C A P Í T U L O 22

Michael

Parpadeé un par de veces con el propósito de hacer que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad que me rodeaba cuando una profunda sed se acentuó en mi garganta, haciéndome saber que esa era la razón por la que me había despertado en primer lugar.

Me removí un poco e hice el intento de levantarme cuando un calor intenso me hizo mirar a mi lado a un Stephen dormido y acurrucado a mi cuerpo, con su rostro apoyado en mi hombro y una mano cubriendo mi antebrazo.

Me quedé inmóvil en mi lugar, analizando la escena, incapaz de apartar la mirada del lento pero constante respirar de Stephen o de la expresión relajada en su rostro que pocas veces tenía la oportunidad de apreciar.

Una pequeña luz proveniente de algún lugar de la habitación me sacó de mis pensamientos y me hizo apartar la mirada del chico a mi lado para observar con curiosidad al aparato que brillaba sobre la mesita de noche. Me removí con cuidado para no despertarle y tomé mi teléfono cuando descubrí que el brillo provenía de él.

Mis ojos repararon en la pantalla justo cuando una llamada de mi madre se activaba, provocando que un suspiro saliese de mis labios al saber que no podría escaparme de aquello. Miré la figura de Stephen por última vez, para luego levantarme despacio y salir de la cama.

Cuando logré salir al pasillo, tras cerrar la puerta con el mayor cuidado posible, la llamada había finalizado. Pasé la mano por mi cabello y maldije por lo bajo al ver la hora y notar que faltaban pocos minutos para la medianoche.

Una decena de llamadas por parte de mi madre aparecían en mi barra de notificaciones, haciéndome saber que estaba en aprietos. Abrí la aplicación de mensajería para reportarme, en un intento por salvar mi pellejo, cuando un ruido proveniente de la planta baja me alertó, distrayéndome de los futuros problemas que tendría y haciéndome guardar el teléfono en mi bolsillo trasero para comenzar a caminar hacia las escaleras.

Sabía que Stephen había cerrado todo con llave y hasta donde tenía entendido, solo sus hermanos tenían acceso a la casa; acceso que no tendrían a medianoche sin razón aparente.

Atravesé la sala a paso lento, me acerqué a la cocina con cuidado y asomé mi cabeza por el borde de la pared para ver a un hombre de espaldas a la isla junto a la estufa, tomando una taza humeante con expresión pensativa.

Al ver que se trataba del mismo hombre que había estado fumando frente a la casa el día en que fuimos al lago, me relajé y tomé una profunda respiración para calmarme.

Por un segundo, olvidé que Stephen vivía con su padre.

Aclaré mi garganta y di un paso al frente, sabiendo que no tenía escapatoria. Volver a la habitación no era una opción cuando mi madre casi explotaba mi teléfono a punta de llamadas y salir de la casa pretendiendo no ser visto era ingenuo de mi parte.

Steve Miller alzó la mirada y la fijó en mi, primero con confusión y luego con reconocimiento atravesando sus ojos café oscuro. Enderezó su postura y me escrutó por unos segundos, antes de dejar su taza sobre la encimera y encararme.

—Buenas noches —fue lo único que se me ocurrió decir ante la situación.

Me sentía avergonzado por estar a esa hora en su casa, pero la situación se había salido de mis manos desde el instante en que caí rendido ante las caricias de su hijo.

—Buenas noches —respondió con su mirada fija en mi—. Eres el chico de la otra vez.

No era una pregunta.

—Sí, nos vimos en la entrada de la casa —murmuré sin saber qué más decir. Sobé mi cuello con nerviosismo y suspiré—. Lamento la hora, me dormí sin percatarme del tiempo que pasó y...

—Está bien —me cortó, sin tomarle mucha importancia. Miró su taza por unos segundos y me observó al mismo tiempo que la señalaba—. ¿Tomas té de manzanilla?

Parpadeé un par de veces, sin terminar de asimilar su pregunta. Observé la taza señalada y sacudí mi cabeza.

—Uh, sí —titubeé—. Por favor.

