6. I O S O T
Hace muchos años un noble extranjero del occidente llevó al reino de Joseon a una hermosa mujer con piel de porcelana, de largos cabellos dorados y que portaba el mar más azul en su dulce mirada. Fue dejada en el palacio como un obsequio al emperador después de firmar un tratado de comercialización entre ambas naciones.
El hombre quedó perdidamente enamorado de ella. La nombró concubina para dotarla de privilegios y obsequios, sin embargo no era suficiente. El emperador fue en contra de las fuertes opiniones de los funcionarios de la corte que desaprobaba el romance con aquella mujer de sangre sucia, erradicó la estricta ley de la época; cambiándola a su conveniencia.
Poco después nombre a su amada emperatriz y el hijo que esperaban se convirtió en el legítimo heredero al trono.
Cinco hijos. Dos varones y tres hermosas mujeres. Todos nacieron con la piel tan blanca como la nieve, finos rasgos y un sedoso cabello causante de envidias; los hombres heredaron el dorado color en sus cabelleras, mientras que las mujeres portaban orgullosas un par de zafiros por ojos.
Los descendientes de aquella familia heredaron los mismos rasgos de generación en generación, sus pretendientes eran celosamente cuidados para preservar aquellas distintivas características. Con el tiempo, las líneas directas de descendientes se fueron llenando de varones, dejando como una rareza los orbes cerúleos pues lo único que ellos poseían era el oro en sus cabellos.
—Esa mujer tenía un nombre muy raro, o eso me dijo mi abuelo. —Se encogió de hombros con desinterés—. De lo que estoy seguro es que el concejo escondió el pergamino donde fueron cambiadas las leyes para que el resto de los descendientes nos olvidáramos de intentar nombrar emperatriz a cualquier persona fuera de sus exigencias.
JinYoung escuchaba con atención, su boca abierta en una perfecta 'o'. Definitivamente había olvidado todo el nerviosismo que sentía minutos atrás.
JaeBeom lo convenció de colarse dentro del palacio y fue toda una odisea solo cruzar las enormes puertas que protegían la entrada al palacio. Ambos tenían los corazones desbocados; latiendo rápido ante la incertidumbre y el miedo a ser descubiertos, y es que podían meterse en graves problemas por hacer lo que tenían planeado hacer, JinYoung podría ser castigado públicamente en la plaza central o llevado a los calabozos y JaeBeom sería retado duramente, seguramente castigado con más odio y cizaña que antes.
De cualquier forma continuaron escabulléndose con avidez entre los matorrales, escondiéndose en puntos estratégicos para no ser pillados por los vigilantes.
Solo pudieron respirar tranquilos una vez cruzaron el río. JaeBeom sabía que cerca de ahí no había guardias vigilando, era una zona bastante alejada y la protección igual de escasa porque la prioridad era el palacete.
Aun así JinYoung sentía que vomitaría en cualquier momento y su fiel amigo en sus intentos por tranquilizarlo, lo tomó de la mano para guiarlo y empezó a contarle todas las historias que alguna vez su abuelo le contó. Desde el porqué de sus rubios cabellos hasta la razón de su conocimiento de esos lares.
JaeBeom se aburría mucho estudiando, su abuelo siempre lo mimaba e impedía que se lo llevaran a la biblioteca. Aquel hombre de gentil mirada lo llevaba a todos los lugares prohibidos; donde siquiera había servidumbre o protección, prometiéndole que antes de que subiera al trono, habría recorrido cada rincón de su palacio.
Lastimosamente su abuelo falleció antes de que pudieran mirar todo lo que existía dentro del territorio de la casa imperial. Así que se propuso a; en sus tiempos libres o cuando podía escaparse de sus tediosas clases, ir más allá de los límites permitidos a explorar. Sabía muy bien de varios escondites, pasadizos y caminos de los que seguramente su padre no tenía ni la más remota idea de que existían.
