Capítulo tres
Shiom abrió la puerta, salió y la cerró. Miro a todas las personas que se habían reunido allí, eran más de treinta personas. El joven tragó saliva, pero se mantuvo allí sin hacer nada, esperando que alguien dijera algo, pero su mirada estaba dirigida a la hoja que tenía un hombre bajito, gordo y calvo. El chico Lux sabía que el señor Lerts lo odiaba, aunque nunca pensó hasta qué punto era. Ahora lo sabía, aquel anciano estaba dispuesto a venderlo por dinero.
Shiom luego de unos segundos movió sus ojos dorados a través de la multitud buscando a sus padres o a la señora Romina, pero a ninguno de los tres encontró, aunque si visualizó caras de persona que él apreciaba. Nadie decía nada, hasta que una persona dio un paso hacia adelante. Llevaba una capa que cubría su rostro, así que el pelinegro no daba para saber quién era.
—El dragón de la luz merece ser exiliado del pueblo. —La voz era de un hombre, no tenía rastros de ira, sino más bien de alivio—. La muerte es algo que no merece, haya sido o no el culpable de envenenar la fuente. Todos conocemos a Shiom, un joven que se ha dedicado a ayudar al pueblo desde que tiene siete años, pero ninguno de nosotros conoce al dragón que ha vivido con él desde hace tiempo.
Los murmullos asintieron al comentario de aquel sujeto. Aunque Shiom tardó en reconocerlo, al final lo supo. Era uno de los trabajadores del mercado. En ese momento no recordaba su nombre, pero el chico siempre iba a comprarle frutas. Quiso preguntar algo, pero una voz lo hizo cerrar la boca.
—Él es el culpable. Yo lo vi con mis propios ojos. —La voz de Lerts estaba llena de ira. Shiom notó como las venas de aquel hombre se resaltaban—. Al medio día caminó hasta la fuente y tiró un líquido, luego se fue corriendo. ¡Deberíanos venderlo a la Orden! Desde que él está acá, tenemnos que sufrir los daños que causa. ¡Hemnos perdido clientes por su mera presencia! Él está maldito. Nuestra diosa Skapeyen lo odia, ¿Por qué deberíanos nosotros tenerlo aquí?
»¡La Sagrada Orden del Corazón Negro lo busca por la sencilla razón que su alma está corrupta! —Caminó hasta colocarse delante de todos, le dio la espalda al pueblo y apuntó a Shiom con su dedo índice—. ¡Él les ha quitado la vida a muchos hombres inocentes! ¡¿Cómo vamnos a defender a un asesino?!¡ ¡¿Cómo vamos a defender a un ser qué mató a las personas de su propio pueblo?! —Cuando hizo las dos preguntas, su voz fue rasposa y ronca. Su cara estaba roja—. Él envenenó la fuente, él es el culpable de la muerte de nuestros amigos... Él dragón de la luz lo hizo.
El corazón de Shiom latía con fuerza. Tenía ganas de vomitar. ¿Medio día? Él estaba trabajando a esa hora. Muchas personas que estaban allí lo sabían, pero nadie se atrevía a decir nada. La ira comenzó a dominar poco a poco su corazón. Era increíble como muchos de los presentes estaban almorzando cuando Shiom estaba entregando platos... ¡Incluso la troupe lo sabía! La impotencia comenzó a ganar espacio en su corazón.
—¡Lo ven! —Otra voz gritó en medio de aquel tumulto de personas—. No es capaz de decir nada. El viejo Lerts tiene la razón, ¡hay que venderlo con la orden!
—¡Son quinientas negras, el pueblo puede mejorar mucho con esa cantidad! —Una siguiente persona comentó.
Los murmullos y los gritos siguieron. La mente de Shiom era un desastre. Lagrimas caían por sus ojos. Lo único que lograba pensar era: ¿Por qué yo? ¿Por qué me pasan estas cosas a mí? ¿Qué hice de mal? ¿Ayudar al pueblo siempre estuvo mal? Nunca quise hacerles daño, nunca quise herirlos... Ahora me culpan de envenenar la fuente. ¿Qué hice para merecer esto? ¿Cómo fue que todo terminó así?
Quería salir corriendo, tirarse en el suelo y abrazar sus propias piernas, pero no podía hacerlo. Cualquier movimiento que hiciera, haría que esos comentarios se vuelvan verdad. Se mordió los labios, sus dientes, por fortuna, no estaban en la forma de dragón, colmillos tras colmillos, sino en los dientes de un humano, pero aun así sangró.
