Parte única

Cuando a Bakugo le dijeron que perdería la audición por completo eligió no tomarse en serio aquella mierda.

—Bakugo, creo que no estás entendiendo la gravedad del asunto —espetó Recovery Girl—. Si sigues así, vas a...

—Quedarme sordo, te escuché la primera vez —Puso énfasis en la palabra. Estaba fastidiado—. ¡Y eso quiere decir que no voy a tener sordera, maldita sea!

La anciana suspiró. Se veía ya cansada y, a veces, un poco harta de todo —lo cual tenía sentido. No podía ser fácil tener que estar allí para sanar las heridas de héroes que no sabían hacer otra cosa que recibir un montón de golpes.

Sí, el mundo entero los ovacionaba tras las intrépidas hazañas donde salvaban a los civiles. Pero al caer la noche, era Recovery Girl la que sanaba las heridas; quien cosía los tajos e intentaba aliviar el dolor en los huesos.

Así como nunca debía ser fácil tener que dar malas noticias a los jóvenes héroes que no llevaban ni media década en el oficio. El cual era el caso de Katsuki.

—El hecho de que estés todo el día gritando es un indicativo muy claro de lo que digo —chasqueó la lengua.

—¡Ese es mi jodido tono de voz! —gruñó él.

—Además —Ella le ignoró—. ¿Acaso no viniste hasta aquí porque te dolía la cabeza?

—Ese no fui yo, fue el estúpido de Kirishima que no me permitió seguir con el ejercicio para los mocosos de primero si no venía hasta aquí —Bakugo rodó los ojos—. Solo vine a hacer tiempo para que se lo crea.

—Kirishima se preocupa por ti, Bakugo —Recovery Girl lo regañó—. Deberías pensar en rediseñar tu traje y conseguir un casco que aísle el sonido para no dañar más tu conducto auditivo externo.

Katsuki no iba a continuar escuchando a esa anciana delirante.

Él estaba bien. Perfectamente bien. Sus gritos no eran por ninguna estupidez relacionada a su oído, y la cabeza le dolía porque ser profesor con apenas diecinueve años era demasiado estresante.

Todo estaba jodidamente bien.

Kirishima, Recovery Girl y los demás solo eran unos exagerados.

—El casco es para los bebés. Eso déjaselo a otro que no sea yo.

Katsuki se puso de pie y se dirigió a la puerta sin recibir el beso de la anciana que le ayudase con la migraña del momento. De todas formas, no terminaría de llegar a la clase y la cabeza le palpitaría otra vez por escuchar las vocecillas de todos esos infantes chillones e inútiles que aspiraban a ser héroes. Al menos solo era profesor una vez a la semana.

Él no iba a quedarse sordo. Vaya inmensa y jodida estupidez.

Una estúpida sordera no se atrevería a meterse con el letal Ground Zero.

—¿Qué cojones has dicho, bastardo mitad y mitad?

Todoroki, que estaba parado como un centinela enfrente de su escritorio con una pila de papeles contra el pecho, arqueó una ceja.

—Que si podías pasarme tus estadísticas del mes —repitió con serenidad—. Estoy haciendo el inventario de la agencia para pasárselo al interno que nos han mandado y...

—¡Te he escuchado la primera vez!

—Entonces, ¿para qué me haces repetírtelo?

Bakugo soltó un gruñido. Todoroki no parecía inmutarse ante sus estallidos —quizá por eso es que llevaban juntos una agencia—, y su pregunta era más bien inocente; aunque nunca podías saberlo con aquel bastardo.

Le sostuvo la mirada por un par de segundos que parecieron una eternidad. No le quedó de otra que girarla, ya que el bastardo Todoroki lo único que hacía era parpadearla con aquella cara que tenía de borrego incapaz de romper hasta un vaso.

Muchas veces lo odiaba.

—Nada, solo me da migraña trabajar contigo y no presté mucha atención —farfulló Katsuki antes de volver la vista a su ordenador—. Ya te pasaré las estúpidas estadísticas.

—Si te sientes mal deberías ir a ca-...

—¡Puedo trabajar con una migraña! —explotó—. Soy un profesional, joder.

