Capítulo 7
Los días subsiguientes fueron tranquilos y sin ninguna novedad. Pablo y Bella regresaron a Milán, y Cate y su madre se quedaron en la casa de Varenna sin mucho que hacer. Cate le había insistido a Gaby en ir a la casa de la tía, pero su madre se había rehusado. No estaba preparada y quería esperar un poco todavía. Cate no entendía bien qué sucedía, pero sabía que era algo muy antiguo y no quería presionarla en ningún sentido.
No había tenido más noticias de Bruno. Había cumplido lo que le había pedido de mantenerse lejos de ella, pero cada vez más le pesaba su resolución. Se sentía mal por haberlo herido, pero tampoco quería remediarlo. A punto estuvo de pasarle varios mensajes: algunos pidiéndole verle y otros confesándole directamente la verdad, pero no fue capaz de mandar ninguno.
El jueves bien temprano en la mañana, madre e hija partieron hacia Milán a la consulta médica. Gabriella había contratado a un chofer, pues el viaje era de una hora y preferían a alguien calificado para trasladarse tan temprano. Finalmente llegaron al sitio: el Hospital Central de Milán, muy cerca del centro histórico. El doctor que la atendería, era conocido de su madre y según ella, un señor de vasta experiencia.
El edificio era antiguo, pero el hospital excelente. En el interior estaba equipado con lo más avanzado y se dirigieron a la sección de ginecología y obstetricia. La recepcionista del ala en cuestión mandó a llamar a una enfermera, y esta las condujo hasta el interior de un consultorio.
Cate se sentó junto a su madre, estaba algo nerviosa, aunque no había rastro aún del médico. La enfermera tenía unos cincuenta años: era gorda, de pelo rubio que disimulaba tras su gorro y muy amable.
—Buenos días —les dijo con una sonrisa—. Usted debe ser Catarina, la cita de las nueve y media.
—Así es —respondió Gabriella por ella—, no es espera el doctor Petrucci.
El rostro de la enfermera se transformó y reflejó pesar.
—Tenemos un inconveniente —informó—. El doctor Petrucci ha sufrido un accidente esta misma mañana, al bajar las escaleras de su casa.
—¿Está bien? —se preocupó Gabriella.
—Así es, pero se ha fracturado la clavícula y no podrá atender a la señorita Ferri. No hemos podido avisarles antes, porque recién fuimos informados de este triste contratiempo.
—¡Qué pena! —susurró Cate, quien ya tenía deseos de hacerse sus exámenes y saber que todo estaba bien con su embarazo.
—Pero no se preocupe, otro doctor de gran experiencia vendrá a atenderlas, si está de acuerdo.
Gabriella miró a su hija por un instante y luego asintió. Catarina necesitaba la consulta, y lo mejor era no posponerla ya que al parecer, la fractura de Petrucci demoraría en sanar unas cuantas semanas.
La puerta de la consulta se abrió y un médico, algo distraído, hizo entrada. Lo habían llamado a toda prisa para sustituir a Petrucci tras el accidente.
Cate se quedó lívida cuando advirtió de quién se trataba, y Bruno parpadeó varias veces para constatar que no estaba viendo una aparición. Era Cate, pero, ¿qué estaba haciendo allí?
—¡Qué bien que llega, doctor! —exclamó la enfermera—. Ella es su primera paciente, la señorita Catarina Ferri y su madre. Él es el doctor Stolfi —les dijo a las damas—, un excelente obstetra.
Cate se quedó mirando aquellos ojos azules como el mar que la miraban todavía llenos de sorpresa.
—¿Cate? —dijo al fin, aturdido—. ¿Eres mi paciente?
—¿Se conocen? —preguntó Gabriella también extrañada.
—Sí —susurró Cate. No podía hablar, estaba muy nerviosa. Por fortuna estaba sentada, o no se habría mantenido en pie.
La enfermera miraba la situación con cierta sorpresa, pero no intervino.
—¿Estás embarazada? —volvió a preguntar Bruno, quien continuaba sin poder creerlo.
