Capítulo 3

La casa era tal como la recordaba. Un hermoso invernadero le dio la bienvenida. Desde el exterior podía observar a su prima Valeria realizar un arreglo floral. Valeria tenía casi diez años más que ella, pues su tía se había casado muy joven con un pescador de la zona con quien había tenido a su única hija. Valeria, a su vez, también había sido madre soltera a muy temprana edad: su hijo Pablo —a quien no veía desde que era un niño—, debía ser todo un joven ya.

La familia poseía desde hacía años una pequeña tienda de flores, plantas, cactus y otros arbustos. También vendían implementos para jardinería. Su tía Gina era muy aficionada a las plantas, así que había llevado adelante el negocio por muchos años. Luego su hija Valeria lo había continuado y allí estaba: tan bonito y alegre como lo recordaba de su último viaje hacía diez años.

Valeria se encontraba sola por el momento, así que Cate aprovechó la oportunidad para entrar. Un sonajero en la puerta rompió el silencio, y la dueña de la tienda se volteó para ver quién habría llegado. Se quedó por unos instantes desconcertada hasta que por fin habló:

—¿Catarina?

La aludida asintió con una sonrisa.

Valeria se quitó el delantal de lunares que llevaba, rodeó la mesa de trabajo repleta de cintas y gardenias, y le dio un fuerte abrazo. Hacía mucho tiempo que no se veían, pero siempre había sido muy cariñosa con ella.

—¡Qué alegría verte! ¿Qué estás haciendo aquí?

—He decidido pasar un tiempo en Varenna. ¿Cómo están ustedes? ¡También me alegra mucho verte, prima!

El rostro de Valeria se ensombreció.

—Creo que no sabes que papá murió hace un mes —le confesó.

Cate quedó sorprendida, no se lo esperaba. Giorgio Castello siempre fue un hombre de buena salud. Tan fuerte como un roble, pero bondadoso como pocos. No lo trató tanto como hubiese querido —su madre apenas le dirigía la palabra—, pero era una gran persona.

—¡Lo siento mucho! ¿Por qué no me dijiste nada? —No hablaban con frecuencia, pero al menos cada cierto tiempo intercambiaban mensajes.

Valeria no sabía cómo decírselo, pero finalmente optó por hablar con la verdad.

—Mamá no quería que tía Gaby lo supiera, así que me hizo prometerle que no lo diría. Sé que es una tontería —añadió avergonzada—, pero estaba tan triste que no quise darle un disgusto.

—Lo comprendo —respondió Cate apenada—, lo que jamás entenderé es la desavenencia que existe entre ellas. ¡Son hermanas! ¡Deberían estar unidas!

—Yo también lo creo, pero son cosas del pasado y mamá es muy celosa de sus cosas.

—¿Qué le sucedió a Giorgio? ¡Estaba tan bien en las últimas fotografías que me enviaste!

—Eso creíamos todos, pero le dio un infarto y no resistió —le contó con lágrimas en los ojos.

Cate le dio otro abrazo, y se quedaron así por unos segundos. Era bueno estar en casa, era bueno sentir de nuevo el calor familiar después de tanto tiempo. Hacía diez años que no se veían, pero ella se sentía feliz de estar allí.

—Vayamos a casa —dijo Valeria después—, le pediré a Pablo que se encargue de tu equipaje. ¡Ya verás lo alto que está!

—¿Cómo le va en la compañía? —preguntó Cate mientras avanzaban por el camino de tierra rodeado de rosas amarillas.

Su sobrino había resultado ser un magnífico bailarín. Todavía era muy joven y estaba en formación, pero tenía un futuro prometedor.

—Está muy feliz, aunque es muy agotador. Sabes cómo es. Se exige mucho, pero ha progresado en los últimos años. Le encantará verte, así podrán hablar un poco sobre ballet. Entre bailarines se entienden mejor —añadió con una sonrisa.

El salón principal de la casa de los Castello estaba concebido de manera rústica: piso de madera pulida con alfombras y paredes de piedra, la daban un aspecto de cabaña sofisticada, pues en su interior el mobiliario y las comodidades eran propias de una buena casa familiar.

—Mamá, mira quién ha aparecido —anunció Valeria.

La aludida levantó la vista de la pieza que cosía sobre sus piernas. Gina era una mujer delgada y alta, muy parecida a su hermana mayor Gabriela.