Agradeció al cielo no haber abierto su soberbia bocota para restregarle a su padre todo el conocimiento que tenía sobre el palacio que pronto sería suyo. De hacerlo no hubiera podido infiltrar a JinYoung.
—Te llevaré a mi lugar secreto —dijo JaeBeom con una sonrisa.
—¿De verdad?
—Yo conozco el tuyo, es justo que tú conozcas el mío.
—Confío en ti.
Caminaron más allá del bosque, tomando un descuidado sendero que entre más se alejaban, más parecían entrar en un territorio nuevo, pues los verdosos árboles dejaron de verse al igual que todo lo bello que caracterizaba al palacio. Pronto todo eran ruinas, tierra y escombros.
—Estos pabellones quedaron abandonados después del ataque mongol al imperio Goryeo hace mucho tiempo —explicó JaeBeom frente a una torre de dudosa seguridad en su estructura, tirando de unas tablas sueltas de madera que protegían la entrada, haciendo un hueco para que ambos pudieran entrar—. Cuando construyeron el palacio se adueñaron de este territorio abandonado y mi abuelo iba a reconstruirlo pero murió antes de poder iniciar con los planes.
Con cuidado caminaron en el interior aprovechando la poca luz exterior que se colaba a través de algunos huecos en la estructura, ésta iluminaba el camino hacia las escaleras y subieron hasta la cima. Había varias mantas regadas por el suelo, pergaminos, candiles y un pequeño banco de madera. Frente a ellos se encontraba una enorme ventana.
—Bienvenido a mi refugio. Vengo aquí cuando las cosas se tornan difíciles y ser el heredero al trono empieza a ser demasiado insoportable —bufó, en su rostro se pintó una sonrisa irónica.
—Debe ser horrible tener toda esa responsabilidad en tus hombros.
—Me consuela que cuando yo gobierne, arreglaré todas las porquerías que ha hecho mi padre por su soberbia —espetó con decisión—. Las guerras están acabando con todo pero su sed de poder lo ciega. Espero lograr ser una nación que prospere del comercio y las cosechas. No quiero que una vida más se pierda.
—Eres un ser noble Beomie. —Sonrió con sinceridad—. Serás un mejor hombre que tu padre, puedo asegurarlo.
Sus mejillas se pintaron de un carmín tono. Rascó su nuca con nerviosismo, acercándose a la ventana para cambiar de tema.
—Mi abuelo decía que este pabellón era especial. Aquí subía un vigilante que se encargaba de avisar cuando llegaban las embarcaciones.
JinYoung se acercó y su boca se abrió de la impresión. Más allá de la gran muralla que protegía el palacio y el terreno del pueblo, podría mirar un horizonte azul cristalino. El mar se veía interminable, indomable; extendido más allá de sus ojos y siendo bendecido por los rayos del sol.
—Te prometo... que vendré todos los días tras tu primera excursión —murmuró avergonzado—. Así sabré cuando vuelvas, porque vas a volver ¿v-verdad?
JinYoung tenía la edad suficiente para comenzar a viajar junto a su padre y aprender todo lo necesario para suplantar a su progenitor como comerciante en un futuro próximo. Gracias a ello, en un par de días debía hacer su primer viaje a Japón para comenzar con las lecciones de navegación.
—Siempre —espetó con determinación. Irguió su postura, colocando una mano sobre el hombro del temeroso príncipe—. Prometo que siempre voy a volver, si tú me prometes que siempre vas a esperarme.
JaeBeom sonrió, asintiendo efusivamente.
No pudo contenerse y abrazó a JinYoung con fuerza, deseando que nunca se fuera.
—Te prometo que siempre voy a esperarte.
—Nunca lo olvides. Porque siempre voy a volver a ti.
—¿Qué quieres JungKook?
