2. D U L

—Mi señor.

HoSeok se hincó sobre una pierna, agachando la cabeza en respeto al emperador.

—Habla. —Sonrió soberbio al suponer la razón del porque su fiel eunuco se encontraba buscándolo—. Dime las buenas nuevas, HoSeok.

—Investigué como me lo pidió. El chico se llama Park JiMin. —El consejero se puso de pie cuando empezó a hablar—. Tiene diecinueve primaveras cumplidas, vive con su madre enferma; Kim ChungHa, viuda de Park y sus dos hermanos; SooBin y MinHyuk. Su padre era Park JinYoung.

—¿El comerciante?

HoSeok asintió.

YoonGi frunció el ceño. ¿Por qué el hijo de tan importante hombre trabajaría en una casa Kisaeng?

Park JinYoung era el principal comerciante de las tierras occidentales, trayendo en su barco riquezas para el reino. Su padre fue muy cercano a él, recibiéndolo gustoso; siempre disfrutando de sus regalos con los brazos abiertos cada que volvía de sus viajes. Sabía que era respetado y querido por el pueblo, no sólo por ser el protegido del emperador, sino porque era un buen hombre, amable, servicial y sobre todo, leal a su nación.

Su muerte fue un misterio para todo el mundo.

Un día su barco no volvió en la fecha esperada, ni para la semana o el mes siguientes. El emperador mandó a sus mejores soldados en busca del barco perdido, sin éxito alguno. Hasta que un día terrible noticias llegaron al pueblo. El barco de Park JinYoung había naufragado, concluyeron que una tormenta azuzó las aguas del mar durante el viaje y por ende, murió con el resto de los tripulantes.

Su padre meses después cayó terriblemente enfermo y antes de morir le confesó la verdad a su heredero sobre el hombre. No sólo era un buen comerciante, también era un informante que llevaba información valiosa sobre los países vecinos a la corte. Por ello el emperador se negó a creer que el barco de JinYoung haya naufragado. Era una versión tan sospechosa y poco lógica de los hechos, sobre todo considerando que las aguas de primavera no eran causantes de torrenciales lloviznas.

El nombre de Park JinYoung fue saboreado por el último aliento de su padre. Y YoonGi no pudo evitar deducir que el emperador había muerto de tristeza.

Se dio cuenta que sus pensamientos se habían ido por las ramas cuando miró el rostro serio de su consejero. Negó con la cabeza, despejando aquellas dudas que lo perseguían desde hace seis años.

¿Qué relación existía entre el comerciante y su padre?

¿Qué había pasado realmente con Park JinYoung?

—¿Qué más?

—Park ChungHa trabajó con los curtidores un tiempo, sin embargo hubo un accidente donde perdió la mitad de su pierna izquierda. JiMin ya trabajaba para la casa de Lee Yifei en ese entonces, pero su paga no era suficiente para cubrir las cuotas de la comunidad y fueron echados. —HoSeok se detuvo un momento, pensando que YoonGi no lo escuchaba pero el rubio hizo un gesto para que siguiera—. Tuvieron que irse a las tierras de nadie.

Había algo que no entendía. Park JinYoung y su familia tenían inmunidad cuando él vivía por la íntima amistad con su padre, pensaría entonces que ese respeto o al menos esa regla implícita seguiría tras su muerte con su primogénito y familiares.

¿Por qué demonios la familia Park vivía cómo miserables? ¿Quién fue el desalmado que se atrevió a echar a una familia sin sustento a la calle? Después arreglaría eso.

—Trabaja desde entonces en el barrio Kisaeng. —Confirmó para sí mismo—. ¿Pretendientes?

—Al parecer el joven Park no está interesado en conseguir pareja.

—Bien. —Sonrió, cruzando sus manos sobre su regazo—. ¿Algo más?

—Disculpe el atrevimiento de mis sospechas —decretó con una mano el pecho y la cabeza gacha, suspirando antes de hablar—, pero algo me dice que Lee MinHo tiene un cariño especial por el chico.

—¿Por qué lo dices? —Su pequeña sonrisa se esfumó, dando paso a una mueca de disgusto.

—Cuando hablé con él cuidó mucho la información que daba, como si quisiera negarse a dármela.

—¿Crees que esté enamorado de JiMin?

—No puedo asegurarlo mi señor —contestó con cautela—, pero me aclaró en más de una ocasión que el señorito Park no era un doncel de compañía.

