Capítulo 13
Cate tuvo su teléfono apagado la mayor parte del tiempo. Solo lo encendió para llamar a su mamá y para ver si tenía noticias de Bruno. No quería molestarlo, porque el médico estaba de guardia, pero lo extrañaba demasiado. En la mañana él volvió a llevarle el desayuno a la cama, pero luego se marchó. Cate siguió durmiendo hasta la mitad de la mañana y después hizo sus ejercicios en el salón de baile.
Fue en la noche cuando más sintió la ausencia de Bruno. Era increíble que se hubiese acostumbrado tanto a él, a su cercanía, cariño y atención. A las diez de la noche encendió el teléfono y un hermoso mensaje inundó su corazón.
“Mi Cate, la guardia algo complicada, pero te echo mucho de menos. Ahora mismo quisiera estar abrazado a ti”.
Cate suspiró y le respondió. Ella no solía ser una persona tan afectuosa, pero Bruno la inspiraba a serlo.
“Nunca pensé que pudieras adentrarte tanto en mi corazón en apenas unos días. Que tengas una buena guardia, mi Bruno”.
Él no pudo evitar sonreír cuando recibió aquella respuesta. Guardó el teléfono en su bolsillo y continuó con su trabajo.
Al día siguiente, Cate tomó su rutina habitual. Desayunó y luego a mitad de la mañana realizó sus ejercicios de calentamiento en el salón de baile. Se sentía sola: echaba de menos a su madre, pero sobre todo había extrañado mucho a Bruno durante toda la noche. No había querido escribirle más, pues era probable que el doctor estuviera descansando luego de una jornada de trabajo.
Bruno, en cambio, no dudó ni un segundo en pasar por su casa, darse un baño y tomar bastante café. Había dormido un par de horas, pero ya estaba acostumbrado. Tomó su mochila con ropa y llamó un taxi para que le dejara en la estación de trenes. Prefería no conducir luego de una mala noche, era lo más responsable de su parte.
Al llegar a Varenna, tomó otro taxi hasta la casa de Catarina. Quería darle la sorpresa, pues ella no lo esperaba hasta el día siguiente. Cuando llegó, se encontró a Valeria en la puerta, quien le sonrió.
—Hola, Bruno. Cate está en el salón ensayando. He venido a traerle algunas provisiones, pero ya me marchaba.
—Hola, Valeria. Me alegra saludarte. Ella seguro no me espera hoy, pero he querido sorprenderla. ¿Puedo pasar?
—Sí, por supuesto —sonrió la prima moviéndose de la entrada—, pasa adelante. ¡Hasta pronto!
—¡Hasta pronto!
Bruno entró y cerró la puerta con cuidado. La música de Chopin le dio la bienvenida, era una suave cadencia de piano que le envolvió por completo. Se aproximó a la puerta del salón de ensayo y vio a Cate al centro improvisando algunos pasos, pero tan bien hilvanados que él juró se trataban de alguna coreografía desconocida. No lo pensó dos veces y se quitó los zapatos para no dañar el tabloncillo. Avanzó en medias hasta casi la mitad, cuando Cate se giró sobre sus puntas. Se sorprendió un poco al verlo, iba a hablar cuando él le tomó con ambas manos de la cintura. Cate se hallaba todavía en relevé, así que estiró su pierna izquierda hacia atrás en arabesque. Bruno, por instinto, la hizo girar sobre su punta en redondo. Cuando dieron una vuelta completa, Cate lo miró a los ojos, Bruno la soltó, pero ella se quedó clavada en el punto exacto donde estaba, por unos segundos. Él extendió su diestra y ella la aceptó.
Ambos sintieron como una especie de electricidad por aquel simple tacto. Cate continuaba mirándolo a los ojos de una manera inquietante. Echó hacia adelante el torso elevando más la pierna en un arabesque penché y le dio un beso… Bruno lo correspondió de inmediato, la abrazó más contra su cuerpo y Cate dejó de bailar.
—Tienes talento —comentó ella con una sonrisa contra sus labios.
—No te burles de mí —rio él avergonzado—, no tengo madera de partenaire.
—Busco más un compañero de vida que un partenaire. De estos últimos puede tener varios a lo largo de mi vida, pero del primero solo quiero uno.