Él tomó la vajilla de la despensa y comenzó a servir el líquido caliente bajo mi atenta mirada. Mientras le veía colocar dos cucharadas de azúcar a mi té, no supe qué sentir por la persona que estaba ante mí. Supuse que lo correcto sería tenerle algo de rencor, teniendo en cuenta todo el daño que había causado en Stephen a lo largo de su vida.

El problema era que seguía siendo el padre de mi chico y yo creía fervientemente que la familia era lo más importante del mundo. Aun y cuando las cosas estaban tensas, seguía conservando la esperanza de que lograran resolver sus desacuerdos.

Por otra parte, había algo en su manera insegura de moverse o la forma en que esquivaba mi mirada, que me hacía sospechar que algo estaba mal con él. No le sentía como alguien peligroso, pero sí me hacía creer que él mismo se sentía en peligro.

Era extraño, pero aparte de toda la indiferencia que Stephen me había relatado que su padre tenía por él, parecía demasiado... destrozado.

Steve me extendió la taza, ahuyentando mis pensamientos con la acción, y yo la recibí luego de murmurar un «gracias». Comencé a soplar el vapor, sintiéndome un tanto incómodo con toda la situación. El hombre miraba a los lados como si buscase algo y, después de un momento, se aclaró la garganta, atreviéndose a mirarme a los ojos.

—Supongo que eres amigo de Stephen —conjeturó—. ¿C-Cómo le va en la universidad?

Casi me atragantó con el pequeño sorbo de té que acababa de probar. Tomé un par de respiraciones para calmarme y le miré sin saber qué responder. La pregunta me sorprendió en demasía y generó una serie de cuestionamientos en mi cabeza cuyas respuestas tuve que posponer para poder contestarle y causar buena impresión.

Después de todo, bueno o malo, se trataba de mi suegro.

—Bien, él... —Sentía la lengua enredada debido a la confusión—. Él es uno de los mejores en la carrera.

Asintió, luciendo conforme, aunque intentó enmascararlo.

—No me sorprende —murmuró—. Stephen siempre fue bueno en todo —susurró algo que no pude entender. Solo pude prestar atención a la forma en que su expresión se volvió nostálgica de la nada.

No sabía qué estaba pasando, pero creía que esa era mi oportunidad para decir algo que pudiese ayudar a mi chico, aun y cuando no estaba seguro de que fuese correcto intervenir.

—Tal vez... a Stephen le gustaría que usted mismo se lo preguntara.

Mis palabras llamaron su atención, y le devolvieron esa seriedad que al parecer le caracterizaba. Me detalló por unos segundos, con una expresión que no pude leer, antes de esquivar mi mirada.

—Tal vez eso sea cierto, pero... —suspiró, pareciendo roto—. No puedo.

Su expresión era nada menos que angustiada, como si estuviese cargando con un peso increíble sobre sus hombros. El señor cerró sus ojos y respiró profundo, antes de componerse. No volvió a dirigirme la mirada, pero apretó su taza, antes de colocarla en el lavavajillas con sus labios formando una fina línea.

—Gracias por preocuparte por Stephen —susurró, antes de darse la vuelta y salir como si nada hubiese ocurrido.

Me quedé pasmado en mi lugar, sin saber qué hacer mientras rememoraba nuestra conversación. ¿Debería contarle a Stephen lo que había ocurrido?

Miré mi taza de té por un momento, antes de acabarla con rapidez justo cuando recordé que debía llegar rápido a casa. Lavé lo que estaba sucio y salí al frío de la noche, sintiéndome confundido.

No queriendo irme sin avisar, saqué mi teléfono y mandé un WhatsApp a Stephen, pidiendo disculpas por haberme ido, para luego decirle que le quería y desearle buenas noches. Metí mis manos en los bolsillos de mi pantalón, en un intento por resguardarme del frío que había, y temblé un poco antes de correr hacia mi auto y partir a casa, pensando en las posibles consecuencias que tendría llegar a esta hora.