YoonGi soltó una risita sardónica.

Lee MinHo se había atrevido a lanzarle una imprudente advertencia; Park JiMin era el preciado retoño bajo las faldas de la familia Lee, un doncel tan importante que en lugar de intentar venderlo al mejor postor como el resto de las casas Kisaeng, lo protegían bajo esa insulsa amenaza sobre no tocarlo, siquiera posar su vista sobre él.

Lo habían retado sin saber que al emperador le encantaba posar sus manos sobre lo prohibido.

—¿¡Qué está sucediendo aquí!?

Lee Yifei no podía creer lo que veía. Sus chicos parecían dos gallos después de una intensa pelea. Choi Sora; vestida con lo que quedaba de su hanbok, era sostenida por sus compañeras, mientras que JiMin contenía a un furioso TaeHyung.

Su rostro se deformó en una mueca de horror cuando vio la cara de su castaño bailarín, un feo aruño arruinaba la tersa piel de su mejilla.

—¡Expliquen esto ya!

—¡Sora empezó! —pregonó TaeHyung, soltándose bruscamente del agarre de su amigo para señalar a la bayadera—. Es una maldita envidiosa que no puede dejar de escupir estupideces sobre nosotros.

—¡Tú y ese malviviente son unos ladrones! —chilló. Posó su atención en la dueña de la casa con molestia—. Llame a la guardia imperial, madre. JiMin osó robarle al palacio, jamás debió asistir al cumpleaños de nuestro señor, es una deshonra para nuestra casa.

—¡Fue un regalo, estúpida! —Intervino JiMin, quien parecía estar a nada de atacar a la rabiosa chica también—. Que a ti no te regalen ni la hora, no es nuestra culpa.

Sora abrió la boca, indignada.

—¡Basta ya! —regañó la mujer. Miró a la bailarina con seriedad y enojo—. Si te refieres al abanico de plumas de JiMin, fue un regalo de nuestro señor. Te has conseguido problemas por meterte en lo que no te incumbe; mira tus ropas. —Señaló su vestuario, roto de todas las costuras—, están hechas jirones por tu imprudencia.

—P-pero, madre-

—Nada. —La interrumpió. Se dirigió al segundo involucrado—. Esta no es la forma de resolver las cosas, TaeHyung. Mira tu rostro, no te puedes presentar hoy con ese rasguño.

—Sino la agarraba de sus feos cabellos, ella iba a salir por un guardia —se excusó, aunque y por supuesto, la principal razón por la que empezó la pelea fue porque había llegado al límite de su tolerancia—. Pudo haber metido en problemas a JiMin.

—Mi señora, entiéndame. —Trató de explicarse Sora. —Si ese pobretón entra con un bellísimo abanico importado, diciendo que es suyo después de haber visitado el palacio, ¿no sospecharía también?

—¿A quién le llamas pobretón, suripanta? —exclamó TaeHyung.

—Basta —musitó la mujer con voz cansada—. Lo que hagan o tengan los demás no es tu asunto de cualquier forma Sora. —Yifei suspiró, sujetando el puente de su nariz para serenarse—. Les restaré un día de sueldo a los dos.

—¡Pero-! —hablaron al unísono.

—Reclamen y serán dos.

Ninguno volvió a emitir sonido alguno.

—Bien. Sora, ve a arreglarte por favor y manda a remendar tu vestuario con la señora Im. TaeHyung, cúrate la mejilla, hoy serás el anfitrión, cancelaré tu presentación en lo que se recupera tu herida.

Todo volvió a la normalidad excepto por el tenso ambiente. JiMin sentó a su amigo en un taburete para encargarse él mismo de la herida.

—No debiste golpearla —murmuró.

—Sino lo hacía yo, lo ibas a hacer tú. —Ambos rieron bajito—. Además he estado aguantándola desde el día que llegó, ¿sabes qué pasa cuando sobre llenas una tetera, Jiminnie?

—Se desborda.

—Exacto. Imagina que mi tolerancia es una tetera y el agua que la sobrepasó fue que se atrevió a ponerte una mano encima.

Entendía el punto de TaeHyung.

Ambos llegaron a la casa de Lee Yifei casi al mismo tiempo. Fueron los únicos hombres entre tantas mujeres que los miraban con desprecio, los excluían de todas las actividades e incluso hubo un tiempo donde debían practicar en horarios distintos, pues las bayaderas les metían los pies o les pisaban las prendas con el fin de que se cayeran o se rompieran sus trajes.

