C A P Í T U L O 21

Nunca había tenido que vivir una situación en la que cuestionasen mis acciones y me hiciesen reclamos por las consecuencias de las mismas porque tuviesen repercusiones en los demás.

Por ello, tener a Alisson gritándome a través del teléfono por haberles colgado de la nada mientras hablábamos el día anterior no era algo a lo que estuviese acostumbrado ni quisiese acostumbrarme.

Stephen, ¿puedes explicarme qué te está ocurriendo?

La voz enojada de mi hermana al otro lado de la línea me hizo cerrar los ojos con fuerza y masajearme el puente de la nariz.

No podía creer que me estuviese haciendo una escena.

—Mira, puedo explicarlo-

Puedo explicarlo nada —bramó—. Has estado actuando extraño estos últimos días. Ayer estuviste más raro que nunca cuando hablamos y hoy faltaste a la universidad sin motivo aparente —enumeró—. ¿Qué está pasando? Nos estás preocupando, Stephen.

Mientras Alisson chillaba al otro lado de la línea, Michael me miraba fijamente desde el otro lado de la sala con algo que no podía identificar. Tenía una expresión pensativa que distaba del estado risueño en el que normalmente se encontraba, y había pasado los últimos diez minutos de esa manera al mismo tiempo que hablaba con mi hermana.

El castaño había llegado cinco minutos antes de que mi teléfono interrumpiera la obvia charla que ambos íbamos a tener para dejar en claro los acontecimientos que ocurrieron el día anterior frente a la acera de mi casa.

El problema era que su inspección me tenía nervioso y no podía hacer mucho para ignorarle cuando la intensidad de su mirada me quemaba. A duras penas entendía lo que Alisson me reclamaba.

—Lo siento, yo... tenía algo que hacer. No quería preocuparles.

Había decidido faltar a la universidad porque solo tenía una materia y aprendía más leyendo por mi mismo que escuchando la clase. El día anterior hablé con Michael hasta altas horas de la noche y se me escapó esa pequeña información, ocasionando que el día de hoy hubiese venido a visitarme.

Había jodido por completo mis planes de evitarle y la llamada de Alisson no estaba haciendo mucho para mejorar la mañana que estaba teniendo.

¿Seguro estás bien, Stephen?

—Sí, sí lo estoy —respondí de manera robótica.

Me dediqué los próximos minutos a calmarla y prometerle cenar con ellos en casa de su madre mientras me obligaba a mi mismo a calmar mis nervios y a deshacer el nudo instalado en mi estómago. Cuando logré mi cometido y todo quedó arreglado, colgué con la mirada fija en el teléfono, antes de observar a Michael con vergüenza.

—Lo siento por eso, es que-

—No tienes porqué disculparte —me interrumpió—. ¿Esa era Alisson? Desde aquí podía escuchar su voz.

Asentí, a su vez que me estiraba para dejar el teléfono sobre la mesa del café.

—Están preocupados porque ayer cuando estábamos hablando les corté la llamada. —Alzó una ceja, intrigado—. Es que en ese momento tú llegaste y, bueno... —intenté explicar, pero la sonrisa ladina en el rostro de Michael me hizo detenerme.

Rodé mis ojos y bufé cuando se carcajeó producto de mi reacción. Luego de eso, un silencio incómodo se instaló en la habitación, provocando que las ganas de salir corriendo se acentuasen.

¿Por qué no simplemente le decía lo que me estaba molestando?

Cuando Michael abrió su boca para hablar, supe la respuesta de inmediato: porque era un cobarde. Antes de que pudiese decir algo, me levanté de mi asiento y junte mis manos a la altura del pecho.

—Estaba a punto de preparar el desayuno cuando llegaste —informé—. ¿Tienes hambre?

Me miró por un momento largo, antes de asentir.

Me giré sobre mi eje y caminé hacia la cocina, sin darle tiempo a objetar o decir algo más. No obstante, la tranquilidad no duró mucho cuando Michael apareció por la puerta justo cuando sacaba un sartén y colocaba en la isla todos los ingredientes que usaría.