Cate asintió, con las mejillas enrojecidas. ¿Qué hacía una mujer en una consulta de obstetricia? La respuesta era demasiado obvia, pero al parecer Bruno aún no podía asimilar la situación.
—¿De dónde se conocen? —insistió Gabriella a su lado.
—El doctor Stolfi es el hermano de Isabella, mamá.
—¡Ah! —repuso la mujer cayendo en cuenta—. ¡La novia de Pablo! Una muchacha muy linda y al parecer muy talentosa.
—Gracias —contestó Bruno, todavía con sus ojos puestos sobre Cate.
—Pues qué bueno que serás el médico de Catarina —prosiguió Gabriella—. Es bueno tener un rostro amable y conocido en estos momentos. Yo hice la cita con el doctor Petrucci, a quien conozco desde hace años, pero no sabía que Cate también conociera a un obstetra.
Cate se sintió cada vez más incómoda. Había ocultado su embarazo frente a Bruno, ¿qué pensaría él de su comportamiento?
Bruno se centró en ella, y habló despacio, de manera muy profesional.
—Me han pedido que sustituya al doctor Petrucci, pero si te sientes incómoda conmigo, puedo agendarte una cita con otro excelente médico.
Gabriella estaba asombrada, no entendía por qué su hija podría tener reservas al respecto. Ella veía muy natural que el hermano de Bella la atendiera. Cate lo pensó un instante, no tenía ningún argumento de peso para negarse, aunque tampoco se sentía cómoda con la situación. A pesar de ello, ¿qué motivo podría darle a su madre para no ser examinada por Bruno?
—Por mi parte no hay problema —contestó.
Bruno asintió. Era médico y sobre todo muy profesional, así que él tampoco podía poner excusas para no atenderla. Era su deber.
—Muy bien —prosiguió—. Por favor, María, lleve a la paciente a la habitación contigua para realizarle un ultrasonido.
Cate y su madre se dirigieron a la habitación. Una camilla ginecológica se encontraba en el medio del salón junto a un aparato de ecografía. La enfermera le dio una bata y le pidió que se quitara toda la ropa en el baño y que se la colocara.
—¿Es necesario? —preguntó Cate.
—Así es —le respondió la enfermera—. Luego deberás acostarte en la camilla y cuando estés lista llamaré al doctor.
Cate miró de nuevo la susodicha camilla, había algo que no le parecía normal. Era como si fuese a ir al ginecólogo y tuviera que abrir las piernas para ello. Sin embargo, solo iba a hacerse un ultrasonido, ¿por qué tendría que acostarse en aquella posición? La enfermera le leyó la mente, pues le dio la explicación que buscaba:
—Como tienes poco tiempo de embarazo, te haremos un ultrasonido transvaginal. No tienes que preocuparte, solo se introduce una pequeña sonda, pero no es doloroso.
Cate sintió que se desmayaba. Cuando accedió a que Bruno la consultara no esperaba semejante conducta. ¡Ultrasonido transvaginal! En sus escasos conocimientos médicos, creía que con uno abdominal bastaba.
—¿Cate? ¿Estás bien? —A su madre le preocupaba su expresión.
—Sí, estoy bien… —susurró encaminándose al baño.
Al parecer, no tendría manera de escapar a aquel momento. Debía ser fuerte, aunque sentía que en cualquier momento se echaría a llorar.
Unos minutos después, se hallaba acostada en la camilla, en la posición más vergonzosa que podría imaginar. Había ido varias veces al ginecólogo a lo largo de su vida, pero jamás esperó que se hallaría de aquella manera vulnerable frente a alguien que le importaba tanto: Bruno. Lo había besado, y ahora estaba totalmente expuesta delante de él.
Bruno fue nuevamente muy profesional, cuidadoso, cauto. No la miró a los ojos, tan solo se concentró en el procedimiento que era algo incómodo, pero no doloroso. Pronto se vio en la pantalla la imagen del bebé: un embrión de aproximadamente siete semanas, según pudo calcular el médico. Medía un centímetro, y era tan pequeñito, que Bruno tuvo que mostrárselo dos veces para que pudiera verlo en la pantalla.