Todoroki le respondió con un asentimiento de cabeza, se giró sobre sus talones, y se fue. Bakugo siguió tecleando en su ordenador personal mientras acomodaba los datos de los últimos villanos a los que le tocó enfrentarse en el último mes.

Aquel bastardo con poderes de tierra que hizo estallar por los aires.

Al grupo de sinvergüenzas que intentaron asaltar el banco de la otra calle y a los que aturdió con su quirk.

A la sabandija que podía camuflarse y trató de infiltrarse en su agencia.

Al otro imbécil que manejaba una red de tráfico de personas.

Y la lista seguía.

Aquel día venía siendo tranquilo —una jornada normal de oficina, con café que olía a calcetín mojado y Todoroki tocándole los huevos con el papeleo—, pero el anterior incluso había estado en el campo de batalla, lanzando explosiones a los delincuentes que se atrevían a sembrar el terror en territorio de Ground Zero, el gran candidato a ser Héroe Número Uno dentro de un par de años.

Sí que su trabajo era agotador —pero aquello era lo suyo: patear culos, explotar cosas y encerrar a los malhechores para que la gente de su ciudad pudiese dormir tranquila en sus cómodas almohadas.

Katsuki hizo girar el hueso de sus hombros, el cual tronó como si de un rayo se tratase. Estaba tenso, y necesitaba un buen descanso como los dioses mandaban.

Tal vez a Kirishima le apeteciese salir a cenar aquella noche. Estaba antojado de los deliciosos y picantes platillos tailandeses que vendían a unas calles del apartamento que ambos compartiesen.

Se le formó una pequeña sonrisa enamorada que reprimió de repente. Todoroki seguía merodeando por allí, y el infierno ardería antes de darle a ese bastardo la satisfacción de verlo fruncir menos el año.

Iba a llamarlo por teléfono, pero mejor cambió de opinión y le envió un mensaje de texto. La cabeza seguía doliéndole bastante como para escuchar su chillona voz emocionada por recibir una llamada en la casa.

Estuvo a punto de pulsar enviar pero las alarmas de la agencia comenzaron a pitar sin descanso. Los empleados corrían como locos y, afuera, los gritos no se hicieron esperar.

—¡Es un villano! —gritó una de las secretarias—. ¡Tiene rehenes, todos menores de edad...!

Todoroki ya estaba aflojándose las amarras apretadas de su traje de héroe.

—Aquí vamos de nuevo...

Katsuki no se detuvo a responderle ya que estaba ocupado enganchado las granadas en sus antebrazos. También se calzó su cinturón donde cargaba las municiones extra en caso de cualquier inconveniente.

Soltó un gruñido exasperado mientras corría hacia la puerta de salida.

—¡Les haré comer el doble de tierra por joderme cuando tengo migraña!

Llegar molido a la casa después de una jornada pateando traseros villanescos debía ser la única parte buena del día.

Katsuki se fue de la agencia más tarde de lo normal. Resulta que no era uno, sino tres villanos que dieron mucha lata antes de ser capturados por la policía. Uno de ellos podía robar quirks por un par de minutos, y habían decidido que el poder de hielo y fuego de su compañero bastardo era menos inestable que el suyo. Así que Todoroki estuvo prácticamente incapacitado, y fue Bakugo el que tuvo que hacerlo volar por el aire con alguna explosión hasta que estuvieron inconscientes en el suelo, esperando a ser capturados por la policía.

No sin antes llenarle el cuerpo de cortes, quemaduras allí donde fue atacado por el hielo y un dolor de cabeza de mil demonios.

Ni siquiera tenía energías para dar un portazo. Kirishima ya estaba en casa para cuando se apareció, con el gato que ambos habían adoptado —ni siquiera recordaba su nombre, solo le llamaba Bastardo porque era bicolor e igual de indiferente que TodoMolesto— caminando entre sus piernas.

Apenas salía de la ducha por lo que parecía, secándose las gotas de su lacio cabello rojo. Llevaba su trabajado torso desnudo y húmedo, con una pequeña toalla tapando sus partes más íntimas pero que Katsuki se conocía de memoria.

Eijirou esbozó una sonrisa traviesa al verlo.

—Hola, guapo —saludó—. ¿Vienes mucho por aquí?