—¿Y ese soy yo? —preguntó él emocionado sosteniéndola todavía contra su cuerpo.
Cate estaba empapada en sudor, pero no le importaba en lo más mínimo: quería sentirla junto a ella.
—No sé qué has hecho conmigo, doctor Stolfi, pero no dejo de pensar en ti —confesó a medias. Tenía miedo de abrirle demasiado su corazón y de resultar lastimada.
—Yo pienso en ti siempre, Catarina.
Cate le dio otro beso, aún más largo y Bruno volvió a abrazarla más apretada junto a su cuerpo. ¡La deseaba tanto! Estaba perdiendo la cabeza por ella, pero lo que más le alegraba era que Cate al fin le correspondiera.
—No sabía que vendrías hoy —murmuró ella cuando se separaron.
—No podía quedarme en casa sabiendo que tú estabas aquí. Te necesitaba…
—Te eché mucho de menos ayer, Bruno.
Él le enmarcó el rostro con sus manos y la miró con adoración. Ya se lo había dicho, pero escucharlo siempre le generaba el mismo nivel de satisfacción.
—Yo también a ti, cariño, incluso a pesar de la difícil jornada de trabajo. Cuando estaba preocupado, pensaba por un instante en ti, eso siempre me daba fuerzas suficientes para seguir adelante.
Cate se ruborizó. Jamás esperó escuchar tamaña declaración en un hombre. Se levantó sobre sus puntas y le besó los cansados párpados.
—Se nota que estás agotado.
—Un poco —reconoció.
—No debiste conducir así, Bruno.
—He venido en el tren —le tranquilizó con una sonrisa—, pero me encanta que te preocupes por mí.
—Claro que me preocupo por ti, Bruno. Hoy seré yo quien cocine, ve a descansar un poco mientras preparo el almuerzo.
—Pero… —Quería protestar.
—Sin excusas, ve al salón y descansa un poco. Yo iré a darme una ducha rápida y luego bajaré a la cocina.
Bruno le dio un beso en la nariz y accedió.
—Tenía miedo de probar tu comida, pero está muy buena —añadió divertido llevándose a la boca el tenedor.
Cate se rio, aunque se mostró un tanto ofendida por su comportamiento.
—¡Por supuesto que cocino bien! ¿Cómo podías dudarlo? Otra cosa es que me guste hacerlo, y prefiera que lo hagas tú.
—Te prometo que seré yo quien cocine entonces en casa.
El comentario le salió natural, pero Cate se quedó pensando en eso. Llevaban muy poco tiempo saliendo, y en ciertas cosas se comportaban como una pareja estable, casi como un matrimonio. Además, Bruno hablaba del futuro juntos con una certeza que no dejaba de asombrarle.
—¿Qué pasa?
—Es que llevamos poco tiempo juntos, Bruno. Y en mi condición a veces me pregunto si estaré haciendo lo mejor para ti. Te mereces…
—Ni se te ocurra decir eso —le interrumpió él alarmado, dejando por un momento su plato de macarrones con salsa boloñesa—. Cate, te he dicho muchas veces que no voy a huir, y que estaré a tu lado. No te preocupes en demasía, ¿está bien? Cuando me conociste estaba solo, y lo cierto es que he sido más feliz contigo en una semana que en la última década de mi vida. Te lo garantizo.
El corazón de ella le dio un vuelco al escucharlo. Bruno se levantó del asiento y le dio otro beso, para que olvidara de manera definitiva aquellos temores que le embargaban.
—Yo también soy feliz contigo, Bruno —le respondió con una tenue sonrisa.
Aquella simple frase valía el mundo para él. Continuaron comiendo en silencio, pero cada uno estaba muy emocionado por lo que hallaban en el otro.
Luego del almuerzo, Bruno accedió a acostarse un rato, solo si Catarina también lo hacía. La bailarina tenía sueño, con el embarazo le sucedía con bastante frecuencia, así que aceptó. ¿Qué mejor plan que disfrutar de la siesta en sus brazos? Cate se acomodó en el pecho de Bruno como siempre hacía y dejó que las manos de él reposaran en su espalda. Él le besó en la frente, pero se quedó dormido casi de inmediato. Ella no demoró mucho en seguirle y también cayó en las redes de Morfeo.
