1. H A N A

Qué nervios de volver a hacer esto, jajaja.

Por favor lean y comenten como si fuese su primera vez  aquí 🤧

「❀」


JiMin disfrutó con los ojos cerrados el jugoso melocotón que hizo danzar sus papilas gustativas y deslizó glorioso por su garganta. Se relamió los labios para no desperdiciar ni una dulce gota de néctar.

Era su primera fruta en años.

Esa tarde, siendo fin de mes había recibido una merecida paga por su arduo esfuerzo; un kilo de arroz que intercambió en el mercado por un kilo de sal de grano para después cambiar la mitad por cinco jugosos melocotones con el señor Wu.

El plan era esperar a llegar a casa para comerlo, pero no pudo resistirse a los gruñidos de su estómago que le exigían exclusivamente aquella fresca fruta oculta en su bolso de tela. Intentó entretenerse los primeros veinte minutos de camino tarareando y pateando piedras, sin embargo de su mente no salía la imagen del melocotón siendo apresado entre sus labios.

Toda culpabilidad se esfumó cuando dio la primera mordida.

Y es que las frutas de temporada eran todo un lujo para gente como él. Desistió por mucho tiempo de acercarse al establecimiento del señor Wu, había cosas más importantes que atender en casa. Mientras que existiera el arroz y los vegetales, podían deslindarse de aquellas ostentaciones. Pero la paga fue buena ese mes y seguramente a sus niños les gustará volver a probar su fruto favorito.

Caminó bajo el cielo naranjo; el tinte púrpura de las nubes le amenazaba con hundirlo en oscuridad si no apuraba el paso.

Fue más allá de los campos de arroz, bajando por la solitaria colina y cortando camino por el frondoso bosque de árboles de cerezo, donde plantó el corazón de la fruta. Diez minutos después se encontraba en la entrada de la pequeña comunidad que su casta le designó, saludó con una nimia sonrisa a los hombres de familia que venían del trabajo como él.

Se encontró a su adorable vecina; la señora Choi, quién le dejó escoger algunas verduras de su cesta mientras le deseaba lo mejor a su madre enferma. Agradeció su generosidad, dejándole la mitad de su sal de grano. Guardó dos berenjenas, dos tomates y una calabaza en su bolso, cruzó la cerca que rodeaba su pequeña casa, asegurándose de cerrar bien la puertecilla antes de entrar.

—¡Minnie!

Un canto unísono le dio la bienvenida. Se hincó a tiempo para corresponder el fuerte abrazo de sus dos personas favoritas en el mundo, un par de pequeños que lo estrecharon con sus cortos bracitos, arrugando sus prendas con sus manitas.

—Hola mis retoños. —Dejó un beso sobre la frente de cada uno de los gemelos, sonriéndoles.

—Volviste temprano —exclamó SooBin con una enorme sonrisa, aplaudiendo a la par de sus saltitos—. Hoy nos portamos muy bien como dijiste. Dejamos que mami durmiera, ¿verdad, MinHyuk?

—Sí, cuidamos de ella todo el día. —Asintió efusivo el segundo gemelo.

—De verdad que son unos niños muy buenos. Y por eso, les traje esto. —Sacó de su bolso dos melocotones que entregó a cada uno.

Sonrió enternecido de cómo los pequeños tomaban los frutos como si éstos fueran delicados pétalos de loto.

—¡Eres el mejor Minnie! aduló MinHyuk, abrazando la fruta con cariño contra su pecho—. ¿Podemos compartirla con la señora Mu?

—No creo que a las vacas les gusten los melocotones, cariño.

Después de una breve discusión sobre si a la vaca lechera de la familia le gustarían las frutas, los gemelos corrieron al establo improvisado tras la casa para comprobarlo. Él por su parte caminó al cuarto de su madre para ver cómo se encontraba.

La halló profundamente dormida, sepultada bajo lo que parecía ser una montaña de ropa y sábanas, seguramente producto de sus hermanos que quisieron abrigarla y es que, ¿cómo culparlos? No sólo él pasó mala noche. Su madre había hervido en fiebre hasta la madrugada, balbuceando que el frío le calaba hasta los huesos, teniendo en vela a cada uno de sus hijos llenos de intranquilidad por su estado.