—¿Catarina?

La sobrina se acercó y le dio un abrazo. La mujer se levantó para poder observarla adecuadamente. Estaba muy feliz por verla.

—¡Mi Catarina! ¡Cuánto tiempo sin verte, Dios mío! ¿Qué haces aquí?

—También me alegra verla, tía Gina. Pienso tomar unas vacaciones y quedarme por algún tiempo en Varenna.

Gina era inteligente, así que comprendió que algo le sucedía a su sobrina, aunque no quiso hacer preguntas indiscretas.

—Valeria me dijo lo de tío Giorgio, ¡lo siento mucho, tía!

A la mujer se le humedecieron los ojos al recordar a su marido; tenía la garganta apretada, así que tan solo asintió y le dio un beso en la frente a Cate. La charla se interrumpió cuando un joven alto, de pelo dorado, y cuerpo bien tonificado hizo entrada. Estaba bastante sudado, así que no se acercó mucho a saludar, pues acababa de regresar del gimnasio.

—Pablo, ella es Catarina, nuestra prima —le dijo su madre.

El chico se quedó de piedra. La había reconocido no más entrar, pero no podía creerlo. Su prima americana, el ídolo de su generación, estaba de regreso a casa.

—Hola, Pablo —saludó Cate riendo—. Ya veo que no eres ya aquel niño travieso que conocí hace unos años.

El chico se agitó el cabello con una mano y sonrió.

—Qué bueno verte, prima. Eres bienvenida.

—Por favor, hijo, ocúpate de entrar el equipaje de Cate que se quedó en el jardín.

El muchacho asintió y volvió a dejar a las mujeres a solas. Tomaron asiento y se dispusieron a conversar un poco. Fue Gina quien comenzó a hablar.

—Cariño, me alegra mucho verte después de tanto tiempo, aunque es una sorpresa. No voy a negarte que me extraña que estés aquí de improviso.

Cate bajó la cabeza, sabía que a la familia no podía ocultarle la verdad.

—Estaré un buen tiempo sin poder bailar y he preferido regresar a Italia. Casi nadie conoce mi real paradero.

—¿Lo sabe tía Gaby? —indagó Valeria—. No quisiera que se disgustara con nosotros.

—Pienso que no lo sabe aún. Mamá está en Londres en un contrato con el Royal Ballet, dando clases y tomando ensayos. Cuando decidí irme de Nueva York no sabía lo que me estaba sucediendo.

—¿Y qué te sucede? Me estás asustando, Cate —le dijo Gina con preocupación.

La aludida miró a su tía y a su prima indecisa, pero más temprano que tarde la verdad se sabría.

—Estoy embarazada —confesó.

Ambas mujeres se sorprendieron mucho, pero no dijeron nada más pues en ese momento volvió a entrar Pablo con el equipaje.

—¿Lo subo a la habitación de invitados? —preguntó dudoso.

—Me gustaría quedarme en la casa de mamá —respondió Cate.

—Es mejor que al menos esta noche la pases aquí —repuso su tía—. La casa de tu madre la atienden los señores Ferriol, pero es probable que haya que limpiar un poco y acondicionar la habitación. Esta misma tarde hablaré con ellos para que mañana puedas mudarte, pero me encantaría que pasaras esta noche con nosotros.

Cate asintió, lo que le decía tenía lógica.

—Bien, subiré las maletas entonces y me daré una ducha —comentó Pablo antes de desaparecer.

Cuando volvieron a estar a solas, el asunto del embarazo estaba todavía en el aire, pero fue Valeria en esta ocasión quien se animó a tratar el asunto.

—¿Rudolph lo sabe?

La bailarina negó con la cabeza.

—Estamos separados y tengo mis motivos para no decírselo —contestó enigmática—. No le digan tampoco a Pablo, por favor. He intentado llevar el asunto del embarazo con absoluta discreción.

—Pero deberías decírselo a Gabriela —le aconsejó Gina—. La conozco y se sentirá ofendida si no se lo cuentas y descubre que estás con nosotras. Puede sentirse desplazada, y aunque tenga mis diferencias con ella, es tu madre, y te adora.

Cate sabía que tenía razón, pero no sabía cómo decirle a su madre la verdad. ¿Cómo lo tomaría?

—Esta noche hablaré con ella. Lo prometo.

—Muy bien, entonces te acompañaré a tu habitación —se brindó Valeria—, para que descanses un poco antes del almuerzo.