Se tenían el uno al otro. Eran ellos dos contra el desalmado mundo exterior.

Conforme fueron creciendo, la sobreprotección de TaeHyung podía asimilarse como las espinas de una bella rosa, siendo JiMin la aromática flor.

Sintió la mano de su castaño guardián tocar con delicadeza su mejilla. Un rojizo golpe comenzaba a notarse en la zona del pómulo. Y es que Sora lo abofeteó cuando se rehusó a entregarle el abanico, molestando por obviedad a un TaeHyung que agarró del recién peinado cabello a la bailarina para detener su marcha a la salida de la casa.

JiMin posó su mano sobre la acaramelada, recargando su rostro contra la palma. Se miraron a los ojos con especial cariño, olvidándose de donde se encontraban, solamente concentrados en perderse en el consuelo del otro.

—Ejem...

Un carraspeo los regreso a la realidad. Ambos se separaron al instante, con las mejillas sonrojadas.

—JiMin —MinHo; con expresión disconforme, señaló a la sonriente persona a su lado—. ¿Recuerdas a Jung HoSeok?

—Sí, el consejero imperial. —Hizo una venia respetuosa a ambos hombres, irguiéndose luego de unos segundos—. Buenos días, mi señor.

—Buenos días, joven Park. —Sonrió sin mostrar los dientes, dando un paso adelante. —He venido por usted.

—¿P-Por qué?

TaeHyung lo tomó de la mano cuando JiMin comenzó a temblar.

—No es nada malo —aclaró con tranquilidad, sin dejar pasar los detalles que rodeaban al doncel. Al parecer tenía dos personas que lo cuidaban muy bien. Lo miró a los ojos con una sonrisa inocente, fingiendo que su atención estaba solamente en él—. Nuestro señor; el emperador, desea hablar con usted.

—¿Por qué? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Es algo que desconozco joven Park —mintió—. Pero si es necesario que me acompañe.

JiMin miró a TaeHyung con temor. El bailarín le sonrió para que se relajara, haciendo una seña con la cabeza para incitarlo a seguir al consejero imperial, ya que no le convenía ni por asomo negarse a una orden del emperador, aunque por dentro estaba tan o más asustado que su mejor amigo.

El viaje al palacio fue en completo silencio.

Jugó con sus dedos todo el camino, pellizcando algunos pellejitos que tenía sueltos. Siquiera le interesó detallar el paisaje como la última vez, estaba tan nervioso que no despegó la vista de su regazo en ningún momento.

¿Qué querrá el emperador hablar con él? ¿Se habrá arrepentido de regalarle el abanico y lo quiere devuelta?

Porque de ser así, no necesitaban llevarlo hasta el palacio, bien se lo pudo entregar a su consejero. Pero no creía que por algo tan banal lo mandara a hablar a menos que quisiera propinarle un castigo pero no había razón para ello. Pensó entonces que quería contratar nuevamente un espectáculo, pero descartó esa opción pues no es con él con quién debería hablar, sino con MinHo o la señora Yifei.

La espera le hacía doler el estómago. Le asustaba no saber que esperar de aquella visita.

—¿Qué te pasó en la mejilla? —HoSeok cortó el incómodo silencio, señalando el morete rojizo en la cara del doncel.

—Tuve diferencias con una compañera de trabajo —musitó, sintiéndose avergonzado por la seria mirada del castaño. Estaba quedando como un chico problema—. N-Nunca había pasado esto, lo juro, es que ella quería quitarme el abanico y-

—¿El regalo del emperador? —HoSeok arrugó el entrecejo ante el asentimiento—. ¿Por qué?

—Ella pensó que me lo había robado. —Suspiró y miró su bolso, donde se encontraba el instrumento. Sonrió con tristeza—. No la culpo, yo tampoco me hubiera creído si llevara algo tan hermoso en un raído bolso de tela.

HoSeok no supo que decir. JiMin lo entendió y el silencio regresó.

Llegaron al palacio, donde fue escoltado por un montón de guardias con el consejero a la par. Lo llevaron a una habitación similar a la que había estado la semana pasada, con la única diferencia de que ésta tenía un bonito tocador de madera pulida y un ropero.