Retar al joven por haber entrado sin permiso a los aposentos del emperador dejó de surtir efecto cuando YoonGi encontró que en realidad le agradaba aquella actitud soberbia junto con esa sonrisita traviesa. Su fiel doncel era terco, exigente y desobediente, le encantaba desafiar su autoridad, sostenerle la mirada cuando era su obligación bajarla, simplemente ir contra cualquier reglamento. Su naturaleza le exigía domar a su amante, recordarle que el único que mandaba era él y en la cama era el único momento donde JungKook se volvía un manso corderito, éste adoraba ser sometido por la mano fuerte del emperador y deshacerse entre sus brazos cuando arremetía contra él.
Una vez que JungKook entraba a sus aposentos, no salía hasta bien entrada la madrugada; cuando le pedía cortésmente que se retirara a su habitación. Porque ningún doncel dormía con el emperador a excepción de la primera noche tras su reclamación. Los miembros del harem se dormían en una habitación de invitados para no tener que caminar en la noche hasta el pabellón, sin embargo, debían abandonar el palacete por la mañana.
—Sólo quería verlo mi señor, no habíamos tenido tiempo de estar solos hoy.
—Escuché que SeokJin te volvió a castigar, ¿qué hiciste ahora? —peguntó, sentándose en el borde de la cama.
—Quizá le dije un par de cosas a Momo. —Se encogió de hombros mientras batía sus pestañas con fingida inocencia—, y le pedí a hyung que me azotara, pero prefirió llevarme con su esposo.
—No entiendo porque te gusta hacerle enojar. —Suspiró cansado, apuntándole con el dedo índice—. Ten cuidado de ahora más, SeokJin está embarazado.
—Lo sé, mi señor. —Se acercó con cautela al hombre, caminado con un casi imperceptible meneo de caderas—. Me disculpo por mis actos y me retractaré de todo a menos que usted decida castigarme por ello. —Le guiñó un ojo, sonriendo coqueto.
—No tienes remedio, Koo. —Correspondió el gesto con una sonrisa ladeada.
—Podemos empezar con eso ahora. —Se sentó a horcajadas en su regazo, pasando los brazos por su cuello.
—Hoy no.
—¿Por qué? ¿Esperas a alguien más?
Un pequeño pero sensual beso fue dejado sobre los labios del hombre. Un lento vaivén se mecía contra la entrepierna del emperador, buscando despertar los instintos más bajos y salvajes del hombre que dejó caer sus grandes manos sobre su cintura.
—Sabemos que así no funciona esto, JungKook. —Trató de detener el ligero movimiento que sin querer estaba causándole una erección.
—Ya ha rechazado a otros antes por tenerme a mí —susurró cerca de su oído, acariciando el firme pecho sobre la tela.
—JiMin-
—Le haría un favor a ese chico, él parece interesado en alguien más...
—¿Qué dijiste? —Frunció el ceño, saliendo momentáneamente de aquella burbuja de seducción.
—Que los rubios no son su tipo —bromeó.
—JungKook —advirtió severo.
Dos tímidos golpes a la puerta distrajeron de inmediato la atención del emperador. El doncel mordió su mejilla interna con molestia, detestaba tanto ser interrumpido.
—JiMin...
—Me tienes a mí —jadeó con rudeza, tirando de las solapas de su yukata para exponer su torso, sujetando la tela con el interior de los codos—. Dile que se vaya.
—No deberías estar aquí —regañó con la voz ronca. Lo bajó de su regazo, empujándolo a la cama sin mucha fuerza—. Vístete y vete.
YoonGi se acomodó las prendas para abrir la puerta, asustando al tímido pelinegro al otro lado de ésta.
—Buenas noches, su majestad. —Con una mano en el pecho, JiMin hizo una venia respetuosa—. Me mandó a llamar.
El doncel portaba un furisode ligero de color azul celeste, su cabello estaba sujeto en una coleta baja; dos rebeldes aladares caían a ambos lados de su rostro. Pero lo que llamó su atención fue el tono rosado de aquellos pomposos labios.
«Paciencia». Se recordó.
—Luces hermoso, JiMin. —Sujetó su mano para invitarlo a entrar a la habitación—. ¿Cómo pasaste el día de hoy?
