3. S E T
—A partir de hoy, vivirán aquí.
El eunuco les dio la bienvenida a una pequeña residencia de dos pisos apartada de la zona privada de la realeza pero en la misma plaza especial para mujeres.
—A excepción de ti, JiMin-ssi. Sólo por esta noche dormirás aquí, mañana te trasladaremos al pabellón del harem.
Esa palabra le causaba escalofríos, su estómago se encogía y se mareaba.
Asintió, tratando de mantener la compostura para no intranquilizar a los niños que miraban con total detalle toda la casa.
HoSeok los invitó a entrar y ellos en un segundo se encontraban corriendo por la vivienda, explorándola. No los culpaba; jamás habían visto algo similar, tenían tan sólo unos meses de nacidos cuando fueron echados de su hogar, era normal que siquiera se acordaran de la que alguna vez fue su casa. Y aun así, no existía punto de comparación entre dicha morada y ésta.
El primer piso tenía dos salas equipadas; la derecha albergaba lo necesario para preparar una reunión de té, la segunda era un tranquilo y cómodo espacio para leer o incluso dormir. Al fondo existía una habitación que HoSeok aclaró que era especialmente para su madre; la cama estaba a un nivel bajo para que no se esforzara al acostarse, las cómodas podían servir como apoyo al momento de levantarse y tenía un baño privado.
La cocina estaba del otro lado de la escalera, un cuarto grande con una mesa de madera y una silla a cada lado. Había un anafe de metal, repisas para las especias y vajilla, un almacén de piso a techo lleno de comida y una puerta que daba al patio privado de la residencia.
En el segundo piso se encontraban tres puertas más. La primera llevaba a un cuarto espacioso con dos camas, un ropero y una ventana alta con protecciones de metal. La segunda estaba vacía, pues; según HoSeok, sería equipada años después, cuando los gemelos tuvieran la suficiente edad para dormir separados y entendieran que debían tener privacidad. La última habitación era un cuarto de juegos, lleno de juguetes, mullidos cojines y bonitos colores en las paredes.
JiMin hizo una mueca. Todo estaba planeado.
El emperador estaba seguro qué él iba a aceptar. Tan pronto lo hizo, los guardias rompieron la formación y se alejaron de ellos para seguir al dueño de la nación a donde sea que se dirigiera. HoSeok los escoltó todo el confuso camino hasta la vivienda, una que parecía especialmente para ellos, siquiera tuvieron que esperar a que la acondicionaran. La casa estaba lista para ser habitada.
Le molestó. Le molestó saberse comprado.
—Mañana por la mañana vendrá una mucama que le servirá a usted y los niños, señora Park —aclaró HoSeok, ganándose un asentimiento por parte de la mujer—. La casa no será hospitalaria hasta que usted no esté conforme, así que un eunuco estará aquí a primera hora, esperando por sus indicaciones. Puede mover todo lo que guste, le traerán lo que sea.
—Se lo agradezco, mi señor —respondió con una apacible sonrisa.
ChungHa deseaba volver a casa. No a la de las tierras de nadie, sino a su hogar, con su amado esposo. Era imposible pero no podía evitar ser una soñadora. Con él las cosas eran más sencillas y felices. Cuando murió, la situación se le salió de las manos y su preciado JiMin tuvo que conseguir el trabajo que nadie quería darle a ella.
¿Y ahora? Ahora JiMin pagaba el precio de su inutilidad.
Era una mujer viuda, enferma, sin una de sus piernas. No podía trabajar ni tenía los recursos suficientes para al menos ayudar en casa vendiendo comida y de tenerlos, tampoco podría, porque siquiera podía trasladarse por su cuenta al pueblo. No era más que una pesada carga para su hijo mayor. No servía viva y tampoco muerta, porque eso sería dejar a sus niños solos y sus pobres bebés no merecían más pena en sus vidas.
Así que Park ChungHa era una mujer viuda y resignada. No tenía nada más que dar a excepción de una cálida sonrisa que escondía una profunda tristeza.
—¿Cuándo podré ir por nuestras cosas? —cuestionó JiMin, saliendo a la entrada del hogar para escapar de la bruma que sentía en el interior.
—Ustedes ya no saldrán, JiMin-ssi. —Ignoró el entristecido semblante del doncel. Trató de brindarle una sonrisa, pero apenas y pudo subir las comisuras de su boca—. Mañana los guardias se encargarán de recoger sus pertenencias, incluso la señora Mu estará aquí a primera hora del día.