—Te ayudaré a cambiarte —informó el eunuco, sacando del armario un atuendo que colgó en una de las manijas—. Después peinaré tu cabello y te maquillaré.

—¿Por qué?

—Órdenes del emperador. —Fue su respuesta final—. Ahora, retire su ropa, por favor.

Así lo hizo. Con las mejillas sonrosadas y tratando de pensar que todo tenía un propósito justo, se desnudó.

HoSeok sabía que el cuerpo de un doncel debía ser delicado, no desarrollaban grandes músculos como un hombre cualquiera, ni vello corporal. Sus caderas eran más anchas, su cintura pequeña y el pecho ligeramente más prominente para hacer sencilla la lactancia al momento de tener bebés.

Pero el cuerpo que sin querer detalló era diferente. Es decir; sí, JiMin poseía anchas caderas y cintura pequeña, adecuadas para su mediana estatura. Pero sus piernas lucían rellenas y torneadas, su abdomen estaba apenas marcado y sus clavículas sobresalían. Atribuyó el escultural cuerpo a que era un bailarín, no se ejercitaba corriendo todas las mañanas como los soldados, pero si danzando cada noche.

—Espere. —JiMin notó la tela en las manos ajenas y abochornado murmuró—. Esto es ropa de mujer.

—Órdenes del emperador. —Sentía lástima por el chico que no dejaba de ver las prendas con indecisión, así que le sonrió—. Eres muy hermoso, yo creo que te quedará muy bien.

JiMin se dejó hacer, sabiendo que no era culpa de HoSeok que tuviera que vestirse de esa forma.

Así, el consejero le ayudó a colocarse el zhongyi de algodón blanco; quien lo halagó porque incluso siendo la ropa interior le quedaba lindo. Después le colocó un precioso y suave hanfu de seda color rojo. El vestido le quedaba ceñido de la cintura, las mangas tipo alas caían voluminosas por sus brazos, cubriendo hasta el dorso de sus manos y la falda entubada le daba una perfecta figura delgada. Por último le colocó un zhaoshan rojo de tela semitransparente con detalles dorados.

—Es un traje semi formal chino —explicó el consejero.

JiMin asintió, sintiéndose increíblemente a gusto.

—Ahora te peinaré.

Fue un gran alivio para HoSeok que JiMin tuviera un cabello tan suave y fácil de manejar. Todo el chico era precioso, desde su sedoso cabello azabache hasta la punta de sus pies.

Trenzó con mucho cuidado, trayendo el cabello desde el frente hasta la espalda para el final enredar un ddaengi de color rojo con decoraciones hiladas de color amarillo; simulando oro.

Pensó en dejarlo suelto y colocar un ji poco ornamentado como era la costumbre en China, sin embargo JiMin era un jovencito soltero sin compromisos, sería mal visto que anduviera por ahí con el cabello sin ningún tipo de adorno o suelto.

Finalmente lo maquilló con un sinfín de polvos, cubriendo el feo morete que tenía en el rostro y una tinta muy suave sobre sus labios.

—Por todos los dioses... ahora si luces como el dueño de cualquier abanico importado.

JiMin le sonrió tímido a HoSeok en agradecimiento. Se miró en el espejo del tocador; como el vestido abrazaba una figura que no sabía que tenía, el maquillaje ocultaba su piel pintada por el sol y le daba una apariencia incluso más delicada, el ddaengi en su cabello hacía que el color azabache resaltara cual carbón. Estaba irreconocible. Y por primera vez en su vida se sintió... bonito. Quiso reírse al pensar que la ropa de dama le favorecía mucho mejor que sus comunes prendas de hombre.

—Acompáñeme, joven Park.

Sujetó la tela de la falda para caminar. Recorrieron un largo pasillo hasta terminar en una puerta que daba a una especie de enorme jardín lleno de preciosas flores bien cuidadas y frondosos árboles de copas otoñales.

—Lo estaban esperando.

Frunció el ceño. Justo cuando iba a preguntar quienes aguardaban por él, un par de vocecitas que conocía perfectamente llegaron a sus oídos.

—¡Minnie!

Miró estupefacto a sus gemelos correr hacia él.

Vestían unos perfectos hanbok de color azul celeste y habían peinado sus largas cabelleras en un elegante sangtu, adornando sus cabecitas con un hogeon. Siquiera pudo agacharse a abrazarlos cuando ellos llegaron hasta él y se aferraron al impoluto vestido. Estaba atónito.