—Cariño —le dijo su madre— ¡es tu bebé!
Cate olvidó por unos instantes su vergüenza, pues se sintió verdaderamente emocionada de ver a su hijo por primera vez. Bruno sonrió por un instante al ser partícipe de aquel momento, pero luego continuó con el procedimiento.
Gabriella le dio la mano a Cate, se veía muy feliz.
—¿Todo está bien, doctor? —preguntó la mujer.
—Todo está en orden. Está implantado en la cavidad uterina. Sientan los latidos de su corazoncito… —Bruno hizo silencio y, en efecto, se escuchó el palpitar del corazón del bebé.
—La placenta está bien —continuó Bruno—, y el desarrollo es el correcto para esta semana de gestación.
Cate suspiró aliviada, y Gabriella estaba muy satisfecha con las noticias.
—Ya puedes bajar —anunció Bruno después—. Hemos terminado con esta parte.
El doctor se volteó para darle privacidad y Gabriella le ayudó a incorporarse. Bruno le dio a Gabriella las imágenes impresas del ultrasonido para que conservaran aquel bonito recuerdo, y salió hacia su oficina.
Cate, a su vez, entró al baño para cambiarse de ropa. Luego de aquel momento tan hermoso de ver al bebé, había vuelto a sentirse tensa a causa de Bruno.
Al llegar a la consulta, él ya estaba en su escritorio acompañado de su madre. Se notaba serio, distante, y ella estaba cada vez más agobiada.
Bruno comenzó por hacerle preguntas de rigor: fecha de última menstruación, fecha probable de concepción… Esta información le permitió a Bruno volver a hacer el cálculo de las semanas y aproximarse a la fecha del parto: 14 de febrero. ¡Vaya Día de los Enamorados!
—¿Has venido en ayunas?
—Sí —contestó Cate.
—Muy bien. Entonces indicaré unos exámenes de sangre complementarios y de orina, para conocer tu estado de salud. Normalmente se le hacen también algunos exámenes y preguntas al padre…
—El padre no existe. —Fue su respuesta.
Bruno asintió. No le competía inmiscuirse en ese asunto.
—¿Cómo te encuentras?
Ella lo miró un instante a los ojos. Por un momento pensó que se refería a su estado anímico, luego comprendió que estaban hablando del embarazo y se sintió estúpida.
—Estoy bien; algo de vómitos y mareos en las mañanas…
Él volvió a asentir. Ya lo imaginaba. ¿No le había vomitado en los zapatos? Ahora comprendía que no se había tratado del jet lag, sino del embarazo.
—Debes alimentarte bien —continuó—. Evitar las grasas, comer alimentos ricos en vitaminas, y evitar el exceso de carbohidratos y de azúcares saturados.
—Eso ya lo hace —sonrió Gabriella—. Es bailarina, si algo vigilamos es su dieta.
—Sí, pero debe alimentarse bien. Nada de regímenes o de dieta excesiva. Requiere de una alimentación rica en nutrientes. Debe aumentar aproximadamente de 7 a 12 kilogramos durante todo el embarazo.
—¡Cuánto! —exclamó Cate. Sin duda se vería muy gorda.
—Le recetaré vitaminas prenatales y hierro, que son importantes en esta etapa —continuó mientras escribía en su recetario.
—El ejercicio viene bien —prosiguió—, siempre y cuando no se exceda demasiado.
—Yo hice calentamiento en la barra hasta los seis meses —comentó Gabriella orgullosa de sí misma.
—Algunas mujeres durante la gestación reciben clase de ballet o yoga, así que con ciertos cuidados puede ser recomendable —añadió Bruno.
Cate permaneció en silencio, su cuerpo le diría hasta donde llegar y si después del parto podría regresar al ballet profesional. Al término de la consulta Bruno les extendió las indicaciones médicas y las recetas para los medicamentos.