No fue hasta los primeros rayos del amanecer, que sus pequeños por fin cayeron rendidos al igual que la exhausta mujer. Afortunadamente la fiebre de su madre disminuyó considerablemente y el hecho de que ahora se encontrase fresca, le quitaba una preocupación enorme de encima.

Acomodó las prendas en los cajones correspondientes, dobló las mantas extras y arropó bien a su madre con una sola frazada, dejándole un beso en la coronilla antes de volverse a la cocina para preparar la cena.

Mientras cortaba las verduras enlistó lo que debía reparar en casa, como las goteras en el cuarto de los niños, la ropa raída, la pata rota de la mesa, la puerta de la cerca que rechinaba como un aviso de que estaba a punto de caerse, el mal estado del establo y un sinfín de desperfectos que no podía enumerar en ese momento sin que sintiera una asfixiante presión el pecho. Su hogar se estaba cayendo a pedazos, su madre estaba muriendo y el futuro de sus pequeños estaba destinado a ser sembradores de un pueblo que los despreciaba.

Suspiró.

Si su padre siguiera con vida no hubieran tenido que mudarse a los alrededores del pueblo, donde se encontraba la gente que vivía de miseria y cuidaba que sus casas no se cayeran de un soplo en cualquier momento. Una comunidad más unida que los hipócritas "amigos" de la familia que les exiliaron cuando se atrasaron con la comisión del mes.

Quizá sus hermanos convivirían con niños de su edad y se educarían con la señora Fa para saber leer y escribir en lugar de pasarse todo el día preocupados por su madre.

Le causaba dolor saber que su única amiga era la vieja vaca que difícilmente podía dar leche, pero que no podía sacrificar o vender por miedo a que sus niños se quedaran completamente solos.

Quizá su madre no hubiera tenido que ponerse a trabajar en el mercado de los curtidores donde tuvo ese fatídico accidente que la dejó indispuesta para la vida, condenándola a reposar el resto de sus días en una cama.

El "quizá sí" como el "hubiera" no existe.

JiMin trabajó duro para conseguir un bastón que su madre usaba para moverse por la casa. Porque a pesar de su condición, ella los amaba y les dedicaría hasta su último suspiro. Pero una espantosa enfermedad arrasó con la menesterosa comunidad, perdiendo a muchos vecinos; buenos padres e hijos que murieron en sus lechos. Y ahora su madre estaba esforzándose por librarse de tan terrible agonía.

Por ello trabajaba de sol a sol.

Las primeras veces que salió a buscar un empleo a sus escasos trece años después de la muerte de su padre, fue burlado por los patrones, se reían en su cara pues no concebían que alguien como él; un doncel de cuerpo escuálido, poco masculino y delicado quisiera trabajar en los campos arando tierra bajo el sol abrasador o curtiendo las pieles con cuchillos más pesados que él.

A cada lugar al que iba le daban una triste negativa y sólo aquellos que lo conocieron desde que era un niño le dejaron un poco de provisiones para vivir por un par de semanas, deseándole prosperidad a su familia.

No fue hasta que la señora Lee lo encontró desamparado afuera de su negocio, con la cara amoratada luego de que el dueño de la pescadería creyera que JiMin le quería robar sólo por parase frente al puesto con ojos hambrientos y lo golpeara con una vara de bambú para que se fuera. Aquella mujer le curó las heridas, limpió sus lágrimas y lo alimentó con pastelillos de arroz y té caliente.

También le ofreció un empleo.

Uno donde el esfuerzo físico sería menor a cargar costales de arroz todo el día y recibiría una paga mensual que podría cambiar dependiendo que tanto se esforzara.

A su corta edad supo que para sobrevivir la gente estaría dispuesta a hacer lo que fuera. Y él sólo era un chiquillo desesperado que quería llevar esperanza a su hogar.