—¡El capitán de la sede de Quebroks ya está en camino, en los próximos minutos ya debería estar aquí! —La voz del anciano Lerts se volvió a escuchar—. Antes de reunirme con ustedes un mensajero llegó. —Alzó su mano mostrando una carta con el sello de un corazón—. ¡Pronto haremos la justicia que tanto necesitaba este pueblo!
Shiom de un momento a otro perdió el control de su cuerpo. Sus dientes volvieron a volverse colmillos y sintió como todo el ruido iba siendo mucho más claro del que era. Su vista se adaptó a la poca luz que había y comenzó a ver como si fuera el medio día. Trató de moverse, pero sus músculos no escuchaban sus órdenes. La impotencia volvió a domar su corazón, el dragón había ganado en aquel momento de debilidad.
—¡Cobardes! —rugió la voz del dragón desde la garganta de Shiom. Era una voz rasposa, antigua y llena de odio. Todos los presentes se callaron. Nadie se atrevió a decir algo—. ¿Los humanos creen que me rebajaría a envenenar su agua? ¡¿Díganme si creen que yo, un ser ancestral, me rebajaría a esa estupidez?! No sean tan ignorantes. El día que los quiera matar mi cárcel se bañara en su sangre.
El dragón se quedó quieto. Inhaló y exhaló el aire, parecía disfrutar realmente el miedo y la desesperanza que causaba su propia presencia. Un ser completamente malvado, uno que todos los seres humanos y mágicos le temían o repudiaban. Uno que debía estar muerto, o encerrado, pero que ahora mismo se encontraba libre y destruyendo todo a su paso. Uno que era la carga que Shiom tenía que cargar poco a poco. La consciencia del joven comenzó a ganar terreno en una batalla por el control del cuerpo. Él podía sentir el dolor de los golpes que Light no esquivaba e impactaban en su cuerpo; seguía pudiendo ver, escuchar, sentir. Solo no tenía control de los movimientos de este.
Veía como el dragón mataba a los caballeros de la orden que se acercaban, lo hacía sin piedad alguna. Notaba como los miembros del pueblo gritaban del miedo, él sabía que ellos lo habían arrinconado hasta este punto, pero él no quería que esto pasara. Él no había deseado esta vida. A veces se le olvidaba que era el poseedor de la maldición de la luz, de vez en cuando se sentía como un chico común, uno más del montón. Tampoco era el héroe de la leyenda ni su destino era salvar al mundo, para nada. Era cazado como un animal para ser tomado y gobernar el mundo... En estos momentos es cuando recordaba lo realmente peligroso que era Light.
—Detente, inmunda lagartija. —Una voz potente, gruesa y dominante hizo que el cuerpo de Shiom se detuviera. El joven no la reconoció, pero al parecer el dragón si dado que gruñó—. Libera al joven de inmediato y vuele a tu prisión.
—Así que la basura del rey ha decidido aparecer —respondió el dragón, escupió al suelo y le dio la espalda a los caballeros que estaban gravemente heridos—. ¿Tu amo sabe que saliste a dar una vuelta, Lobito? Mírate, el gran gobernante de la naturaleza reducido a una simple mascota. ¿No te da pena? ¡Pudiste reinar junto a mí, pero preferiste huir!
Shiom no entendía con quién hablaba el dragón. No veía nada en ningún lado, hasta que notó a un animal caminando entre la muchedumbre del pueblo. Era un lobo blanco, casi tan grande como un niño de doce años. En la parte superior de su cabeza llevaba una corona verde. Sus ojos, azules, lo miraban con desprecio.
—Mira quien habla de basura —gruñó el lobo—. Le diste la espalda a nuestra diosa por el simple hecho de querer más poder. Perdiste tu belleza y arrastraste a tus mejores amigos a ser la basura que eres. ¿Quién es la simple mascota del señor de la oscuridad?
—Lo que él me prometió me fue dado... —El dragón hizo una pausa y lo miró—. ¿Pero que tienes tu por estar con esa zorra? ¡Lo perdiste todo! Oh, no me hagas hablar de más... —Se secó la sangre que tenía en su rostro con la muñeca de la mano izquierda—. Ansias la sangre, deseas destruir las cosas querido rey; pero la perra que sigues no te deja luchar, no te deja vengarte. ¡Solo puedes mirar de lejos y sufrir viendo como los humanos siguen acabando razas mágicas!