No supo cuánto tiempo durmieron, pero tuvo un sueño profundo, placentero y reparador. Cuando abrió los ojos Bruno seguía rendido en la misma posición, abrazándola. Se fijó en que la luz del sol se filtraba por las puertas del balcón, por lo que debía ser mitad de la tarde tal vez.
Pensó en levantarse, pero cuando lo iba a hacer, las manos de Bruno la detuvieron y los maravillosos ojos azules del color del océano se cruzaron con la mirada ambarina de la bailarina. Ella iba a decirle alguna cosa, cuando Bruno se inclinó sobre ella y la besó con cierto desenfreno. Le sorprendió el ansia de sus labios, pero la correspondió con semejante avidez. Era curioso que sin palabras se comprendieran tan bien…
Bruno profundizó el beso, y Cate levantó la camiseta de Bruno para acariciarle el abdomen. Él lo permitió, por supuesto, pero esta vez le devolvió la acción con semejante solicitud. Cate llevaba una blusa de algodón de color blanco bastante veraniega, de la cual el doctor Stolfi le privó de inmediato. Ella jadeó cuando sintió que se quedaba en sostén, por lo que, en un acto de deliciosa venganza, terminó de sacarle a Bruno su camiseta. Él colaboró durante todo el proceso, tanto que podía decirse que fue él quien terminó de desnudarse.
Catarina se inclinó más sobre él y le dio otro beso, turbada como estaba ante la imagen de Bruno con el torso desnudo. Recordó cuando lo vio por primera vez así, armando una cuna, y la inquietud que sintió en aquella oportunidad ahora estaba por completo multiplicada. Cate siguió besándolo, su cabeza estaba más alta que la de Bruno, y se apoyaba con sus manos sobre la cama para poder llegar a él. En un gesto inesperado, Bruno la tomó de las nalgas y la sentó encima de él.
Cate gritó un poquito por la sorpresa, se rio nerviosa, agitó su cabello oscuro, y se acostó sobre el pecho de Bruno para continuar con el beso. Él, intrépido, aprovechó su nueva posición y la ventaja para abrir el sujetador de Cate.
—¿Qué haces? —rio ella incorporándose un poco para quejarse apropiadamente.
Lo que la bailarina no esperó fue que, al volver a sentarse sobre él, la prenda se deslizara y bajara un poco, dejando expuestos la parte alta de sus pechos.
—¡Dios! —se quejó ella algo nerviosa. Iba a recomponerse el sujetador, cuando Bruno, con un preciso movimiento, lo terminó de deslizar hacia abajo.
Cate se ruborizó cuando se sintió desnuda delante de él. Se cubrió el rostro con sus manos.
—Eres hermosa… —susurró él.
Su cálida voz la instó a mirarlo de nuevo: aquellos maravillosos ojos azules la miraban con pasión, pero también con algo más… ¿amor? La palabra le pasó por la mente pero la desechó de inmediato. Era demasiado pronto.
Cate lo besó nuevamente, el contacto de sus dos torsos desnudos era la sensación más exquisita que habían experimentado hasta el momento, pero ambos sabían que la tarde los llenaría se sensaciones incluso más estremecedoras.
Bruno no pudo aguantar más y la giró con cuidado para colocarse él en una posición más activa. Cate gimió cuando los besos de Bruno descendieron por todo su cuerpo, haciéndola desear aún más.
Él pensó en detenerse en algún momento, pero el deseo que veía en Cate lo animó a continuar; él mismo necesitaba hacerlo, o no podría dormir una noche más en aquella cama como buenos amigos. Bruno la despojó con cuidado de su ropa íntima…
—Vaya —susurró ella ahogando un gemido—, ahora una parte de mi cuerpo que sí conoces…
Bruno no pudo evitar soltar una carcajada con el comentario. Cierto, la consulta médica, aquel momento bochornoso pero necesario.
—¿Me creerías si te confesara que soy tan profesional que apenas recuerdo nada?
Cate también se rio, ahora desnuda por completo en la cama que llevaba días compartiendo con su doctor favorito. No sabía si creerle, pero a estas alturas, aquello ya no tenía la más mínima importancia.