JiMin arqueó una ceja en su dirección, a lo que respondió con una risita.
—El jovencito SooBin me hizo prometer que la traeríamos.
—Así que... ya no saldremos de aquí. —Suspiró, echando un vistazo al cielo naranjo.
Una parvada revoloteó cerca de los árboles para después de echarse a volar fuera de su vista.
Cuando era niño, su padre le preguntó que deseaba ser de grande y él respondió que un ave. En esos tiempos, lo había dicho porque le resultaban bonitas, sobre todo las de exóticos colores que alguna vez llegó a ver en un libro de cuentos extranjero. Si le dieran la oportunidad de responder nuevamente, contestaría lo mismo, pero a diferencia del pequeño JiMin de cinco años, elegiría ser un ave porque ellas podían extender sus alas y surcar los cielos; representaban la libertad que él ya no tenía.
—Me hubiese gustado despedirme de TaeHyung —confesó.
—Haré todo lo posible para que su majestad deje que su amigo bailarín pueda venir a visitarlo de vez en cuando. —La esperanza en los ojos ámbar de JiMin, llenó su corazón de compasión y tristeza—. Prometo que haré todo lo posible por hacerlos sentir cómodos.
—Muchas gracias, mi-
—HoSeok.
El doncel ladeó el rostro, confundido.
—Sólo HoSeok, JiMin-ssi.
—No puedo tomarme tal atrevimiento —respondió.
Antes de que pudiera contestar un castañito corrió hasta ellos, específicamente hacia HoSeok. SooBin se sujetó de las prendas del hombre, dedicándole una enorme sonrisa enmarcada por dos pequeños hoyuelos.
—Señor Hobi hyung, se quedará a dormir con nosotros, ¿verdad? —preguntó con palpable emoción, dando pequeños brinquitos—. Cenaremos, jugaremos, comeremos postres y-
—Cariño, basta —interrumpió JiMin, angustiado por la familiaridad con la que le hablaba al mayor. Temía que se encariñara y resultara lastimado por la desilusión—. El señor Jung debe irse a su casa.
—Pero Minnie, Hobi hyung es mi amigo. —Se aferró fuertemente a las piernas del eunuco, impidiendo que siquiera pudiera moverse—. Quiero que se quede a dormir —exigió con un puchero.
JiMin abrió la boca sorprendido.
¿Estaba haciendo un berrinche?, su bien portado Soobinie... ¿Le estaba haciendo un berrinche?
Desde que el niño tuvo la capacidad de hablar, jamás le pidió nada. Ni él ni MinHyuk habían desobedecido en su vida, siempre estaban de acuerdo con lo que decía e incluso cuando debía explicarles que no podía llevarles cualquier cosa tan seguido; como las frutas o material para hacerles juguetes, ellos lo entendían.
Varias noches pensó que parte de ser un niño era ser al menos un poquito quejumbroso, que era normal que pidieran cosas pues la vida se trataba de probar todo a tu alcance. Y una vez más se sintió terrible al no poder darles siquiera eso a sus niños, no tenía el suficiente ingreso económico como para que pudieran pedirle lo que sea, porque no conocían nada.
Así que ahora no sabía si llorar de felicidad o fruncir el ceño y regañarle por su pataleta.
—El señor Jung-
—¡Señor Hobi hyung! —exclamó molesto el infante.
—SooBin-ah. —HoSeok interrumpió con voz cantarina antes de que JiMin retara al niño. Se agachó para hablarle de frente al castañito, sonriéndole cuando lo miró—. No puedo quedarme a dormir, eso no es correcto. Tú madre es una mujer viuda, no está bien que un hombre que no es de su familia se quede en su casa.
El pequeño frunció el ceño, claramente estaba pensando con todas sus fuerzas por sus forzados gestos. Después de unos segundos saltó de alegría por su increíble idea.
—Si mami no puede volver a casarse... entonces Hobi hyung puede casarse con Jiminie. —Sonrió, orgulloso de su razonamiento—. Así sí se puede quedar a dormir para siempre.
El aire se atoró en su garganta por un segundo. Su rostro se pintó de mil colores ante la idea tan descabellada de su hermanito. El mundo se resolvía tan fácil para los niños cuando la realidad era más complicada de lo que parecía.
La risa jovial del consejero lo sacaron de su maraña de pensamientos. Miró avergonzado el sonriente rostro del hombre.