Las prendas eran caras, sólo los niños de la nobleza utilizaban esa clase cosas. ¿Por qué los habían hecho vestirse así?

No estaba entendiendo nada y cada vez más su pecho se llenaba de preocupación.

—Woah, luces como una princesa —halagó MinHyuk.

—¡La más bella de todas! —aseguró SooBin con una sonrisa.

—Mis niños... —murmuró, acariciando sus caritas—. ¿Cómo es que están aquí?

—Tu amigo nos trajo. —MinHyuk señaló a HoSeok—. Nos dio muchas frutas, guardamos para ti y la señora Mu.

—¿Y mamá? —preguntó preocupado.

—¡Está por aquí!, ¡vamos!

Contestó rápidamente SooBin antes de que HoSeok pudiera abrir la boca para responder.

Le sonrió a MinHyuk cuando tomó su mano pero pronto una mueca de sorpresa deformó su rostro al mirar cómo SooBin tomaba la mano del consejero imperial.

—Soobinnie, no-

—Está bien, joven Park —interrumpió HoSeok, dedicándole una de esas sonrisas donde sus labios tomaban la forma de un albaricoque para tranquilizar al pobre doncel que parecía al borde de un colapso. Tomó en brazos al pequeño niño, empezando a caminar con éste—. Sígame, por favor.

—Señor Hobi hyung, ¿sabía que a las vacas no les gusta el melocotón?

Preguntó SooBin, mirando con brillantes ojitos al hombre, quien acalló una risa al escuchar cómo fue llamado. Cuando éste negó, el castañito hizo un puchero.

—Los vomitan... pero no le vaya a decir a Minnie, ¿sí? —le susurró.

—De acuerdo —susurró de igual forma, ganándose una sonrisita cómplice de parte del niño.

—Será nuestro secreto.

Y mientras ellos platicaban, JiMin pensaba seriamente en cuál era el punto de haberlos traído ahí, qué era lo que su emperador necesitaba de todos ellos. ¿Era capaz de quitarle a sus niños? Había escuchado que cuando un padre de familia era incapaz de mantener a su familia, éste podía solicitar que sus hijos fuesen reubicados en los viejos orfanatos del pueblo contiguo.

¿Qué tal si por alguna razón, Min YoonGi había decidió que él no era apto para cuidar de su familia?

No podía permitirlo. Sus hermanos lo eran todo para él, no podían arrebatárselos de la noche a la mañana. Trabajaría las veinticuatro horas del día de ser necesario, pero no podían quitarle a sus niños.

Entonces miró a su madre a lo lejos, disfrutando de la fresca brisa sentada en una cómoda silla de ruedas. Se veía tan hermosa y joven en ese nuevo hanbok de color rosa y con su largo cabello peinado en un bonito ko meori, algo que no se había podido permitir por sus bajos recursos.

Sus ojos se llenaron de nublosas lágrimas.

Recordó aquel día en el mercado, cuando en la tienda de baratijas y trueques miró una silla de ruedas hecha de bambú con el asiento ligeramente descocido. A pesar del claro uso en el objeto, el precio era demasiado caro para él. A cambio, compró el viejo bastón que el vendedor le ofreció por su saco de arroz.

Su madre estaba encantada con su obsequio pero de su cabeza jamás salió la silla de ruedas. Verla en una, con ropa nueva y adornos en el cabello le oprimía el estómago de dolor y angustia; él nunca podría darle algo tan costoso, tendría que pasar años en austeridad y trabajando hasta turnos dobles para conseguir una silla de segunda mano.

La vida hubiese sido fácil si tuvieran dinero.

Si su padre no hubiera fallecido.

—¿Por qué...? —Su voz se la llevó el viento.

—Órdenes... del emperador.

Estaba empezando a cansarse de esa excusa barata.

Por fin se acercó a la mujer, hincándose frente a ella para tomar sus manos y dejar un beso en cada una.

—No sé qué está pasando. —Hizo el mejor intento por contener su llanto—. Pero prometo que los protegeré con mi vida, n-no te preocupes por nada.

—Oh, cariño, ¿crees que el emperador nos haga algo malo después de vestirnos con finas telas? —preguntó con seguridad en la voz.

JiMin no supo que responder. Negó lentamente con la cabeza, un tanto escéptico.