Me detuve frente a la puerta de la entrada por lo que pareció una eternidad y tomé una gran cantidad de aire, antes de tomar valor para abrirla de la forma más silenciosa posible de modo que no sé notara mi llegada.

Cuando logré adentrarme en la oscura, sin hacer algún ruido o percibir la presencia de alguien, canté una pequeña victoria y me dirigí hacia las escaleras con pasos cortos, antes de que la luz de la sala se encendiera, revelando a mi padre sentado en el sofá, con las piernas cruzadas, una lata de cerveza en la mano y una ceja alzada que acentuaba su expresión divertida.

—¿En serio creíste que te librarías de ésta tan fácil? —se burló.

Me encogí de hombros.

—Al menos le intenté.

—Pésimo intento.

Tomó lo que pareció el último trago de su cerveza y dejó la lata vacía sobre la mesita del café. Acto seguido, me analizó con intriga

—Ya eres mayor de edad, Michael, y puedes hacer lo que gustes con tu vida. Pero al vivir en esta casa, debes seguir una serie de reglas —fue directo al punto—. No tengo problema con la hora a la que decidas llegar, pero al menos avisa que estarás fuera hasta tarde, de manera que no preocupes a tu madre o me hagas desvelar.

Sonrió con burla luego de decir lo último.

—Lo siento, pa. —Intenté parecer arrepentido, fracasando de forma miserable—. No volverá a ocurrir.

Bufó.

—Esperemos. —Me miró de arriba abajo con curiosidad—. A todas estas, ¿dónde estuviste?

—En casa de Stephen —admití, sin querer dar muchos detalles—. Me quedé dormido y cuando desperté ya era medianoche.

Mason asintió con lentitud, pareciendo confundido. Luego suspiró y sobó su cuello.

—Como sea, hijo. Ten un poco de consideración la próxima vez.

Asentí, sin saber qué otra cosa decir. Mi padre subió a su habitación y yo me quedé por un momento más en la sala, observando todo a mí alrededor. Suspiré rendido cuando mi estómago rugió y me acerqué a la cocina para prepararme un sándwich con lo primero que encontrara. Corrí escaleras arriba mientras masticaba, antes de entrar en mi habitación con el último trozo de pan en la boca para darme una ducha e ir a dormir.

Tan solo esperaba que mi madre no estuviese tan molesta conmigo.

⋆ ⋆ ⋆

—¿Entonces tu madre está enojada contigo? —preguntó Stephen en voz baja con algo de preocupación.

—Bueno, si la falta de desayuno esta mañana no me dice algo... —dejé la frase en el aire antes de suspirar—. Cuando me levanté ya todos se habían ido, así que no tengo la menor idea. Pero apostaría a que sí.

—Lo siento.

—¿Por qué te disculpas? Fue algo que escapó de nuestras manos. —Me encogí de hombros—. Además, tampoco me estoy quejando. Dormir contigo fue una experiencia para recordar —susurré cerca de su oído, dado que sus hermanos y Addison estaban a unos pasos de nosotros, dirigiéndose hacia la salida luego de la jornada de clases del día.

—Deja de decir cosas tan vergonzosas —refunfuñó con el ceño fruncido y las mejillas sonrojadas.

Solté una pequeña risa que corté de inmediato cuando recordé la conversación que tuve con su padre y que creí necesario informarle.

—Por cierto, Stephen, ayer cuando me levanté por las llamadas de mi madre tuve un pequeño encuentro con-

Addison se dio la vuelta de la nada y nos detalló a todos con seriedad, provocando que me detuviese de golpe.

—Estoy cansada de esta vida universitaria llena de aburrimiento. Francamente esperaba tener diversión todos los días y ver a chicos sexys sin camiseta caminando por los pasillos. No esto. —Señaló a su alrededor con desdén—. Llevo tres meses aquí y lo único que he tenido son preocupaciones y altos niveles de estrés. —Colocó sus manos en sus caderas y bufó—. Salgamos a algún lugar, estoy harta. Tengo más ojeras que vida social y quiero cambiar eso.