Sonrió dejando que sus colmillos se vieran, lucían mucho más grandes que antes. No alcanzó a reaccionar, para cuando quiso moverse, el lobo ya estaba encima de él. Las patas pesaban una tonelada, no era capaz de moverse. Era como tener una montaña encima de él. Luchó por moverse, trató de hacer todo lo posible pero no lo logró. Comenzó a gruñir, pero nada de eso hacia algo en contra del lobo, el cual lo miraba con desprecio.
—Bájate de encima de mí, tu sucio animal. —La voz del dragón cada vez era más débil, perdía el control del cuerpo de Shiom y no sabía por qué—. ¡Eres un rey sin reino! ¡Alguien que dejó que sus súbditos murieran!
Las palabras cargadas de ira hicieron que el lobo se enojara más. Sin medirlo, le enterró las garras de su pata derecha en el hombro izquierdo del joven. El dragón sonrió, la sangre comenzó brotar como pequeños hilos, tenía un olor dulce que invitaba a cualquier persona a acercarse e incluso podría llevar a embriagar a una persona. Shiom no entendía por qué su sangre olía tan bien. Tantas veces que se había cortado, raspado e incluso caído y era la primera vez que el aroma era tan delicioso.
—Furlith, aléjate de él. —La voz fuerte y clara de Prats se escuchó. El lobo entró en razón y saltó hacia atrás liberando al joven.
El cuerpo de Shiom trató de levantarse, pero algo lo agarro de la cabeza y lo estrelló contra el suelo. La fuerza del golpe era lo suficiente para hacer que una persona normal perdiera el conocimiento y el problema estaba allí, el dragón no era alguien normal. Lo único que podía ver era una mano delgada y suave de una mujer. Shiom reconoció el tacto como el de su madre... ¿Qué estaba pasando?
—¿Quién de ustedes atacó al dragón? —Cecilia habló con enojo, ni siquiera lo llamó "hijo"—. Ustedes, pueblerinos, que hemos cuidado a lo largo de estos años, ¿cómo es posible que nos paguen así? ¡Agradezcan qué este ser no se le dio por destruir el pueblo!
Cecilia le soltó la cara, ni siquiera se volteó a ver a su hijo. Miró al pueblo, a ver como todos se habían quedado callados. Los caballeros que seguían vivos miraban con miedo a Furlith y a la madre de Shiom.
—Todos ustedes, les tengo una pregunta: ¿cuál fue nuestra única petición? —El cuerpo de Shiom trató volverse a poner de pie, pero la mujer, con su pierna izquierda, lo devolvió a su lugar—. Sólo debían mantener a este idiota feliz y no hacerlo preocupar por cosas, pero no, debían culparlo cuando alguien envenenó el agua. ¡Miren lo que causaron! ¡Incluso hicieron que un escuadrón de la orden viniera a morir a manos del dragón! ¿Cómo creen que saldremos de esta ahora? —Nadie respondió. El miedo de ver al dragón matar a los caballeros había sido un shock bastante fuerte, pero ver ahora a su salvadora en ese estado, era algo peor—. ¿¡Alguien responda!? ¿O es que se les olvidó cuando Prats y yo decidimos venir aquí con nuestro hijo fue para protegerlos de los demonios que acechaban el bosque de Quebroks? ¿Así nos pagan?
—Amor...
—¡Tu cállate, Prats! —gritó la mujer interrumpiendo a su marido—. Ahora tengo que encargarme del dragón sin herir a mi hijo y tratar de no quemar a este maldito pueblo y a sus inútiles habitantes.
El fuego de las antorchas que llevaban los habitantes del pueblo, que seguían sin ser capaces de hablar, comenzó a ser consumido hasta el punto en que dejó de existir. El proceso fue en cuestión de segundos, todo aquel calor fue dirigido hacia la mujer de ojos verdes que estaba al lado del dragón. Su cuerpo comenzó a sufrir aquella transferencia de energía haciendo que se calentara hasta un punto donde una persona normal se hubiera desmayado; dijo una frase inaudible y un círculo alrededor de ella y su hijo se formó. Las llamas comenzaron a danzar separando la visión de los curiosos de ellos dos. Un ave en el bosque comenzó a cantar, luego otra y así de forma ordenada hasta que se volvió un coro de bienvenida.
—Los cielos nunca olvidan a su reina, así como esta no olvida a sus súbditos. —Las palabras fueron dichas por Cecilia mientras que miraba al cuerpo de su hijo—. Así que tú, usurpador del cielo, muestra tu respeto ante aquella que vino antes de ti.