—Tampoco entiendo bien lo que ocurre —mintió.

Park ChungHa tenía una idea de porque estaban ahí. Idea que tomó más fuerza en su mente cuando vio a su bello hijo mayor, vestido con ropas más costosas que las de ellos. Sin embargo, si estaba en lo correcto no le quedaba más que resignarse a lo que sucedería.

Aunque no eran una familia bien posicionada, aún llevaban el apellido Park de su querido esposo comerciante y nadie con dos ojos podría ignorar la belleza etérea que JiMin había heredado.

—Les dije a tus hermanos que estábamos de paseo. Pero te aseguro que estaremos bien.

—Mi señor.

Aquellas palabras le helaron la sangre. Giró sólo para encontrarse con la imponente figura del hombre que se había encargado de traerlos hasta ese lugar. Agachó la cabeza en señal de respeto al igual que su madre, a diferencia de sus niños que miraron con asombro al emperador.

—¿Quién es usted? —preguntó SooBin, llamando la atención de JiMin.

—Sean respetuosos con el emperador, mis retoños. —Trató de que su voz sonara lo menos inestable posible.

Los niños soltaron sonidos de asombro, reverenciando al hombre con sus torsos totalmente inclinados. JiMin suspiró de alivio, volviendo a su posición.

—Por favor, pueden levantar la mirada —ordenó el rubio.

Toda su atención se posó en el hermoso doncel que se levantaba con una delicadeza parecida al rebrote de una flor; era tan hermoso que no podía quitar su vista ni evitar sonreír.

—Joven Park, sabía que ese atuendo le quedaría exquisito.

—M-Muchas gracias, mi señor.

—Permítame invitarlo a dar un paseo. —YoonGi vio como los ojos del pelinegro se desviaron un segundo a la familia de éste, por lo que con un gesto le pidió a HoSeok que se acercara—. Cuida de ellos como visitas especiales, pide té y postres.

—¿Postres? —exclamó SooBin impresionado, mirando a su hermano con los ojos bien abiertos—. Hyuk, nos darán postres, ¡postres!

—¿Qué son esos? —preguntó el otro infante.

—No lo sé. —Se encogió de hombros. No lo había pensado, sólo que la palabra le pareció bonita—. ¿Qué son los postres, Minnie?

—Niños, dejen que su hermano hable con su majestad —retó ChungHa con cariño, a lo que los niños murmuraron muy bajito un lo siento. La mujer sonrió—. Ve tranquilo, JiMin, nosotros estaremos aquí.

El sonrojo en su rostro se hizo más intenso cuando el emperador le ofreció su brazo para sujetarse. Con mucha timidez, pasó su mano por la cara interna del codo y con la mano libre, tomó el vestido para poder empezar a caminar.

Se alejaron de ahí en completo silencio, siendo acompañados por el viento y el apenas audible sonido del césped crujir bajo sus calzados. JiMin sentía que estaba soñando, pensaba que en cualquier parpadeo despertaría en su cama de paja, que volvería a la normalidad; una donde era un simple bailarín de una casa Kisaeng que usaba ropas gastadas y contaba cada gramo de arroz para sostener a su familia.

Si alguien le hubiera dicho el día anterior que esa mañana estaría portando telas importadas, paseándose por los jardines del palacio Gyeongbokgung junto al mismísimo emperador, se hubiera reído de esa persona. Le pediría que dejara de decir disparates o se revisara la cabeza.

Lástima que no pudiese disfrutar del paisaje a su alrededor. Su estómago parecía anudarse con cada paso que daba, producto de la preocupación y nerviosismo.

¿Cuáles eran las intenciones del emperador?

—¿Le gusta el palacio, JiMin?

El mencionado salió de sus pensamientos rápidamente, asintió con torpeza al emperador.

—Tiene un hogar hermoso, mi señor.

—¿Qué me dirías si te diera la oportunidad de vivir aquí? —preguntó cauteloso, mirando de reojo al doncel.

—Que es usted muy generoso —bromeó en un murmullo.

Ambos se detuvieron. El emperador se colocó frente a frente, tan cerca que podía escuchar la respiración intranquila del nervioso doncel. Contrario a su naturaleza, JiMin no se dejó intimidar, tragó duro y se enderezó sin cruzar miradas por respeto, pero sí con firmeza.

—¿Por qué estoy- estamos aquí, mi señor?