Alisson se carcajeó por lo bajo mientras asentía, de acuerdo.

—¿Qué propones?

Mi hermana miró a la de Stephen con orgullo, como si hubiese estado esperando a que hiciera la pregunta.

—Vayamos a una discoteca —sugirió—. Un amigo inauguró una hace poco y no he oído más que buenos comentarios sobre el lugar.

—¿Qué amigo? —pregunté sin poder evitarlo.

¿Desde cuándo Addison tenía amigos? ¿Acaso intentaba decir que otras personas la soportaban? Imposible.

Addison me ignoró olímpicamente mientras discutía con Alisson sobre el día y la hora. Arrugué mi frente, preguntándome de qué amigo hablaba mi hermana, cuando Stephen tiró del borde de mi suéter para llamar mi atención.

—¿Celoso? —preguntó con diversión mientras masticaba un alfajor.

Cuando abrí mi boca para responder, Alisson me interrumpió.

—¿El viernes a qué hora? —preguntó—. No sé si podamos, ese día tenemos una cena importante.

Stephen se tensó a mi lado, por lo que dirigí la mirada hacia él para notar que no apartaba la mirada de la bolsita de alfajores que le había comprado, como tampoco hacía el intento por tomar otro bocado.

Quise preguntar qué ocurría y consolarle, pero había olvidado preguntar en qué términos estábamos con los demás. No quería incomodarle con muestras de afecto públicas cuando esto era tan nuevo para ambos.

Ni siquiera sabía si yo mismo estaba preparado para salir públicamente.

Addison le restó importancia a las preocupaciones de Alisson con la mano, distrayéndome de mis pensamientos.

—No te preocupes por eso, la salida debería ser tarde. —Pensó por un segundo—. Luego de las ocho de la noche, tal vez.

—Oh. —Los ojos de Alisson se iluminaron—. Entonces sí podemos.

—Ni siquiera has pedido permiso —señaló James, cruzándose de brazos—. Tampoco sé si nosotros queramos ir —agregó, señalando a su gemelo, sin dejar de mirar a Addison.

Se miraron a los ojos por unos segundos, antes de que ella sonriera y se encogiera de hombros.

—Bueno, pues... cuando se decidan-

—Iremos —intervino Jared, sorprendiéndonos a todos. Incluso su hermano le miró con incredulidad—. Podría ser divertido —se defendió.

Addison asintió, complacida, y sacó su teléfono del bolsillo para comenzar a teclear con rapidez.

—Andrew no vino hoy, pero sé que estará de acuerdo con la idea —murmuró distraídamente sin despegar la mirada de la pantalla—. El verdadero reto será Derek, pero oprimiendo los botones correctos, lo tendré dónde quiero.

Maldita manipuladora.

Los chicos siguieron caminando y yo me quedé atrás con Stephen, estudiando su repentino cambio de humor. No me agradaba ver esa expresión pensativa en su rostro, sobre todo cuando no sabía qué hacer para hacerle sentir mejor.

—Hey, ¿pasó algo? —pregunté en voz baja cuando noté que los chicos se habían alejado lo suficiente.

Él sacudió la cabeza, negando.

—Nada, solo que había olvidado que teníamos esa cena.

Sonrió de manera forzada, refiriéndose a lo que mencionó su hermana.

—¿Esa fue la cena que prometiste? —cuestioné, recordando la conversación que tuvo por teléfono con Alisson.

—Sí, prometí que lo haría, pero ya no estoy tan seguro...

—¿Tan malo es? Si no te sientes cómodo, no vayas.

—Faltar no es una opción —suspiró—. Siento que se los debo. —Miró a sus hermanos a lo lejos, antes de sacudir la cabeza—. Lo resolveré, supongo. Tengo un par de días para adecuarme a la idea. —Intentó sonreír—. Mejor vámonos.

Asentí, sin saber qué otra cosa decir. Tomé su mano en un rápido movimiento y cuando nuestros ojos se encontraron, le di un leve apretón para hacerle saber que estaba allí para él si me necesitaba.