Katsuki, que en otro momento le hubiese callado con un feroz beso, optó por quitarse las botas y arrojarlas lo más lejos que pudo. El ruido seco asustó a Bastardo, que salió huyendo en dirección al cuarto.

—No tengo ánimos para jugar —gruñó Bakugo—. Estoy muerto.

—Ah, escuché algo en la radio cuando volvía de la oficina; esos villanos que tomaron de rehenes a un par de adolescentes —suspiró Kirishima—. Tamaki-senpai y yo solo estuvimos patrullando. Fatgum estará fuera de servicio unos días y nos toca andar fuera todo el rato, pero nada interesante pasó.

—Hmmm —Bakugo murmuró contra la palma de la mano sobre la que estaba apoyado. La voz de Kirishima le taladraba el cerebro—. Qué bien.

Kirishima lanzó al sofá la toalla con la que estuvo secándose el cabello. Se aproximó hasta Bakugo, desganado sobre una de las banquetas del desayunador, para rodear su cintura con ambos brazos.

Sintió el duro y todavía húmedo pecho de su novio contra su espalda. Katsuki soltó un jadeo al sentir su boca cosquilleándole por el cuello y la mandíbula con provocadores besos.

—Tengo una idea perfecta para que al fin te relajes —ronroneó Eijirou en su oído—. Es viernes. Y se ha estrenado la peli de Best Jeanist...

Bakugo apretó los labios, tenso. Siempre era molesto tener que negarse a los planes de su novio. No tenía corazón para ello.

—Kirishima, no sé si...

—Podemos ir por unas hamburguesas también —Kiri rió contra la piel de su cuello antes de mordisquearla—. O podríamos, ya sabes, comer algo aquí en casa... y con comer sabes a qué me refiero...

Katsuki soltó todo el aire que estuvo conteniendo. Esperó un par de segundos, tras algunos calientes besos y mordidas de Kirishima a su mejilla, antes de alzar una mano para que se detuviera.

—Prefiero que nos lancemos a dormir ahora mismo —soltó con voz ronca—. Los dos. La cabeza me va a explotar.

Kirishima se alejó un segundo, mirándole con sus grandes ojos que parpadeaban confundidos. Le regaló entonces una sonrisa; algo decepcionada, tal vez. Pero también iba cargada de comprensión.

Nadie más que su novio podía saber lo duro de su día a día.

Se le acercó otra vez y depositó un corto beso sobre la mitad de su boca, con una de sus manos acariciándole el mentón. Bajó entonces por su cuello, su clavícula, hasta que la depositó encima de su pectoral izquierdo —encima de su ya agotado corazón.

—Te prepararé la ducha, ¿de acuerdo? —dijo Kiri con una sonrisa—. Te espero para llenarte de mimitos antes de dormir.

—¡No digas esas mierdas! —chilló Katsuki con las orejas enrojecidas.

Eijirou salió huyendo antes de que la chaqueta sudorosa de Katsuki volase encima de su cabeza. Todavía podía escuchar las risas estridentes de su novio, y hubiese deseado que no riese tan fuerte porque la migraña iba a matarlo.

Esa noche, después de la ducha y de los besos, Bakugo tuvo que hacer callar a Kirishima una vez más para que así pudiese dormir.

Solo quería paz. Tranquilidad. Silencio, tal vez.

Y que el mundo dejase de gritarle al oído todo el maldito rato.

Katsuki pensó que con los días la migraña se iría. Pero no fue así.

Pasaron semanas. Meses. Y la situación no parecía mejorar.

Se volvía cada vez más y más gruñón —«como si eso fuera posible» dijo Kaminari cuando salieron con sus antiguos amigos de la Academia a los que veían desde marzo; el chico casi terminó con unos palillos clavados en el ojo—; también más intolerante, porque cada molestia absurda parecía hacerlo estallar.

—¡Blasty, no puedes decirle a un perro callejero que deje de ladrar!

—¡Pues fíjate si no puedo! —chilló Bakugo mientras se asomaba a la ventana y buscaba al demonio culpable de perturbar su paz—. ¡Eh, estúpida bestia sarnosa! ¡Cállate o haré carne de perro para cenar!