Desde ese entonces comenzó a trabajar en la casa Kisaeng de Lee Yifei como un bailarín. Cada noche abriría el local con un espectáculo sensacional para los clientes que esperaban ansiosos a las chicas que se encargarían de ellos de una forma más íntima.

Si alguna vez pensó en decirle a la mujer que con mucho esfuerzo lo parió, su boca se selló después del accidente. No iba a intranquilizar a su pobre madre sobre quién era. En quién se había convertido.

Era un bufón. Un seductor y risueño doncel. Apenas y valía más que un esclavo pero aun así era considerado un artista, un despreciado danzante nocturno, merecedor de miradas lascivas que seguían el movimiento de sus caderas y la ignorancia de la gente una vez ponía un pie tras bambalinas.

Alguien como él jamás sería lo suficientemente llamativo, siquiera para conseguir un Gibu como varias de sus compañeras. Y mucho menos para que algún miembro de buena familia y posición económica quisiera casarse con él.

Hacía su trabajo, pero no se esforzaba como el resto que dejaban el alma en los espectáculos por conseguir un poco de protección.

Obviamente JiMin no se hacía ilusiones como sus compañeras, jamás se atrevería a imaginar un futuro donde fuese cortejado, mucho menos uno donde estuviese casado. Ningún buen hombre se comprometería con él después de saber de dónde venía y que tenía una familia por amparar, ¿quién quisiera mantener una familia ajena a la suya? Nadie.

Debía resignarse a trabajar duro para cuidar bien de su madre y de sus hermanos.

Esa era su vida.

—Hey, Minnie, por aquí.

Empujó con poco cuidado a la gente que impedía el paso fluido. Respondió con un resoplido a aquellos que lo miraba mal. Con dificultad llegó con su castaño amigo que le extendió la mano para caminar juntos al trabajo.

—¿Desayunaste?

—Aún no, ¿sabes qué ocurre? —Levantó el pulgar hacia la gente que dejaron atrás.

Por alguna razón que no entendía, todo el mundo se encontraba aglomerado en la plazuela del mercado, murmurando y creando un molesto bullicio.

—Toma.

El castaño le dejó la mitad de un pastelillo de arroz. JiMin agradeció cortamente antes de darle una mordida.

—El vocero del emperador vino para anunciar algo que no escuché, MinHo me mandó de vuelta a ensayar, me dijo que él se encargaba.

—¿Crees que sea por los merodeadores?

El pueblo se había visto en peligro hace un par de semanas por saqueadores, invadieron por la noche para robar provisiones de los almacenes del norte, iniciaron un incendio que por poco destruía las cosechas de trigo y se llevaron consigo rehenes; tres mujeres fueron encontradas inconscientes cerca del río. Lastimosamente el doncel que raptaron, hasta la fecha, seguía desaparecido.

Nadie le dio mayor explicación al pueblo, el vocero calmó a medias a la multitud que exigía respuestas con la pobra excusa que el saqueo se debió a forasteros que pronto atraparían. Sólo les dieron instrucciones para intentar mantenerse a salvo, imponiendo un toque de queda a las nueve de la noche y reforzando la seguridad en las fronteras.

—Anoche escuché al amigo comerciante de mi padre decirle que eran rebeldes del imperio japonés. Al parecer se desatará una guerra en su territorio. —El oji marrón le dio un mordisco a su pastelillo, esperando a tragar antes de volver a hablar—, el pueblo no está contento y se han levantado en armas contra su emperador, ahora están buscando más gente que se una a su causa. Dice que el general fue a pedir refuerzos a la dinastía china y vendrá a pedirle lo mismo a nuestro emperador.

—No creo que el emperador quiera darle ni un caballo a ese hombre por su grosería —se quejó con los brazos en jarras, molesto—. Robó las provisiones, casi destruye las cosechas, secuestró a nuestra gente, ¿y ahora quiere a nuestros soldados para una causa perdida? Que se regrese por donde vino.

Ambos entraron a los camerinos, saludando con un asentimiento a las bailarinas que se alistaban para los ensayos antes del espectáculo. Dejaron sus bolsos sobre una mesa de madera, comenzando a desvestirse para colocarse el uniforme.