—Quiero que vivas aquí, JiMin-ssi. —Los largos falanges sujetaron con suavidad el mentón del bello doncel. YoonGi se acercó otro poco a él, lo suficiente para sentir la respiración entrecortada del pelinegro. Sonrió internamente—. Como mi consorte.

—¿Consorte? —inquirió asombrado, retrocediendo un paso con temor—. Su majestad, y-yo no... mi familia no es- amm —balbuceó sin lograr concretar ninguna oración coherente.

—¿Qué es lo que te preocupa?

—Mi familia no es influyente, mi señor. No aportaremos nada al palacio —explicó afligido—. Y yo... yo no puedo dejar a mis niños, m-mi madre está enferma. No puedo irme y dejarlos, es-

—Ellos vivirán aquí también.

JiMin se atrevió a mirar directamente los ojos del emperador. Aquel chocolate en los orbes del hombre se había oscurecido, dándole el aspecto de un predador peligroso asechando, listo para atacar. JiMin se sintió la indefensa presa, aquella resignada a que incluso si trataba de huir sería capturada entre sus garras.

—¿Cómo dice? —susurró, sin poder apartar la vista.

—Tu familia vivirá aquí, JiMin-ssi. —Se acercó un paso más, acunando el rostro del manso y temeroso bailarín—. ¿Puedes imaginarlo? Tus hermanos recibirían una educación, tu madre sería tratada por los médicos imperiales, los mejores del reino. Tendrían comida en abundancia, ropa decente con la cual vestirse, un techo que los resguardara y todo lo que desees. Solo tienes que pedírmelo y lo cumpliré.

—¿Por qué nosotros? —cuestionó tratando de esconder la mirada en el verde pasto pero las manos en sus mejillas; tocando peligrosamente su cuello y barbilla, le impidieron agachar el rostro. Suspiró, exhalando el nerviosismo—. Mi señor...

—¿No son bonitos los vestidos que llevas?, ¿no sé ven bien tus hermanos con un hanbok recién hilado?

—S-Sí, pero... no tenemos nada que ofrecer.

—Eres la criatura más hermosa que haya visto nunca. Me ofrecerás más de lo que puedas imaginar si aceptas quedarte. —Sus dedos acariciaron sutilmente el contorno de los blondos orbes suplicantes, a punto de rendirse—. Uno solo de tus ojos de oro vale más que cualquiera de los otros consortes.

Su ensoñación se quebró como un frágil espejo al escucharle hablar del resto de consortes y por fin entró en razón. Sería usado, tomado y botado hasta la próxima vez que el emperador decidiera que quería saciarse con su cuerpo. Formaría parte del harem, sería una pieza más en la colección. No importaba si era el más valioso, si su belleza superaba el de los otros. Nada de eso importaba si se convertía en uno más.

Casi se dejaba llevar, por poco y se convencía de tales disparates. Su vida sería mejor en el palacio, indiscutiblemente. Pero... ¿A qué precio?

No lo valía. No podía ponerle precio a la poca dignidad que aún le quedaba.

Bailaría hasta el último de sus días si así tenía que ser pero ser un esclavo de carne para el emperador... no. Ese no era el ejemplo que quería darle a sus niños, ellos debían convertirse en buenos hombres, trabajadores como su padre. Debían entender que aunque las cosas no eran fáciles, el honor y dignidad debían estar intactos, y solo un trabajo duro podía darles la oportunidad de crecer como personas.

¿Él? Él no tuvo más opciones, pero sus niños debían tener todas.

Tomó valor desde lo más profundo de sus convicciones y sujetó las manos del emperador para apartarlas de su rostro, alejándose a una distancia prudente. Con el torso inclinado a noventa grados, se disculpó.

—No puedo hacerlo. Perdóneme, mi señor.

YoonGi lo miró con profunda seriedad, guardándose para sí mismo la frustración que hervía como té caliente en su sangre.

—Si esa es tu última palabra, la respetaré. No voy a raptarte, JiMin-ssi. —Exhaló sonoramente—. Pero espero sepas lo que estás haciendo.

—Lo tengo en cuenta, su majestad.

Volvía a ser JiMin. Él bailarín. El de la ropa gastada que caminaba más de una hora hacia su casa, que actuaba como alguien coqueto pero en realidad se estaba muriendo de miedo por dentro, preguntándose cuando será el momento que lo descubran. Era el doncel que no podía costearse ni una mísera fruta o madera en buen estado para componer la pata rota de su mesa. Era el pobretón que siquiera podía comprar una gastada silla de ruedas para su madre enferma.