—Debes de amar mucho a una persona para casarte, SooBin-ah —explicó—. Yo no amo a tu hermano.
—Pero Minnie es muy lindo —reprochó con un puchero.
—Por supuesto que lo es. Es el doncel más hermoso que he visto.
JiMin sintió sus mejillas calientes. Recibía ese halago de forma implícita en la casa Kisaeng, el emperador había halagado su belleza también y, sin embargo, nunca sintió aquel cumplido tan personal y sincero hasta que el consejero imperial lo mencionó.
—Tu hermano tiene un trabajo especial en el palacio —aclaró HoSeok con calma, acariciando un par de mechones del cabello del niño—. Si yo me caso con él no podrá hacer ese trabajo tan importante, ¿sabes?
SooBin hizo una mueca.
¿Por qué su hermano no podía casarse? Sobre todo con el atento Hobi hyung que acariciaba su cabecita, jugaba con él y le daba postres.
—Yo lo quiero mucho, señor Hobi hyung, ¿me puedo casar con usted?
—Ah, Soobinie, basta —interrumpió JiMin. El curso de la conversación no estaba funcionando para ninguno—. El señor Jung no puede quedarse a dormir y tú no puedes casarte, te faltan como diez años para eso.
—P-Pero. —Puchereó, resignado. Jugó con sus deditos, manteniendo la mirada gacha—, si puede cenar...
HoSeok volteó a ver a JiMin, quien luego de pensárselo unos segundos, suspiró antes de ceder.
—Me quedaré a cenar. —Rio divertido cuando la vida le regresó a los ojos al pequeño. HoSeok acarició su cabello con una sonrisa—, pero debes prometerme que serás un buen niño.
—¡Lo seré!
SooBin corrió al interior de la casa, buscando a su hermano para contarle las buenas noticias. Los mayores suspiraron, riendo cómplice al saberse débiles antes los pucheros e insistencias del tierno infante.
A diferencia de lo que JiMin pensó, tener al eunuco con ellos no fue ni un poquito desagradable. HoSeok le ayudó a preparar la cena mientras sostenía una charla con los gemelos, o más bien, con SooBin. Crearon una especie de juego donde los niños trataban de robar comida de un cuenco sin que nadie los viera y HoSeok era el que debía de atraparlos infraganti, picando sus pancitas cuando eran pillados, sacándoles una risita a los gemelos.
Cuando la cena estuvo lista, se sentaron a comer, dando paso a una charla bastante amena donde hablaron de sus vidas. Y el castaño con vergüenza confesó que él ya los había investigado y si no sabía todo de sus vidas, probablemente sabría la mayoría.
Por ello, les contó sobre sus padres y como heredó el puesto de consejero imperial de su antecesor. Les contó lo difícil que fue prepararse como eunuco, las arduas labores a las que era sometido, los terribles castigos que dejaron marcas sobre su cuerpo, las noches que pasó en vela tratando de perfeccionar cada una de sus tareas y que; a pesar de todo, estaba orgulloso del hombre en el que se había convertido.
Se retiró del hogar un par de horas después, no sin antes prometerles a los niños que los visitaría al día siguiente y jugaría con ellos toda la tarde. JiMin lo acompañó hasta la puerta, agradeciéndole por su compañía.
El consejero miró hacia el interior del hogar con una nimia sonrisa. Hacía tanto que no se sentía cómodo a la hora de cenar. Supo que, a pesar de las carencias, los Park eran unidos y sabían brindar la calidez de ese amor a los demás.
Un malestar se asentó en su estómago. Estaba quitándole a un par de pequeños, una de las personas que llevaba felicidad a sus vidas y hacía de cualquier lugar que habitaran un hogar.
—Siempre quise tener hijos —soltó con nostalgia, vaho salió de sus labios ante la gelidez de la intemperie—. Tus hermanos... son unos niños grandiosos.
—Son todo lo que tengo, no me queda nada más en el mundo que ellos —murmuró con pesadez—. Por favor, no permita que nada malo les pase en mi ausencia.
—JiMin-ssi, le prometo que cuidaré bien de ellos.
Encontró esperanza en los centelleantes clisos del hombre. Su familia era lo más importante para él y quizá, sólo quizá, HoSeok era el indicado para cuidar de ella.
—Gracias, HoSeok-ssi.