—Puede que el vocero no viniera a dar noticias. Habría más ruido y generales por todos lados, ¿no crees? —Se encogió de hombros—. Quizá vino a anunciar la fiesta del emperador, su cumpleaños se acerca.

—Festejar es lo último que nuestro señor debería hacer ahora. Imagina que mientras el pueblo está de fiesta, los saqueadores vuelvan con refuerzos y hagan algo peor.

—Me pones de los nervios, JiMin —exclamó, indicándole con el índice que se dé la vuelta para ayudarle a atar las cintillas del traje.

—Es la verdad, TaeHyung. —Suspiró con pesadez—. Esperemos que ese enfrentamiento no esté ni cerca de aquí.

La puerta se abrió de repente, la señora Lee y su hijo MinHo entraron a los camerinos e inmediatamente todos guardaron silencio, reverenciándose como saludo a la dueña de la casa.

—Buenos días a todos. —Lee Yifei les indicó con un gesto amable a los presentes que se acercaran—. Tengo buenas noticias para ustedes. Como ya saben, el emperador no va a poder celebrar un año más de vida como es la costumbre por los recientes acontecimientos desafortunados.

JiMin miró a TaeHyung con una expresión de "te lo dije". Éste sólo rodó los ojos.

—Pero el consejero imperial pidió personalmente nuestros servicios de espectáculo y... el otro servicio.

MinHo siseó a las chicas que empezaron a murmurar por lo bajo.

Era bien conocido que el emperador tenía a su disposición un harem lleno de donceles y mujeres bellísimas que complacían sus deseos a cambio de vivir bajo su techo y protección. El que el emperador buscara nuevas personas para saciarse les hacía especular de más, algunas pensando que reclutarían a más mujeres para el harem o reemplazarían a los que por tanto tiempo habían vivido en el palacio.

JiMin no se la creía. Por lo que su madre alguna vez le explicó, el harem estaba compuesto por donceles y doncellas que aportaban un beneficio al palacio, eran estrictamente elegidas por su belleza, edad, modales y familia.

Todos los que trabajaban en casas de entretención eran personas endeudadas. Trabajaban arduamente para saldar las deudas externas o con los dueños de dichas casas si es que fueron comprados por ellos.

¿Qué harían Kisaeng y prostitutas siendo parte del harem? Es que lo veía imposible. Siquiera las Kisaeng de mayor nivel; aquellas que tuvieron la oportunidad de capacitarse desde los ocho años, podía verlas en el palacio. A lo más que podían aspirar era que un noble se encandilara y tuviera el suficiente dinero para saldar la deuda restante de su futura mujer.

—Ustedes. —Yifei se dirigió a las bailarinas—. Deben bailar como nunca, distraer a nuestro señor en lo que mis niñas se preparan para complacerlo después de su espectáculo. Si todo sale bien, la paga serían dos kilos de arroz, dos kilos de sal y un saco de monedas canjeables para los mercaderes chinos.

Nuevamente los murmullos inundaron el lugar. Por supuesto que estarían emocionados, la paga podía intercambiarse por montones de cosas útiles; madera, hierbas medicinales, fruta, pescado, ropa, etc. JiMin pensó que si tenía suerte, incluso podría negociar una vaca en buen estado que diera leche fresca con el viejo Ling.

—Las damas de compañía que irán son...

Las mencionadas siguieron a la señora Lee fuera de los camerinos tan pronto fueron mencionadas. Un mohín pronunciado se presentó en las chicas que no fueron llamadas.

Mientras MinHo terminaba de mencionar a las bailarinas.

—... Kim TaeHyung y Park JiMin.

Miradas recelosas cayeron sobre el par que sin prestarles atención, asintieron a la petición de MinHo. Eran los únicos hombres bailarines pero los más apreciados dentro de la casa Kisaeng gracias a su belleza y dedicación. De hecho, no era sorpresa para nadie que fuesen escogidos, eran más dignos de entretener al emperador que cualquiera de las otras bayaderas.

