Capítulo once
Llevaban varios días siguiendo a un grupo de personas por órdenes del príncipe Torian, que según los datos de inteligencia querían causar una revolución en varias ciudades del reino para desestabilizar el poder del rey. Daniel, aquel chico que era tan opuesto a Shiom, dudaba sobre como un grupo de personas podía hacer lo que el príncipe tanto decía, pero luego de ver como estas "personas" arrasaban con un pueblo completo, quemando niños y mujeres porque estos no querían unirse a su causa, fue cuando lo entendió. Cada revolución exige sangre del pueblo, ya sea de aquellos que defienden los derechos o de aquellos que buscan defender ciertos intereses.
El joven caballero entendía por qué aquellos hombres se habían alzado en armas. Temur es una región algo olvidada, donde los impuestos son altos al igual que el precio de la comida. La educación es deplorable o escasa. Las pocas fuentes de ingreso eran: Ser parte de la orden, cortar hielo, ir a las minas y, como último, ser maestro en un lugar que se puede caer a pedazos en cualquier momento. Todo eso se mezclaba como una bomba que quería explotar... pero, ¿unirse a demonios? ¿Unirse a aquellos seres repulsivos que quieren destruir a la humanidad? No, eso es otra cosa diferente.
Él no era de allí, pero ya llevaba cinco años en aquella ciudad y entendía a los hombres, pero era un caballero y había jurado servir al reino, incluso en aquellos momentos. Sangre, destrucción, cenizas y el blanco color de la nieve; era la visión que tenía el joven Daniel junto a su maestra.
«No puedo hacer nada, soy un simple guerrero del reino que le perdonaron la vida» Se decía así mismo el joven, pero aquello era la realidad en la que vivía. No podía quejarse porque nada le ha hecho falta en su vida y tampoco le faltaría en un futuro. Solo debía disponer y ayudar a la orden en todo lo que ellos necesitaran. Explicarles cómo funcionaba la bendición de la oscuridad y ser un esclavo del sistema.
El silencio de la noche era algo molesto. Habían pasado algo así como cuatro horas desde que había salido de Temur. Daniel estaba preparado para cualquier cosa, incluso pasar toda la noche en vela y seguir al día siguiente como si nada, pero allí estaba el problema, sabía que su maestra no lo iba a permitir; puede que sea el dragón de la oscuridad y todo, pero tampoco hay que pasarse de no dormir de noche con la excusa de que la oscuridad te hace recargar energía. Y no es mentira, una de las ventajas de la bendición es esa, la oscuridad absoluta quita el sueño, te da energías y ganas de seguir hacia adelante.
Su maestra lo golpeó para que se levantara de la nieve, iban a seguir caminando. A lo lejos un grupo de seres altos, tres o cuatro metros más o menos, comenzaron a salir de entre la nieve. Tenían forma humanoide y por lo que parecía, tenían más de dos brazos, así que el dragón de la oscuridad los calificó como Askerfe. Demonios estrategas que casi nunca se ven.
Los demonios no se detenían, así que ese extraño grupo de dos personas tampoco lo harían; tenían que saber hasta dónde iban a llegar, debían recopilar toda la información posible para investigar y poder avisar a la capital sobre el posible problema que se avecinaba, los demonios habían sido sellados hace mucho tiempo y ahora estaban libres, nada bueno podía suceder si las cosas iban así y mucho menos cuando hay humanos que quieren crear una revolución para hacer que el pueblo vaya en contra del reino.
De un momento a otros los seres de la oscuridad se perdieron de la vista de ambos guerreros, luego los humanos desaparecieron en el mismo lugar. La maestra esperó unos momentos, se levantó y le hizo señas a Daniel para que ambos fueran. Ambos caminaron por la nieve, que les llegaba hasta la mitad de la canilla, pero no encontraban nada. Duraron un largo rato, hasta que uno de ellos saltó y una plataforma apareció. Unas escaleras de hielo que bajaban hasta la profundidad.
—¿Debemos bajar? —preguntó Daniel esperando que la respuesta no fuera positiva, pero con la simple forma en que lo veía la maestra supo lo que había preguntado.
Los dos comenzaron a bajar las escaleras en silencio. En las paredes se encontraban garabatos pintados y palabras que ninguno de los dos comprendía. No poseían forma, simplemente estaban allí. Después de unos cuantos pasos, antorchas azules aparecieron en las paredes. Al terminar, los dos se encontraron con cosas que jamás pensaron ver.
Daniel abrió los ojos desconcertado. Aquel espacio era gigante y tenía estatuas de seres con formas complicadas. Algunos parecían tener forma de nubes, pero con brazos saliendo de ellas. Otros tenían forma de dragón y serpientes. Eran muchas, cada una diferente, pero todas esculpidas en hielo. Del otro lado, hacia la izquierda, había una especie de tarima donde uno de estos seres estaba de pie junto al grupo de hombres humanos que había visto.