—Dentro de poco estará listo —aseguró Gina—, y yo llamaré ahora mismo a los Ferriol. Como apoderados de tu madre, son quienes pueden ayudarte con la casa. Ya sabes que a mí jamás ha querido darme una llave ni siquiera por una emergencia.

—Ya sabes cómo es mamá —reconoció Cate antes de subir—, y aunque no lo reconozca, te quiere.

—Y yo a ella —confesó Gina con una sonrisa—, pero no se lo digas.

Cate subió a la habitación de invitados, era acogedora, pequeña y sencilla. No desempacó mucho pues se trataría de una única noche, así que siguió el consejo de Valeria y se recostó un poco. El recibimiento que le habían dado había sido muy grato y agradecía las muestras de cariño de todos ellos.

El teléfono vibró en su pantalón: era un número que no conocía, pero al leer el mensaje comprendió de quién se trataba.

"Hola, Cate, soy Isabella. Este es mi número. No sé si sabes que mañana es la fiesta de San Giovanni, las actividades en el lago al anochecer son muy bonitas. Nos gustaría que fueras con nosotros. ¿Qué dices? Un beso".

Cate recordaba las celebraciones por San Giovanni, pero había olvidado que el domingo era 23 de junio. Suspiró. No sabía qué responder: por una parte, porque no quería toparse con Bruno otra vez —no sabía por qué, pero se sentía nerviosa en su presencia—; por la otra, porque pensaba que quizás debía ir al lago con su familia y no con los Stolfi a quienes apenas conocía.

—Hola, prima. —La voz de Pablo la hizo despertar de sus pensamientos.

El joven, ya bañado, se hallaba en el umbral de la puerta con una sonrisa. Cate se incorporó y con un ademán le indicó que entrase.

—Me han dicho que eres la nueva promesa de la familia en el ballet —comentó ella con amabilidad.

El chico rio mientras se sentaba a su lado.

—Me falta mucho para llegar a dónde estás, prima.

—Yo también tuve tu edad —respondió— y el futuro se forja en el hoy. Me gustaría ver videos tuyos.

—¡Me encantaría! Voy a buscar algunos y te muestro. Estoy empezando, pero ya he hecho algunos solos y variaciones. Por cierto, me gustaría pedirte algo...

—¡Claro! Lo que quieras.

—Tengo una amiga con la que quedé esta tarde. Ella te admira, pero yo nunca le comenté que eras mi prima porque en realidad apenas nos conocemos —añadió avergonzado.

—Tranquilo —le dijo ella dándole una palmadita en su hombro—. Tienes razón, apenas nos conocemos y la mayor parte de la culpa es mía por no haber regresado antes. ¿Qué quieres pedirme?

Pablo se rascó la cabeza, indeciso, pero Cate le insistió en que le hablara con franqueza.

—Me preguntaba si pudieras ir conmigo esta tarde para conocerla y darle la sorpresa. Ya sé que debes estar cansada, pero su casa es muy cerca de aquí y serían solo unos minutos...

—Te gusta esta chica, ¿verdad?

Pablo sonrió y asintió con la cabeza.

—Es mi mejor amiga, pero algo hay de parte y parte. ¿Me vas a ayudar? —suplicó.

—Solo si tu amiga promete no decir nada sobre mí. He venido de incógnito, Pablo y no me gustaría que se supiera.

—¡Te aseguro que no dirá nada! Ella es muy buena y entenderá. ¡Gracias, prima! Eres la mejor —dijo dándole un beso en la mejilla.

Cate se rio un poco al ver su reacción.

—¡Ah! Ya lo olvidaba... —reconoció el chico—. Mi madre me ha pedido que te diga que ya podemos bajar a comer.

—¡Qué bien! ¡Muero de hambre! —respondió poniéndose de pie.

Con el embarazo sentía que su apetito iba en aumento. ¿A dónde iría a parar ella que tanto cuidaba su silueta?

En la tarde, luego de descansar un poco, Pablo volvió por ella para ir a casa de su amiga. En realidad, era bastante cerca, y Cate aceptó para dar un paseo y recorrer un poco por la zona. A un par de calles de distancia, se toparon con una bonita casa de fachada blanca, tejas y un jardín delantero.

—Es aquí —anunció Pablo.