—JiMin, quiero que cierres con la danza de los abanicos, ¿de acuerdo?

Los jadeos de las mismas mujeres celosas se escucharon de fondo.

—Pero ese es mi baile —reprochó una de las chicas.

—Dentro de esta casa lo es Sora, pero necesitamos algo con qué impresionar al emperador y sé que JiMin lo hará excelente —explicó lo más neutral posible, esperando evitar más quejas. MinHo prosiguió después de ver a la bailarina encogerse de hombros con el ceño fruncido, resignada. —Tenemos una semana para ensayar un número digno de nuestro señor. Mandarán carruajes para llevarnos al palacio, allá se nos prestarán finas ropas y accesorios.

Todos asintieron efusivamente.

—Entonces, no esperemos más. A ensayar.

TaeHyung sujetó su mano cuando el carruaje se detuvo frente a las enormes puertas de la muralla que protegía el camino al palacio imperial. Éstas abrieron segundos después, rugiendo las bisagras por lo pesadas que eran.

Desde la ventana pudieron asomarse para admirar el bello paisaje de los alrededores, pues el palacio estaba escondido en el interior del bosque, rodeado por una bella laguna salpicada de nenúfares y pétalos de flores de cerezo que atravesaron gracias al puente de piedra conectado a la casa de vigilancia de los guardias imperiales. Había que rodearla para llegar al sendero que los dejaría frente a las puertas del palacio.

Dicho camino lo recorrieron bajo la sombra de los frondosos árboles que parecían extenderse hasta el cielo con sus magistrales copas verdes y rosadas, creando un camino colorido; meramente bellísimo. Pronto se toparon con la colosal estructura del palacio, una edificación gigante y ornamentada, donde más guardias les aguardaban frente las puertas.

Bajaron del carruaje y siguieron a MinHo tras los uniformados que anunciaron su llegada. Así, fueron guiados dentro del palacio, sin dejarles ver más allá de lo obvio, hasta una habitación al fondo del lugar. En ésta se encontraban varios baúles, sillas y una pequeña ventana de donde se podía ver el lago.

—Aquí se cambiarán —comentó el guardia con amabilidad—. Nosotros les daremos la orden para que salgan y los carruajes aguardarán hasta finalizar su acto para llevarlos de vuelta a casa con su paga.

JiMin y TaeHyung esperaron su turno para rebuscar entre la ropa de los baúles, no queriendo meterse en problemas con las chicas que sentían cierta hostilidad hacia su presencia en aquel lugar. Cuando por fin pudieron mirar, tuvieron que improvisar con las prendas ya que no había ni una sola tela para hombre.

Al par no le importó mucho. La casa de Lee Yifei a diferencia del resto del barrio Kisaeng, estaba conformada por puras doncellas, ambos habían sido la excepción en su momento y nadie más que los clientes habituales conocían su existencia.

Esto era una ventaja para JiMin que no quería que su imagen se viese manchada por la boca de los despreciables rumores de la gente. Sin embargo los proveedores y sastres rara vez les hacían trajes para sus espectáculos, era MinHo quien debía pedirlos personalmente para que sus bailarines pudieran vestirse.

Después de tantos años, se acostumbraron a ser los últimos en tener sus prendas listas y a veces tener que ocupar una que otra pieza femenina botada del resto de las bailarinas.

JiMin se colocó un jeogori negro, ató un par de cintillas de color dorado a la altura del codo para que las mangas tipo alas no cubrieran por completo sus manos, después se entalló una falda de tela semi transparente en forma de tubo para colocar encima la falda larga de un brillante color azabache. TaeHyung le ayudó a enredarse en una cinta gruesa color dorado, dándole una atractiva figura de reloj de arena.

Ambos se dejaron maquillar por MinHo, quien apenas repasó sus facciones con polvo de arroz; cubriendo el bronceado tono de su piel, y sus labios con una frutilla remojada para darles un color rosado natural. Sabían bien que no podían exagerar con las pinturas, las únicas extravagantes debían ser las damas de compañía y ellos sólo debían verse decentes.