— Agrakshi mayarä; Zarak mayarä güi rack —dijo uno de los demonios con voz gutural. Todos los seres gritaron en coro.
Los humanos que estaban allí comenzaron a moverse de forma extraña. Como si algo quisiera salir de sus cuerpos. Se tiraron al suelo y gruñeron, pero nada de dolor. Fue entonces cuando él miro con más cuidado los demonios. Tenían piel amarilla, como si fuera oro, pero el resto del cuerpo era igual que los humanos, a excepción de los cuatro brazos que poseía.
Aquellos hombres se levantaron del suelo y su piel comenzó a quebrarse, y luego a ser arrancada por sus propios brazos. La sangre roja comenzó a emanar desde su cuerpo, como si fuera una fuente. La tarima se llenó de sangre mientras todos aplaudían ante tal macabro acto. Estos comenzaron a crecer, de alguna forma, hasta que alcanzaron la altura de sus pares. Desde la mitad del tórax dos brazos atravesaron las costillas y la piel para salir y ser libres. Todo esto pasó en cuestión de segundos... ¿Los revolucionarios eran demonios? Esta pregunta duró poco. Los hombres que no se transformaron se acercaron a los demonios y se arrodillaron, gritaron algo y con una pistola se dispararon al corazón. Eran ofrendas y comida. Eso eran...
El joven quiso vomitar, pero se aguantó las ganas. Estaba sorprendido y tenía muchas dudas en su mente, pero lo más extraño del caso es que Daniel había entendido que dijeron, por alguna razón conocía esa lengua; su sangre se heló al caer en cuenta lo que habían dicho, cuando fue a gritar, su maestra le metió la mano, literalmente, en la boca para que este no hiciera ningún tipo de ruido. A los segundos, cuando este ya había calmado nuevamente su respiración, su maestra le sacó la mano de la boca y le miró con una ceja arriba, estaba esperando que le tradujera.
—Maestra... Entendí el idioma a la perfección y no sé por qué —dijo con un hilo suave de voz para que nadie escuchara.
—Traduce y ya. —La respuesta fue seca y sin ningún tipo de sentimiento.
—Daniel, es normal que hayas entendido ese idioma —susurró una voz dentro de su cabeza—, al fin y al cabo, esa lengua es de cuando aún yo estaba en mi cuerpo físico, extraño esa época.
—Vale, vale. —Daniel respondió en un susurro resignándose a traducirle a su maestra—. Lo que dijeron es: Arriba hermanos míos; Hermanos, atacaremos cuando caiga la noche.
—¿Dijeron a dónde?
El joven se quedó callado durante unos segundos mirando a su maestra con cara de "¿es en serio?", pero al final cedió—: No, no dijeron a donde, pero si piensas las cosas con claridad, lo único vivo de aquí hasta la frontera con las cordilleras y de aquí hasta el borde de la desesperación solo hay un lugar con vida y de casualidad es Temur.
—Interesante. —Fue lo único que respondió su maestra.
Sin que ninguno de los dos se diese cuenta, esto es completamente mentira, un grupo de demonios habían rodeado a aquella extraña pareja de discípulo-maestra. Con mucho cuidado estos sacaron sus armas y trataron de atacar primero al más débil, obviamente al chico delgado y pálido que parecía estar enfermo. Daniel y su capitana se habían percatado que un grupo se había separado y estaban a sus lados. No eran iguales que los amarillos que estaban allá, eran seres de piel roja enanos otros tenían forma de perros, pero con espinas saliendo desde su espalda y cuernos en la cabeza.
—Control del dragón de la oscuridad.
Cada demonio en aquel lugar observó como la oscuridad comenzó a ganar terreno en esa cueva, podría ser de noche, pero las antorchas de fuego azul podían iluminar hasta la más oscura de ellas, aunque esta vez habían sido tragadas. No había rasgo de luz. El corazón de cada uno de ellos comenzó a acelerarse, aunque eran demonios, algo capaz de apagar aquel fuego debía ser algo demasiado peligroso y oscuro, incluso más que ellos. De un momento a otro un rugido paralizó el corazón de todos ellos; desde el negro absoluto un par de ojos aparecieron, eran amarillos, se podía decir que rivalizaban con el sol.
—¡Alas del dragón de la noche! —rugió el joven.
Cada uno de los demonios, incluyendo a la maestra del joven, pensó que la voz venia de aquellos ojos dorados que se colaban en la oscuridad. Nadie podía ver bien, aquellos seres con forma de perro metieron su cola entre las patas y comenzaron a aullar de miedo, los demonios de piel roja soltaron las armas y trataron de correr, pero Daniel los veía con calma. Sus ojos se adaptaron de forma inmediata y sabía dónde estaba cada uno de ellos.