Solo cuando Stephen creó una pequeña sonrisa solté su mano y respiré con alivio mientras retomábamos el camino, sabiendo que todo estaría bien.

⋆ ⋆ ⋆

Mi idea de tener una cena tranquila era completamente opuesta a lo que estaba viviendo en ese instante.

En definitiva no incluía a una madre molesta que ignoraba mi presencia, un padre divertido por la situación o unos hermanos que me miraban con curiosidad.

El ambiente era tenso y la comida a duras penas pasaba por mi garganta debido a la tensión que sentía.

Odiaba que mi madre estuviese enojada conmigo. Siempre tuvimos buena relación y cuando las cosas estaban tensas entre ambos, todo el ambiente en la casa se veía afectado.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando Andrew carraspeó.

—Entonces..., ¿en dónde estuviste anoche, Michael? —Todos levantaron la mirada de sus platos para observarle, antes de inspeccionarme a mí—. ¿Acaso estuviste con una chica? —Andrew preguntó con picardía, pero más que sentirme divertido por la broma que había hecho, me sentí enfermo.

Mi cuerpo se tensó y el apetito se esfumó de pronto cuando analicé lo que su pregunta significaba. Todos los ojos estaban sobre mí, expectantes, aunque mi padre me observaba con especial curiosidad por mi reacción, sabiendo la verdad de lo que había ocurrido.

Aun así, todo lo que dije fue:

—No creo que sea de tu incumbencia.

Después de todo, no creí que debiera darle explicaciones a nadie, más que a mis padres.

Ante mi respuesta, todos abrieron sus ojos con sorpresa y mi madre me miró por primera vez en la noche, aunque curiosidad era lo que predominaba en su mirada.

Ante la inspección de todos, llegué a realizarme una serie de cuestionamientos que me hicieron sentir una pesadez en el estómago.

¿Estarían ellos decepcionados de mí si se enteraban de mi relación con Stephen? ¿Estarían desconcertados al enterarse de que me gustaba un hombre?

No creía que salir con un chico estuviese mal, pero honestamente me preocupaba un poco la postura que pudiese tomar mi familia al enterarse de mi relación. Sabía que me amaban por lo que era, pero aun así temía que llegaran a juzgarme por mis gustos.

Gustos que ni yo mismo supe que tenía hasta hace poco.

Removí el guiso en mi plato y terminé por levantarme de la mesa cuando supe que no podría comer más. Alcé mi plato, mi vaso de agua y pedí permiso para retirarme, sin esperar respuesta, antes de dirigirme a la cocina a guardar lo que había dejado para más tarde.

Limpié todo y salí sin mirar a nadie, corriendo hacia las escaleras para subir a mi habitación. Entré a la seguridad de mi cuarto y me tiré sobre la cama con todo y ropa puesta, sin ganas de hacer más que envolverme en mis sábanas y hundirme en mi autocompasión.

No me gustaba sentirme decaído porque la mayor parte del tiempo no sabía cómo manejar esas emociones, pero tampoco sabía cómo dejar de sentirme de esa manera.

No fue hasta que miré el teléfono sobre la mesita de noche que una idea golpeó mi cabeza con fuerza, sin darle tiempo a la inseguridad a hacer acto de presencia.

Tomé el aparato y me senté sobre la cama, preguntándome qué tan buena idea sería llamar a Stephen para hablar sobre lo que ocurría.

No estaba acostumbrado a compartir este tipo de cosas con la gente y estaba malditamente seguro de que Stephen tampoco estaba acostumbrado a lidiar con los problemas de otros de manera personal. Ni siquiera estaba seguro de lo eficaz que fuese dando palabras de aliento.

Aun así, me encontré deseando escucharle, incluso si solo se trataba de oír su respiración.

Golpeé el teléfono contra mi mano por un momento mientras me preguntaba si era correcto llamarle, luego de haber pasado un día entero con él charlando.

Comenzaba a preocuparme que Stephen creyera que era un intenso, aunque eso fuese completamente cierto.