—¿Por qué decidiste no ir a la universidad? —Fue lo primero que preguntó cuando comprendió que yo no diría nada.

Me encogí de hombros, restándole importancia.

—Ayer te lo dije: soy más productivo aquí en casa siendo autodidacta que yendo a clases de Estadística II. —Antes de que pudiese preguntar otra cosa, volví a interrumpirle—: Haré unos huevos con tocino y pan tostado. Espero que eso esté bien para ti.

Le di la espalda para comenzar a cocinar, fingiendo que su presencia no me estaba alterando. Aún me parecía vergonzoso verle a la cara luego del par de besos que nos dimos y de la forma tan necesitada en que actué.

Últimamente no me conocía cuando estaba alrededor de Michael y comenzaba a preguntarme si actuar como un idiota se convertiría en una constante en mi vida.

Mis cavilaciones se vieron interrumpidas cuando una presencia se posicionó detrás de mí, con sus manos a cada lado de mi cuerpo apoyadas en la encimera.

—Lo que estaría bien para mí sería que dejaras de ignorarme.

Mi cuerpo se tensó cuando Michael señaló aquello, pero intenté no demostrarlo mientras colocaba aceite al sartén.

—No te estoy ignorando. —Reí con nerviosismo durante el tiempo que rompía las cáscaras de huevo para esparcir el contenido y comenzar a revolverlo.

Unas manos se posaron alrededor de mi cintura y con cuidado me movieron lejos de la estufa para luego girarme hasta que estuvimos frente a frente. Una de sus manos subió a mi barbilla y la movió con delicadeza hasta que nuestras miradas se encontraron.

—Mírame a los ojos y dime que no me has estado ignorando.

Mi manzana de Adán se movió un par de veces cuando tragué mientras intentaba mantenerle la mirada a Michael sin quebrarme.

Claro que le había estado evitando. Desde que le pedí ser mi pareja me sentí lo suficientemente perdido como para no saber qué haría luego de eso.

No sabía cómo debía actuar frente a Michael ni qué esperaba él de mi como su pareja. Le había pedido algo de lo cual no tenía conocimiento y la idea de hacer las cosas mal hizo que una pesadez se instalase en mi estómago.

Bajé la mirada, no pudiendo aguantar más sus ojos sobre mí, y me zafé de su agarre para pegar mi frente en su hombro. Tomé una pequeña respiración, aspirando un poco de su perfume, y solté todo el aire, sintiéndome un poco más calmado que antes.

—Lo siento —susurré—. No es algo que estuviese haciendo a propósito, es solo que toda esta situación...

No sabía cómo decir lo que rondaba por mi mente sin lastimarle o causar malos entendidos.

—¿Te estás arrepintiendo? —cuestionó en voz baja con un deje de inseguridad.

Me aparté de él y le observé con confusión al no entender a qué se refería.

—¿Arrepentirme de qué?

Ladeó su cabeza, luciendo indefenso.

—Arrepentirte de salir conmigo.

Arrugué el entrecejo.

—¿Por qué me arrepentiría de salir contigo?

—No lo sé, pero estás actuando extraño.

Miré hacia mis pies al mismo tiempo que me recriminaba a mi mismo por haberle hecho pensar que algo estaba mal entre los dos. No era que me estuviese arrepintiendo de salir con él, pero tampoco estaba seguro de qué hacer.

—Es solo que..., no sé de qué manera debo actuar de ahora en adelante —confesé.

—¿A qué te refieres?

—No lo sé, yo..., ¿es así de simple? —Mordí mi labio inferior con nerviosismo—. ¿Qué sigue ahora? ¿Cuál es el procedimiento a seguir como tú pareja?

Michael soltó una pequeña risa.

—¿Procedimiento? ¿Qué es esto? ¿Un trámite? —Me arrinconó contra la encimera sin dejar de sonreír—. Relájate, Stephen —susurró—. Esto no tiene porqué convertirse en una carga para ti.

—Lo siento, yo solo... no sé cómo debo comportarme de ahora en adelante o si esperas algo de mí —murmuré, apoyando de nuevo mi frente contra su hombro—. Estoy actuando como un idiota, ¿verdad?