—Mira, es un abanico precioso. —El castaño sacó el objeto con ilusión—. Úsalo.

—Traje el mío Tae.

—Pero robarás la atención con éste —señaló, entregando la pieza—. Tú confía en mí.

JiMin lo tomó de la boleta y extendió el instrumento con gracia. La palabra bello se quedaba corta.

El varillaje hecho de madera barnizada estaba sujeto por un clavillo de oro, y grabado con un sutil acabado que se extendía por toda la fuente hasta la guía. El país contenía en su papel un paisaje tintado con pintura china, en la que se podía notar la exquisita figura de un tigre reposando sobre sus patas mientras custodiaba el templo sagrado de la familia Min. Pero lo mejor era el rivete, pues las largas y suaves plumas eran de un naranjo vivo, que al aletear danzaban como las llamas de un manso fuego.

—Es algo pesado —susurró para sí mismo—. Esto no puede ser de utilería.

—Quizá es de alguna concubina—. Se encogió de hombros.

—Sí es así, no podría tomarlo.

Quiso devolverlo pero el oji marrón cerró con rapidez la tapa del baúl, impidiéndole dejar algo que posiblemente podría meterlo en problemas. JiMin frunció el ceño.

—Pueden azotarme a los calabozos si uso las pertenencias de alguna concubina del emperador para esto.

—Si estaba aquí no creo que le importe mucho a la dueña que lo utilices. —Chasqueó la lengua, empujando a su amigo lejos de ahí—. No te preocupes ya.

Para el atardecer, los mismos guardias volvieron para buscarlos. Todos salieron de la habitación hasta el anfiteatro, tras el telar pesado que ocultaba su presencia para enfocar el escenario en el que debían brillar aquella noche. Ahora sólo debían esperar la señal de MinHo para comenzar.

—Su majestad.

El consejero imperial se hincó respetuosamente frente al emperador que le pasó de largo para sentarse en su trono; una silla ornamentada hecha de madera importada, colosal e impoluta, coronada por un impresionante dragón tallado por las manos del mejor artista de su pueblo.

En su regazo se sentó el consorte del emperador, un delicado doncel prepotente que en completo silencio se abrazó al cuello del imponente hombre, mirando con desdén al consejero.

—Te dije que esto no era necesario, HoSeok —habló cansino y con la voz pastosa, producto de una siesta previa—. Pero ya que están aquí no podemos regresarlos, ¿cierto? —se burló, deleitándose de la risita coqueta que chocó cálida con su cuello—. Que inicien entonces.

El consejero con una seña avisó a Lee MinHo, quien a su vez le dio la indicación al director de la orquesta para que empezara a tocar y así, dar inicio al espectáculo.

JiMin aguardaba nervioso su turno, mordisqueando su labio hasta dejarlo rojizo y maltratado. Era una presentación tan importante que no quería echarlo a perder, no sólo le daría la razón a las demás bailarinas que pensaban sobre su presencia como un estorbo, sino que perdería la paga que traería estabilidad por unos meses a su hogar.

Pensó en SooBin y MinHyuk, como madrugaron para despedirlo y entregarle su peluche favorito para desearle suerte, prometiéndole que cuidarían bien de su madre hasta su llegada. Y su pobre madre, que se levantó con mucha dificultad para abrazarlo y desearle la mejor de las suertes, prometiéndole que rezaría a los dioses por su éxito.

Su familia no sabía la razón verdadera de porque se presentaría en el palacio pero lo bendijeron para su buena fortuna, no podía defraudarlos ahora. Era suficiente con las mentiras. Era su momento de brillar.

Inhaló hondo, exhalando sonoramente. Repitió el proceso un par de veces para darse valor y sólo abrió los ojos cuando el característico sonido del gayageum le anunció su entrada. Salió al escenario; el vaivén de sus caderas suponía la ligereza de una pluma, la falda danzaba cual serpiente al asecho tras la inocente anatomía del doncel quien parecía huir del peligro tras sus pasos.