—La enfermera María las llevará al laboratorio para hacer los análisis. Agendaré una nueva cita, conmigo o tal vez con el doctor Petrucci si ya se ha incorporado.
Cate asintió. De nuevo le faltaban las palabras.
—Muchas gracias, doctor Stolfi. Fue un placer conocerlo —le dijo Gabriella estrechándole la mano.
—El placer es mío, señora…
—Gabriella —añadió ella misma—, llámeme Gabriella.
Cate miró por un momento a Bruno, él ni siquiera le extendió la mano, estaba tan abrumado como ella tal vez.
—Muchas gracias —murmuró ella antes de darse la vuelta.
Bruno cayó en el asiento cuando la puerta se cerró y volvió a quedarse a solas. Un fuerte suspiro escapó de su garganta. Estaba acostumbrado a pasar por momentos difíciles, pero aquella consulta había sido demasiado fuerte para él. Cate, la mujer que le gustaba, en quien no había dejado de pensar desde el domingo, estaba embarazada de otro hombre…
Lo peor era que Catarina no fue capaz de decirle la verdad. Tuvo varias oportunidades para hacerlo, como cuando se sintió mal en su casa, y, sin embargo, había preferido ocultárselo. Incluso le había besado y… En ese momento pensó algo que en su turbación no había considerado antes: ¿le habría rechazado Cate por el embarazo? ¿Habría huido de él porque temía ser rechazada en sus reales condiciones?
No era una situación habitual ni siquiera ideal, pero el jamás la hubiese abandonado de conocer que estaba embarazada. ¿Lo sabría ella? Tenía miedo de decírselo, pues no quería rebajarse nuevamente y ser rechazado por segunda ocasión. Quizás lo mejor sería aguardar a que Cate hablara con él. Se merecía unas palabras, una explicación, a fin de cuentas, ella no había sido sincera con él… Su cabeza era un hervidero, pero antes de que pudiera encontrar una respuesta, la puerta de su consulta volvió a abrirse. Era la enfermera María que, luego de llevar a Cate al laboratorio, le anunciaba que había llegado la paciente de las diez y media. Bruno volvió a suspirar: la mañana sería larga.
Cate no dijo nada de camino a la casa. Al llegar subió a su habitación y se acostó en la cama. Los recuerdos de la consulta venían a su mente una y otra vez, y se sentía abrumada por lo que había sucedido. ¿Quién hubiese creído que Bruno sería el médico que la atendiese? ¿Qué pensaría él respecto a su embarazo luego de habérselo ocultado? Sin poder evitarlo, se echó a llorar…
Gabriella, quien iba a avisarle para que bajara a almorzar, se quedó asombrada con la vio con los ojos llenos de lágrimas y corrió a consolarla, sin si quiera imaginar qué podría estar sucediendo.
—¿Por qué estás llorando? —le preguntó mientras le acariciaba la cabeza.
—Son las hormonas.
—Puede ser, pero intuyo que hay algo más.
Cate se separó de su madre y se enjugó las lágrimas. No sabía cómo comenzar, pero su madre le allanó el camino de forma inesperada.
—¿Sucede algo entre el doctor Stolfi y tú?
Ella quedó sorprendida, pero asintió.
—Apenas nos conocemos, pero…
—Cuéntamelo con calma —le pidió Gaby mientras se acomodaba en una silla frente a ella.
Cate hizo un esfuerzo, se aclaró la garganta y le contó todo: el encuentro en el café en Milán; la casualidad de topárselo al día siguiente en la estación de tren; el hecho de que Bella fuera amiga de Pablo; las conversaciones y momentos que compartieron juntos en Varenna…
—Él estaba interesado en mí, pero yo lo rechacé —concluyó.
—Y por lo visto, él ignoraba que estabas embarazada.
—Así es, ¡fue muy vergonzoso para mí estar en esa camilla durante el ultrasonido!
Gabriella la comprendió, le dio un beso en la cabeza y volvió a su puesto.
