C A P Í T U L O 28

—Michael... ya deberíamos... irnos —señalé en medio del beso que Michael me estaba dando, pero todo intento de ser firme murió cuando un jadeo escapó de mis labios tras decir aquello.

Estaba resultando difícil ser firme cuando Michael estaba destruyendo toda capacidad de raciocinio.

Había venido por mí para salir a un lugar del que no tenía idea, pero un beso había llevado a otro y luego a otro, provocando que hubiésemos perdido diez minutos entre roces y respiraciones agitadas. Ahora que habíamos logrado entrar al auto habíamos vuelto a caer en la tentación, sumando quince minutos aproximadamente.

—Tienes razón, lo siento —se apartó luego de dejar un beso en mi mandíbula y se acomodó en su asiento sin mirarme. Sus ojos estaban cerrados mientras parecía intentar controlar su respiración agitada—. Estar encerrado en un lugar junto a ti es peligroso.

Sonreí, sin poder evitarlo, mientras le veía realizar ejercicios de respiración para controlarse. Sus labios se encontraban rojos por el constante roce de nuestras bocas, haciendo contraste con sus mejillas sonrojadas.

Apoyé mi cabeza en mi asiento y mordí mi labio inferior mientras me distraía mirándole.

—¿A dónde me llevas?

Michael parpadeó un par de veces y giró su rostro hasta encontrar su mirada con la mía. Sus mejillas adquirieron un rubor furioso al mismo tiempo que mordía su labio y desviaba la mirada, incapaz de sostenérmela.

—Planeé algo lindo para hoy —admitió—. O al menos espero que lo sea.

Ante aquella información, mis cejas se juntaron, evidenciando lo confundido que me encontraba.

—¿Ocurre algo especial el día de hoy? —La sola idea me hizo entrar en pánico mientras un montón de alarmas se disparaban en mi cabeza. Era malo con las fechas, tanto así que tenía mi cumpleaños marcado en un calendario—. Diablos, Michael, no me digas que olvidé algo importante.

Ante la desesperación en mi voz, Michael alzó su mirada y comenzó a negar de forma efusiva. Sus mejillas igual de sonrojadas y su rostro con la mayor expresión de vergüenza que le vi hasta el momento.

—No, no. Nada de eso —Mordió su labio una vez más y suspiró—. Es algo estúpido, en realidad. —Sin mirarme a la cara, comenzó a jugar con un pequeño hilo que sobresalía de la costura de su pantalón, como si aquello fuese lo más entretenido por hacer—. Hace un mes me pediste ser tu pareja y aunque celebrar cada mes me parecía absurdo en otras parejas, ahora lo veo como una oportunidad para invitarte a salir con excusa de por medio.

Michael parecía sentirse tonto al confesar aquello, cuando la realidad fue que algo en mi interior se sintió extremadamente cálido por sus palabras.

—Hey. —Me removí en mi asiento hasta quedar lo más cerca posible para tomar su rostro entre mis manos—. No es algo estúpido y tampoco necesitas excusas para invitarme a salir. —Sonreí con burla, intentando eliminar la angustia que parecía sentir—. ¿Desde cuando necesitas tener algún motivo?

Sus rasgos tensos se relajaron a medida que una pequeña sonrisa se abría paso por su rostro.

—Tienes razón, lo siento.

—Ya deja de disculparte. —Le di un pequeño golpe en el brazo y me acomodé hasta encontrarme una vez más sobre mi asiento—. Además, no me has dicho a donde me llevas.

Michael solo se encogió de hombros mientras encendía el auto y lo ponía a circular por la calle de mi vecindario.

—Tal vez quiera mantenerlo en secreto hasta que lleguemos. No nos tomará más de media hora, así que creo que puedes con ello, ¿no?

Rodé mis ojos, sabiendo que Michael solo me ocultaba aquella información porque estaba al tanto de lo impaciente que podía llegar a ser.

Y a él le encantaba sacarme de quicio.

No obstante, mi mente se perdió por completo cuando Michael deslizó su mano sobre la palanca de cambio y la entrelazó con la mía. Con solo ese gesto perdí la noción del tiempo y casi sin notarlo, llegamos al lugar.

Michael detuvo el auto y permaneció un momento allí sentado, solo observándome, aunque yo desvié la mirada luego de unos segundos a lo que parecía una escuela de arte. Arrugué mis cejas, confundido por encontrarnos allí, y luego volví a mirar a Michael en busca de alguna explicación.