La música se detuvo en la cúspide de la melodía. Giró de forma abrupta, una sonrisa coqueta atravesó la inocencia en su rostro que se escondió tras el fuego parecido en las plumas del abanico extendido.

El silencio era tal que ni sus agitadas respiraciones se escuchaban.

Esperó en su posición.

La música volvió con fiereza; una sonata tradicional al compás de sus propios arrítmicos latidos.

Comenzó.

El emperador, que hasta ese momento se encontraba siendo mimado por el chico en sus brazos, estaba aburrido del impecable espectáculo que aquella casa de entretención había preparado. Era un espectáculo increíble; digno de la corte imperial, pero su verdadero entretenimiento no se encontraba en el anfiteatro, sino en su habitación.

Estaba a punto de detener todo para poder irse con su consorte, pues nada le gustaba más que tenerlo disfrutando sobre sus sábanas, sacudiéndose con el vaivén de sus caderas embistiendo contra él.

Además, los soldados seguramente estaban ansiosos porque la presentación terminara. Los imaginaba impacientes por poner sus manos sobre las hermosas damas de compañía contratadas especialmente para ellos.

Pero entonces apareció aquel chico que parecía llevar el sol en sus ojos, moviéndose seductoramente, aleteando con habilidad el abanico que alguna vez fue de su madre. El mismo abanico con el que era golpeado por irrespetuoso y que odiaba con su vida, ahora era su favorito, sólo por ese chico de belleza insana.

Su cabello negro contrastaba a la perfección con su pálido rostro y el hecho de que estuviese vestido con prendas de dama; por alguna razón, hacia palpitar su entrepierna. Su bella figura, sus labios bezudos, la forma de moverse, todo.

Todo él era hipnotizante.

—HoSeok.

El consejero se hincó a su lado, atento a cualquier petición. YoonGi sin quitarle la vista de encima a aquella divina criatura, susurró.

—Consígueme toda la información que puedas de él.

—Sí, señor.

—Y permite que se quede con al abanico.

Tanto el consejero como su consorte lo miraron sorprendidos, pero apenas y lo notó.

Una sonrisa ladina se pintó en rostro mientras sus ojos seguían de forma lasciva el contoneo de las caderas de aquel hermoso chico.

—Dile que es un regalo de su majestad.

El castaño murmuró un «sí, señor» antes de retirarse.

—¿Mi señor?

Contestó con un pequeño «hum» al llamado del doncel.

—¿Por qué quiere saber de ese muchacho?

—No te concierne, JungKook.

Contestó, lo suficientemente embelesado como para no retar a su caprichoso consorte.

JungKook era un arrogante doncel que llegó a él en busca de refugio. Era alguien ambicioso que atrapó la atención del emperador cuando a consciencia se desnudó frente al lago para tomar un baño.

—Ve con SeokJin, que preparen mis aposentos —ordenó.

—Pero... usted y yo-

—Has caso o te castigaré severamente —demandó, desviando por un momento su atención a los chocolates orbes del rebelde chiquillo.

JungKook con pesar asintió, levantándose del regazo de su amo, dedicándole una mirada ácida al chico que seguía danzado sin enterarse de su molestia. Bufó por lo bajo, maldiciendo al bailarín por quitarle la atención de su señor.

MinHo felicitó a todos mientras se cambiaban la ropa, comentándoles que se quedaría con las damas de compañía para asegurarse de que todo estuviera bien antes de retirarse, pero que ellos serían llevados a sus casas tan pronto terminaran de cambiarse.

—Estuviste increíble, Jiminie —susurró TaeHyung, mirando de reojo si las demás estaban distraídas, pues sabía que esas envidiosas serían capaces de despotricar en su contra sólo por felicitar a su amigo. —¿Viste que el emperador tenía los ojos puestos en ti?

—Estaba muy nervioso Tae, no estaba prestando atención a nada —se sinceró—. Pero no lo creo, había un chico con él.

—Yo sé lo que vi. —Mordió su labio, codeándolo con una sonrisa pícara—. Le gustaste.

—No digas tonterías, TaeHyung. —Sonrió, rodando los ojos.