No obstante, él no necesitaba darse cuenta de ello tan pronto.

Suspiré rendido y dejé el teléfono a un lado, sin dejar de mirarlo, sintiéndome aún más decaído. En serio quería hablar con él y solo ese hecho fue suficiente para dejar de lado mi cobardía y tomar de nuevo el aparato en mis manos.

Hice a un lado todas esas ideas desmotivadoras y entré en el registro de llamadas sin pensarlo mucho. Oprimí el contactó de Stephen, el cual ahora se apodaba «Cosita amargada», y esperé.

A los dos tonos, Stephen contestó:

—Hey —saludó con un tinte de emoción que me hizo sonreír—, no esperaba tu llamada. ¿Ocurrió algo?

Abrí mi boca para responder, pero me detuve.

¿Debería decirle? Horas atrás habíamos tenido una charla sobre lo importante que era la comunicación y ahora me encontraba dudando sobre si decirle o no.

Sin duda, era demasiado patético.

—Solo quería escuchar tu voz —susurré, contándole la verdad a medias—. Aunque, si soy honesto, Andrew hizo un comentario en la mesa que no me agradó y me descompuso la noche.

Un silencio se prolongó a través de la línea mientras miraba hacia el techo, preguntándome si había hecho lo correcto al decirle.

—Bueno, eso es... —dudó—. ¿Estás bien? ¿Hay algo... que pueda hacer para hacerte sentir mejor?

Una pequeña sonrisa se fue formando en mi rostro cuando el tono titubeante de Stephen pronunció aquellas palabras con tanto nerviosismo. La sola intención de su pregunta eliminó toda la pesadez en mi pecho, reemplazándola con una calidez que me hizo saber que había hecho lo correcto al llamarle.

—El solo hablar contigo hace que todo mejore —confesé, sintiéndome como un idiota por la forma violenta en que mi corazón latía y mi cuello se calentaba por la vergüenza.

Ah, maldición.

Tapé mis ojos y exhalé, sintiendo mis mejillas en exceso calientes por el posible sonrojo que exhibían.

Stephen soltó una pequeña risa nerviosa que me hizo sentir que toda la vergüenza había valido la pena, antes de murmurar: «eres un idiota», con resentimiento fingido.

—¿No te gusta que te diga cosas lindas? —disparé, sintiéndome más relajado.

—Con la charla que tuvimos ayer, olvidé lo realmente insoportable que puedes llegar a ser —refunfuñó—. Grave error.

Reí con ligereza.

—Vamos, bheag bhiast, no te enojes.

Calló por unos segundos.

—¿Cómo me dijiste?

Bheag bhiast [pequeña bestia].

—¿Qué significa? —su voz se tiñó de curiosidad.

—No te lo diré —susurré—. O puede que sí, si me das un beso.

Gruñó.

—Lo único que te daré será una patada en las costillas.

—Joder, qué romántico.

—Te probaré todo lo romántico que puedo ser si sigues así de listillo.

—Así te gusto —apunté.

—Yo... —titubeó—. No sé nada de eso.

Solté una pequeña risa mientras colocaba mi brazo alrededor de mi cabeza. Un silencio cómodo se instaló entre ambos, en dónde todo lo que podía escuchar era la tranquila respiración de Stephen y uno que otro movimiento.

—¿Qué haces?

—Estaba dibujando —comentó distraídamente—. Me sentí con ganas de probar algo nuevo y estoy trabajando en ello.

—¿Me muestras?

—Te envío la foto cuando acabemos la llamada.

Stephen comenzó a tararear al otro lado mientras suponía continuaba trabajando en el diseño que había mencionado. Una sonrisa escapó de mis labios ante el sonido armónico.

La sola voz de Stephen disipó todas las dudas que estuve teniendo con respecto a nosotros. Su cálida risa eclipsó mi mente e hizo que no pudiese pensar en nada más que en ese hermoso sonido que últimamente se hacía más común en él.