Cate le siguió hasta la vivienda, tocaron a la puerta y un hombre de mediana edad, algo calvo y con gafas les abrió la puerta.

—¡Pablo! ¿Qué tal estás? Por favor, pasen adelante.

El chico le dio la mano y presentó a Cate.

—Ella es mi prima Catarina. Cate, él es Luca.

La bailarina saludó.

—Están todos arriba en la habitación del bebé —explicó Luca—, no tengan pena y suban.

Cate se estremeció cuando escuchó la palabra "bebé". Le daba mucho temor ser madre, enfrentar tanta responsabilidad sola así que la mención de un niño le recordaba lo que estaba viviendo.

—Yo puedo esperar a aquí —le susurró a su sobrino.

—¡Tonterías! —replicó Luca quien le escuchó perfectamente—. Suban con confianza, así saludan a mi esposa. Está muy entusiasmada con la decoración de la habitación del pequeño.

Cate no se atrevió a rehusarse, así que acompañó a Pablo escaleras arriba. Al parecer, su primo sabía perfectamente a dónde dirigirse, es probable que visitara aquella casa con bastante frecuencia. Tomaron por un pasillo y se detuvieron frente a una puerta abierta.

Cate se quedó tras Pablo, pero escuchó cuando el chico saludó y anunció que había llegado con su prima. A la aludida no le quedó más remedio que pasar al frente y se quedó muy sorprendida cuando descubrió de qué familia se trataba.

En el medio de la habitación, se hallaba Bruno, sin camisa, armando una cuna. Al parecer, el trabajo estaba próximo a concluir. A su lado estaba Isabella, que tenía un plegable en las manos que indicaba cómo armarla y al costado, reposando en una butaca, una mujer embarazada de unos cuantos meses que supervisaba el trabajo.

Bruno se quedó asombrado cuando vio a Cate: de inmediato se levantó y se colocó la camiseta que tenía colgando de uno de los pilares de la cuna. Estaba empapado en sudor, pero consideró que era lo correcto. Ella le echó una ojeada rápida, un tanto ruborizada. Tenía buena figura el doctor, pero apartó la vista de inmediato.

—¡Cate! —exclamó Isabella cuando la vio.

—¿Se conocen? —Pablo no entendía nada.

La chica le dio un beso a su amigo y otro a Cate y le explicó que se habían conocido esa misma mañana en el tren, de camino a Varenna.

—¡Qué casualidad! ¡Sí que el mundo es pequeño! Yo que creía que te sorprendería presentándote a mi prima.

—¿Cómo no me habías dicho antes que ella era tu prima? —le dijo Bella con reproche.

—Es que no la veía desde que era muy niño y no éramos tan cercanos.

Cate se acercó para saludar a Chiara que se levantó del butacón para recibirla apropiadamente. Bruno también se aproximó y presentó a su hermana.

—Es un gusto conocerte, Cate. Desde que mis hermanos llegaron no hacen otra cosa que hablar de ti. Tenía muchos deseos de conocerte.

—Muchas gracias, también me alegra conocerte. Felicidades por el bebé.

—Gracias —dijo la embarazada orgullosa—, es un niño.

Cate lo había supuesto por la decoración: las paredes pintadas de un hermoso color celeste, el mobiliario blanco con detalles en azul, y los cuadros que colgaban de las paredes.

—Mi hermana me pidió que armara la cuna del pequeño Luca. —En esta ocasión fue Bruno quien habló—. Reconozco que ha sido más difícil de lo que suponía, pero ya lo más complicado está hecho.

Sus miradas se encontraron, Cate no sabía por qué se sentía tan sobrecogida. Aquella imagen de Bruno armando la cuna le había llegado al corazón.

—Has hecho un buen trabajo —se limitó a decir.

Pablo e Isabella se unieron al grupo, la muchacha le había anunciado a su mejor amigo que tenían que ponerse de acuerdo esa misma tarde respecto al papel por el cual iban a audicionar.

—Será un placer para mí tomarles los ensayos —repitió Cate—. Si mal no recuerdo la casa de mi madre tiene un bonito salón de baile con tabloncillo para poder practicar. Mañana cuando me mude le echaré un vistazo para precisar las condiciones.

—Debe estar en buen estado —respondió Pablo—. Los señores Ferriol se encargan del mantenimiento de todo, como si la tía Gaby estuviera a punto de regresar de un momento a otro.