Bruno también se desnudó, Cate le echó una ojeada a su acompañante y se puso un tanto nerviosa. Sí que habían avanzado bastante… Al parecer, Bruno ya no tenía sueño.
Él se acostó a su lado y la abrazó junto a su cuerpo. No tendría prisas, haría las cosas con calma. La besó tanto, la sedujo de tantas maneras por los siguientes minutos, que fue Cate quien le solicitó más, al borde del delirio como estaba. ¿Y quién era Bruno para no complacerla?
—Bruno… —susurró ella—. Te necesito.
Aquella simple frase bastó para que él entrase en ella con cuidado, y dieran inicio al más hermoso de los adagios. Cate por un momento pensó que Bruno era el mejor partenaire que había tenido en su vida… Aquel momento no era solo sexo, era una danza erótica, suave, embriagadora, propia del más lírico de los pas de deux. Cuando llegaron juntos al desenlace de su puesta, ella jadeaba emocionada entre sus brazos, mientras las gotas de sudor del cabello de Bruno mojaban su rostro.
—Te quiero —le dijo él, todavía abrazándola. Y cuando lo dijo, Cate sabía que era verdad.
—Yo también te quiero —contestó.
Cate le tomó una mano y advirtió que ya no llevaba su alianza de boda. No quiso preguntarle, pero fue Bruno quien le explicó en un susurró:
—Hay momentos en los que se debe de dejar de pensar en el pasado, para concentrarnos en el futuro. Tú eres mi futuro.
Cate le besó en la frente, emocionada, y él se tendió a su lado, feliz.
En la noche, Cate y Bruno fueron a casa de Chiara, quien los había invitado a cenar. Cuando los vieron llegar, la familia comprendió que la pareja estaba mejor que nunca. Alegres, sonrientes, cómplices; se tomaban de las manos, Bruno acariciaba su cabello mientras conversaban y no dejaban de compartir miradas cada vez que podían.
Bella y Pablo también estaban allí, pues tomaron el tren en la tarde. Chiara se encontraba un poco cansada, pues su embarazo era bastante avanzado, por lo que fue Luca quien se brindó a hacer la comida. El profesor no era muy diestro, tan solo sabía cocinar pescado al horno, pero por fortuna el plato quedó muy bueno.
Bruno y Luca se encargaron de retirar la mesa; Bella y Pablo se despidieron pues irían a dar un paseo por Varenna y a tomar algo en alguno de los bares locales. Chiara y Catarina iniciaron una charla en el salón principal.
—Los noto muy felices hoy —comentó Chiara acomodándose en el sofá.
Cate se ruborizó un poco con aquel comentario.
—Bruno es un hombre maravilloso —respondió al fin.
—Lo confirmo. Es mi hermano, pero también es un gran ser humano. Hacía mucho tiempo que no lo veía así y te agradezco que le hayas dado una oportunidad.
—Era imposible no habérsela dado. Estoy sorprendida por cómo se han sucedido las cosas, pero ha sido en realidad muy bonito.
Chiara le sonrió. Estaba complacida con lo que escuchaba, así que no dijo nada más acerca de Bruno.
—Iré un momento al baño —le dijo Chiara levantándose con dificultad—, este pequeño oprime mi vejiga y me hace ir con mucha frecuencia. ¡Pronto experimentarás lo que estoy hablando, Cate! Saca provecho a estas semanas en las que todavía tienes una figura envidiable.
Cate se rio y observó cómo la mayor de las Stolfi desaparecía por un corredor hacia la habitación que estaba ocupando en el primer piso.
Por su parte, los caballeros en la cocina tenían una charla parecida a la de las mujeres, aunque menos sutil. Luca, a pesar de sus títulos y de sus largas horas de lectura, era un hombre que hablaba sin tapujos y que en ocasiones podía ser prosaico.
—Has tenido actividad hoy —insinuó mientras cerraba la puerta del lavavajillas.
Bruno lo censuró con la mirada, sonrió enigmático y aludió que no iría a admitir nada frente a él.
—Todo está muy bien entre nosotros, y es todo cuanto pienso decirte —añadió.
Luca se encogió de hombros y lo observó a través de sus gafas de pasta.
—Me alegro que estés feliz, amigo. Sin embargo, no quisiera que bajaras todas tus defensas, me preocupa que puedas ser lastimado.