Abrió la boca para contestar pero la cerró cuando miró como JungKook salía de la cama acomodando sus ropas. Siguió con la mirada al doncel mientras salía y un rubor se pintó en sus mejillas cuando él le guiñó el ojo antes de cerrar la puerta.
—No es lo que piensas. —YoonGi atrajo la atención del pelinegro—. Se coló en mi habitación hace unos minutos.
—Eso no es de mi incumbencia, mi señor —recitó amable, bajando la mirada.
Ser el nuevo o por lo que había escuchado; el capricho temporal del emperador, no le daba exclusividad. Su señor podía hacer lo que le plazca sin rendirle cuentas a nadie. Él no tenía derecho de molestarse; no le correspondía portarse prepotente.
Sin embargo, le revolvía el estómago dormir en la cama donde horas antes hubo alguien más.
Lo hacía sentir sucio, era degradante. Y lo peor era que no podía quejarse.
—Escuché que SeokJin te presentó al harem.
YoonGi cambió de tema cuando se dio cuenta que estuvo a punto de brindarle una explicación. No conocía con exactitud la razón por la que deseaba que JiMin supiera que era el único con el que pasaría la noche, pero no le agradaba sentirse con el deber de darle explicaciones. Ya había roto varias de sus reglas por él y aunque al hacerlo se sentía dichoso después de saber que a JiMin le había gustado, entendía que algo se le estaba yendo de las manos por su doncel, lo cual era incorrecto.
No podía sucederle una vez más.
—S-Sí, ellos son muy amables.
«A excepción de cierto castaño», pensó.
Quejarse lo iba a dejar como un maleducado frente al emperador, así que decidió callarse lo que pensaba sobre su favorito.
—Querían darme la bienvenida con una fiesta del té esta noche, pero...
—Lamento arruinar sus planes. —Sonrió sin una pizca de arrepentimiento. Sus manos viajaron a la cintura del bailarín, halando de él para acercarlo un poco más—. Quiero tenerlo para mí por ahora.
—Lo sé, su majestad.
—Ven conmigo.
Similar a la noche anterior, YoonGi se encargó de desvestir al doncel con suaves caricias. Lo llevó a la cama donde lo recostó bajo las sábanas y poco después se acostó junto a él, apresándolo entre sus brazos. Sólo que esta vez, ordenó suavemente que le mirara a los ojos.
Amaba los dorados orbes de JiMin, la manera en cómo brillaban era sublime. Pero no pudo deleitarse esta vez.
Su pecho lleno de angustia notó el miedo en ellos, la incomodidad que JungKook dejó en él seguía presente.
—No lo toqué.
—¿Disculpe?
—JungKook. No hice nada con él. —Acarició la tersa mejilla con el dorso de su mano, tratando de transmitirle serenidad y confianza—. No podía dejar de pensar en ti.
Aquellas palabras aceleraron su pobre corazón. Su mente se volvió un caos de todo tipo de pensamientos que no llegaban a ninguna conclusión lógica. Mordió su belfo al no saber que decir; acción que no pasó desapercibida por YoonGi.
—¿Alguna vez te han besado, JiMin? —susurró en un tono ronco contra el rostro de su bello inocente.
—No —murmuró bajito con las mejillas sonrojadas, fingiendo que cada vello corporal no se había erizado con el soplo de dicha voz—. N-Nunca.
—¿Quieres que te enseñe?
No supo exactamente por qué ni quiso darle pie a su mente para averiguar la razón que lo llevó a asentir con la cabeza. Decidió concentrarse en la suavidad de la mano que sujetó su mejilla, en la respiración acompasada que acarició sus labios antes de sentir un ligero roce con los finos belfos del emperador.
—Cierra los ojos, JiMin.
Como si se hubiera tratado de un hechizo, eso hizo. Sus dedos se enredaron en la suave tela de la yukata de YoonGi, ansiando lo desconocido.
Nuevamente un par de labios se presionaron contra los suyos en un roce dulce y casi por inercia frunció ligeramente la boca para corresponder aquel toque. Se separaron en cuestión de segundos antes de volver a juntar sus labios.