Stephen contaba algo al otro lado de la línea con entusiasmo, pero no estaba prestando real atención a eso. Mi mente estaba enfocada en el profundo y ronco timbre que su voz tenía mientras explicaba algo sobre su dibujo nuevo.

No lo tenía muy claro.

Coloqué una mano bajo mi cabeza, mientras la otra sostenía el teléfono, y cerré los ojos con el objetivo de enfocar todos mis sentidos en Stephen y las sensaciones que me hacía experimentar.

La sola llamada me hizo entender que no me importaba lo que mi familia opinara al respecto. Les amaba y respetaba, pero también me gustaba Stephen, le había tomado un profundo cariño desde que aprendí a conocerle y ahora comenzaba a quererle de una manera en que a mí mismo me asustaba.

Y por ello, lucharía por nosotros.

—Disculpa, bheag bhiast, ¿podrías repetir lo que dijiste? No estaba prestando atención.

—Joder, Michael, llevo como una hora hablando como idiota y ahora resulta que no escuchaste nada.

—Lo siento, me distraje pensando en ti —dije en todo seductor para molestarle.

Un sonido de inconformidad de su parte me hizo reír de nuevo, pero un golpe en mi puerta detuvo la risa y me hizo mirarla con fijeza.

—Dame un momento, Stephen —informé recibiendo un «está bien» de su parte, antes de bajar el aparato e indicar a la persona que estaba al otro lado que pasara.

Andrew asomó la cabeza por la puerta entreabierta y me miró con expectación.

—¿Estas ocupado?

Dudé por un momento, antes de negar. Alcé el dedo índice para indicarle que esperara un momento y coloqué una vez más el teléfono en mi oreja.

—Hey, Andrew vino —informé—. ¿Hablamos luego?

—Sí —aceptó—. Hasta luego.

—Hasta luego.

Colgué para mirar a mi hermano con curiosidad. Parecía algo reticente a estar allí o al menos eso me decía la postura tensa que tenía y la forma en que observaba una de mis pinturas de arte abstracto, sin darme una sola mirada.

Carraspeé, llamando su atención.

—Entonces, ¿qué ocurre?

Metió las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón.

—Supongo que venía a disculparme contigo.

Alcé una ceja al mismo tiempo que una sonrisa divertida comenzaba a hacer acto de presencia.

—¿Supones?

Bufó

—Sí, tú me entiendes. —Se encogió de hombros—. No sé si dije algo incorrecto en la mesa, pero venía a disculparme por si eso te hizo sentir mal.

—Está bien —le resté importancia—. Ya estoy acostumbrado a que seas un idiota.

Arrugó la frente.

—¿Sabes qué? Retiro lo dicho, mejor jódete. —Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta con mis carcajadas resonando por toda la habitación.

Antes de salir, me sacó el dedo medio y cerró mi puerta con fuerza, dejando un estruendo detrás. Limpié las lágrimas en mis ojos y tomé nuevamente mi teléfono para mandar un mensaje a Stephen.

Dejé el teléfono de lado y me tiré de espaldas a la cama, rebotando un par de veces sobre el colchón.

Tal vez las cosas no serían tan fáciles. Pero estaba malditamente seguro de que todo valdría la pena si podía seguir sintiendo esa calidez que envolvía mi pecho cada vez que estaba con Stephen.




─────•☆•─────

Fua, honestamente publiqué mas pronto de lo que pensaba, pero aun así las cosas no salieron como quería:)

Qué más da, estoy super ocupada y los capitulos tardarán un poco para salir, pero daré lo mejor de mi para que sea lo más pronto posible <3

Antes de irme, un par de preguntillas:

➮ Díganme las razones (que ustedes crean) más estúpidas, por las que Steve Miller actúa de la manera en que actúa:

➺ ¿Cual creen que sería el nombre de shippeo de Michael y Stephen? Lo leo jakja

Por ultimo, se me olvidó decir en el capitulo anterior que el idioma que Michael utiliza es el Irlandes uwu

Sin más que decir, espero que les haya gustado el capítulo <3

Muchas gracias por leerme (' з ')


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