4- Rompiendo las reglas

El camino de regreso a casa fue un tanto complicado. Mi mente no dejaba de pensar y de rememorar.

Me sobresalté cuando mi teléfono vibró. Lo tomé de mi bolsillo y antes de ver de quién era el mensaje, vi la hora. Tenía quince minutos para llegar a casa y estaba a contrarreloj. Corrí como si me llevara el diablo hasta las escaleras que me llevaran al subterráneo. Stacy iba a matarme si llegaba tarde otra vez, me necesitaba y era lo menos que podía hacer por dejarme quedar en su casa hasta que consiguiese algo propio.

El subterráneo estaba a punto de cerrar sus puertas cuando con un salto casi atlético logré entrar justo antes de que las puertas me aplastaran.

Me aferré al poste un segundo antes de que el subterráneo empezara a andar, pidiendo internamente que fuera más rápido, aunque sabía que sería imposible.

Apenas llegamos a destino, salí corriendo y subí las escaleras hasta la salida. Luego seguí corriendo. Me quedaban quince cuadras para llegar a mi destino y ya tenía varios mensajes de Stacy, sumamente molesta conmigo, solo esperaba que no tanto como para echarme de su casa.

Cuando llegué, apenas podía respirar. No estaba acostumbrada a tanto ejercicio en un solo día, qué decir en unos cuantos minutos.

Subí los escalones y abrí la puerta y de inmediato apareció Stacy, quien parecía haber estado esperándome justo en la entrada.

─Al fin te dignas a llegar. ─Sus ojos emanaban furia y no podía decir que estuviese equivocada. La había cagado, y a lo grande─. Te pregunté miles de veces si podrías quedarte hoy con los chicos, lo especifiqué en mensajes que te mandé durante días, hasta lo dejé escrito en el refrigerador, Cassie. Sabes que hoy es un día muy importante para mí. ¡Necesito este trabajo!

Había metido la pata hasta el fondo y ahora no sabía qué decir ni mucho menos qué hacer. Stacy había sido tan buena conmigo al recibirme en su hogar, mientras yo buscaba trabajo para poder mudarme, luego de mi separación con Paul. Todo se me había ido de las manos en un maldito par de horas.

─Déjame cuidar a los niños ahora. Cuando vuelvas, me iré. Lo prometo. No quiero ser una carga para ti Stacy. ─Juro que estaba a punto de llorar. Si Stacy me decía que me fuera, perdería la cabeza.

─Está bien. Aceptaré tu ayuda Stacy. Dios sabe que la necesito. Solo diré que creo que deberías hablar con tu padre y... pedirle ayuda. 

Oh no. No no no. Mi padre era un límite que no estaba dispuesta a cruzar, no ahora. Ni nunca. Claro estaba que no se lo diría a Cassie. No era como si no confiara en ella, pero algunos secretos eran mejor quedárselos solo para uno mismo.

Entré en su casa, saludé a los niños, los mellizos y el más grande de seis años, Gino. Conocía a los tres desde que estuvieron en la panza de Stacy. Cómo no hacerlo, además de ser mi mejo amiga y compañera de escuela, era la madre de los hijos de uno de mis hermanos.

Stacy se despidió de los niños, luego de mí y se fue. Ya me había dejado anotado todo lo que necesitaba en caso de alguna emergencia, así que lo siguiente que hice fue ir a la cocina por un bocadillo. Estaba hambrienta.

─¿Qué es eso que comes tía Cassie?

Gino me había agarrado con las manos en la masa, comiendo mantequilla de maní del tarro, cosa que le había infinidad de veces que no debía hacer. Quería golpearme mentalmente porque ahora tendría que sobornarlo para que no le dijera a su madre que su tía inmadura había roto las reglas.

─Amor de la tía. ¿Prometes que si te doy este tarro solito para ti, no le dirás nada a tu madre de esto?

Le señalé con la mirada la situación, que era más que obvia, y con lo inteligencia que tenía mi sobrino, no fue necesario que hiciera nada más que un movimiento de cabeza y asunto zanjado. Le entregué el frasco de mantequilla de maní y se fue contento a ver dibujos animados.