—Excelente entonces —dijo Cate con una sonrisa—. Ahora, si me disculpan, quisiera regresar a casa a descansar un poco. Ha sido una agradable sorpresa saber que es Isabella la querida amiga de mi primo.

—Yo te acompaño de regreso, Cate —se brindó Pablo.

La aludida negó con la cabeza.

—Isabella y tú tienen planes y no quiero entorpecerlos; además, es bueno que se pongan de acuerdo para los ensayos.

Pablo iba a protestar, cuando la voz de Bruno fue la que se escuchó:

—No se preocupen, yo la acompañaré de regreso.

Cate no se lo esperaba, quiso rehusarse una vez más pero tuvo temor sonar descortés, así que se quedó callada y solamente asintió.

—¿Recibiste mi mensaje? —le preguntó Isabella—. ¿Irás con nosotros al lago para la celebración de San Giovanni?

—No estoy segura; tal vez deba ir con mi tía y prima.

—Ellas no irán —contestó Pablo—. Luego de la muerte del abuelo no están para fiestas, pero me han insistido en que yo no deje de participar. Así que si te parece, prima, vas conmigo y nos unimos a Bella y a su familia.

Una vez más, el destino continuaba uniéndola a los Solfi. No tenía como negarse, por lo que volvió a mostrarse conforme con el plan. Isabella estaba feliz, y Bruno la observaba en silencio. No sabía qué estaría pensando, pero tampoco le importaba.

El grupo se dividió: Bella y Pablo salieron a dar un paseo y a tomar un café; Chiara se despidió de su hermano y de Cate, pues iría a recostarse un poco. Antes de hacerlo, fue muy afectuosa con la bailarina:

—Espero que muy pronto nos vuelvas a hacer la vista —le dijo con cariño—; esta es tu casa y las puertas siempre estarán abiertas para ti. Te agradezco de corazón el apoyo que estás siendo para mi niña Isabella. ¡Ella ama tanto bailar!

—Muchas gracias, me alegra poder se útil. Ha sido un placer conocerte.

Luego ella y Bruno bajaron las escaleras en silencio. No había rastro alguno de Luca, Bruno pensó que era probable que se encontrara en la biblioteca leyendo, así que no quiso interrumpirlo.

Volvía a estar a solas con Cate, y no sabía muy bien qué decirle. Salieron al jardín y él se propuso romper el silencio que se interponía entre los dos.

—¡Qué pequeño es el mundo! Quién hubiese imaginado que Pablo era tu primo.

—Ni que Isabella era la mejor amiga de la que tanto me hablaba —continuó ella.

—Son muy cercanos, a veces me pregunto si existe algo más entre ellos que simple amistad.

—Tal vez en un futuro; Pablo es un buen muchacho.

—Lo sé, pero no quisiera que Isabella sufriera si algo no sale bien. Es muy joven todavía —reflexionó Bruno.

—El amor no siempre es sufrir, Bruno; enamorarse es inevitable. Lo mejor que puedes hacer por Bella es apoyarla si llegara a suceder.

Él la miró un instante a los ojos. Era muy hermosa y aquel había sido un buen consejo. Habían tomado por una calle con varios comercios. Él sabía que la casa de Pablo estaba cerca —había ido alguna que otra vez—, pero no quería separarse de Cate tan rápido.

—¿Quieres tomar un café? —se atrevió a decirle.

Cate se quedó desconcertada; no sabía qué responderle, pero luego de lo sucedido en el restaurante no quería ser hiriente, por lo que aceptó, incluso sin saber muy bien lo que hacía.

—Está bien.

Cruzaron la calle hacia un jardín muy bonito, con varias mesas de hierro, rodeadas de setos y arbustos, lo cual les brindaba cierta privacidad. Varias pérgolas daban la sombra y el frescor suficiente para hacer de aquel lugar un sitio agradable.

Cate miró la carta por un instante, pero un delicioso olor a bizcocho le hizo agua la boca.

—¿Qué es? —le preguntó a la chica que fue a tomarles la orden.

—Es la especialidad de la casa: nuestro panettone.

—¿Quieres? —le preguntó Bruno riendo al ver la expresión anhelante de Cate.

Ella asintió ruborizada. Tenía un antojo, así que pidió un trozo de panettone con una limonada. No se lo dijo a Bruno, pero el café le revolvía el estómago. Por fortuna, su compañero optó también por una limonada. Todavía estaba un poco sudado luego de armar la cuna; sabía que no estaba en las mejores condiciones para charlar con una mujer tan elegante como ella, pero no quería dejar pasar la oportunidad.