Los primeros rayos de sol apenas tocaban los suelos cuando una mano se posó sobre su hombro, meneándolo suavemente para despertarlo.
JiMin se sentó en la cama con rapidez y cubrió su cuerpo con una sábana, sosteniendo la tela contra su pecho para cubrirse el camisón que usaba como pijama. Miró con desconfianza y timidez al alto chico de peculiar cabello que estaba de pie a un lado de su cama.
De reojo miró la cama donde sus hermanos dormían, suspirando aliviado de que siguieran ahí.
Pasó toda la noche en vela hasta el galicinio, pensando descabelladas teorías sobre qué le harían a su familia si él no estaba para verla, ¿si HoSeok le mentía y no los protegía? Qué tal si sólo montaron todo ese escenario para convencerlo de quedarse y echarían a su familia a la calle una vez viviera lejos de ellos.
Rezó a los dioses por benevolencia hasta que sus párpados pesaron.
—Buenos días, joven JiMin.
—¿Quién es usted?
—No te asustes, lamento despertarte —susurró—. Soy Kim SeokJin. Vengo a ayudarte a vestir y darte la bienvenida.
—¿Es el eunuco que mencionó el señor Jung?
El joven negó y con una seña le pidió que lo acompañara. JiMin se levantó, se dirigió a la otra cama de la habitación para arropar bien a los niños y dejó un beso en su frente antes de salir con sumo cuidado, siguiendo a SeokJin a la habitación vacía.
—Soy o bueno... era parte del harem —explicó el de ojos amielados—. Ahora sólo instruyo y cuido de los donceles y doncellas. Nuestro señor me pidió personalmente que me hiciera cargo de ti por hoy. No es como si no fuera a hacerlo de cualquier forma, pero no pensé que te traerían tan rápido, apenas ayer me avisaron que vendría un chico nuevo y hoy estás aquí —mencionó con entusiasmo.
Levantó del suelo las suaves prendas con las que vestiría a JiMin. Las inspeccionó para averiguar si eran de la talla del menor pero al no poder adivinarlo, se encogió de hombros.
—Ahora, querido. Quítate esos harapos. Hana vendrá en un par de horas para traerles ropa nueva a toda tu familia, tirarán todo con lo que han venido y no te ofendas cariño pero no puedo creer que hayan podido usar... eso. —Lo señaló de pies a cabeza—, todo este tiempo.
JiMin estaba embrollado. Ese doncel hablaba tan rápido que apenas podía entenderlo sin marearse. Parecía que tenía energía de sobra, él no estaría tan alegre si tuviera que levantarse tan temprano. De hecho, estaba cansado y si no fuera porque la palabrería de SeokJin lo ofuscó, tendría mala cara en ese preciso momento.
SeokJin de forma rápida le obligó a desvestirse, tomó su cuerpo como si fuese un trapo y lo movió para todos lados para calzarle la ropa nueva. JiMin por un segundo extrañó el dulce trato de HoSeok.
Terminaría por acostumbrarse a usar atuendos de mujer. Cuando SeokJin le colocó un qipao amarillo flordelisado ni siquiera le molestó, más bien se sentía bonito. Mientras se miraba al espejo, admitió silenciosamente lo mucho que le gustaba ver la imagen reflejada.
—Muy bien Jiminie, te mostraré el palacio y cómo funciona todo esto, ¿bien?
Asintió. Dejaron la casa después de despedirse de su madre dormida, confiando como último recurso en que HoSeok los visitaría como prometió y que los sirvientes estarían ahí en un par de horas.
—Debes saber que existen tres senderos. Por el de la izquierda te encontrarás con el pabellón Hyangwonjeong, donde vivirás con el resto del harem, por el central irás a la zona privada y prohibida de la realeza; donde se encuentra la madre de nuestro señor y por el derecho te encontrarás el pabellón Gyeonghoeru, donde el emperador hace sus fiestas.
JiMin atendió con atención.
—Señor Kim...
—Puedes decirme Jin, cariño.
—Jin-ssi, ¿qué tan grande es el palacio? —cuestionó, mirando todo a su alrededor.
—Uh, muy grande. —Colocó una mano en su mentón, pensando con seriedad—. Si te refieres a todo el palacio, es aún peor. —Sonrió, levantando ambas manos para mostrar sus largos dedos—. Tenemos más de ochocientos edificios, son más de doscientas puertas y cientos de áreas que sirvientes, eunucos, guardias y yo tuvimos que memorizar.