Bruno frunció el ceño.
—¿Por qué lo dices?
—No te alarmes, solo me preocupo por ti. A Catarina la conoces poco, y está embarazada de otro hombre. Esa no es la situación más idónea para comenzar una relación. Tal vez tú puedas manejarlo, pero me preocupa que quizás ella no.
—Te agradezco la preocupación, amigo, pero te aseguro que todo está bien entre nosotros. Cate ha pasado por mucho, pero sé que sabremos salir adelante.
—¿No te preocupa el padre de ese niño?
—¿Por qué?
—¿Y si regresa el padre y Catarina decide volver con él? Lo más lógico es que la madre prefiera al padre biológico como pareja, y entonces te correspondería las de perder y es lo que no quisiera.
—No hay posibilidad alguna de que Catarina regrese con ese tipo.
—¿Estás absolutamente seguro? —insistió Luca.
Bruno suspiró y tomó una conducta desacertada, sin imaginar que Cate escuchaba lo que decían en el umbral de la puerta. Los hombres estaban de espaldas a ella, frente al lavavajillas y no la sintieron llegar.
—El cretino de su novio abusó de ella y ahora se niega a reconocer su paternidad —le contó.
—¡Qué imbécil! Siento pena por ella… ¿Sabes? Si ese niño es fruto de una relación no consentida y estando ella en la cima de su carrera, ¿por qué no haber considerado un aborto?
Cate se sintió sorprendida de que llegaran incluso a hablar de una cuestión como esa, tan personal. ¿Quién era Luca para opinar de ello? ¿Por qué Bruno se permitía continuar con esa conversación?
—No lo sé, no se lo he querido preguntar. Catarina quiere ser madre, no me corresponde a mí cuestionar su decisión, sino apoyarla.
—Todavía está a tiempo de pensarlo, Bruno. Ustedes tienen oportunidad de tener sus propios hijos y…
Cate se apartó de la puerta, no podía seguir escuchando, aunque se había quedado pálida al saber de lo que hablaban. Regresó al sofá y se acomodó un poco, intentando permanecer tranquila, aunque no podía estarlo.
—¿Estás bien? —La voz de Chiara la sacó de su ensoñación cuando regresó.
—Sí, estoy bien.
—No lo parece, estás un poco pálida —apuntó Chiara.
—Estoy cansada.
—Iré a la cocina a interrumpir la charla de esos dos y le pediré a Luca que los lleve a casa para que descansen.
Catarina no la detuvo, pues lo agradecía enormemente.
Cuando llegaron a la casa, Cate subió en silencio hasta su habitación y se tumbó en la cama mirando el techo. Bruno entró tras ella y frunció el ceño cuando la vio tan absorta.
—¿Estás bien, cariño? No has dicho ni media palabra desde que nos fuimos de casa de Chiara.
Cate se incorporó en la cama y lo miró con sus ojos ambarinos, un tanto afectada por los recuerdos de la conversación que escuchó entre él y Luca.
—¿Crees que debí haber abortado? —le preguntó a quemarropa.
Bruno se quedó por unos instantes sin habla y tuvo miedo de que ella hubiese escuchado parte de la charla. Su sospecha se confirmó cuando Cate volvió a hablar.
—Los escuché a ti y a tu cuñado.
Bruno se acercó a la cama y se sentó a su lado.
—Entonces habrás escuchado que le respondí que esa era una decisión tuya y que a mí solo me corresponde apoyarte.
—¿Cómo pueden si quiera estar hablando de eso? —Ella estaba muy alterada.
—Cate, lo lamento. Esa conversación no debió haber sucedido, pero pasó. No fue buscada por mi parte y yo jamás hubiera hablado de ese tema de no huber sido porque Luca lo sacó a colación. Yo apoyo la decisión que tomaste de tener a tu hijo.
—¿Pero la compartes? —Ella quería saber.
—La comparto —afirmó—, del mismo modo que hubiese compartido una elección contraria.
—¿Qué?
—Cate, nunca hemos hablado de este tema, pero tengo una posición muy clara respecto al aborto. Opino que es un derecho de cada mujer decidir. Si hubieses decidido otra cosa, yo no te hubiera juzgado, mucho menos tratándose de una mujer en tus circunstancias…
—¡No puedo creer que me digas esto! —exclamó ella poniéndose de pie.
