recuerdo, el aroma del rosal calmaba la locura de querer verla y no poder, y se hizo paz con el tiempo porque se sentía a su lado, y se hizo ensueño con los años, la blancura del silencio, de la inocencia de ese amor. Una tímida lágrima resbaló por su mejilla, sus rodillas sintieron el suelo, el pulso de su corazón se estremeció haciéndola vibrar, se recostó sobre la silla como en el regazo de alguien, juró que podía sentir las caricias en su cabello, y comenzó a llorar, lloraba entre los rosales albos que tanto había amado, aspiraba su aroma y sentía esa melodía acunar un sentimiento que en su vida había estado tan presente, lloraba a la sombra del hermoso rosal puro que tenían tantas raíces como ella años, lloraba la angustia que la vida no podía sosegar, clamaba con su llanto alguna especie de paz, las palabras que alguna vez había sabido gritar quedaron estancadas en sus llantos, ya no podía decirlas, le temblaba la voz, sus lágrimas fueron las letras que producían frases de perdón, de amor, lloraba Emma entre los rosales acomplejada por la vida injusta, por las maldiciones que susurró a lo largo de los años, y que la inhibió de sentido, tan claro como el agua estaba todo, su padre era el malo de la historia así también era el héroe, su vida como un teatro que cerraba las cortinas tras entender que todos podían contemplar la figura del hombre socorriendo su alarido, que por primera vez podía despedirse para continuar resguardándola desde algún lugar, y que procuraba hacerla sentir esa sensación de que nunca más volvería a dejarla sola.

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