Como respuesta, él solo se encogió de hombros mientras mostraba esa sonrisa inocente que usaba cuando estaba a punto de salirse con la suya. Abrió la puerta del auto y salió a la calle, dejándome con la duda.

Rodé mis ojos y salí a su encuentro, notando que ya se encontraba a mi lado, esperándome. Sujetó mi mano con delicadeza y entrelazó nuestros dedos para guiarme a la institución que teníamos ante nosotros.

―Yo... pasé mucho tiempo pensando a donde querría llevarte porque estaba tan desesperado en que fuese especial, que había olvidado que lo especial de esto es vivirlo contigo.

Apretó el agarre en nuestras manos entrelazadas y suspiró justo cuando atravesábamos las puertas del lugar.

―Así que, luego de pensarlo mucho, decidí traerte a este lugar, porque de alguna manera el arte se ha convertido en algo que nos une a ambos.

Asentí, sin entender mucho de lo que intentaba decirme hasta que todo se aclaró cuando nos detuvimos en la recepción para inscribirnos en una pequeña actividad que había realizado la academia con el objetivo de estimular el proceso creativo.

Luego de tener nuestros pases de entrada, nos guiaron a un salón bastante espacioso en el que ya se encontraban algunas personas ubicadas a la espera de que la actividad comenzase. Tras unos diez minutos de espera, la instructora se detuvo frente al grupo al frente de la sala para explicar el motivo de la actividad y dar las instrucciones de la misma.

Mientras indicaban la duración de dos horas que tendría la actividad y el periodo de treinta minutos que se dedicaría a tres modalidades artísticas que tenían preparadas, di un rápido vistazo a mi alrededor, notando que la sala estaba llena de niños en su mayoría acompañados por su padres, así como también adolescentes de diversas edades.

Michael estaba tan emocionado que no notó que algunos adultos nos miraban de reojo y que incluso la instructora nos dedicaba miradas furtivas plagadas de curiosidad que comenzaban a incomodarme, por lo que me removí inquieto en mi lugar.

—... el objetivo principal es sacar el potencial al máximo en alguna de las modalidades para obtener un producto final. Hay tres modalidades: dibujo, escultura y pintura; cada una con un tiempo cronometrado de treinta minutos de duración. Una vez cada actividad acabe, habrá un pequeño compartir en el que serán libres de mostrar sus trabajos con los demás. Sin más que decir, pueden ubicarse en el lugar que prefieran.

La sala estaba organizada de manera estratégica para que dos personas quedaran frente a la otra, sin ser capaces de ver lo que el otro hacía, por lo que Michael y yo tomamos uno de esos puestos y nos ubicamos frente al otro, siendo divididos por un par de caballetes de madera con el tamaño adecuado para vernos las caras y aun así poder trabajar cómodos.

Al lado derecho de cada uno, había un pequeño soporte con los materiales necesarios para realizar cosas sencillas de acuerdo al tiempo estimado que se tenía.

―De acuerdo, cuando suene la campanita el tiempo iniciará, de igual forma que cuando vuelva a sonar, todos deberán apartarse de lo que hayan hecho. ¿Entendido?

Todos respondimos y a los segundos la pequeña campanilla sonó, dando por iniciada la actividad.

Tomé tres lápices de distintas durezas y comencé a probarlos en un pequeño trozo de papel, realizando pequeños cubos o paralelepípedos como ritual mientras pensaba en algo que quisiese plasmar en el papel. Cuando una idea surgió, aparté el lápiz de inmediato y tracé en la hoja principal el boceto de forma apresurada con líneas desordenadas mientras desarrollaba todo lo que creí importante, para luego realizar los efectos correspondientes.

Por un instante, me perdí por completo en lo que estaba haciendo, hasta el punto de desligarme por completo de lo que estaba ocurriendo a mí alrededor, como solía hacer siempre que dibujaba.

Acabé el borrador y comencé a pintar o sombrear lo que fuese necesario, antes de apartarme para ver el resultado de lo que había hecho: se trataba una persona sentada en el rincón de una habitación oscura que miraba hacia un costado porque una puerta acababa de abrirse, dando paso a un rayo de luz.

Aunque mi vida había tenido un cambio drástico los últimos meses, al menos cuando dibujaba a lápiz me gustaba mantener mi estilo de dibujo sombrío, en el que parecía no albergar esperanza alguna, aun y cuando aquello había cambiado.