—Eres muy unido a Isabella —comentó la joven para iniciar la conversación.

—Así es. Chiara y yo nos hemos hecho cargo de su educación desde hace diez años.

—¿Qué sucedió? —preguntó con temor. No sabía si eran tan cercanos como para hacer esas preguntas, pero sentía necesidad de saber.

—Mamá enfermó de cáncer de ovario cuando Bella era muy niña.

—¡Lo siento! —exclamó ella apenada. Podía imaginar el desenlace.

—Hicimos todo lo posible, pero luego de un par de años murió. Papá la había abandonado en los momentos más duros, por irse con otra mujer, dejándonos a Bella a cargo de nosotros.

—Qué terrible... —murmuró.

Él se encogió de hombros. No le gustaba hablar de su padre, pero inexplicablemente sentía la confianza suficiente en ella para abrirle su corazón.

—Tenemos poco contacto con él; cuando mamá murió quiso llevarse a Bella a vivir con él. Lo logró por unos meses pues legalmente la guarda le correspondía a él como padre, aunque hubiese estado ausente en los últimos dos años. Chiara es la mayor de nosotros así que interpuso un recurso para ser la tutora de Isabella. El tribunal escuchó el criterio de nuestra hermana, y fue así que le otorgó la tutela a ella, en vez de a nuestro padre. Él jamás nos lo perdonó, pero no me importa. Bella estaba mejor con nosotros, ya que la nueva mujer de nuestro padre la trataba muy mal.

—Qué pena siento al escuchar algo así... Isabella es tan linda y tan buena, que cuesta imaginar que haya pasado por momentos tan duros.

—Así es —respondió Bruno volviendo a mirar sus ojos—, pero puedo asegurarte que cuando regresó con nosotros fue muy feliz. Somos muy unidos los tres y nos queremos mucho. Cuando Bella cumplió los dieciocho años fue que Chiara se decidió a casarse con Luca y a formar una familia.

—Es una relación muy hermosa la de ustedes, me ha conmovido —le expresó con sinceridad—. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía doce años. Para mí fue una conmoción muy grande, pues cambió mi vida por completo. Mamá me llevó a Nueva York, y aunque es un lugar maravilloso, siempre me he sentido como una extraña. No pertenezco a allí.

—¿Es por eso que has vuelto?

—En parte —reconoció—. Necesitaba esconderme en algún sitio y fue este el primero que me vino a la cabeza. No pudo haber sido otro. Italia lleva mucho tiempo en mi corazón.

La chica regresó con una bandeja: las dos limonadas y el trozo de panettone para Cate.

—¡Está delicioso! —exclamó ella con el primer bocado.

Bruno se rio.

—Pocas veces te das estos gustos, ¿verdad?

Ella asintió.

—Vigilo mucho mi ingesta de calorías diarias. Todavía lo hago, pero estoy siendo menos rígida con ello. Ahora que estaré un tiempo sin bailar... —No continuó la frase, no quería seguir por ese camino.

—Cuando descubrí quién eras en realidad, te busqué en Internet —comentó Bruno un poco apenado por el interés en ella que estaba demostrando.

Cate sonrió con la confesión.

—¿Y qué tal? —le instó a continuar.

La sonrisa de Bruno se hizo más amplia.

—Eres muy talentosa, Cate, pero eso ya lo sabes...

Ella se ruborizó. Elogios recibía muchos, pero escucharlos de él se sentía como algo distinto.

—Reconozco que por Bella ya había visto algunos de tus videos —prosiguió—, pero no te había reconocido.

—¿Qué fue lo que más te gustó de lo que viste?

Él se quedó pensativo, intentando escoger alguno de sus momentos favoritos.

—Vi todo tu segundo acto de Giselle, en una presentación que tuviste en la Opera de París. No soy un especialista en el asunto, no soy bailarín ni crítico de arte, pero quedé maravillado con la interpretación. Solo me había sentido así con videos de Carla Fracci o de Alicia Alonso.

—Ellas son maravillosas, no existe comparación...

Él negó con la cabeza.

