C A P Í T U L O 3
Michael
Bajé las escaleras a toda prisa y esquivé las cajas de la mudanza que aún quedaban porque la pereza era más fuerte que las ganas de tenerlo todo organizado.
Fui a la cocina y, cuando entré, me di cuenta de que todos estaban esperándome. Tomé asiento y observé a mamá colocar la comida sobre la mesa, junto a la bebida.
—Ya pasó una semana desde que iniciaron sus clases, chicos —comentó de manera casual, mientras colocaba los platos frente a cada uno—. ¿Todavía están emocionados?
Tomé un par de tostadas y dos lonjas de jamón para acompañarlas, cuando Andrew, mi hermano menor, miró con diversión a nuestra madre.
—Lena, esto es la universidad, no el jardín de niños. —Dio un mordisco a su omelette y masticó por unos segundos—. En pocas semanas estaremos muertos, no emocionados.
Lena rodó sus ojos y se sentó junto a mi padre, que devoraba su comida en silencio.
—Por esa negatividad es que no tienes novia —señaló mamá.
Andrew se atragantó con la comida y tosió para aliviar la sensación de ahogo. Tomó el resto de su jugo y miró a mamá con desagrado.
—¿Y tú qué sabes? —preguntó indignado.
—Las madres lo sabemos todo. —Sonrió victoriosa.
—Déjalo, mamá. No tiene caso discutir con ese idiota —intervino Addison, la melliza de Andrew.
Derek escondió una sonrisa detrás del vaso de jugo que estaba bebiendo y yo ignoré el resto del intercambio en la mesa mientras enfocaba mi atención en mi plato e intentaba ignorar el revoltijo de emociones que se asentaron en mi estómago ante la incertidumbre de lo que ocurriría.
Mudarnos de regreso a la ciudad donde nacimos me pareció una excelente idea porque extrañaba la tranquilidad que se respiraba y porque no me veía viviendo en otro lugar que no fuese este.
Pero justo ahora que los nervios me consumían, sentí que no había sido la mejor idea.
El nerviosismo que todavía me envolvía era ilógico, puesto que solo eran mis primeras semanas en una universidad diferente a la que comencé antes de venir aquí. Pero había algo... una sensación inexplicable bailando en mi pecho, que me hizo sentir que este año sería muy diferente.
Y eso me tenía ansioso.
Además, el primer encuentro real que tuve hace unos días con un compañero de clases no fue el mejor de todos. Todavía recordaba el rechazo con el que me trató y que me hizo preguntarme si había hecho algo malo sin darme cuenta, para que él actuara de esa manera.
Al principio pensé que su problema era conmigo, hasta que comencé a observarlo y noté que su actitud esquiva era con todos.
Pero, contrario a lo que se podría pensar, no me apetecía tomar distancia o pretender que nada de eso ocurrió, porque más que alejarme, quería descubrir el misterio que representaba Stephen Miller.
Necesitaba averiguarlo, porque algo en su comportamiento me llenaba de mucha curiosidad.
Terminé de comer, recogí mis cosas, me despedí de mis padres y salí con los chicos a caminar por las calles que pensé que nunca volvería a ver. A medida que nos acercábamos a nuestro destino, las quejas de los chicos por ir caminando a la universidad en lugar de ir en carro aumentaron, por lo que todo el camino me dediqué a ignorarles.
Llegamos a la universidad y recorrimos sus pasillos con la mirada de todos puesta en nosotros. No sabía por qué atraíamos tanto la atención, pero no me molestaba en absoluto.
Me despedí de mis hermanos y me fui a mi salón de clases, revisando que todo estuviese en mi mochila, porque era tan despistado que no la revisé antes de irme.
Me detuve en la puerta y di un vistazo al interior para comprobar que alguien estuviese allí, hasta que noté a Stephen sentado en nuestra mesa, mirando hacia la ventana.
Sin darme cuenta, sonreí ante la expresión relajada que tenía, muy diferente a la que normalmente mostraba a todos con el interés de espantarlos.
Un grupo ruidoso de personas pasó junto a mí, haciéndome reaccionar. Entré y me paré junto a él con la esperanza de llamar su atención, pero no fue posible que me mirara, ni cuando me detuve a su lado, ni cuando aclaré mi garganta para llamar su atención.
Miré a mí alrededor y luego a él, sintiendo el hormigueo de la necesidad de tener sus ojos en mí.
—Hey, Stephen —saludé más animado de lo que pretendí, y me senté a su lado—. ¿Qué tal?
Silencio.
—¿En serio? Wow, me alegra que estés bien —hablé de nuevo, fingiendo obtener una respuesta de su parte.
Silencio.
—Sí, entiendo. Debemos estar bien mientras podamos, porque pronto nos consumirán las actividades.