No era tan fácil dejar atrás las viejas costumbres y, aun y cuando ya me encontraba mejor, de vez en cuando me azotaban pensamientos que me hacían preguntarme si lo que estaba viviendo no se trataba de un sueño.

Mordí mi labio inferior y tomé una profunda respiración para deshacerme de aquellos pensamientos mientras miraba una vez más el dibujo que había realizado. Miré la mesa de instrumentos y tomé un pequeño trozo de carboncillo para dar un retoque al fondo, de modo que fuese más evidente el cambio de escenario. Coloqué mi firma en la parte inferior y me alejé para dar la última inspección, sintiéndome conforme con mi resultado.

Alcé la mirada para preguntar a Michael como iba, pero mi boca se cerró de forma abrupta cuando vi al chico mirando su hoja con suma concentración. Su entrecejo estaba levemente fruncido, su lengua sobresalía de un costado de su boca y un pequeño mechón de cabello caía de su frente por la inclinación que tenía mientras bordeaba algo con precisión.

Sin ser plenamente consciente de lo que hacía, saqué mi teléfono del bolsillo trasero de mi pantalón y apunté a Michael con la cámara desde el borde de mi caballete de forma apresurada para que no notara lo que estaba haciendo. Capturé la imagen y guardé el aparato, aunque en el fondo sabía que aquello había quedado grabado en mi memoria y nunca sería capaz de borrarlo.

La campanilla sonó segundos después, dando por acabado el tiempo, a su vez que se generaba un rumor colectivo cuando todos se apartaron de su soporte al no tener más oportunidades de continuar.

Michael alzó su mirada y, peinando su cabello hacia atrás, me dedicó una sonrisa de medio lado que solo podía describir como coqueta.

―No lo sé, Stephen, pero creo que podrías quedar aún más flechado por mi si miras esta obra de arte.

Lamí mi labio inferior y rodé mis ojos, incapaz de decirle que un dibujo no haría la diferencia, y presté atención a las indicaciones de la instructora que nos pedía retirar el dibujo y colocarnos un pequeño delantal para pasar a la modalidad de las esculturas. Cambiamos el caballete por una pequeña mesa compartida y, una vez sonada la campanilla, nos pusimos manos a la obra.

O al menos eso intenté, porque debía admitir para mí mismo que nunca había trabajado con arcilla y plasmar una idea en papel no era lo mismo que intentar modelarla. Duré aproximadamente cinco minutos solo moldeando la masilla que había creado, sin saber qué hacer.

Así que me encogí de hombros y comencé a esculpir lo primero que se me vino a la mente: un pollito.

Formé las bolas correspondientes y comencé a moldear la figura principal para luego tomar el resto del material para hacer los detalles. Estaba terminando el pico cuando la campanilla sonó, dejándome paralizado en mi lugar, sin poder creer lo rápido que había pasado el tiempo.

Levanté mis manos en señal de rendición y lo primero que hice luego de eso fue mirar la extraña figura que estaba del lado de Michael.

Antes de poder detenerme, pregunté:

―¿Qué es eso?

Michael pareció ofendido.

―Es un dinosaurio.

Alcé mis cejas y acerqué mi rostro a la figura circular. Era la cabeza de... algo; en la parte superior tenía un ojo y en el centro tenía un gran orificio que representaba la boca abierta, mostrando colmillos puntiagudos y una lengua.

Aun así, fingí no comprender de qué trataba.

―Michael, parece que masticaste la arcilla y la escupiste.

Abrió su boca, luciendo aún más indignado

―No acabas de decir eso.

Sonreí.

―¿Al menos sabía bien?

Intentó lucir molesto con mi comentario, pero luego una sonrisa hizo acto de presencia, dejando en el olvido cualquier señal de ofensa.

―Me huele a envidia.

Me encogí de hombros y desvié mi atención a la instructora que acababa de pedirnos limpiar con cuidado de no hacer un desastre para pasar a la modalidad de pintura. El caballete volvió ―una vez nos deshicimos de cualquier rastro de arcilla―, pero los delantales se quedaron cuando abrimos las pinturas. Observé el rostro de Michael, que miraba hacia la instructora, y realicé un trazo rápido de lo que quería realizar en un trozo de papel lo más definido que pude.

