III
Alecta vislumbró una luz artificial sobre su cabeza y luego una forma borrosa inclinada sobre ella. Le llevó varios segundos ver la expresión agitada de Geohn y darse cuenta que estaba tendida sobre su regazo. Se incorporó al instante, pero un fuerte dolor de cabeza la hizo apretar los párpados y lanzar un quejido.
Lo último que recordaba era estar en el coche riendo con Geohn.
—¿Qué pasó? —indagó confusa, mirando a su alrededor y notando que estaba en una vieja cocina, cuya puerta estaba bloqueada por una gran heladera. Demás, todo lo que estaba allí parecía abandonado a las prisas. Incluso había una patata a medio pelar y aros de cebolla ya fritos en una olla apagada, llenando el aire con su aroma. —¿Dónde estamos?
Geohn miró nervioso hacia la ventilación que estaba del lado opuesto de la puerta. Desde allí llegaban unos ruidos extraños, como gruñidos mezclados con golpeteos.
Como un idioma desconocido.
—Nos persiguen —susurró él con voz ahogada.
Se alejaron lentamente de la puerta y se metieron debajo de una mesa metálica y enorme en el centro de la habitación. Geohn no dudó en tomar un cuchillo de la mesada y ponerse alerta con ella en alto.
Los ruidos se oían cada vez más cerca, como si estuvieran ya del otro lado de la puerta. Alecta se aferró al antebrazo del muchacho con fuerza; se la veía aterrada y él trató de lanzarle una mirada tranquilizadora, pero ella se llevó una mano temblorosa a la boca y ahogó un sollozo. Sus ojos se habían llenado de lágrimas mientras tenía la mirada perdida en algún punto de la heladera.
Los ruidos no cesaron hasta pasados varios minutos, cuando se alejaron por donde vinieron. Geohn esperó para girarse hasta la chica, quién aún estaba como en estado de shock, derramando lágrimas silenciosas.
—¿Estás bien?
Ella balanceó lentamente la cabeza de un lado a otro de forma negativa. Luego le lanzó una mirada de lo más azul al muchacho, cargada de dolor.
—Es a mí —dijo al fin, en un hilo de voz—. Es a mí a quien buscan...
Geohn la miró con los ojos como platos.
—¿Qué dices?
—Dicen que tienen que encontrarme y activarme... Que tengo una falla...
Geohn sacudió la cabeza.
—El golpe te afectó. Estás alucinando...
A ella le tembló el labio inferior.
—Entendí perfectamente lo que decían... Me buscan a mí. Yo soy el último detonante. El que arrasará la faz de la Tierra. ¡No exploté aún porque tengo una falla! —estalló, lanzando un grito de lo más frustrante.
Geohn salió de debajo de la mesa, dejó el cuchillo en la mesada y comenzó a caminar de un lado a otro en la cocina. Alecta no se movió, sollozando, abrazada a sus piernas y la cara escondida en sus rodillas. El muchacho tenía unos recuerdos arremolinándose en el fondo de su mente y le costaba atraparlos.
La Investigación de Partes seguro tenía que ver con todo eso. Él no estaba allí por casualidad.
Porque tenía una misión...
Se giró y se puso en cuclillas al lado de Alecta. Le acarició el pelo y le tomó la mejilla para obligarla a mirarlo. Se fijó en aquellos orbes azules que mostraban el miedo y la desesperación de la muchacha ante tal revelación.
Geohn se pasó la lengua por los labios, nervioso. Comenzaba a recordar. Poco, pero lo suficiente.
—La Investigación de Partes se encarga de eliminar toda amenaza extraterrestre... —dijo él, aferrándose a esos trozos de recuerdos.
—Amenazas como yo —murmuró ella, desviando la mirada de aquellos ojos café.
Geohn le tomó las manos y la obligó a incorporarse. Ella se dejó sin poner resistencia, resignada. Él no la soltó y trató de mantenerle la mirada, pero Alecta se mantenía cabizbaja.
—Recuerdo que esto comenzó con los primeros ataques, que atribuyeron a países enemigos. Pero no habían armas, bombas, o resto de lo que fuere que indicase que era obra humana. Testigos afirmaban ver un par de ojos color ámbar antes de la explosión. Logró evitarse una de ellas y ese ente fue investigado.
Alecta soltó una risa seca, pero no soltó los dedos de Geohn.
—Ente... ¿así me llaman?
Él solo le dedicó una mirada de reproche.
—Alecta... Ese ente que investigamos no era humano. ¡Era una especie de robot con tecnología biológica! —exclamó Geohn, entre alterado y sorprendido por la cantidad de información que poseía—. Estaba diseñado para vivir como un ser humano normal, infiltrarse en una ciudad capital, ¡con una bomba de nivel casi atómico en su interior!
Ella miró el suelo y abrió la boca un par de veces. Las cosas en su cabeza comenzaban a cobrar sentido.
—Soy adoptada. Siempre fui antisocial y... Mis padres murieron cuando era muy pequeña y yo quedé varada en la casa rodante... Días, años... —Su voz se quebró y ella tapó su boca con el dorso de la mano para evitar llorar. —Pero tiene sentido...