Bakugo apretó los dientes al escuchar su propia voz gritando. Algo envió un chispazo de dolor agudo hacia su cabeza, y tuvo que sostenerse por encima de la sien mientras contaba hasta diez para calmarse.

Kirishima estaba riéndose de fondo. Quería que se callara de una vez, que dejase de reír tan exageradamente fuerte. No hacía más que seguir disparando la migraña.

Sintió sus propios dientes rechinar a causa de la fuerza que hacía.

La risa de Eijirou dejó de escuchar en el apartamento.

—¿Blasty...?

Aléjate —siseó Bakugo con el brazo levantado para poner distancia—. ¡No te acerques más!

—Amor, solamente quiero ayudarte...

Cállate, quería espetarle Bakugo. Su voz tan estridente estaba dañándole de alguna manera.

El rostro de Kirishima se había transformado en uno de completa preocupación. Quería acercarse a Bakugo, pero sabía que traspasar sus límites en momentos de extrema tensión solo iba a restar más que sumar.

—Es la migraña —dijo Bakugo tras volver a sisear—. Iré a dormir.

—Blasty, empiezo a preocuparme de que tengas tanta migraña... y si tienes... ¿algo grave? ¿Un tumor...?

Katsuki negó tan fuerte con la cabeza que sintió que se le sacudía todo el cerebro. Hubiese querido reírse de las tontas insinuaciones de su novio, pero era cruel.

Y, también, porque reírse le hubiese hecho doler la cabeza todavía más.

—¿Recovery Girl no te dijo nada la última vez? —preguntó en un tono asustado.

—Puras patrañas —soltó Bakugo—. Que si no me cuido me voy a quedar sordo a causa de mi quirk o lo que sea.

—Bueno, Blasty —Kiri rió—. A veces sí que estás un poquito sordo. Si te pones la TV al máximo y casi siempre me haces repetir lo que digo...

Basta —gruñó Katsuki—. ¡No estoy ni me voy a quedar sordo! ¡Son mierdas de la vieja loca delirante!

Kirishima se calló. La sonrisa le tembló unos minutos antes de morir en sus labios.

—Sí, puras locuras —volvió a carcajear Kirishima, solo que mucho más débil y falso—. ¿Dormimos un rato? Ya me dio sueño también.

Katsuki no respondió. Pero tampoco se opuso cuando sintió la suave mano de Kirishima tomar la suya llena de durezas y callos. El chico le condujo hasta el cuarto, ayudándolo a quitarse los zapatos para recostarlo suavemente contra las sábanas.

Él no se movió un solo milímetro mientras Kirishima le arropaba con sus fuertes brazos. Solo se dedicó a dormir —apreciando cada vez más y más los minutos de silencio que el sueño le traía.

Katsuki comenzó a sentir que su vida caía por un pozo ciego. Él caía, caía, caía, y no parecía haber una solución para aquello.

O si la había, pero él se negaba a considerarla.

El trabajo en la oficina se volvía cada vez más y más estresante. Era lento, poco productivo. Debía detenerse de trabajar en el ordenador cada vez que Todoroki le dirigía la palabra ya que era imposible concentrarse en ambas actividades.

Las peleas con villanos se convertían en tareas imposibles. En cuanto la luz comenzaba a bajar, para Bakugo era casi imposible saber en dónde se escondía su enemigo.

Su vida social era cada vez más y más escasa. Respondía los mensajes con horas de retraso —nunca escuchaba el timbre de los mensajes—, y las reuniones en bares o cafeterías solo le hacían explotar más la cabeza.

Además, ni siquiera era capaz de mantener la conversación por más de dos minutos con alguien sin sentir que perdía por completo el hilo. Aquello le frustraba, y lo único que conseguía era arrojar los billetes sobre la mesa para salir pitando de allí entre gritos malhumorados.

Bakugo no quiso verlo al principio —pero allí estaba.

Las palabras de Recovery Girl volvían a su mente, una y otra vez. Él las ahuyentaba a manotazos, con la garganta en carne viva de tanto gritar por la frustración y con su mente exclamándole a los cuatro vientos que solamente era una vieja loca.

«No estoy quedándome sordo» repetía para sí mismo a cada rato.