Antes de siquiera deslizar el pincel sobre el rápido boceto que hice, ya sabía lo que quería hacer. Realicé la base de forma apresurada, y luego me dediqué a los matices, luces y sombreados, alzando de vez en cuando la mirada hacia el chico que tenía frente a mí, cuyo nivel de concentración era incluso superior al de la actividad anterior.

La experiencia con los instrumentos y el conocimiento que tenía sobre el tiempo de secado de acuerdo a la cantidad de material que aplicaba, me permitió tener un bonito diseño en tiempo record. Tan solo me encontraba realizando un sutil chispeado cuando la campanilla sonó.

Aparté la mirada como las veces anteriores y la desvié hacia Michael, pero lo primero que me encontré fue su mano cerca de mi rostro. Me quedé estático en mi lugar sin saber qué hacer y esperé mientras deslizaba su dedo sobre mi mejilla con algo frío que supuse era pintura. Las formas que dibujó me permitieron determinar que se trataba de una carita feliz, por lo que yo embadurné también mis dedos con pintura azul, y pinté su mejilla contraria con una carita enojada.

Michael apartó su dedo de mí mejilla, luciendo satisfecho con su trabajo, y yo no pude hacer más que mirarle embelesado por la risueña expresión que tenía.

Parecía feliz. Muy feliz. Y solo eso fue suficiente para que todo valiese la pena.

La instructora nos pidió que tomáramos las cosas que habíamos hecho con cuidado y nos acercáramos. Tomamos asiento, formando un gran círculo, tal y como habíamos hecho al principio y exhibimos lo que habíamos hecho.

Todo tipo de dibujos y diseños fueron mostrados, unos mejores que otros, pero cada uno con un estilo característico de acuerdo a la persona.

Michael mostró con actitud juguetona sus dibujos, generando risas en todos los presentes por la falsa petulancia que mostraba mientras enseñaba dos muñecos de palitos agarrados de la mano, uno con una sonrisa y el otro con la expresión seria. Y una pintura de un paisaje poco convencional, de un río que pasaba por una pradera, nubes y un sol... pero pintado con colores poco usuales. Como el agua morada, el sol verde y el pasto azul.

Cuando fue mi turno de mostrar mis piezas, todos miraron de forma intercalada entre Michael y yo cuando revelé el retrato de mi pareja (aunque ellos no sabían que lo era) mirando hacia arriba con el rostro ladeado. No era el vivo retrato, pero desde mi punto de vista crítico era bastante parecido, por lo que intuí que en la mente de ellos pareció cobrar sentido el dibujo de los muñecos tomándose de la mano.

Sin mencionar que ambos teníamos caritas a juego pintadas en las mejillas.

Por un instante, un inquietante nerviosismo me invadió, mientras esperaba alguna expresión disgustada o algún signo de rechazo. Pero los niños no parecieron interesados en ver más allá de lo bonito de la pintura, los adolescentes lucieron indiferentes ante aquello y si algún adulto estuvo asqueado o algo por el estilo, lo disimuló muy bien, por lo que poco a poco la ansiedad mermó cuando no recibí más que halagos por lo que había hecho.

Para cuando salimos, luego de tomar un pequeño aperitivo por haber asistido y recibir galletas de avena, Michael me miraba con algo parecido a la fascinación mientras observaba con detalle su dibujo de los dos muñecos tomados de la mano ya dentro del auto.

Ninguno lo dijo en voz alta, pero ambos pretendíamos llevarnos lo que había hecho el otro como un acuerdo silencioso.

Dejé las cosas que ambos hicimos en el asiento trasero y luego me acomodé en mi lugar para abrir las galletas y comer la primera.

—Fue una experiencia interesante —admití con la boca llena mientras le veía extender la sonrisa que ya tenía—. Me divertí mucho.

—Me alegra oír eso. —Miró por el espejo retrovisor y luego encontró su mirada con la mía—. Todo lo que quería era que pasaras un buen momento.

Había sido mucho más que eso, pero no sabía cómo expresarlo con palabras. Saqué otra galleta, pero esta vez la extendí y rocé sus labios a la espera de que abriera la boca para comerla.

Mientras masticaba, observé por la ventana, notando por primera vez que el camino que habíamos tomado no era el que llevaba hacia la casa.

—¿Iremos a otro lugar? —Metí otra galleta a mi boca mientras fijaba la atención en mi acompañante.

—Tengo un par de lugares más a los que quería llevarte, bheag bhiast.