Casi se ahogó con su propia saliva. Él sentía que el espacio extra de la nueva residencia era algo excesivo pero el emperador encontraba cómodo vivir en un lugar con más de ochocientos edificios.
Marcó un puchero ante tal injusticia, primero se moriría antes de recorrer todo el palacio.
La mañana la gastaron paseándose por el palacete; lo que la gente como él conocía por el palacio imperial. Conoció la sala del trono; un espacio cerrado donde se daban audiencias con los hombres del concejo, la ubicación del anfiteatro; aunque ese ya lo conocía, la cocina, las salas de té, las puertas que llevaban a los jardines y el área donde dormía el emperador, al cual no pudieron pasar porque sólo gente con autorización podía adentrarse.
—El único que rompe esa regla es mi Jungkookie. —Suspiró, alzando el puño en alto con molestia—. Ese malagradecido niño, ugh. Él no vive en el pabellón con los demás, tiene una habitación propia dentro del palacio porque es un asendereado en seducir a nuestros hombres.
JiMin miró con ligera confusión a SeokJin, por alguna razón las maldiciones de su mayor le resultaban divertidas. Quizá por la forma en como arrugaba la nariz o lo rápido que salían esas palabras, incluso a una velocidad mayor a su charla típica.
—¿Quién es JungKook? —cuestionó con curiosidad.
—Es el favorito del emperador, anda con él a todos lados. Lo conocerás.
Evocó entonces al chico que hace una semana había visto en el regazo del emperador. No dudaba que fuera el favorito, era bastante atractivo.
—Pero nada de eso sirve porque es un completo malagradecido, un pequeño insolente y prepotente que mira a todos hacia abajo sólo porque consiguió una habitación —bufó por lo bajo—. Yo cuidé de él cuando llegó y así me paga, ugh.
A pesar de lo molesto que estaba con el doncel, no podía odiarlo como el resto de los consortes.
Suspiró con pesar.
Jeon JungKook llegó a su vida luego de que YoonGi diera un saco de monedas chinas a los padres del pequeño para evitar que lo regalaran con un noble japonés. Era un niño, uno que lucía asustado y que lloraba cuando nadie lo veía, que se la pasaba mirando las flores del jardín con sus tiernos luceros similares a los ojitos de un cervatillo.
Su corazón era demasiado débil para ignorar al doncel de dientes de conejito y rogó a su señor por dejarlo estar en el palacio como un sirviente, pues la intención de YoonGi era reclamarlo como un consorte por la gran suma de dinero que pagó por él. Pero SeokJin prometió hacerse responsable y así lo hizo.
JungKook era atento, trabajador e increíblemente amable. Hacía sus diligencias sin rechistar, tomaba sus clases con devoción y ayudaba a quien lo necesitara en su tiempo libre. Pero SeokJin sufrió las consecuencias de su error; su amor por él le impidió ver la persona que en realidad era. Y sí, JungKook lucía una apariencia celestial, tan dulce y pura que nadie sospecharía que todo lo que había dentro de él era un completo odio y rencor por el mundo.
Carecía de tanto que cuando lo tuvo todo, no pudo conformarse. Así que cuando entendió que podía llegar a obtener más siendo un consorte, no dudó en seducir al emperador con los atributos que la madre naturaleza le había otorgado.
—Traté de hablar con él pero no me escuchó. —Pintó una mueca entristecida en sus labios—. Ahora todo lo que quiere es ser el concubino de nuestro señor.
—¿No es sólo un título?
—Como consorte sólo eres el cuerpo que calienta la cama del emperador —contestó sin tapujos.
JiMin hizo una mueca, guardándose las náuseas para sí mismo.
—Eres el entretenimiento, ¿comprendes? El concubino tiene incluso más privilegios que la emperatriz, mientras ella vive en una residencia lejos del palacio, el concubino duerme en una habitación cerca del emperador, tiene derecho a sirvientes, salir por los alrededores y acompañar a su majestad en eventos sociales o en los paseos mensuales por el pueblo.
Era bien conocido que el emperador había contraído nupcias con una princesa de los reinos del norte y hasta no cumplir cinco años de matrimonio estaba prohibido ser mostrada en sociedad, sólo una dama de compañía podía estar cerca de ella durante el tiempo que pase escondida.
Pero incluso después de ese tiempo si el emperador no deseaba ver a su esposa, ella debía permanecer recluida en la casa que se le confirió.