Pasó así una y otra vez, fungiendo como distracción para que YoonGi pudiera acomodarse encima del menudo cuerpo del doncel.
Desde arriba la vista era magnífica. Los anhelantes orbes ámbar le miraban con un destello de deseo, su boca entreabierta exhalaba vaho gracias a la baja temperatura de la habitación y sin embargo sus coloreadas mejillas le hacían saber que el cuerpo bajo el suyo no sentía ni una pizca de frío.
—Abre un poco la boca, JiMin —ordenó dulcemente—, y cierra los ojos.
Las indicaciones las acató sin rechistar.
Pronto sintió la suavidad de un par de belfos que se acoplaron a los suyos. Este beso se le antojaba más íntimo y húmedo, la lengua del rubio repasó sin vergüenza sus labios y acarició su propio músculo, incitándole a enredarse en un pequeño pero acalorado juego.
YoonGi tomó todo el control del beso, sujetó sin premura la cintura del bailarín; apretando la piel sobre la ropa para hacerle jadear y poseer su boca a profundidad.
JiMin intentaba corresponder la intensidad con la que era besado, se movía torpemente pero a su majestad no parecía importarle demasiado. Se sentía mareado, sus manos fueron a parar al cuello del emperador pues sentía que debía sostenerse o perdería la conciencia. Los labios de su señor eran embriagadores, su toque dejaba una estela caliente sobre su cuerpo.
Estaba perdiendo la cabeza y no le podía importar menos.
—Mío.
Murmuró YoonGi, separándose de los adictivos labios de su amante, bajando a punta de besos por su barbilla hasta alojarse en su cuello; lamiendo, mordiendo.
Volvió a los labios de su acompañante, reclamando sus jadeos, absorbiendo hasta las últimas escurrimbres de inocencia y sellando en los suaves belfos el pacto que lo condenaría al inicio de una adicción morbosa y pasional, donde de solo suspirar sobre sus labios todos sus males se salvarían mientras irónicamente caía hacia su perdición.
—Dilo JiMin —susurró ronco contra su boca—. Di que me perteneces.
—Soy suyo —balbuceó, perdido en la embriaguez de sus actos impuros.
YoonGi sentía las palabras de JungKook grabándose a fuego en su mente.
Se prometió que descubriría quién trataba de quitarle a su doncel, quién osó poner sus ojos sobre lo que era suyo y de ser posible, él mismo escoltaría a tan sucia escoria hasta los calabazos para sujetar con sus propias manos la vara con la que sería golpeado el culpable de intentar robarse algo de su posesión.
—Mi JiMin.
Fuertes golpes en la puerta lo sacaron del profundo sueño donde se encontraba. Se sentó en la cama con los ojos entrecerrados. No le dio tiempo a espabilar cuando un apurado SeokJin atravesó la habitación con varias cosas en las manos.
—Hola, Jiminie —saludó cortamente, desapareciendo por la puerta del baño personal del emperador.
Mientras tanto, JiMin seguía luchando por despertar. Por inercia miró el lado vacío de la cama, una sonrisa boba se plasmó en su rostro al ubicar dos rosas descansando en la almohada.
Era absurdo emocionarse con ello, él era un simple consorte al igual que los demás. Pero YoonGi cumplió su palabra sobre cuidar de su familia, lo trataba bien y le regalaba rosas. Jamás había tenido un trato así en su vida. No podía evitar sentirse aunque sea un poquito feliz por las atenciones del hombre más importante de Joseon.
Además, la noche anterior...
Tocó sus labios ligeramente hinchados. Pasaron horas antes de despegarse, eran una enredadera de brazos y piernas, mientras sus bocas parecían haberse fusionado en una placentera danza entre ellas. Había sido maravilloso.
Después durmieron abrazados. Era la segunda noche y pensó que podía acostumbrarse a ello.