Nada, ni un suspiro cansado de su parte.
Me conformaba con un: «Michael, cállate», pero ni eso recibía de él.
Apreté los labios, insatisfecho, y miré hacia el lugar en el que un par de grupos estaban dispersos por el aula, aglomerados alrededor de las mesas para bromear y charlar entre ellos.
De vez en cuando, un par de risas resonaban por todo el salón, pero ni con todo el ruido pude apartar mis pensamientos del chico silencioso y amargado que se encontraba a mi lado.
Volví a mirarle con curiosidad y apoyé la mejilla en mi mano, encorvándome un poco hasta encontrarme en una posición cómoda que me permitiese observar a Stephen.
Mientras detallaba la manera en que su espalda subía y bajaba al compás de su respiración, recordé la forma tan inusual en que actué los últimos días en un intento por obtener algo de él.
Sin saber el motivo, desarrollé la necesidad de acercarme a él a pesar de su rechazo, más que nada porque sabía que eso lo molestaba y sacaba de sus casillas.
En tan poco tiempo me volví adicto a las expresiones de Stephen, que eran dos o tres, considerando que la mayor parte del tiempo estaba amargado, enojado o frustrado.
Un movimiento llamó mi atención y cuando levanté la vista, un pajarito regordete caminaba con tanta dificultad por el borde de la ventana que pronto tropezó y cayó. Una risa a mi lado me hizo desviar mi mirada sorprendida hacia Stephen que intentaba disimular sus carcajadas tapándose la boca.
Un par de segundos después, noté que me encontraba sonriendo.
Este chico que proyectaba frialdad y rechazo hacia todos y que hacía todo lo posible por parecer indiferente, se estaba riendo porque un pajarito se había caído.
Malditamente adorable.
Me incorporé en mi asiento con rapidez, sorprendido por los pensamientos que invadieron mi mente, y a los que no tuve tiempo de encontrarles sentido porque el timbre sonó, distrayéndome.
Miré hacia la ventana para darme cuenta que el pajarito ya no estaba, miré a mi lado y el buen humor de Stephen tampoco.
Resoplé molesto y miré al grupo de personas que hacían demasiado ruido y que recibieron un llamado de atención del profesor recién llegado. Por el rabillo del ojo, también noté que un par de chicas me miraban a escondidas y luego desviaban la mirada por temor a ser atrapadas.
Supuse que también tenían curiosidad por mi actitud, puesto que nadie más que yo hizo el intento de acercarse a Stephen en el poco tiempo que llevaba aquí. Solo dirigían a él miradas indiscretas, llenas de prejuicios.
Y algo de ese comportamiento inusual me hizo preguntarme qué estaba pasando.
Tal vez era extraño a los ojos de todos, pero yo no podía apagar la llama de la curiosidad que se encendió al conocer a Stephen repelente de personas Miller, ni siquiera después de todos sus intentos por apagar esa llama y alejarme.
Mi fuego era uno de esos que crecían cuanto más se intentaba apagarlo.
Y se lo iba a demostrar.
Muchas veces me acerqué con la esperanza de entablar más de cinco palabras con él, que pasaran del «hey, ¿cómo estás?», pero Stephen era un chico difícil, y el recuerdo de cada intento fallido —y sus reacciones tan auténticas— me hizo sonreír sin darme cuenta.
La primera vez que me acerqué con la esperanza de recibir algo de él fue a la salida de mi primer día, pero esa no contó para mí porque solo recibí una mirada desinteresada de su parte y un par de palabras insustanciales.
La segunda vez fue al día siguiente, también después de clases. Él fue a su casillero a retirar todo y yo le seguí hasta instalarme a su lado.
—Hola. —En ese momento quise golpearme por lo emocionado que soné.
Stephen me miró confundido y luego observó a su alrededor para comprobar que fuese con él. Cuando se percató de ello, conectó sus ojos con los míos, frunció sus labios con incomodidad, cerró la puerta de su casillero y siguió su camino a la salida como si nada.
Su indiferencia me impactó tanto que reaccioné cuando ya se encontraba lejos. Pero lo que me dejó sin palabras fue la desconfianza que bailó en sus ojos, como si por un momento quisiera bajar sus barreras para responderme.
Y esa fue la señal que necesité para continuar.
La tercera vez que lo intenté fue en el almuerzo del día siguiente. Me senté en su mesa, pensando que tal vez estaba comiendo solo, pero me llevé la grata sorpresa de ver a Stephen acompañado por una chica peculiar y dos gemelos que debatían sobre absolutamente todo lo que se les ocurría.
Fue una experiencia divertida ser ignorado tras cada comentario que hice.