—Debe haber sido incómodo, cariño, pero se ve que Bruno es muy profesional. Manejó el asunto de la mejor manera posible.
—Estaba frío, distante…
—Le correspondía, como médico, comportarse así. Tiene muchas responsabilidades sobre sus hombros y para él tampoco debe haber sido fácil. Dale algo de tiempo para que se acostumbre al asunto. Si es un hombre que vale la pena, como me parece, no se espantará por algo como un hijo.
—Lo dices como si tuviésemos una posibilidad…
—Eso dependerá de los dos —respondió—. Sé que comenzar una relación con una mujer embarazada de otro es difícil, pero tampoco significa que no puedan ser felices juntos. El tiempo lo dirá, pero no puedes cerrarte al amor solo porque tuviste una amarga experiencia con Rudolph y estés embarazada.
—Hace muy poco que nos conocemos… —objetó Cate.
—Lo sé, por eso te he dicho que necesitan tiempo, pero creo que entre ustedes está sucediendo algo muy bonito, de lo contrario no estarías así…
—Puede ser —admitió.
—Pero lo que sea que suceda necesita tiempo para madurar; aún está en ciernes…
—Eres demasiado optimista, mamá —replicó Cate con una sonrisa triste—, tal vez esto murió antes de si quiera empezar.
Su madre le dio otro beso en la cabeza.
—No te atormentes, y confía… Ahora hablemos de los más importante —añadió mientras tomaba de encima de la mesita de noche la ecografía—. Necesitamos ir comprando las cosas para este bebé, ¿no te parece?
—Sí, es verdad —dijo Cate con una sonrisa.
—¡Decidido! Mañana nos vamos de compras a Milán.
—¿De nuevo a Milán?
—Por supuesto, es donde están las mejores tiendas, y, además, si tengo contratado al chofer es para darle trabajo.
Cate se echó a reír. Su madre le animaba mucho, y su cariño le hacía mucha falta. Se alegraba que estuviera junto a ella en aquellos momentos.
El viernes en la mañana, Gabriella y Catarina se marcharon de compras, tal y como habían acordado. Primero se dirigieron a la tienda Bimbo Milano, donde Gabriella se encaprichó en comprar los muebles de la habitación infantil. Lo cierto es que eran preciosos: una cuna, un moisés, un armario, cómoda, cambiador, sillita para comer… Escogieron todo en color blanco, decorados con osos dibujados de color marrón, ya que no conocían todavía el sexo.
—¿No crees que es demasiado pronto? —le dijo Cate al ver que su madre no dudaba en sacar su tarjeta de crédito.
—¡Claro que no! —respondió—. Es bueno tener todo listo con tiempo. En pocos días regreso a Londres y quiero sentirme tranquila con parte del trabajo adelantado. ¿No te gustan? —añadió preocupada.
—Me encantan, son hermosos…
—Pues entonces los compraremos. ¿Tienen entrega a domicilio? —preguntó a la empleada.
La chica le aseguró que sí, que ese fin de semana se lo enviarían todo libre de costo a Varenna. Gabriela estaba convencida, por lo que pagó en el acto.
Luego se dirigieron a la vía della Commenda, donde se encontraba una conocida tienda de ropa infantil, nombrada L´oca Rosa. Cate quedó maravillada con la ropita de bebé y de niño que allí se encontraba. Tenían muy buen gusto, y algunas de las piezas eran muy clásicas, tradicionales y elegantes. Se quedó absorta mirando un trajecito de bailarina para una niña de tres o cuatro años, y sintió que su corazón se encogía al pensar que tal vez su bebé fuera una niña.
—Quién sabe y tengamos a otra bailarina en la familia —susurró su madre a sus espaldas.
Cate sonrió, no podía tener certeza de ello, pero incluso si fuese un niño tal vez heredase las aptitudes y el amor por la danza. Su madre se apartó un poco para ver algo de ropa de bebé que se hallaba del otro lado de la tienda. Cate se quedó admirando el vestido de bailarina por un tiempo más.
—¿Catarina?