JiMin creyó que al ser una emperatriz viviría mejor que cualquiera pero no podía estar más alejado de la realidad.
Tal idea sólo lo dejó en una encrucijada.
¿Qué era peor? ¿Ser consorte o ser la emperatriz?
Él no podría vivir sabiendo que su esposo se acostaba con una persona distinta cada noche y que sólo dormiría con él para tener al heredero al trono pero después de ello lo botaría, preñado y todo. Criaría su hijo hasta que tuviera la edad suficiente para educarlo en cuestión de política, donde le arrebatarían al pequeño de sus brazos.
Era un destino tan triste que sintió una profunda pena por la mujer que vivía solitaria. Pero llegó a la conclusión de que era mera hipocresía. No tenía por qué sentir lástima ya que su destino no era del todo diferente, tendría los hijos que su cuerpo pudiera engendrar y sería tomado las veces que su señor quisiera hacerlo, sin embargo, al menos podía disfrutar un poco más de libertad que la emperatriz.
No había amor de por medio, sólo deseos carnales y obligaciones por una nación que les señalaría sin saber ni una pizca de lo que pasaba en el palacio. Eran una banda de ignorantes y egoístas de la que fue parte sin saberlo.
—Pero eso jamás pasará. —SeokJin continuó hablando con sinceridad—. Admito que Jungkookie es muy bonito, su belleza es similar a un buen trago de Soju; es satisfactorio cuando lo tienes, te embriaga y te hace pasar efímeros momentos de felicidad. Su majestad sólo está encaprichado con él, no le dio la habitación porque lo aprecia, ¿sabes? En parte fue porque JungKook estuvo insistiendo mucho, pero YoonGi sólo vio más accesible tenerlo dentro del palacio para así no esperar tanto para poseerlo.
Zanjaron el tema cuando ninguno supo que decir, JiMin no se atrevió a dar su punto de vista pues su mayor no se veía contento hablando sobre ese doncel y tampoco quería saber sobre el emperador intimando con alguien más.
Continuaron caminando hasta toparse con la biblioteca privada.
SeokJin le explicó que si bien, su principal propósito era mantener ocupado al emperador, no significaba que ellos tenían que ser unos completos analfabetas. Era menester para un consorte tener un mínimo conocimiento sobre política, cultura, bellas artes, modales, etc. Por lo que tomaban arduas clases donde se les enseñaba en primera instancia a leer, escribir, servir el té, oratoria y un arte de su agrado.
Estudiaban por las mañanas y tenían el resto del día para hacer lo que quisiesen. JiMin sonrió cuando SeokJin le confirmó que podía visitar a su familia por las tardes si no tenía deberes pendientes.
Lo único que estaba prohibido era visitar el palacio sin ser llamados con anterioridad, invadir las áreas de la realeza o salir sin autorización. Esto último nadie lo consideraba puesto que era imposible conseguir dicho permiso, la única persona que pudo salir fue SeokJin después de dejar el harem, las decisiones sobre sus salidas ya no le concernían al emperador sino a su esposo y pobre de este que le prohibiera hacer cualquier cosa a su hermoso pero temible doncel.
La tarde los alcanzó más rápido de lo previsto. Entre anécdotas se dirigieron a la cocina para comer algo, después SeokJin lo llevaría al pabellón para asignarle una habitación y que comenzara a relacionarse con los demás.
—¿Cómo llegaste aquí, Jin-ssi? —preguntó curioso.
—YoonGi me rescató de mis padres, me maltrataban por haber nacido con este color de cabello. Decían que era una maldición de los dioses. —Se encogió de hombros.
—¿Cómo pueden decir eso? —farfulló indignado. SeokJin era demasiado bello, sus facciones acendradas y ese inusual tono rosado pálido sólo resaltaba que había algo especial en él—. Tienes el color de nuestra flor más sagrada en tus cabellos, eso no puede ser ninguna maldición.
—Ellos... no lo veían de ese modo. —Sonrió entristecido, había sido una época bastante oscura de su vida. Cambió la expresión por una más alegre en cuestión de segundos, diciéndose a sí mismo que no debía porque recordar dicho pasado—. El emperador fue benevolente conmigo y me trajo al palacio como su consorte. —Miró a todos lados, cuidando de que nadie los escuchara—, pero jamás me puso una mano encima.
JiMin abrió los ojos, sorprendido.