Le enojaba más descubrir que se lo repetía siempre en su mente —como si su cerebro entendiese que era inútil decirlo en voz alta— y terminaba despotricando otra vez contra el mundo entero; como si alguien más que él mismo tuviera la culpa de lo que estaba pasando.

Él no iba a quedar sordo. No iba a quedarse sordo. No lo haría.

Aquel era su quirk, ¡su jodido poder! ¿Cómo alguien podría romperse a sí mismo a causa de la particularidad con la que nació?

Aquellas cosas podían pasarle a gente como Deku. No a Bakugo, que manejaba sus explosiones desde que tenía memoria y había vivido entre los estallidos desde que nació.

Su quirk no podía traicionarlo de aquella forma. Era inaudito. Y tal vez por eso se veía como un fracaso: porque nadie más que Bakugo parecía mostrar tales consecuencias del uso indiscriminado de sus quirks.

Solamente él.

Era como si todo el peso de su espalda, el cual con los años se aligeró solo un poco, tratase cargar otra vez una montaña.

Katsuki solamente quería despertar de aquella pesadilla.

Pero no lo hizo —lo supo cuando encontró a Kirishima hojeando un libro en la casa durante la madrugada. Su novio rara vez leía un libro —a menos que fuese un comic— y tomo de anatomía básica no parecía ir para nada con su personalidad.

—¡Blasty! —exclamó Eijirou con sorpresa. El libro lo pegó contra su pecho—. Pensé que dormirías toda la noche de tan cansado que estabas.

Katsuki, que se había levantado para ir al baño, se acercó con las cejas fruncidas hacia él.

—¿Qué mierda lees tanto...?

Pero no era el libro que Kirishima hojeaba en aquel momento; sino el que yacía entre el desorden de papeles en la mesita frente al sofá.

El simple título fue suficiente para sentir una opresión en el pecho. Una tan fuerte que casi podría haberse sentido como un infarto a los veinte años de edad —por insólito que se escuchase aquello.

Guía básica de Lenguaje Universal de Señas.

Kirishima se puso de pie al segundo en que Bakugo tomó el libro de pasta blanda entre sus manos. Caminó lento, como si se aproximase a un perro rabioso más que a su propia pareja.

La voz le salió rota:

—Puedo explicarlo...

Pero Katsuki no quería explicaciones.

Simplemente tomó un abrigo, unos zapatos, y se fue aquella noche del departamento que compartían. Pasar la noche en un parque se escuchaba más atractivo.

No quería estar en esa. No quería escuchar a su novio ni un segundo más.

Pero más que nada no quería verle a los ojos —porque si Kirishima le miraba de regreso, probablemente descubriría el terror que empezaba a brotar en la mirada de Bakugo.

El pozo era cada vez más profundo.

Y el dolor más intenso con los días que pasaban.

Bakugo quería acostumbrarse a aquello. Hacerlo de su rutina, tal como había hecho en su adolescencia con el dolor emocional acumulado.

Era imposible.

Kirishima hacía lo posible por no tratarle diferente. Como los otros —sus conocidos, amigos, colegas, familiares.

No era ya un misterio lo que aquejaba a Bakugo. Hasta los estúpidos blogs de mierda hablaban de ello. Y teorizaban, como si se tratase del misterio en un manga de acción o un juego.

Porque los héroes siempre eran un juego. Un show. Un espectáculo de capas y mallas ajustadas, de puñetazos y patadas que te enviaban derechito a la cárcel, de sonrisas de oreja a oreja y gritos de victoria.

Y, para los fans, la condición de Ground Zero —el héroe que llevaba Katsuki Bakugo en su tarjeta de identificación— era el juego y la atracción más grande aquel momento.

Para algunos era triste. Para otros, una decepción. Había quienes se reían, clamando que se lo merecía por no cumplir con el estereotipo de héroe ideal tal como Deku o All Might.

Deku. Siempre Deku. Aquel bastardo que todo parecía conseguirlo con una sonrisa y sus lagrimitas de cocodrilo. El que era capaz de hacer suyo un poder ancestral que podría haber destruido su cuerpo.

Y allí estaba él —Ground Zero— siendo el león de circo haciendo piruetas para un grupo de ingratos que se escudaban bajo sus usuarios anónimos en internet.

