T.2:26

La gran batalla por la paz del mundo sobrenatural había comenzado: griegos, romanos, hebreos y bizantinos, todos con sus armas en las manos y con la moral bien alta, alzaban sus cabezas con honor y orgullo. Golpeaban sus escudos con el suelo o con sus armas. Gritaban y jaleaban para subir los ánimos de sus camaradas de armas. Todos hacían lo mismo, lo que provocaba que sus gritos se pudiesen escuchar desde el Olimpo. Mismos gritos que podían escuchar Marte y sus legiones.

-¿Oís eso? ¡Es el furor de nuestras tropas! -exclamó asombrado Zeus señalando con su dedo a los guerreros griegos paganos.

-Sí Zeus. También puedo escuchar a las nuestras. Qué Padre esté con ellas... dijo el Arcángel Miguel santiguándose, al igual que el resto de Cadres y la Arcángel Gabriel y las ángeles caídas, incluido Issei.

Mientras tanto, en el campo de batalla, los generales griegos paganos, Alejandro Magno y Alcibíades, hablaban entre ambos para intentar trazar una estrategia en conjunto para poder derrotar a los invasores romanos. Alcibiades propuso que los hoplitas y los toxotes se colocaran en un bloque compacto (hoplitas delante protegiendo a los toxotes) y que éste se moviese como, valga el anacronismo, un tanque. Alejandro escuchó atento la estrategia de Alcibíades y le pareció interesante. Pero el general macedonio le sugerio que en los flancos estuviesen sus caballeros hippeus escoltados por los peltastas. Alcibíades comprendió lo que Alejandro quería hacer: rodear a las legiones y que los abrahámicos cerrasen el círculo.

-¿Y qué haremos con los micénicos y minoicos? -preguntó Alcibíades a Alejandro Magno, quien, sin dudar ni siquiera un segundo, le respondió.

-Infantería de choque. Que ataquen de frente y luchen hasta la muerte. -declaro el macedonio colocándose el casco y montándose en su fiel montura, Bucéfalo.

-Así se hará, que los dioses nos acompañen en la batalla. -declaró solemne Alcibíades colocándose su casco de hoplita, agarrando con firmeza su lanza y comandando a sus tropas.

En ese momento, Alejandro Magno se dirigió a donde estaba su fiel caballería de compañeros, los Hippeus, para poder comandar una vez más a sus fieles guerreros hasta la victoria final. Galopaba junto a sus compañeros cuando levantó su xiphos* en señal de cargar, pues delante de ellos, a unos cientos de metros, estaba la caballería romana enemiga, también cargando contra ellos.

*El Xiphos (en griego Ξίφος [Xífos]) era era la espada de una mano utilizada por los griegos antiguos. Era un arma secundaria de los ejércitos griegos, después de la lanza o jabalina, en el campo de batalla. La hoja clásica medía generalmente cerca de 50-60 cm de largo.*

Ambas caballerías se enfrascaron en un combate brutal: los Hippeus griegos usaban sus xiphos y lanzas cortas contra los gladius romanos. En el aire se escuchaban los gritos de agonía e ira de los combatientes. Poco a poco los griegos iban tomando terreno a la caballería romana, muriendo soldados de ambos bandos. Tras casi 20 minutos de lucha encarnizada, los Hippeus griegos consiguieron hacer huir a la poca caballería romana que quedaba.

-¡Lo conseguimos! -exclamó uno de los caballeros Hippeus, pero no pudo celebrar mucho, pues un Pilum romano le atravesó la garganta.

-¡Cuidado! ¡Nos atacan con proyectiles! -llamó la atención Alejandro Magno, el cual arreó a Bucéfalo, su fiel corcel. -¡Retirémonos de aquí si queremos vivir!

A la orden del macedonio, sus compañeros Hippeus cabalgaron de vuelta a la protección que abarcaba los hoplitas y toxotes clásicos. Alcibíades, al ver al general macedonio, tuvo claro lo que había que hacer. Ordenó a sus tropas avanzar hacia la columna de legiones romanas, las cuales habían empezado a lanzar sus proyectiles de artillería al Olimpo. Todo bajo la atenta mirada del dios etrusco Maris, Marte.

Ante esta situación, el dios etrusco ordenó a su infantería de proyectiles que fuesen a hostigar a los griegos, posicionándose en las colinas que rodeaban al valle a los pies del Olimpo. A su orden, los Velites marcharon y se colocaron donde el dios etrusco dijo, empezando a hostigar con sus jabalinas a la columna griega compuesta por hoplitas y toxotes clásicos.