Los mellizos, por otro lado, eran un asunto mucho más tranquilo de llevar. Todavía eran bastante pequeños y dormían mucho, lo cual hacía mi trabajo increíblemente fácil. Giulia y Tomasso. Mi hermano se había ido por las ramas al ponerles el nombre. Me parecía excesivo que hubiese elegido el nombre de mis padres para ponerle a los mellizos, como una especie de homenaje.

Stacy y mi hermano, Gino, porque sí, su primer hijo también tenía su nombre, se separaron a los pocos meses del nacimiento de los mellizos. Stacy ya no soportaba más las situaciones de violencia por parte de mi hermano y en su momento le aconsejé que lo denunciara y se largara de la casa que compartían, cosa que hasta el día de hoy, mi hermano me tira por encima.

La relación con mis hermanos nunca fue muy buena. Siempre me consideré la oveja negra de la familia. Nunca estuve de acuerdo con el negocio de mi padre y, desde muy joven, se lo hice saber. Quizás fue por eso mismo que me hicieron a un costado y, por eso también, la razón por la que decidí alejarme de todos ellos.

Me senté en el sillón al lado de Gino Jr., a ver dibujos animados, cuando un golpe seco nos sobresaltó a ambos y el sonido del llanto de los mellizos invadió toda la casa.

Me levanté con cautela, Gino Jr. abrazándose a mi pierna y yo acariciando su cabello para tratar de tranquilizarlo.

─Tranquilo mi vida. Quédate aquí. Iré a ver qué pasa ─le susurré mientras intentaba que dejara de agarrar mi pantalón.

Gino negaba con su cabeza y no tuve otra opción que ir caminando con él a acuestas, hasta que vi a alguien que no tenía ni el más mínimo deseo de ver.

─¡¿Qué haces aquí?! ─espeté ante la figura masculina que estaba ante mí.

─¿Qué haces tú aquí? Yo vengo a llevarme a mis ojos. Es hora de que compartan tiempo con su padre.

Mi hermano, Gino, se había aparecido en la casa de su ex esposa y mi amiga, Stacy. Lucía exactamente igual que la última vez que lo vi, hacía cinco años antes. Casi un metro noventa de altura, musculoso, hombros anchos, cabello negro y engominado, ojos verdes y barba espesa.

Nos llevábamos diez años de diferencia y, a pesar de no ser tanto, las diferencias que teníamos iban mucho más allá que solo la edad.

─Stacy no me dijo nada de eso. Además, hoy no es tu día. Lo sabes bien Gino. Te tocan los viernes y hoy es miércoles.

─Mira, Cassandra ─el desprecio con el que pronunció mi nombre fue tan aparente que casi me dolió un poco─, soy el padre de estos niños y me los llevaré cuando me plazca. ¿Ok?

La vena en el cuello se le había empezado a marcar y eso no era un buen signo, eso significaba que pronto perdería los estribos y no quería que los niños viesen eso. Ya había visto por el rabillo del ojo que los mellizos se habían levantado y que sacaban sus cabecitas por la puerta de la habitación, para mirar lo que sucedía.

─Escucha Gino, tranquilízate. Los niños están aquí y están viéndote de esta manera. No creo que quieras que te vean alterado. ¿O sí?

Mi hermano me miró como si tuviese lepra, su respiración agitada y sus hombros moviéndose como sopesando su siguiente movimiento.

─Tía ─una voz dulce me sacó del ensimismamiento en el que me encontraba con mi hermano. Era Gino Jr.─. Yo iré con papá.

Mi corazón se estrujó cuando escuché esas palabras salir del pequeño de seis años que tenía ante mí. Todo decidido ante la locura de su padre.

─No puedo dejarte ir pequeño. Tu mamá te dejó a mi cargo y tengo que hacer lo que ella me pidió. ─Me di vuelta para enfrentar a mi hermano, justo cuando vi que tomó al pequeño Gino por el brazo y lo zarandeaba hacia la salida─. ¡Nooo! ¡¿Qué haces?! ¡¡¡Déjalo!!!

Corrí y grité con todas mis fuerzas para impedir que se lo llevara, pero el muy imbécil era más fuerte y me empujó, haciendo que callera con fuerza contra la acera.

─Dile a tu amiga que sabe muy bien lo que tiene que hacer si quiere que las cosas vuelvan a la normalidad.

Eso fue lo último que le escuché decir a mi hermano, antes de subirse a su auto llevándose a mi sobrino.

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