En mi extraño viaje encontré la manera de darle fin a todo,

y entre la oscuridad me encontré vagando,

gritando y insultando al creador.

Reclamando nuestra maldición,

reclamando la razón de nuestra existencia,

reclamando la necesidad de un bien,

reclamando la necesidad de un mal.

La muerte me odiaba,

la vida me detestaba a un punto que para mi no era agradable,

quizá no era el fin del mundo,

pero no me gustaba, 

me hacía infeliz.

Sin necesidad de pedirlo encontré un océano,

tan hermoso,

tan delicado,

como un ser repugnante entré al agua,

me fui a lo más profundo,

y me entregué a la existencia nula de la eternidad.

Me hundí lo más que pude en este mundo lleno de incógnitas,

hasta los más oscuro que puede. 

Pero al fondo hubo una luz,

una extraña mancha blanca, 

que mientras más dejaba llevar,

más se agrandaba.