Sus hermanos me prestaron más atención que él, mientras observaban nuestro intercambio unilateral en silencio y con ganas de reírse. Pero Stephen no reaccionó a nada, ni cuando le pregunté cosas, ni cuando tomé un par de papas fritas de su comida; solo cerró sus puños y se levantó de la mesa para irse de allí.
Ese día hablé con ellos y descubrí que eran medio hermanos de Stephen. Me advirtieron que su hermano actuaba así con todos y que no debía tomarlo como algo personal. Fueron amables, pero también se burlaron de mi penosa situación con Stephen.
Fueron una agradable compañía, aunque me inquietó la irritación con la que James me miró, me sorprendió lo emocionada que Alisson estaba al notar mi interés por ser amigo de Stephen y no supe qué sentir ante la indiferencia de Jared, que al mismo tiempo mostró una pizca de curiosidad por la situación.
Sin embargo, mi recuerdo favorito vino del día siguiente a ese; la cuarta vez que molesté a Stephen —y la que yo consideraba la vencida—, fue la más satisfactoria de todas.
Nos encontrábamos en clases y él tomaba apuntes de lo que decía el señor Stern sobre la importancia de cuantificar las relaciones entre las diferentes variables que se incluyen en un modelo económico y... me perdí.
Mi atención estaba en Stephen y la destreza con la que diseñaba un mapa mental de la clase. Distribuía muy bien la información y se apoyaba con figuras para darle una maravillosa presentación a la hoja. El diseño era sencillo, pero elegante.
Estaba impresionado, pero la mayor sorpresa me la llevé cuando volteó a mirarme con el ceño fruncido, luego de haberle quitado el lápiz.
¡Ni siquiera noté en qué momento se lo quité!
Pero de igual manera sonreí complacido mientras forcejeábamos por ¡un jodido lápiz!
O al menos lo hicimos hasta que el profesor lo notó y nos pidió de la manera más amable que hiciéramos silencio y respetáramos su clase.
Nunca nadie me miró con tanto desprecio como Stephen el día en que fuimos regañados por el profesor Stern. Aun así, no me arrepentía de nada.
Un movimiento a mi lado me hizo espabilar y volver al presente. Parpadeé un par de veces y di un vistazo a mí alrededor para notar que la clase había terminado y que todos guardaban sus pertenencias, incluido Stephen.
Y yo sin saber siquiera qué clase vimos...
Procedí a guardar mis cosas y, cuando le vi salir del salón, me apresuré lo más que pude para seguirlo de cerca. Sin embargo, a mitad de pasillo, Stephen se detuvo sin darme tiempo a reaccionar o detenerme y, en consecuencia, choqué con su espalda casi tirándolo al suelo.
Cuando me aparté, se dio la vuelta y se paró frente a mí con cara de frustración.
—¿Podrías, por favor, parar con esto de una buena vez? —pidió—. No es divertido.
Era obvio que se estaba conteniendo.
—Quiero que seamos amigos —fue lo que contesté.
—Yo no tengo amigos, Blut.
Se dio la vuelta y retomó su camino a la salida. Una sonrisa surcó mis labios y coloqué mis manos alrededor de mi boca —cuando estuvo a pocos pasos de llegar a las puertas—, antes de gritar:
—¡Entonces, me esforzaré por ganarme ese título!
Todos los presentes voltearon a ver la escena y, desde mi posición, observé la manera en que su espalda se tensó y aumentó la velocidad de sus pasos, al sentir el exceso de atención sobre él.
El título de masoquista le haría honor a todas la cosas extrañas que hice los últimos días, pero cada rechazo de su parte era una invitación tácita a seguir insistiendo y acercarme más.
Y yo nunca rechazaba una invitación; mucho menos una tan interesante como esa.
Mientras lo veía perderse en la lejanía, pensaba en nuevas maneras para llamar su atención. No podía evitarlo, quería conocerle y descubrir qué secretos albergaba debajo de esa fachada de chico misterioso e indiferente que proyectaba, porque sabía que Stephen Miller era mucho más interesante de lo que aparentaba y menos superficial de lo que quería hacer ver.
Armaría el rompecabezas completo y nadie podría detenerme.
Ni siquiera él y sus esfuerzos por esconderme las piezas.
─────•☆•─────
Jelou, mai friends ¿qué tal todo?
Acá tenemos el capitulo 3, completamente nuevo y narrado por Michael uwu
¿Qué les pareció? ¿Hubo algo en especial que les gustara de este cap? A mi personalmente me encanta la facilidad que tiene Stephen para ignorar a Michael JSKJAJS
También me encanta la parte en la que Stephen se rie cuando el pajaro se cae :'3
En fin, voten y comenten si les ha gustado ;)
No me enojaré si le dan mucho amor al capítulo uwu
Gracias por leerme ♡
Nos leemos pronto ✧
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