¿Acaso aquello coartaría su carrera?

¿Cambiaría la vida de aquel joven con tanto potencial?

¿Sería el fin de Ground Zero? ¿Reinaría el mal en aquellas calles que ya no podría defender?

Los de su entorno no eran muy diferentes a los otros bastardos: queriendo tratarlo como si de un copo de nieve se tratase, mirándole con aquella cosa que él tanto detestaba...

Lástima.

—Bakugo, puedo enviar una carta a Mei Hatsume para que te fabrique un dispositivo que te ayude... —escuchó hablar a Todoroki un día en el campo de batalla.

Bueno, aquello era un decir. Bakugo solamente escuchó entrecortadas las palabras del bastardo; la cabeza le zumbaba después de haber usado cerca de seis explosiones para acabar con aquel villano.

—¡Vete a la mierda!

Y tal vez —solo tal vez— Todoroki tuviese buenas intenciones. Pero para Bakugo, en aquellas circunstancias, no existían las buenas intenciones.

Todas le dañaban.

Todas le hacían sentir como un inútil e incompetente.

Deku y Todoroki, con sus ofrecimientos pasivo-agresivos para conseguirle material de apoyo que pudiera ayudarle.

Recovery Girl, que siempre trataba de conseguirle una cita en su despacho.

Kaminari, Ashido y Sero, que habían dejado las reuniones en bares y preferían juntarse en una tranquila casa.

Hasta su misma madre, mandándole mensajes de texto todos los días, le ponía los nervios de punta.

Lo único bueno que a Katsuki le quedaba Kirishima.

La única luz en su existencia que no le trataba como a un inútil. Que le miraba cada día como si fuese su mayor ejemplo a seguir. Que había tirado a la basura el libro del lenguaje de señas, y que prefería pasar las madrugadas abrazándole hasta que sus cuerpos se sintieran como uno.

Puede que todo fuese una mierda. Pero hasta en la misma mierda, Bakugo sabía que todavía quedaba algo por lo cual luchar.

Quedaba esperanza para el mañana; para que Ground Zero encontrase la forma de seguir haciendo suyo el mundo.

Y quedaba amor; para que Bakugo pudiera mantener anclados sus pies en la tierra, incluso si el pozo amenazaba con hundirlo para siempre.

El mundo entró en completo silencio durante el verano de sus veintiún años.

No recordaba el día —tampoco le importaba. No era una fecha para conmemorar ni celebrar. Mucho menos era un día para ponerse de un luto.

Solamente era el comienzo de otra batalla más en su vida.

Pero nadie recordaba el comienzo de las batallas, porque no importaba quién dio el primer cañonazo sino quién el último.

Y Katsuki sería quién levantase el puño en victoria, al final.

Cuando finalmente su sordera no fuese un obstáculo; sino, más bien, una vieja amiga con la que llevabas rivalizando toda tu vida.

Una que le había hecho cambiar la forma de concebir el mundo. Que le cerró muchas puertas al tiempo que abría muchas puertas para él.

Él la vencería. La volvería su perra. Katsuki encontraría el camino de regreso.

Él podía seguir siendo un héroe —el dispositivo de Hatsume para identificar las vibraciones del suelo le ayudaba a encontrar a los villanos sin que estos se lo viesen venir. El conducto dañado irreparablemente en su oído era glorioso a la hora de soltar explosiones colosales.

No todo era tan malo.

Aunque, claro, siempre habría algo que extrañaría para toda la vida.

Puede que Bakugo pudiese reemplazar todos los otros huecos en su vida: su forma de capturar villanos, las conversaciones que ahora debían ser escritas, la música que solo podía apreciar con vibraciones...

Pero la única que él hubiese querido conservar jamás tendría un repuesto.

Las pesadillas eran una completa mierda, no iba a negarlo.

Bakugo se levantaba, cada tanto, jadeando y con el sudor traspasándole la ropa. Era traído de regreso al mundo de los vivos tras un vívido sueño lleno de sonidos; música, estallidos, gritos, carcajadas y palabras de amor.

No eran pesadillas del todo. Por un instante, Katsuki se dejaba abrazar por todos aquellos hermosos recuerdos. Se embriagaba de ellos.