Si los hombres de la casa Kisaeng no se fijaban en él; conformándose con su presencia mientras esperaban a alguien más, nada le haría creer que el mismísimo emperador posara su atención en él.

—Hay que irnos ya, es tarde y mis niños deben estar esperándome.

Dejó las pertenencias bien dobladas en aquel salón. Con pesar guardó aquel precioso abanico en el baúl donde lo encontró. De verdad que se había enamorado de tan ligero instrumento, pero no le robaría al emperador, no era correcto.

MinHo los acompañó hasta los carruajes, despidiéndose de cada bailarina con un asentimiento, asegurándoles que la paga se encontraba dentro y que al llegar a casa uno de los guardias les ayudaría a bajar los pesados sacos. Cuando llegó con sus chicos no pudo resistirse y le dio un fuerte abrazo a cada uno, sintiéndose orgulloso de cada uno; a quiénes vio crecer como parte de su familia.

—Vayan con cuidado, nos veremos mañana a primera hora.

Justo cuando iban a subirse al carruaje, un guardia salió a prisa del interior del palacio a lado del consejero imperial, pidiéndole a JiMin que se detuviera. Los tres miraron a los guardias, TaeHyung como era su costumbre, se colocó delante del doncel como si su cuerpo fuese un escudo.

—¿Pasa algo, mi señor? —MinHo a su vez, dejó a los chicos tras él, responsabilizándose indirectamente de lo que pudieran decirle a su menor.

—Park JiMin. —El consejero dio un paso al frente, invitando al aludido a salir de su escondite.

HoSeok sintió cierta compasión por el tembloroso chiquillo que con la cabeza gacha se colocó adelante. Sonrió para tranquilizarlo.

—No es nada malo, no te asustes.

—¿N-No? —respondió dudoso.

—Su majestad; el emperador Min YoonGi, le ofrece este humilde obsequio.

Un jadeo escapó de los labios del doncel cuando miró lo que el consejero le estaba entregando.

Era el abanico.

—Yo n-no...

—Mi señor insiste en dárselo, por favor. —HoSeok dejó el objeto en las delicadas manos del pelinegro, retrocediendo un paso para no invadir su espacio personal—. Sería una descortesía no aceptarlo.

—Muchas gracias. —JiMin hizo una venia respetuosa, con el torso inclinado a noventa grados—. Es bellísimo —susurró.

—Lamento retrasar su viaje —se disculpó cortésmente, tendiéndole la mano al doncel para ayudarle a subir al carruaje.

TaeHyung subió poco después por su cuenta con una sonrisa burlesca, dirigida a su abochornado amigo que no dejaba de ver el obsequio del emperador.

—Te lo dije.

MinHo miró el carruaje irse, dejándolo con un estado de desasosiego, presintiendo que algo malo pasaría a raíz de ese enorme acto de su emperador, ¿qué pretendía?

—Lee MinHo. —HoSeok sonrió cuando obtuvo la atención del hombre—. Quería hablar con usted.

—Por supuesto. —Fingió una sonrisa—. ¿Sobre qué?

—Park JiMin.


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Glosario:

Kisaeng: Las Kisaeng eran artistas propias del gobierno, sin embargo estaban en la misma casta que los esclavos a pesar de tener derecho a una educación nimia en artes. Servían para el entretenimiento de los hombres más poderosos de la nación.

Eran (algunas) sexoservidoras y su papel en la historia de Corea sigue siendo un tema un tanto controversial.

Gibu: Es una especie de "esposo" quien no tenía derecho real sobre ellas, sin embargo les brindaban protección, ayuda económica y estatus social a cambio de sus servicios.

Jeogori: Es la prenda superior del hanbok; la vestimenta tradicional coreana. La utilizan tanto hombres como mujeres, por supuesto con pantalón y falda respectivamente.

Gayageum: Es un cordófono cítara de caja de cuerdas utilizado para los instrumentales cortesanos y actualmente; la música tradicional coreana.

Espero de verdad disfruten la obra. Me estoy esforzando para traerles la calidad que merecen <3 

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