Iba por la cuarta galleta cuando nos detuvimos ante el planetario de la ciudad, aislado alrededor de un lago. Nunca había asistido al planetario, por lo que mi corazón se aceleró cuando comprendí que íbamos a ir.

—Pero, Michael... —El aire había escapado de mis pulmones ante la comprensión de lo que ocurría—. Conseguir entradas para el planetario es difícil. ¿Cómo...?

No podía siquiera apartar la mirada de la semicircunferencia que parecía una luna.

—Hice la reserva online la semana pasada cuando recordé que faltaba poco. —Acercó su mano a la mía y le dio un apretón—. Quería impresionarte, así que espero haber logrado el cometido.

Sin esperar esa reacción de mi parte, me acerqué a él y le di un casto beso en los labios que Michael extendió por unos segundos más cuando salió de la sorpresa.

—Maldición, intentaré sorprenderte más seguido —murmuró sobre mis labios, mientras sus manos se deslizaban por mis mejillas para detenerme allí. Dejó un beso más y luego se apartó en contra de su voluntad—. Vamos, quiero que veas el espectáculo y luego iremos al museo.

⋆ ⋆ ⋆

Y en efecto, fue todo un espectáculo, en el que se nos presentaron diversas funciones sobre el universo, los asteroides e incluso un poco sobre todos los descubrimientos que la ciencia ha revelado para nosotros. Algunos fueron para adultos y otros para niños, pero a ninguno de los dos nos importó, por lo que terminamos colándonos en todos las funciones que pudimos.

Fue una experiencia maravillosa en la que me encontré tan emocionado como cualquier niño que estuvo presente en aquella sala observando cada transmisión. Cuando todo terminó, Michael me arrastró con él hacia el museo del planetario mientras la emoción se negaba a salir de mi sistema, dejándolo en evidencia en mi parloteo sobre todo lo que había visto.

—También quería traerte aquí —murmuró sobre mi mejilla con una sonrisa gigante—. Maldición, te ves hermoso cuando sonríes así.

Giré mi rostro hasta que estuvimos de frente y nuestras narices se rozaron, pero ninguno eliminó la distancia. Sólo nos quedamos allí por un instante admirando al otro.

Luego parpadeé un par de veces y desvié la mirada con vergüenza, incapaz de poder seguir manteniéndole la mirada.

Michael me guio a través de la oscura habitación y comenzó a mostrarme algunas de las esculturas que mostraban allí con tecnología ultravanzada. Miramos todo con atención y nos entretuvimos observando las descripciones de cada escultura, aunque hubo una en particular que nos llamó la atención a ambos.

Era una pieza interactiva de dos astros en movimiento alejados el uno del otro, aunque en cierto punto de su recorrido se acercaban a un épsilon de distancia, sin llegar nunca a tocarse, para luego volver a tomar distancia entre ambos. Pero de alguna forma siempre volvían a la otra.

«Dos estrellas se abren camino, a través de grandes tramos de espacio y tiempo, para hallar otro cuerpo vagabundo». Se leía en la pequeña placa de metal que descansaba frente a la pieza.

—Su fuerza de atracción no les permite alejarse —murmuré distraídamente, embelesado por la forma en que los astros volvían a encontrarse, aún y cuando no podían estar más cerca de eso—. Pero tampoco pueden estar más cerca.

—Aun así creo que eso es suficiente —murmuró Michael, sacándome de mi ensoñación—. Vagar solo a través del tiempo y el espacio habrá valido la pena si al final tienes la suerte de orbitar alrededor de alguien semejante a ti, con la suficiente fuerza de atracción como para que no puedas o quieras alejarte nunca más.

Mis ojos recorrieron a Michael, sin poder evitar detenerse un poco más en el brillo que sus propios orbes mostraban mientras observaba la figura.

De alguna manera, él siempre lograba darle una linda interpretación a las cosas.

Seguimos caminando y ésta vez nos detuvimos frente a una escultura de dos estrellas colisionando y creando una explosión.

«Cada estrella convierte a otra, al explotar, en una supernova».

Fue mi turno de leer.

No supe porqué, pero de inmediato miré a Michael.

—Dos cuerpos que se destruyen al chocar, dejando sus formas individuales para convertirse en algo mucho más grande, hermoso y brillante, difícil de igualar, formado por los fragmentos de ambas... —Ladeó su rostro y me detalló con una sonrisa de medio lado—. ¿No es eso algo cósmico?