Era irrespetuoso que cualquier señor no reclamara lo que por derecho era suyo. Se dirían sin fin de rumores sobre la persona que el amo no quiso tomar, cosas tales como que no es digno, no es lo suficiente atractivo, quizá esté maldito. También daba puerta a que otras personas intentaran reclamar al consorte, creyéndose dignos y con el poder suficiente para arrebatárselo de las manos al patrón, lo que dejaba en mala posición; en este caso, a Min YoonGi.
—Jugábamos Tuho o leíamos juntos. —Sonrió con añoranza—. Hablábamos todas las noches sobre cualquier cosa y él siempre fue bueno conmigo, incluso aceptó de la mejor manera el amor que nos tenemos mi esposo y yo.
—Eso es muy bello.
¿Podría aspirar a algo igual?
Su mete viajó sin querer a la alocada idea de SooBin sobre casarse con el eunuco y sus mejillas se pintaron de carmesí. Agitó la cabeza, borrando cualquier pensamiento extraño. Sería imposible, él era un consorte y HoSeok... era un buen hombre, no podría fijarse en él de otra forma, tan solo los veía como la desamparada familia que llegó a ser una tarea más en sus múltiples labores.
—Créeme, lo es —exclamó SeokJin con una sonrisa, indiferente a la maraña de pensamientos que suscitaban en su menor—. Los dioses decidieron ser benevolentes conmigo. Nunca pensé ser amado por mi familia y mucho menos formar una... no hasta ahora.
Acarició la tela del hanbok sobre su vientre, plisándola para que quedara justa y detallara la pequeña bolita que tenía su estómago.
JiMin entendió segundos después.
—¡Oh, cielos! Felicidades, Jin-ssi. —Aplaudió con alegría, sin embargo recordó las actividades que hicieron durante todo el día y llevó una mano a su boca con una expresión preocupada—. Caminamos muchísimo el día de hoy, no puedes esforzarte tanto.
—Tranquilo. —Le restó importancia aleteando su mano—. Cuando sea una enorme bola tendré todo el tiempo del mundo para estar acostado.
Terminaron de comer cuando el sol se estaba ocultando y no pudo evitar pensar en cómo estarían sus niños. Deseaba tanto poder ir a verlos, abrazarlos y saber cómo habían pasado su primer día en su nuevo hogar, pero sabía que en ese momento sería imposible. Al menos albergaba la esperanza de poder visitarlos por las tardes si todo salía bien.
Se dirigieron al pabellón del harem, a un ritmo más lento ahora que sabía la noticia sobre el embarazo de su mayor. Disfrutó de la poca satisfacción que le brindaba estar en el palacio, como poder caminar con tranquilidad en el conticinio u observar bellos paisajes como los estanques llenos de nenúfares.
Aligeraba el dolorcito de su pecho y se trataba de convencer de que había hecho lo correcto.
Ni en los próximos diez años hubiera podido sacar a su familia de las tristes tierras de nadie, ni darles todas las comodidades que el palacio les ofrecía.
Al menos les daría la experiencia de tener comidas completas tres veces al día, conocerían todos los tipos de postres que había, tendrían educandos que les enseñarían a ser hombres de bien y si se esforzaban, conseguirían trabajos decentes, conocerían a su pareja amada y formarían una familia.
Posiblemente se avergonzarían de que su hermano sea un vulgar consorte, pero se estaba preparando mentalmente para ello y con el tiempo superaría ver a sus hermanos marcharse sin mirar atrás.
Así que caminaba tranquilo, sabiendo que tomó la decisión correcta para ellos.
El pabellón era una edificación de dos pisos, ornamentada y coronada por un techo de metal a seis aguas, fiel al estilo tradicional. Se encontraba en una pequeña isla en medio de la laguna que a su vez se encontraba rodeada por el resto del bosque, conectado al camino por un puente de piedra lisa y madera.
Le llamó la atención que la residencia fuera tan... pequeña. Es decir, era algo enorme para dos personas, pero para todos los consortes era hasta un insulto.
—SeokJin-ssi, ¿cuánta gente vive aquí?
—Cinco, seis contigo.
JiMin arrugó la nariz.
—¿Qué ocurre? —preguntó SeokJin al darse cuenta de la confusión en el rostro del menor.
—¿Y los demás?
—¿De qué hablas? —cuestionó, deteniéndose antes de cruzar el puente.
—Los demás c-consortes —murmuró, jugando con sus deditos.