La verdadera pesadilla era abrir los ojos otra vez.

Debió haberse removido en la cama, ya que sintió la mano de Kirishima atrapándole uno de los hombros. Se giró a ver el adormilado rostro de su novio en medio de la oscuridad.

Podía ver con claridad todos sus bonitos y delicados rasgos. Por alguna razón, la visión de Katsuki se había agudizado en los últimos meses. Se había vuelto un gran héroe nocturno gracias a ello.

Eijirou le regaló una sonrisa algo floja. Sus dedos se deslizaron por su bíceps hasta posarse sobre la piel desnuda de su antebrazo; las yemas cosquilleándole sobre las venas.

«¿No puedes dormir?» escribió Kirishima sobre su piel.

Katsuki soltó un sonido gutural. O, al menos, eso estaba seguro de haber hecho.

«Nunca puedo dormir» trató de decir con sus labios. Sus cuerdas vocales vibraban, aunque nunca podía estar seguro de cómo se escuchaba su voz. «¿Qué hora es?» inquirió con una seña en su muñeca.

Eijirou tomó su teléfono de la mesita de noche y puso la brillante pantalla sobre el rostro de Bakugo. Siseó ante el resplandor tan repentino.

Eran casi las seis de la mañana. Se contuvo de gruñir ante el nuevo día rutinario que empezaría una vez más.

Optó por rodar los ojos. Giró sobre sí mismo y se acomodó sobre la almohada, tratando de convencerse que podría dormir al menos media hora más —cuando bien sabía que no lo conseguiría—, pero la mano de Kirishima volvió a dejar golpecitos insistentes sobre su hombro.

Se volteó a verlo con una ceja arqueada. Kirishima tenía una sonrisa traviesa.

«¿Quieres ver el amanecer?» preguntó con lenguaje de señas: el brazo izquierdo extendido hacia su costado y un círculo encima formado con los dedos de su otra mano.

Katsuki chasqueó la lengua. No es como si pudiera decir que no a alguna de las ideas alocadas de Kirishima. Sería como negarle un dulce a un bebé, o una caricia a un perro. Y decía perro, ya que su gato era el ser más arisco cada vez que Bakugo quería darle una caricia.

De hecho, el felino solía meterse en la cama y dormir encima del pecho de Kirishima mientras observaba a Bakugo con aquellos ojos como rendijas de forma autosuficiente.

Ambos se levantaron entonces del desastre de las sábanas. Caminaron de puntillas hacia el balcón ya que vivían en un tercer piso, y ninguno tenía ganas de soportar a los vecinos quejumbrosos.

Demasiado los habían molestado en su momento durante el sexo. Katsuki sonreía con malicia al recordarlo. Aunque no tenía reparos en hacer gemir fuerte a Kirishima por más de que ya nunca podría escucharlo.

La brisa era fresca, y el cielo comenzaba a teñirse poco a poco de un celeste teñido de rosa y naranja. Era una madrugada perfecta de verano. Una postal única, que no tendría nada de parecido a la del día siguiente y no rememoraba nada a la anterior.

Era un espectáculo para apreciar siempre en el instante.

Kirishima se acomodó sobre el pequeño sofá de exteriores que tenía. Lo acomodó de cierta manera que pudiese recostarse y dar de cara al sol que pronto saldría. Bakugo se arrojó encima de su pecho sin darle previo aviso.

Su novio se quejó divertido. Lo sabía ya que era capaz de sentir las vibraciones contra su mejilla. Bakugo se hundió más profundo en la piel desnuda de su novio. En su esencia, su calidez, en sus latidos que golpeaban rítmicamente contra su rostro.

El pelirrojo le obligó a quitarse también la sudada camiseta. Bakugo se quejó un poco, pero terminó sucumbiendo ante la idea de sus pieles calientes pegadas junto a la otra.

Ninguna sordera podría quitarle aquello.

«Eres un bastardo» gesticuló Katsuki. Kirishima volvió a reír.

«Es que me hace frío» escribió con los dedos en la piel de su espalda.

Tuvo que tragarse un suspiro de placer al sentir la electricidad que viajaba por su columna cada vez que Kirishima le tocaba. Decidió, en cambio, soltar un insulto.