—No sé en qué está pensando ese hombre. —SeokJin regresó, refunfuñando para sí mismo. Tiró de las sábanas para sacar al doncel de la cama, sin prestarle atención a las flores en sus manos—. Voy a asearte, arreglarte y enseñarte rápidamente la etiqueta en el desayuno.
—¿Qué?, ¿por qué? —Fue desnudado antes de darse cuenta y arrojado a una enorme tina redonda de madera—. ¿Qué ocurre?
—Ocurre que YoonGi piensa con el- —Se detuvo antes de decir un improperio. Respiró hondo, acercándose las sales de baño y la pequeña esponja de lufa para limpiar el cuerpo de JiMin—. YoonGi me pidió prepararte para que desayunaras con él.
Explicó más tranquilo mientras aseaba con mayor atención la piel del bailarín.
—Cerca de él hay mucha gente que puede verte y no te he enseñado los modales en el comedor. Nuestro señor sabe la clase de personas quisquillosas que son pero se niega a esperar tu educación —resopló.
—¿Por qué su majestad...?
—No tengo la menor idea, pero es un desesperado. Óyeme bien JiMin, desesperado.
Saliendo del baño, le colocó un zhongyi blanco de falda entubada. Encima colocó un hanfu blanco de tiras anaranjadas con degradado del mismo color en las mangas tipo ala, ató a su cintura una falda ligera de color celeste que se degradaba hasta un precioso blanco espuma con detalles de flores anaranjadas.
Lo maquilló un poco más de la habitual. Sus labios fueron remarcados con sabia para darles un brillo artificial, sus ojos lucían almendrados con la delgada línea de color negro y su rostro fue retocado con polvos blancos.
SeokJin lo peinó con un chongo alto, dejando la mitad del cabello suelto y adornando con un ji de oro que dejaba caer dos cadenas alargadas en su frente.
Sin duda se veía hermoso, el esmero del mayor por arreglarlo podía verse en cada delicado nudo de su ropa o las brochas manchadas de todo lo que colocó en su rostro.
—No puedes ver al emperador a los ojos. —Le recordó camino al comedor, acomodándole algunos cabellos rebeldes al peinado de su menor—. No puedes comer sin que él lo haga primero, no comas rápido ni intentes evitar que retiren tu plato. YoonGi suele comer a grandes bocados y casi siempre termina antes que los invitados, los platos se retiran aunque no hayas terminado.
—Pero-
—Sin peros, sólo escucha. Los palillos siempre van al frente, la taza de té a tu izquierda, el vasito de Soju a la derecha. —Se detuvieron un instante, SeokJin interpretó lo que decía con las manos—. Cuando bebas hazlo de lado, cubre tu boca con la mano libre y no choques la vajilla, intenta dejar todos los cubiertos con delicadeza.
—B-Bien.
—Estirarás tus mangas hasta el antebrazo, sólo harás un dobladillo sencillo y si se bajan nuevamente, coloca las manos sobre tu regazo para que puedas subirlas con discreción.
Quiso morder su belfo pero su mayor le prohibió que lo hiciera. Estaba tratando de aprender todo lo que le decía, desde cómo debía sentarse, la oración que debía pronunciar antes de comer, la posición para esperar a que el emperador empezara sus alimentos y un sinfín de cosas complicadas las cuales temía no recordar o equivocarse en el intento.
Llegaron hasta la puerta del comedor. Se obligó a deshacerse de la maraña de pensamientos que hacían su cabeza doler y simplemente trató de repasar las palabras de su mayor.
—Muy bien Minnie, escucha con atención.
Lo sujetó de los hombros. JiMin pudo notar en su mirada que estaba tan preocupado como él.
—Sólo debes recordar lo que te he dicho. Sé que lo podrás hacer bien.
—¿Qué hicieron los demás consortes en su primer almuerzo con el emperador?
—Oh, cariño. —Intentó esbozar una sonrisa, sin embargo ésta parecía más una mueca disconforme—. Eres el primer consorte que come a solas con nuestro señor.
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