Sintió como la oscuridad se volvía una con él. Como aquella sensación ser libre, del viento chocando contra su cuerpo, y sintiéndose lleno de energía, aquel estado invadió su cuerpo apenas que pronunció aquellas palabras. Se sintió liviano y así se movió. Atravesó aquella distancia de dos metros en menos de un parpadeo quitándole la vida a aquellos seres que iban por la suya. Primero fueron los de piel roja, cada uno de ellos fue decapitado, ninguno alcanzó a gritar. Por otro lado, los perros fueron atravesados justo donde se ubica el corazón. Fueron muertes limpias.
—Debemos irnos... ¡YA!
Cuando Daniel dijo esto, la oscuridad absoluta comenzó a desaparecer. Se veía mucho más pálido, más ojeroso y su cabello lucía más brillante. El sudor frio comenzó a correr por su cuello. Sentía que la armadura le estaba asfixiando, pero debía continuar. Debía seguir con este trabajo incluso si le costaba la vida. ¡Había demonios en Milaroxaz! Y ese es el menor de los problemas, ¡ciudadanos del reino los estaban ayudando en las revueltas!
El dragón siempre supo que ellos debían estar vivos en algún lugar, así como lo están los Mharfoz. Eran pestes que debían ser erradicadas, al igual que él. Cosas que por el bien del mundo y de los humanos simplemente debían dejar de existir. Su cuerpo se movió de forma automática haciendo que retrocediera dos pasos hacia atrás para caer de espaldas. Su maestra se había movido y lo estaba apuntando con una espada, directo al cuello. Él lo entendió, no podía usar los poderes, así como así. Daniel lo sabía, pero eso fue una cuestión de vida o muerte, y él no quería morir tan joven.
—¿Daniel? ¿Eres tú?
—No señorita, soy el dragón de la oscuridad esperando que bajes la guardia para lanzarme sobre ti y consumir tu carne. —Trató de que sonara lo más irónico posible.
Él se levantó del suelo mientras la espada seguía apuntando a su cuello. Ella se acercó, colocó su mano en la frente y dijo unas palabras. Al ver que no pasó nada, guardo aquella arma en la vaina y simplemente se lo quedó mirando. A Daniel le latía el corazón con fuerza. El lugar ya tenía nuevamente luz. No sabía si solo había encerrado a aquellos seres dentro el control, o, por si otro lado, lo que hizo fue atrapar a toda la cueva en aquella oscuridad absoluta.
—Bien hecho Daniel, no esperé que en realidad pudieras hacer el control del dragón de la oscuridad sin perder nada —dijo nuevamente la voz en su mente—. Como consejo de dragón a humano, es mejor que no vuelvas a usar el control como por unas dos horas, si lo vuelves a usar —suspiró—, posiblemente tu compañera se muera del miedo.
—Sí, eso me di cuenta, pero ¿acaso eso importa? —respondió en medio de un susurro—: Además, ella es uno de los pilares de la Sagrada Orden Del Corazón Negro, dudo mucho que un dragoncito de pacotilla le de miedo.
—¿Acaso yo soy un dragoncito de pacotilla? —rugió el dragón desde el fondo de la mente del joven—. ¡ESTÁS HABLANDO CON UNO DE LOS DESTRUCTORES DE ESTE MUNDO!
—Cállate, eres un simple dragoncito de pacotilla que nadie conoce y la mayoría de personas te han olvidado —respondió con una sonrisa en su rostro; ellos dos siempre se habían llevado bien, incluso, Daniel aceptó la misión y "carga" de la espada desde que esta apareció. Como siempre le había dicho su padre, cuando este aún estaba con vida: «Las misiones que da la vida son lo más importante; si el destino te da algo, acéptalo con todas tus fuerzas y trata de sacarlo adelante; Skapeyen nunca le da misiones fáciles a los más aptos»—. Y no eres simplemente un dragoncito cualquiera, eres uno que extraña a su mejor amigo y volar por los cielos, tratar de matarlo mientras él quería controlar a la humanidad o destruirla, en cualquiera de los dos casos.
Su maestra, la pilar Dutla, simplemente se lo quedó mirando y soltó una risa baja. Él no entendía que fue lo que pasó, así que hizo lo que cualquier persona haría mientras que aceleraban su paso para alejarse de aquel lugar, simplemente le preguntó.
—¿Qué? —Ambos estaban subiendo los escalones de hielo por donde habían bajado los demonios, se trataban de mover sin ser notados—. ¿Pasó algo?
—No, solo me recordaste a alguien —respondió con una sonrisa triste, pero antes que su discípulo pudiera preguntar escucharon gritos que venían de atrás. Los demonios habían encontrado los cuerpos mutilados de sus hermanos—: Es tiempo de correr.
—O tiempo de luchar.
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