Una voz a su lado la hizo voltearse hasta encontrarse con una mujer embarazada que llevaba un pequeño traje marinero en las manos.
—¿Chiara? —Era la mayor de los Stolfi.
—¿Qué tal estás? —continuó la mujer amable—. Me alegro verte, aunque no has vuelto a casa, Bella me dice que está muy entusiasmada con tus ensayos.
—Mañana los espero en la casa para continuar. Espero que tengan éxito en la audición.
—Yo también —repuso Chiara—. He venido a la ciudad para una consulta y en lo que espero por mi esposo a que termine una clase, he pensado en comprar algo más para mi pequeño. ¿Estás buscando algo para una amiga?
Cate se ruborizó. Al parecer, Bruno no había hablado de su embarazo aún.
—Estoy embarazada de unas pocas semanas —confesó con voz queda.
La expresión de sorpresa en el rostro de Chiara fue genuina, pero no dudó en felicitarla.
—¡Enhorabuena! —exclamó, aunque no dejaba de estar sorprendida—. No sabía nada. ¿Mis hermanos están al tanto? —intuía que Bruno estaba interesado en ella, pero de estar embarazada tal vez las cosas fueran más difíciles para ellos.
—No se lo había dicho a nadie —admitió—. Ayer casualmente tuve una consulta y resultó ser con tu hermano. Creo que lo tomó desprevenido.
—Comprendo —respondió Chiara pensativa—. Bruno no ha comentado nada con nosotros. Ya sabes que la labor del médico es como un sacerdocio y hay ciertas cosas que no se le mencionan ni a la familia.
—Es cierto, pero temo que… —no sabía cómo decirlo—, temo que no lo haya tomado bien. La consulta fue algo incómoda para los dos.
—¿Eres madre soltera? —quiso precisar Chiara.
—Sí, llevaré adelante mi embarazo yo sola, con el apoyo de mi madre.
Chiara le tomó una mano con cariño.
—Tal vez Bruno y tú deban conversar un poco sobre esto lejos de la consulta —sugirió—. ¿Quién sabe lo que pueda suceder? Es demasiado pronto para imaginarlo, pero puedo asegurarte que Bruno tiene un gran corazón.
Cate se quedó emocionada con aquellas palabras, pero no pudo responder ya que su madre se acercó a ellas con una cesta llena de ropa de recién nacido de colores neutros.
—Ella es mi madre Gabriella —la presentó—. Mamá, ella es Chiara, la hermana mayor de Isabella y Bruno.
—¡Hola! —saludó Gabriella—. Es un gusto conocerte. No sabía que estabas embarazada. ¡Mis felicitaciones!
—Muchas gracias, es un niño que pronto estará con nosotros. También felicitaba a Cate por la buena nueva. Puedes contar conmigo para lo que necesites. Estamos tan cerca, que podemos echarnos una mano la una a la otra.
—Gracias por todo, Chiara —contestó Cate.
—¡Ánimo! —le dijo la mujer con una sonrisa antes de despedirse—. ¡Hasta pronto!
—¿Qué te ha dicho? —le preguntó su madre luego de que Chiara se marchara.
—Que Bruno y yo debemos conversar.
—Pienso que es un gran consejo.
—Lo sé —reconoció—, pero tal vez él no quiera hablar conmigo.
Gabriella negó con la cabeza, pero decidió no continuar con aquel asunto, y entre las dos se dispusieron a comprar la ropita de bebé que más les gustó.
Al llegar a casa, Cate se recostó en su cama. Estaba agotada luego de un largo día de compras, pero una idea rondaba en su cabeza. ¿Y si daba el primer paso? ¿Y si le escribía? Moría de miedo, pero tomó la tarjeta que guardaba en el cajón de su mesa de noche.
“Hola, Bruno. Lo siento. Debí habértelo dicho, pero no sabía cómo hacerlo. Cate”.
El corazón le latía agitado en su pecho, pero no obtuvo respuesta ni esa noche ni al día siguiente en la mañana.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top