SeokJin largó una carcajada; un sonido muy similar al rechinar de una puerta de bisagras añejas. JiMin se sintió tímido, en otra situación le hubiera divertido la peculiar risa del peli rosa y hasta se hubiera reído con él, pero no era el momento.
—Creí que ese rumor se había terminado ya. —Exhaló, limpiando un par de lágrimas producto de su risa—. YoonGi no tiene tantos consortes como la gente cree, son siete en total, sin contarme y añadiéndote.
—P-Pero...
—La gente no tiene en que perder su tiempo más que en decir sandeces —farfulló, rodando los ojos al cielo—. En esa casa viven dos donceles y tres mujeres, JungKook a veces viene de visita, pero sólo convive con nosotros en las clases.
SeokJin miró la confusión en aquellos blondos clisos. Al final se compadeció del pobre chico, porque lo entendía. Él también había pecado de ignorante toda su vida, se creyó y participó en todos esos rumores que la gente hablaba sobre el palacio. No iba a molestarse, no había razón, pero trataría de defender la verdad sobre el hombre que lo rescató.
—Estoy al tanto de todo lo que la gente dice, JiMin, y no me sorprendería escuchar que nuestro señor come personas, porque así es la gente de majagranzas. —Se cruzó de brazos y suspiró sonoro—. Pero puedo jurarte que nada es lo que te imaginas. Lo mejor que puedes hacer es olvidarte de todo lo que escuchaste allá afuera y darle una oportunidad a lo que vivirás aquí.
JiMin ladeó una sonrisa irónica.
¿Darle una oportunidad?
—Tengo miedo —confesó finalmente con voz trémula. Trató de contenerse pero el temblor en su cuerpo que delataba cuán asustado estaba—. SeokJin-ssi... t-tengo mucho miedo.
Cuando su cuerpo se vio apresado con tanta gentileza no pudo evitar quebrarse.
Trató de ser fuerte delante de sus niños, sonriendo para ellos en cada oportunidad que tenía y prometiéndoles que pronto se acostumbrarían a su nueva vida y hogar. Pero hasta ese momento no había sentido el peso que ahora se le derrumbaba sobre los hombros en una avalancha de emociones fuertes y lastimeras.
—Al principio es muy difícil. —Acarició el largo cabello con parsimonia, arrullando al doncel entre sus brazos—. Puedes pensar que no sé nada pero los entiendo. Fui el primer consorte de YoonGi, no sabía que pasaría conmigo ni que castigo tendría que vivir para compensar el favor que el emperador había hecho por mí.
SeokJin dejó un casto beso en la frente del menor.
—Cuando conozcas al verdadero YoonGi me entenderás —aseguró—. Puedes preguntarle a cualquiera de los demás, ellos viven bien aquí. —Sonrió comprensivo, limpiando las cálidas gotas bajo los ojos de JiMin—. Prometo que nada es como lo piensas, sólo danos una oportunidad.
Por fin atravesaron el puente y cuando el mayor se disponía a abrir las puertas, una voz gritó desde el otro lado de la laguna que se detuvieran. El consejero imperial llegó hasta ellos bafeando, tratando de llenar sus pulmones inútilmente con aire. Correr desde el palacio hasta los pabellones no era una tarea sencilla y se lamentó internamente por no hacer suficiente ejercicio.
—Es-esperen, uh... Ji-JiMin.
—Bueno ¿y a ti que te pasa? —preguntó el peli rosa con los brazos en jarras, mirando al pobre hombre sin aliento.
—Debes preparar a JiMin. —Logró pronunciar.
—¿Qué?, ¿ahora? —Era demasiado pronto. Normalmente YoonGi no pedía a los nuevos consortes hasta después de un par de días para que pudieran acostumbrarse al cambio. Miró de reojo al doncel y no sintió más que angustia. No estaba listo—. ¿Estás seguro qué pidió a JiMin?
HoSeok miró directamente los ojos de SeokJin, mostrándole su propia disconformidad.
—El emperador exige ver a JiMin en sus aposentos esta noche.
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Glosario:
Tuho: Es un juego que consiste en lanzar flechas o palitos de madera desde cierta distancia hacia un bote o cuenco.
Hyangwonjeong y Gyeongheoru: Son pabellones del palacio.
Este es el pabellón donde viven los consortes (en mi historia).
Disculpen no hacerle justicia con mi descripción a tanta belleza 🤧
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