–¡Jabalineros en los flancos! –gritó Alcibíades al ver como un compañero suyo caía inerte al suelo. –¡Escudos! –ordenó el griego, y a su orden los hoplitas levantaron los escudos sobre sus cabezas.

Mientras, el capitán de los toxotes ordenó disparar a los Velites. Las flechas volaban por el aire. Los Velites y los toxotes iban cayendo uno a uno, hasta que los Velites consiguieron hacer huir a los toxotes, provocando que los hoplitas se tuvieran que quedar en ese sitio a merced de los romanos.

–¡Camaradas, esta noche cenaremos en el Tártaro! –dijo con gracia Alcibíades, a lo que sus compañeros de formación rieron a carcajadas.

Pero de repente vieron como un conjunto de caballería pesada que no habían visto en sus vidas llegaba cargando contra los hoplitas. Parecía caballería persa, pensaron todos, pero había algo distinto, en sus escudos pudieron apreciar por el rabillo del ojo un par de letras una X y una P.

Tras la carga de esa peculiar caballería, los jinetes se acercaron a los hoplitas, se bajaron de sus monturas, y el que parecía el capitán habló con Alcibíades en estos términos.

–Veo que estabais en grave peligro. –hablo el capitán de los jinetes cordialmente a Alcibíades.

–Así es buen hombre. Nos habéis salvado, por lo que no sois enemigos. ¿Podríamos saber mis camaradas y yo quién es nuestro salvador? –preguntó Alcibíades ordenando también que sus hombres bajasen los escudos.

–Me llamo Belisario, comandante de los ejércitos del Emperador Justiniano. Y al parecer hemos sido llamados por el Señor para una gran batalla. –respondió Belisario a Alcibíades.

Así fue como ambos comandantes acordaron entonces colaborar en la batalla que se estaba viviendo a los pies del Olimpo. Belisario entonces ordenó a sus jinetes marchar hacia la artillería romana mientras que los hoplitas de Alcibíades marchaban contra las legiones romanas, las cuales ya estaban a medio camino de llegar a la cima del Olimpo.
Y así fue como empezó la segunda fase de la batalla.

Por el lado griego, los hoplitas, recibiendo cobertura de los peltastas y siendo flanqueados por los micénicos y griegos marcharon contra las legiones romanas. Por el lado de los hebreos y bizantinos, los guerreros de las 12 tribus marchaban agachados, sin hacer ruido para poder emboscar a los romanos, quienes saquearían el Templo de Jerusalén 70 años después del nacimiento de Yeshua. Mientras, con la caballería bizantina, éstos cargarán contra la artillería romana apostada a unos cientos de metros del Olimpo. Artilleria la cual ya había empezado a disparar contra donde estaban los abrahámicos y los griegos reunidos.

–¡Cuidado! –advirtió Zeus al ver una piedra volar sobre el Olimpo.

–Yo me encargo Zeus. –dijo Penemuel creando un domo de luz para proteger la sala.

Mientras tanto, los hoplitas ya habían llegado a donde estaban las legiones romanas, las cuales pararon la marcha para protegerse de las jabalinas que les estaban lanzando los peltastas helénicos. Pero no se esperaban que, por su retaguardia, los aguerridos hebreos cargaran contra ellos al grito de "Adonaim Anachnnu". Las legiones quedaron inmovilizadas por detrás y por delante.

Los hebreos degollaban a los legionarios, los hoplitas avanzaban lenta pero firmemente hacia las legiones provocando los soldados de las primeras líneas retrocedieran hacia atrás, encontrándose con las armas de bronce de los israelitas. Todo esto mientras les llovían jabalinas de los peltastas griegos. Estaba siendo una masacre que Marte no habría anticipado en lo absoluto.
Todo empeoró para Marte cuando se dio cuenta que la artillería, onagros y escorpiones, habían parado de disparar -sus ingenieros habían sido masacrados y las piezas estaban ardiendo-.

Tras unos momentos de masacre de romanos, no quedaba ningún guerrero romano en pie, los que quedaban estaban huyendo con la cabeza gacha. Marte vió el panorama y bajó a la planicie, con su gladius en mano y una lanza a la espalda. Ante el ejército enemigo, Marte habló enfurecido y con un tono de voz sombrío y oscuro.

–¿Mis legiones... dónde están mis legiones, Zeus? –preguntó retóricamente el dios etrusco con voz fría y sombría.

En el Olimpo, los dioses griegos y los invitados abrahámicos sintieron como si una fría espada acariciase sus cuellos. Estaban sintiendo el poder de Marte, otrora un dios tan fuerte que nadie le podía hacer frente, ni siquiera Dragda o Ra. Solamente le pudieron derrotar de una sola manera: quitándole los fieles.