«Mierda» creyó musitar. Kiri le dio un golpecito.

«A ti nada te detiene de insultar, Blasty» escribió. «Tu voz se escucha tan suave ahora».

«Cállate» masculló Bakugo, pero se arrepintió al instante de decirlo.

Recordó todas las veces que había pronunciado la palabra. Y en todas las que Kirishima le hizo caso y apagó su dulce voz solo por un instante de paz.

Era una de las memorias más dolorosas. Y claro, ya nunca podría escuchar a Kirishima —pero podía hacerlo hablar de todas formas.

«Cuéntame de tu semana» pidió Katsuki.

Empezó a sentir los rápidos dedos de Kirishima moverse a través de su espalda. Le dio un golpe irritado en el pecho para que se detuviera.

«¡No escrito, bastardo!» exclamó. «Quiero que me hables».

Kirishima se quedó pensando un instante. No replicó. No contradijo a Bakugo. No trató de convencerlo de que aquello era estúpido o sinsentido, porque igual no podría entender todo lo que gesticulaba.

Pero, de todas formas, lo hizo.

Lo supo en el instante en que su mejilla comenzó a vibrar con el timbre de su voz. Casi quiso convencerse de que podía reconocer todos sus altos y bajos, sus momentos de ronquera y sus carcajadas desaforadas que podían despertar a todo el edificio.

Bakugo lo escuchó. Lo sintió. Lo percibió bajo su piel. Mientras el sol salía y bañaba Musutafu con el calor de una mañana veraniega. Y Kirishima no se detuvo ni un instante.

Él no se giró a ver su cara. Estaba seguro que no estaba listo para verla del todo. Quizá no pudiese saber del todo de que hablaba —si de la agencia, o Fatgum, o Amajiki, o algún comic, o de sus amigos, o si del gato bastardo que tenían—, pero aun así trataba.

Le escuchaba como podía. A lo que yacía debajo de la piel de aquel hombre que amaba: sus vibraciones, el cambio en sus tonos, sus latidos, su calor.

Y aquello le trajo una sonrisa. Una triste por lo que alguna vez tuvo, pero también feliz por lo que todavía tenía.

Porque la voz de Kirishima permanecería siempre en su memoria —como un eco interminable. Y hermoso. E inolvidable. Un eco que con cada día que pasaba se apagaba un poco más, pero nunca del todo; que se repetiría por siempre en su cabeza.

Una y otra, y otra, y otra vez.

Esto ha quedado muchísimo más sad de lo que planeaba ;;v;; pero estoy bastante satisfecha de esta cosa (?)

¡Les juro que no tiene nada que ver con haber visto a Bakugo llorando en el último capítulo de animé! Bueno, tal vez solo un poquiiiito haha pero es que hace rato que quería hacer algo con este headcanon angst que tanto me gusta. Y pues por alguna razón el KiriBaku me da muchísimas vibras angst (a diferencia del TodoDeku, que me da vibras fluff) y quería hacer algo así de ellos ;;

Espero les haya gustado ;u; hace rato no hacía algo exclusivamente KiriBaku, extrañaba a mis bbs ;;;; siempre les pongo un extra en mis fics TodoDeku o comparten historia con ellos. Son tan especiales para mí que a veces se me hace difícil encontrarles la idea perfecta. Pero espero les guste, y pues que no haya quedado horrible todo el tema de la pérdida de la audición TuT estuve averiguando un poco para no estar en el aire

Este OS se lo dedico a Sky_Black1999 porque... porque nos gusta el sad alv (?) y también a toda la gente linda que en twitter estuvo hablando de este headcanon y me inspiraron. Ya saben de quienes hablo ♥️ y a la preciosura de DeProfesionShipper porque sé muy bien que ama el KiriBaku y porque le quería dedicar algo

Y también para mi bella corgi-makaroni que ama el sad y el sufrimiento ♥️

Muchísimas gracias a todos los que vayan a darle amorcito a este os ;v; ya me iré a seguir con mis otros fics, no me odien ;;A;; no puedo controlar la inspiración cuando llega haha

Nos estaremos viendo en las otras historias o en otro OS que suba de estos dos que amo TuT Besitos ♥️

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