Pero no pude responderle, porque el verdadero estallido ocurrió en mi interior cuando sus ojos se encontraron con los míos.

Tragué grueso y desvié la mirada antes de arrastrarlo conmigo por los pasillos del museo para ver aquello que nos faltaba mientras intentaba con todas mis fuerzas apaciguar los latidos de mi corazón.

⋆ ⋆ ⋆

Mi cabello se removió con la suave brisa que sopló cuando engullí lo último de mi hot dog, mientras era incapaz de apartar la mirada de la maravillosa vista que me proporcionaban las luces de la ciudad que parpadeaban con intensidad desde la altura del mirador de la ciudad.

Tras salir del museo del planetario, Michael y yo recorrimos los alrededores y nos detuvimos en un puesto de hotdogs callejeros cuando el hambre se hizo presente. Por lo que terminamos en el mirador mientras compartíamos entre ambos lo que habíamos pedido.

Me removí en el lugar que habíamos ocupado en el césped cuando por el rabillo del ojo vislumbré un movimiento. Al observar, Michael se encontraba luchando con la mitad de su propio hotdog, el cual se había desarmado un poco. Noté una pequeña mancha de salsa en su mejilla y sonreí por lo torpe que el chico era la mayor parte del tiempo con la comida.

Parecía un niño pequeño.

Acerqué la parte superior de mi cuerpo y limpié la mancha con un pedazo de servilleta que me había quedado.

—¿Cómo es que siempre te estás manchando?

Michael continuó masticando, con su mirada fija en mí. Lo que en realidad era gracioso porque parecía una ardilla con las mejillas regordetas.

Me extendió su propio hot dog y al notar sus intenciones, le di un pequeño mordisco, incapaz de negarle el gesto. Lamí un poco de salsa que había quedado en mi labio inferior y bebí un poco del refresco que me quedaba.

—¿Quieres más?

Sin pensarlo mucho, abrí mi boca y tomé un mordisco de la mitad del hotdog que extendía. Pero antes de siquiera entender lo que estaba ocurriendo, un flash iluminó la noche, tomándome por sorpresa. Cuando salí de la impresión, noté a Michael con el teléfono frente a su rostro, con el que acababa de tomarme una fotografía.

—Hashtak con la salchicha en la boca —murmuró con humor.

Rodé mis ojos justo cuando una carcajada resonó en el silencio de la noche que solo era interrumpido por el rumor de las hojas que se estremecían con la brisa que soplaba y los grillos que cantaban. Tragué la comida que tenía en la boca y le miré con el ceño fruncido.

—¿Solo querías decir eso?

Se encogió de hombros con esa sonrisa inocente que le hacía ver tan travieso.

Negué un par de veces y exhalé una risa antes de apoyar las manos en el césped detrás de mí para inclinarme y ver con más facilidad el cielo, sintiéndome tan relajado como hace mucho no lo hacía.

Tomé una profunda respiración y volví a mirar al chico que descansaba a mi lado con la mirada fija en las luces parpadeantes mientras una expresión relajada adornaba su rostro. Extendí mi brazo hasta colocar mi mano sobre la suya y le di un apretón cuando su atención se centró en mí.

—Gracias por hoy —murmuré intentando sonar lo más honesto posible.

—¿Te gustó?

La ilusión que había en su voz, me hizo acortar la distancia entre ambos para rozar nuestras narices.

Me sentía tan bien cerca de él...

—Más que eso, Michael —susurré—. Fue increíble.

Dejó un beso casto sobre mis labios.

—Eso era todo lo que quería.

Con una sonrisa en mis labios, me alejé de su rostro para apoyar mi mejilla en su hombro y desde allí observar las luces que nos rodeaban y creaban un ambiente agradable.

Y aunque el nerviosismo y esa sensación burbujeante que últimamente experimentaba con tanta frecuencia me tenían un tanto ansioso, no cambiaría aquello por nada del mundo.




─────•☆•─────

El tiempo ha pasado tan rápido que ni siquiera había notado que no había pasado por acá en mucho tiempo. Me disculpo, pero he estado tan ocupada que no he podido dedicar mucho a la escritura:(

Aun así, me alegra traerles el día de hoy un capítulo que espero disfruten <3

Muchas gracias por leerme, por tenerme tanta paciencia y por darle tanto amor a la historia (' з ')

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El resto ya lo saben: voten y comenten si les está gustando.

Los amo un montón ♡


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