En el mundo sobrenatural, la fuerza de los dioses depende directamente del número de fieles que tengan. Por ejemplo, en la antigua Roma, el culto más extendido era, obviamente, a los dioses romanos, convirtiéndolos en los más poderosos del Mundo Sobrenatural. Con la paulatina conversión de los romanos al cristianismo, los dioses romanos fueron perdiendo fuerza, convirtiéndolos en presa fácil para Wõdan y Tengri (invasores germánicos y hunos, respectivamente).
Cuando el Imperio Romano colocó al cristianismo como religión oficial, los dioses romanos estaban condenados y acabaron muriendo a manos de Elohim, en venganza de lo que le hicieron al Templo de Jerusalén y el asesinato de Yeshua. Murieron todos menos Marte, por lo que pudieron ver los abrahámicos.

–Ustedes acabaron con Tinia, Menrva y con Uni... ¡Yo acabaré con ustedes uno por uno! –declaró Marte con los ojos inyectados en sangre y desatando todo su poder, provocando que los humanos que habían derrotado a su ejército salieran volando y murieran al instante.

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Xenovia e Irina jamás habían sentido tanto poder mágico en una sola persona. Únicamente los Arcángeles, los Cadres y Yeshua tenían tanto poder dentro. Pero ahora estaban casi tiradas en el suelo debido al inmenso poder que el comunista de acento andaluz emitía.

–¡¿De dónde sacas tanto poder maldito ateo?! –gritó Xenovia con desesperación intentando ponerse de pie.

–¡Pagaréis por haber matado a mi Cris! –vociferó lleno de ira el andaluz, dando un pisotón en el suelo, provocando un pequeño temblor que hizo salir volando a las dos exorcistas.

Ambas exorcistas acabaron chocándose contra los árboles, casi cayendo inconscientes debido al golpe, pero gracias a que eran ángeles y no humanas sobrevivieron al tremendo impacto.

–¡Maldición! ¡Es demasiado fuerte! –dijo Xenovia poniéndose de pie.

–¡Pero nuestra fé es más fuerte! –manifestó Irina desenvainando su Mimic en forma de Katana.

¡Deus Vult! –exclamaron ambas cargando con sus alas desplegadas contra el andaluz.

Así comenzó la primera ronda del combate: Irina y Xenovia intentaban atacar a Guillermo con sus fragmentos de Excalibur. Xenovia daba tajos potentes pero lentos, en consecuencia Guillermo la esquivaba fácilmente. Irina por su parte transformó su Katana en un látigo para intentar ahorcar al comunista, pero Guillermo agarró el látigo y lo usó en contra de Irina.

–¡Ahí te quería ver, monja pelinaranja! –susurró Guillermo tirando del látigo acercando a Irina a él para, posteriormente, golpearla con su zurda en la cara, haciéndola volar otra vez a los árboles.

–¡Irina! –exclamó preocupada Xenovia al ver a su compañera salir volando. –¡Muere de una vez maldito comunista! –cargó Xenovia contra Guillermo, pero este sólo usó su antebrazo, protegido por una pieza de armadura de oro, para cubrirse.

–¡No pararé hasta que la sangre de Cris sea honrada como se merece! –exclamó el comunista lleno de ira y triste a la vez.

–¡Entonces déjame llevarte con ella! –dijo Xenovia con la cabeza gacha y con su brazo derecho extendido.

–¿Acaso piensas usar esa espada? –dijo Irina consternada regresando a donde estaba Xenovia. Xenovia sólo asintió con la cabeza.

–Oh, San Pedro, San Basilio y San Denis, oh Santa Madre de Dios, Virgen María, os dirijo mi humilde plegaria. En el nombre de los Santos que habitan en esta espada, te ordeno que te liberes: ¡Durandal! –terminó la invocación la peliazul.

Entonces, de un círculo mágico dorado, salió una enorme espada azul con un borde dorado que, aparentemente estaba encadenada, pero las cadenas se rompieron al instante al ser agarrada por la peliazul. Era la espada Durandal, la espada que, según la leyenda, había portado Roland, paladín de Carlomagno, quien moriría luchando contra los paganos vascones en Roncesvalles.

La espada emitía tal brillo y poderío mágico, que Igor y Sergio, los cuales se encontraban peleando una tercera ronda a unos metros, sintieron un ligero temblor. Temblor que fue sentido por Ladón, el cual se preocupó y fue volando hacia donde se emitía el poder.