Caminó con la frente en alto de cualquiera forma, escoltado por su majestad y el consejero. Su madre era llevada en una silla por uno de los guardias; no era la misma donde yacía en aquel jardín, estaba gastada y rechinaba de vez en cuando, pero había sido un obsequio, uno que necesitaba... el último que iba a aceptar. Los gemelos iban detrás con sus prendas raídas y sus cabellos atados en una coleta baja con una cintilla proveniente de uno de los faldones viejos y sin uso de su madre. Ambos iban tomados de la mano y contándose lo mucho que les había gustado estar en el palacio, acordando entre ellos hablarle de su día a la señora Mu.

SooBin rio, acariciando su pancita, exclamando lo lleno que estaba. MinHyuk le secundó, diciendo que podría comer postres todo el día y nunca se cansaría.

El pecho comenzó a dolerle.

Entonces su madre empezó a toser, detuvieron el paso para esperar a que la mujer recuperara el aliento. Los gemelos se acercaron preocupados, ellos eran quienes la procuraban cuando JiMin trabajaba y sabían que debían darle un poco de agua, así que se acercaron a uno de los guardias para pedirla, pero este los ignoró.

El corazón de JiMin dio un vuelco, llenándolo de culpabilidad.

No era justo.

Su madre no sobreviviría mucho tiempo sin los cuidados adecuados.

Sus niños serían maltratados solo por pertenecer a las tierras de nadie. Jamás aprenderían a leer y escribir, siquiera podrían continuar con el negocio familiar ya que debían saber sobre la lectura de mapas y cuando pudieran valerse por sí mismos y viajar al pueblo por su cuenta, ya sería demasiado tarde, serían muy grandes para ser comerciantes.

Curtidores o sembradores, eso es todo. No habría más oportunidad para ellos.

No podría cargar en su conciencia el ser responsable del terrible futuro que se les avecinaba.

Los niños siguieron insistiendo por el agua, sin embargo ChungHa con dificultad les pidió que se detuvieran, los convenció de que estaba bien y que podían continuar el camino.

Pero ella no estaba bien. Nada lo estaba.

¿La dignidad tenía un precio?

La suya... sí.

Y esa era la felicidad y bienestar de su familia.

Tomó una decisión entonces.

Aún a costa de sí mismo.

Se dio media vuelta con determinación. Tanto HoSeok como YoonGi se detuvieron abruptamente para no chocar con el doncel.

—Acepto su propuesta.

Los guardias que se aproximaban a la salida se detuvieron. Un pequeño escalofrío recorrió su espina dorsal cuando miró el destello en los oscuros ojos del emperador. Juraría que su mirada se había ensombrecido, más no iba a echarse para atrás.

—¿Está seguro, joven Park? —musitó YoonGi con la voz enronquecida.

JiMin tragó duro. Tenía miedo.

—Acepto ser su consorte... mi señor.


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Glosario:

Zhongyi: Es la ropa interior de algodón o seda del vestuario tradicional chino.

Hanfu: También conocido como hanzhuang, es el vestido tradicional chino que se utilizó hasta la dinastía Qing.

Zhaoshan: Los vestidos llevaban varias capas y esta prenda era la última que se colocaba, tipo túnica.

Ji: Es el accesorio de cabello para mujeres que variaba mucho en la ornamentación.

Gyeongbokgung: Es el nombre del palacio principal durante la dinastía Joseon; es el más famoso de los conocidos «"5 palacios de Seúl"».

Hanbok: Es la vestimenta tradicional coreana.

Sangtu: Es el peinado tradicional de los hombres en Corea, en la época de Joseon. Era símbolo de virilidad y se utilizaba después de casarse o para demostrar nobleza. Consistía en peinarse el cabello en un moño alto.

Hogeon: Es un tocado de la época de Joseon para niños nobles. Un sombrero bordado con una tela que cubría sus cabecitas hasta rozar los hombros o la espalda.

Daenggi: Es una cinta tradicional coreana que se utiliza para decorar el final de la trenza.

Ko meori: Era un peinado para mujeres casadas de clase baja. Un moño bajo hecho de trenzas adornado con un Daenggi de color rojo.

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