—No me has dejado continuar —repuso él—. Te estoy diciendo que no condeno el aborto, pero no por eso opino que debas hacértelo. Es tu decisión seguir adelante con tu embarazo, y como te he dicho muchas veces, yo estaré a tu lado siempre. No entiendo por qué te molestas conmigo…
—No tenías derecho a decirle a Luca sobre el abuso —murmuró.
—Lo lamento —dijo él tomándola por los hombros—. Tienes razón. No tenía derecho a contarlo y te pido disculpas.
Cate volvió a apartarse de él.
—Catarina —insistió Bruno—, no sobredimensiones este asunto, por favor. Luca estaba preocupado por mí. Está equivocado, pero lo hizo con buena voluntad.
—¿Buena voluntad hablar sobre el aborto de mi hijo? ¿Decir que todavía estoy a tiempo? —Estaba encolerizada.
—Él piensa así, pero…
—¿Y cómo piensas tú? —inquirió interrumpiéndolo.
—Ya te lo he dicho: estaré a tu lado para lo que venga, Cate. No voy a huir, estaré contigo siempre.
—Pero no quieres ser padre de un hijo que no es tuyo —reflexionó—. ¿Hubieses preferido conocerme en otras circunstancias?
—Te conocí en estas, y te quiero así —afirmó con una mirada suplicante y convencida.
—No seas hipócrita, Bruno —le acusó—. Sé sincero por una vez en la vida y dime que hubieras preferido que no estuviera embarazada, que hubieras deseado que me practicara un aborto…
El rostro de Bruno se descompuso por completo.
—¡No me ofendas, Cate! —dijo alzando la voz—. No digas que soy un hipócrita porque no lo soy…
—¡Solo quiero que me digas la verdad, Bruno! —replicó ella.
—Cate, en mis sueños no estaba conocer a una mujer embarazada de otro hombre, pero eso no significa que no te quiera y que no vaya a estar a tu lado todo el tiempo, como un marido y como un padre. No puedes decir que soy un hipócrita, solo porque estoy a favor del aborto o porque todavía no considere que tu hijo es mío… Por favor, dame tiempo, apenas llevamos unos días juntos y te he prometido que estaré a tu lado siempre. No entiendo por qué te has puesto así…
—Porque en el fondo de tu corazón no quieres a mi hijo, Bruno. Y porque dudo que en efecto puedas asumir una responsabilidad que no te corresponde.
—Cate, todos los seres humanos llevamos un proceso de aprendizaje y de concientización de una nueva realidad. Para una mujer tal vez sea más natural identificarse con el embarazo: su cuerpo cambia, tiene síntomas, vive el proceso íntimamente… Si a los padres biológicos les lleva tiempo adaptarse a algo como esto, ¿por qué tienes que exigir tanto de mí? Te he demostrado que te quiero y que me haré cargo de ambos…
—Yo no necesito que te hagas cargo de mí Bruno —respondió ella con sequedad—. Ni de mi hijo. Es cierto que no puedes fingir sentirte como padre cuando no lo experimentas, ¿pero lo sentirías en algún momento?
—¡Por supuesto que sí! ¡Los amaré a los dos! —exclamó desesperado ante ella.
—Yo no estoy convencida —respondió—. Me parece que en algún momento toda esta situación te superará.
Bruno le dio la espalda y se encaminó a la puerta.
—Dormiré en la habitación de al lado —le dijo ofendido—. Mañana hablaremos con más calma. Solo te pido que no seas injusta conmigo, porque lo único que he hecho desde que te conozco, es pensar en ti y en tu bienestar, incluyendo tu embarazo.
Ella no le respondió. Se acercó a la puerta, y cuando Bruno pensó que iría a detenerlo, lo que hizo fue encerrarse en su habitación.
Cate se acostó en la cama y se echó a llorar. No sabía cómo poner en orden sus sentimientos, solo sabía que se estaba involucrando mucho con Bruno y que temía salir lastimada. ¡Cuánto habían cambiado las cosas en apenas unas horas! El lecho donde se amaron dulcemente unas horas atrás, ahora recibía sus amargas lágrimas.
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