–¡No puede ser! ¡¿Eres portadora de Durandal?! –gritó aterrado tapándose los ojos Guillermo.

–Sí. Y lo soy desde que nací. El Fragmento de Excalibur me lo dieron cuando me convertí a la vida monástica. –confesó Xenovia agarrando Durandal con sus dos manos. –Y tú vas a ser el primero que pruebe su hoja ¡Deus Vult! –cargó la peliazul contra Guillermo, el cual no sabía qué hacer en ese momento.

–¡Maldita sea! ¡El Komintern no ha conseguido crear una Sacred Gear como esa! –confesó Guillermo intentando detener Durandal con sus manos, gracias a su inmensa fuerza que le otorgaba su Sacred Gear artificial, Tesoros de Tartessos*.

*Tesoros de Tartessos es un Sacred Gear artificial creado por el Komintern usando como base el hallazgo arqueológico de "El Tesoro del Carambolo de Sevilla. El Komintern es la abreviatura del ruso Коммунистический интернационал [Kommunisticheskiy internatsional] En la realidad, éste era un movimiento que unía a los Partidos comunistas de todos los países, con sede en Moscú, acabando por disolverse tras la Segunda Guerra Mundial. En esta historia, el Komintern no se disolvió, pero sí cambió de sede, de Moscú a Beijing, tras la muerte de Stalin en 1953*

Pero Guillermo no consiguió esquivar o evitar el espadazo de Durandal, lo que lo dejó malherido en el suelo, sangrando en el pecho. Xenovia estaba por darle la estocada final cuando sintió una quemazón en la mano. Era Sergio, quien le había disparado en la muñeca para evitar que su camarada muriese aquí. Sergio se acercó a donde estaba Guillermo y le ayudó a levantarse.

–¿Ves por qué tienes que controlarte? –inquirió Sergio a Guillermo. –Si sigues llorando por Cris, seguramente vayas a morir... Ya sabes que lo que el  Secretario General te contó sobre tu Sacred Gear. –confesó Sergio ayudándo a Guillermo poniéndole una gran venda en el pecho.

–"Si la usas mucho, Guillermo-tóngzhì, tu esperanza disminuirá drásticamente..." –recordó Guillermo desactivando su Sacred Gear, volviendo a su estado normal.

–Así es Camarada, así es... –dijo Sergio ocultando su espada Colada. –En cuanto a vosotros, ángeles, veo que sois fuertes, más de lo que me esperaba, excepto ese de ahí... –susurró eso último Sergio señalando a Igor Doroshenko. –Además, siento que alguien se acerca, y alguien al que no podemos hacer frente jejeje. –rió entre dientes Sergio al escuchar el rugido de Ladón haciéndose más fuerte. –Si queréis llevaos las Manzanas, adelante, no os molestaremos.

–¿Así de fácil? ¡Aún tengo que acabar contigo, rojo de mierda! –exclamó lleno de ira Igor, invocando una lanza de luz lanzándosela a Sergio.

Pero en ese momento ocurrieron dos cosas: Una: el par de comunistas españoles ya se habían ido en un círculo mágico rojo con una hoz y un martillo como símbolo y dos: Ladón había llegado y, viendo lo que pasaba, creó un muro de madera y piedras para evitar el fuego amigo.
Ladón se acostó al lado de los exorcistas y habló relajadamente, como solía ser él.

Βλέπω ότι κάποιοι ανεπιθύμητοι άνθρωποι είχαν μπει κρυφά στον κήπο... –rugió el dragón protector del jardín. (Veo que unos humanos indeseados se habían colado en el Jardín...)

–Así es Ladón, pero han huido... –dijo Xenovia guardando Durandal en el espacio mágico de donde la había sacado.

–¿Podemos agarrar ahora las Manzanas Doradas, no es así Ladón? –preguntó amable Igor poniéndose al lado de las exorcistas.

Φυσικά, αρπάξτε αυτό που χρειάζεστε. Αν θέλεις, θα σε πάω στην Ιερουσαλήμ. –dijo el dragón estirando su garra para pasar a los exorcistas unas cuantas Manzanas Doradas. –(Claro, agarrar las que necesitéis. Si quieres yo os llevo a Jerusalén.)

–Gracias Ladón, pero podemos hacer un círculo mágico de teletransporte. –agradeció al dragón Xenovia.

Είθε ο Ελοχίμ να είναι μαζί σας όπου κι αν πάτε. –dijo el dragón con una voz somnolienta haciendo un gesto de despedida con una de sus garras. (Entonces que Elohim os acompañe allá donde vayáis.)

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Palabras: 2695

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