—Me emocionaste mucho: eras la viva encarnación del romanticismo: etérea, inasible... No sé cómo lograste esa encarnación de willi, que tiene tanto de espectro como de mujer. La salida de la tumba fue virtuosa; el adagio fue conmovedor; la rapidez de tus entrechat quatres fue fabuloso, pero cuando llegó el amanecer y regresaste a tu tumba, experimenté la misma desesperación de Albrecht.

Cate se quedó muy sorprendida cuando le escuchó. Aquellas palabras habían sido hermosas, pero sobre todo había captado la esencia de la obra, incluso sin ser un experto.

—Gracias. Es precioso eso que has dicho... —admitió ella con voz entrecortada.

Él la miró a los ojos. La admiraba y se sentía muy atraído, aunque no quisiera reconocerlo.

—Solo te he dicho la verdad, Cate. He vistos muchos otros videos: tu Lago es maravilloso, pero creo que mi favorito es Giselle.

—El amor después de la muerte lo hace hermoso y desgarrador —comentó ella.

Bruno se quedó pensando en aquella frase: "el amor después de la muerte". Albrecht y Giselle se amaban todavía, pese a que ella ya no existiera físicamente. Su espíritu continuaba amándolo, a pesar de todo. Bruno recordó a su esposa, y sintió un escalofrío. La había llorado por mucho tiempo...

Cate observó que él se había quedado abstraído... Ella comprendió en qué debía estar pensando, casi como si le leyera la mente, y sintió pena porque sus palabras lo hubiesen llevado a revivir momentos dolorosos.

—Lo siento mucho. —Tomó por un instante su mano por encima de la mesa—. Fue un comentario desatinado. No era mi intención...

Bruno le sonrió con tristeza:

—No hay problema, no has dicho nada inadecuado.

—También quisiera disculparme por lo sucedido ayer en el restaurante. Estaba a la defensiva... Tienes razón: no estoy acostumbrada a que un hombre sea tan gentil.

Él esperaba una disculpa, pero no aquellas palabras. Vio tristeza en sus ojos, y recordó las noticias que había leído sobre su separación del tal Rudolph.

—Pues no deberías conformarte con menos. La delicadeza y el buen trato es algo que toda mujer merece. No un día o dos, sino toda la vida, como si se tratara de la gracia o gentileza de un pas de deux.

Cate volvió a sonreír, pero seguía melancólica.

—Te sorprendería saber lo poco que se parece mi vida sentimental a un pas de deux. Una cosa es el ballet, el mundo de fantasía que vivo en el escenario, y algo bien distinto es mi vida real.

—Leí que te habías separado de tu partenaire en todos los sentidos... —se atrevió a decir.

Ella se tensó en el acto. Bruno lo advirtió enseguida, pero no se arrepintió del tema que tocó. Algo había sucedido con aquel hombre, no parecía una simple ruptura o la expresión del rostro de Cate no hubiese sido tan elocuente.

—Nos separamos hace tres meses, pero la noticia no salió hasta ayer. Al cerrar mi contrato con la compañía, se hizo público tanto en el área profesional como la sentimental, pero no quiero hablar de eso.

Su rostro era grave, y Bruno debió haberse detenido, pero no lo hizo.

—¿Fue por él por quién dejaste la compañía?

Cate se sorprendió muchísimo ante la osadía de la pregunta, pero no respondió.

—Cate, no quiero ser invasivo, solo me preocupa tu bienestar —le aseguró mirándola a los ojos—. Soy médico, nada más de verte sé que no tienes una lesión seria que justifique que te apartes del ballet por tanto tiempo. Creo más bien te estás recuperando de algo más serio, como las secuelas emocionales de una relación tóxica.

No era exactamente así, pero no podía negar que en casi todo tenía razón. Se iba de la compañía por Rudolph, pero también porque estaba embarazada. Sin embargo, le molestaba que Bruno hiciera conjeturas sobre su vida e incluso que se sintiera con derecho de hacerle preguntas al respecto. Se levantó de la mesa de inmediato para marcharse.

—Por favor, espera... —Bruno también se colocó de pie para intentar impedir su salida.

—Déjame en paz —masculló.

Bruno se quedó atónito cuando la vio salir a la calle y desaparecer. Pensó en seguirla, pero la chica del café se acercó para llevarle la cuenta y debía saldar la deuda. Creyó luego que era mejor no importunarla en esos momentos. Era evidente que Catarina se hallaba muy ofuscada, y en circunstancias como aquella era mejor darle su espacio.

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