El dragón gruñó ante aquel cántico. Estaba sin fuerzas, su mente se pagaba y la de Shiom ganaba más fuerzas, pero no iba a dejarse ganar tan fácil, no en contra de aquella que no acompañó a sus compañeros a la guerra, no contra ella.
—¡Aquella perra no tiene derecho de venir aquí! ¡Yo soy el verdadero rey del cielo, aquel que ilumina con la luz del sol! —cantó el dragón—. ¡No tienes derecho de venir acá! —La voz se quebró, como si fuera la de un niño haciendo una rabieta—. ¡Maldita sea, no...!
Antes de que Cecilia pudiera terminar de hablar, el dragón abandonó el cuerpo de Shiom dejando que todas las facciones físicas volvieran a la normalidad. Y todo se volvió negro para aquel joven.
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Cuando el joven volvió a abrir los ojos, todo era diferente. No se encontraba en su casa, ni mucho menos en el pueblo. El sol le golpeaba la cara, movió su rostro hacia la derecha, la hierba hizo que le diera comezón, aunque eso no le importó. La brisa, el clima hacían que se sintiera en un lugar lleno de paz; uno donde nadie lo podía molestar. Estaba solo, o eso creía. Volteó hacía la izquierda y vio un par de ojos verdes. Estiró su brazo izquierdo, en contra de su voluntad, y le acarició la mejilla. Era una chica, una con las facciones más hermosa que había visto. Una con labios rosados, nariz perfecta, pecas en sus mejillas y el cabello que le llegaba hasta el pecho. Cerró los ojos al sentir la caricia de la joven en su rostro; un tacto familiar, cálido y que le recordaba a alguien. Fue entonces cuando lo supo, fue entonces cuando la reconoció: Era la princesa del reino de Txard... Ella era Mariam, ella era todo para él. Era su amor, la mujer que él alguna vez... ¿Alguna vez qué?
Shiom la trató de volver a ver, pero ella ya no estaba al frente de él. El pasto verde que estaba bajo él tampoco se encontraba, sino que algo blando y frío le comenzó a colar los huesos. Supuso que estaba acostado en nieve, en Quebroxs nunca nevaba. Se sentó, estaba abrigado. A varios metros por delante había un chico rubio, vestido con la ropa de la Sagrada Orden Del corazón negro y con una espada negra. El joven era de su estatura y tal vez de su edad. Luchaba contra un ser parecido a un humano, pero con cuatro brazos y seis ojos. La sombra del joven se movía con vida propia y ayudaba al joven a atacar y a protegerse de aquel ser. No supo quién era, no logró reconocerle la cara o el nombre, pero una parte de él se sintió atacado al verlo, así que se imaginó lo peor: El dragón de la oscuridad. No sólo por aquella sensación, sino por aquel control de la sombra... Ningún mago puede hacerlo, no según las leyendas.
El lugar donde está cambia de forma violenta nuevamente. Ahora se encuentra sentado en una mesa de una taberna. Un chico de cabello castaño está al frente de él. Los ojos grises de aquel joven lo miran con algo de tristeza. Shiom abrió los ojos y gritó al ver cómo tenía un hueco en el pecho en donde estaba sangrando... El dragón de las tormentas. Este le sonrió y después se desplomó en la silla.
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Shiom abrió los ojos. Vio el techo de su posada, volteó la mirada y su madre se encontraba dormida en una silla. Al parecer se había quedado toda la noche dormida. El joven se sentó y se agarró la cabeza. ¿Que significaban esos sueños? ¿Por qué recordaría a aquellas personas después de tanto tiempo? Pero más importante, ¿por qué el dragón de la oscuridad estaba en su sueño? Él no lo conocía, nunca lo había visto. Sacó esos pensamientos de su mente. Sentía que la cabeza le martillaba.
Trató de levantarse de la cama, pero cayó contra el suelo. El sonido del golpe fue tanto que despertó a su mamá. Intentó nuevamente pararse, pero no lo logró. No tenía fuerzas, se sentía débil y, sobre todo, sentía como si todo su cuerpo no le perteneciera... Fragmentos sobre la muerte de caballeros, animales, comenzaron a cruzar por su mente. Todo el peso le comenzaba a caer encima, de cosas que ni siquiera él había hecho. Y se quedó allí, sintiendo como toda esa carga le impedían levantarse.
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