Un nuevo hogar
La única opción que se les ocurrió era crear su propia y única esfera.
Una esfera a la que llamarían libertad, donde la única reglas serian que no habría reglas o sea a reglas sin sentido, estrictas o amenazantes.
Al final después de mucho esfuerzo la completaron. Era inmensa la más grande esfera jamás construida. Hicieron un hermoso paisaje, era un verdadero paraíso.
Pero se dieron cuenta de algo no estaba bien allí. De alguna manera se parecía a los lugares que habían huido y no querían caer en el mismo error. ¿Porqué tenía que ser una cúpula, una esfera cerrada?
Así que derribaron la esfera de cristal que la recubría y toda otra limitación como barreras o puertas.
Al final quedó un hermoso espacio abierto donde soplaba el aire libre, caía la lluvia y la nieve, donde penetraban directamente los rayos cálidos del Sol. A la entrada de aquel lugar pusieron un gran letrero con el nombre del lugar, Libertad.
Un día divisaron a lo lejos a un dragón gris. Triste cansado y abatido. Así que fueron a buscarlo y lo trajeron a su hogar.
Allí encontró la felicidad y el placer de ser libre.
Al cabo de un tiempo llegó un dragón negro en iguales condiciones que el dragón anterior. Triste, cansado y abatido. Pero que allí pronto encontró refugio y un oasis de paz y libertad.
Cada cierto tiempo aparecía un nuevo dragón. Y allí era bienvenido y era feliz.
Mientras tanto el dragón y la dragona fueron teniendo dragoncitos. Todos ellos de una infinidad de hermosos colores combinados. Eran dragones arcoiris al igual que sus padres.
También a medida que pasaba el tiempo aparecían y se quedaban allí dragones de diferentes colores. Grises, negros, blancos, verdes, violetas, con sus diferentes características y singularidades.
Y todos ellos aportaban sus conocimientos y destrezas, convirtiendo aquel lugar en un sitio cada vez más próspero y rico y variado. Todos ellos sumaban y añadían valor a aquel lugar especial.
Así que el dragón arcoiris tuvo que seguir ampliando los limites y ensanchando el lugar. Cada vez ocupaba más kilómetros de extensión.
Un día el dragón más pequeño, le pregunto a su padre, el porqué no iban a liberar a todos los dragones del mundo y los traían a aquel lugar.
El padre le contestó solemnemente...
Mira hijo. Cada dragón tiene en su corazón la llama de la libertad, pero la ha de descubrir por si mismo. Nadie puede hacer eso por él. Eso lo aprendí hace mucho tiempo. Hay dragones que no quieren oír la verdad. Otra verdad que no sea la suya propia. Y no quieren escaparse de su jaula. Ni aunque estuviera abierta la puerta.
Solo los dragones valientes, libres y que aman la justicia y la libertad encontrarán la oportunidad de escapar. Siempre hay esa oportunidad. Pero lo tienen que desear ellos mismos, sino aunque los trajéramos aquí a la fuerza no serían felices.
Un día el dragón después de haber hecho muchas reformas y ampliado muchas veces, quiso hacer otro viaje a lo alto. Subió hasta que llegó el mismo punto elevado que la primera vez, donde todo está oscuro y el aire apenas es respirable. Pero esta vez iba acompañado de su hermosa y amada dragona.
Desde lo alto contemplaron su gran hogar libre que brillaba más que todas las esferas juntas esparcidas por la Tierra. Era como un faro que iluminaba la superficie terrestre.
En ese lugar elevado y apartado ahora contemplaron a cientos, quizás miles de dragones procedentes de todas direcciones volando hacia su hermosa tierra, su querido hogar, ese lugar que se llamada LIBERTAD.
Fin.
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