Se sorbió la nariz y miró el techo.
—Alecta, no te tortures. No eres un ente.
—Geohn —le reprochó ella, ahora mirándolo con una expresión seria—. No como, sólo tomo agua. No voy al baño y tampoco me gusta relacionarme con las personas, pero soy curiosa, me gusta saber de todo... De seguro los entes envían información de alguna forma a ellos... Pero yo soy un fallo... Soy el arma que devastará el mundo y tengo un fallo... —Soltó una carcajada sin humor, pero Geohn la tomó por sorpresa estrechándola entre sus brazos.
Alecta quedó estática, las lágrimas volvieron a inundar sus ojos y no pudo ignorar la calidez de su abrazo, así que esbozó una sonrisa tonta y le devolvió el gesto.
—Cuando me encontraste —comenzó a decir él, con su rostro metido en el hueco del cuello de Alecta—, en realidad te estaba buscando a ti.
Ella asintió con la cabeza.
—Para desactivarme, supongo.
"Para matarte", pensó él, pero no se lo dijo.
Alecta pensó que si era un ente alienígeno, no debería sentir la calidez de ese abrazo, mucho menos el revoltijo de nervios que se acumulaba en su estómago. Pero en su interior, muy en el fondo, sabía que era cierto, que era su destino acabar con la humanidad... Que si no la activaban ellos, se activaría sola.
Entonces se separó de él con brusquedad dos segundos después, empujándolo. Giró sobre sí misma y se llevó una mano a la frente, dándole vueltas a un pensamiento suicida que había pasado por su cabeza.
Si tenía que morir, lo haría luchando.
—Explotaré su nave.
Geohn la miró atónito.
—¿Eh?
Ella no esperó respuesta y comenzó a empujar la heladera y desobstruir la salida. Él salió de su desconcierto y se dispuso a ayudarla, pero cuando la puerta estuvo al alcance al fin, Alecta no dudó en correr hasta dar con el ascensor. Geohn la siguió, llamándola, pero ella presionó velozmente el número del último piso y vio cómo el muchacho se tiraba al interior justo antes de cerrarse las puertas.
—¿Es que estás loca? —exclamó él mientras apoyaba sus manos en sus rodillas y tomaba aire—. ¡No puedes hacer eso!
Alecta se apoyó en la pared del ascensor y soltó un suspiro.
—Sí que puedo. Voy a volar en pedazos de una forma u otra...
Geohn se incorporó y apoyó una mano al lado de la cabeza de la muchacha, acercando su rostro al suyo.
—No te lo voy a permitir.
Ella alzó las cejas de forma desafiante
—¿Ah, no? ¿Tienes una idea mejor? —le increpó. Luego soltó un suspiro, desviando la mirada de sus ojos café—. No, sabes que no tengo opción. Terminaré muerta sobrevivamos o no a esta invasión.
Geohn negó con la cabeza.
—Es un suicidio.
—¡No soy humana, Geohn! ¡Soy una maldita bomba de aliens! ¿Te parece que explotar su nave es mala idea? ¡Estaré haciendo un bien a la humanidad!
Él volvió a negar y apoyó su frente en la de ella.
—No recuerdo nada, ni si tengo padres, familia, novia... Lo que sea. Quizá tenga y ya están todos muertos... —Clavó su mirada en los profundos ojos azules de Alecta—. En este momento sólo te tengo a ti.
—Yo nunca tuve a nadie... —replicó ella.
Geohn esbozó una sonrisa.
—Ahora me tienes a mí.
Las puertas del ascensor se abrieron en ese preciso instante y Alecta no dudó en alejarse de él y salir a la azotea del edificio. Con pasos rápidos se ubicó en el centro del lugar y miró hacia arriba.
El disco negro continuaba allí, impasible e imperturbable, tan cerca que parecía que con estirar el brazo podría tocarlo. Se acercó a la baranda de tejido metálico y miró hacia la caótica ciudad, la cual estaba lentamente siendo tomada por incendios y explosiones aquí y allá.
¿Cuántos entes habían sido enviados a la Tierra con el propósito de destruirla...? ¿Por qué, hasta ese momento, no se había percatado de sus sutiles rasgos no humanos, como que había dejado de comer como las demás personas?
¿Por qué se había aterrado tanto por aquellos ojos ambarinos si ella misma iba a tenerlos cuando el momento llegara?
Geohn se quedó de pie a su lado. Ella lo contempló y le dedicó una sonrisa sin emoción.
—Lo siento por dudar de ti.
Él chasqueó la lengua.
—Tengo cara de sospechoso, eso es todo —dijo él en tono de burla, mirándola a los ojos.
Ella volvió a mirar en dirección al disco y suspiró. Ya deberían haberla visto y seguramente mandarían a más aliens para activarla. Oteó el horizonte y vio, en una azotea cercana, un helicóptero abandonado a prisas. Incluso había un par de cuerpos alrededor que al parecer habían sido baleados.
Miró a Geohn con suspicacia.
—¿Sabes pilotear un helicóptero?
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