Otra risa escapó de él.

—No, es completamente normal que te sientas perdido —aseguró—. Lo que no me agrada es que quieras evitarme en lugar de hablarlo conmigo. Tenemos que hacer algo con nuestra comunicación.

Estuve de acuerdo con eso.

—¿Crees que sería más fácil si nos conocemos un poco más? —pregunté pensativo—. Me siento curioso por conocer algunas cosas sobre ti y tú no sabes todo sobre mí. —Me encogí de hombros—. Tal vez eso nos ayude a romper el hielo y a sentirnos más conectados.

Michael se apartó un poco de mi y detalló mis ojos por un momento. Cuando pareció encontrar lo que buscaba, asintió y recreó una de sus características sonrisas.

—Creo que sería una buena idea.

Asentí.

—Bien, podemos pasar el día juntos. —Sonreí con burla—. Después de todo, ya estás aquí.

Michael se acercó hasta casi eliminar la distancia entre ambos, con sus ojos fijos en los míos y una sonrisa coqueta en sus labios.

—No suenes tan insatisfecho con eso.

Sin hacer más que rozar nuestras bocas, se alejó y se sentó ante la mesa con esa expresión de «yo no hice nada», que siempre colocaba cuando se salía con la suya.

Odiaba de la misma forma en que amaba esa parte juguetona de Michael.

Un olor a quemado me sacó de mis cavilaciones y maldije cuando me di la vuelta y noté que los huevos comenzaban a pegarse en el sartén.

Me moví por el lugar y terminé de cocinar en silencio, sintiendo la mirada de Michael sobre mí en todo momento. Aunque extraño, la sensación de saberme acompañado se sintió agradable, a pesar de lo poco acostumbrado que estaba a eso.

Se sintió reconfortante tener algo de compañía para variar, aunque intuía que la comodidad nada tenía que ver con la compañía en sí sino con la persona.

Michael y yo comimos en silencio, no sabiendo qué decir en ese momento. Aunque ninguno pudo evitar mirar al otro en lo que ambos creímos que fue una inspección discreta.

Al finalizar, nos distribuimos la limpieza del lugar y luego subimos a mi habitación tras dejar todo en orden. Pero solo cuando cerré la puerta detrás de mí, fui consciente de lo que estaba ocurriendo en ese instante: el chico ante mí, que miraba todo a su alrededor con curiosidad como si fuese la primera vez que estaba allí, era mi pareja, y la tensión entre ambos estuvo a punto de asfixiarme desde que llegó.

No supe en qué estaba pensando cuando le invité a mi lugar más privado, al refugio que me protegió de todos mis temores, pero ahora no estaba tan seguro de haber hecho lo correcto.

Michael comenzó a inspeccionar todo sin tocar nada bajo mi atenta mirada. Me sentía tenso y no sabía cómo actuar ante las circunstancias. Limpié mis manos sudorosas en mis pantalones y al no saber qué otra cosa hacer, me crucé de brazos mientras le miraba detallar aquellas cosas que más le llamaban la atención.

Se acercó al pequeño estante de libros que estaba cerca de la cama y observó los lomos por un momento, antes de mirarme y señalar.

—¿Puedo?

Bufé.

—¿Desde cuándo preguntas?

—Desde que quiero asegurarme de que esto no te moleste.

Me encogí de hombros.

—No hay ningún problema.

Giró con rapidez al frente y comenzó a detallar cada libro que sacaba de su lugar. Momentos después, se encontró estudiando una pequeña colección de libretas de dibujo y su atención se enfocó más en ellas a medida que mi proceso en el dibujo comenzó a notarse con el avance de los años.

—Había notado que tenías buena mano para el arte, pero no sabía que eras tan bueno —murmuró para sí mismo mientras seguía analizando aquel dibujo de un monstruo con grandes cuernos y garras, sosteniendo una lámpara para alumbrar el camino de un tenebroso bosque en penumbras.

Dejó la libreta en su lugar y tomó una de color rojo, mucho más desgastada que las anteriores.

—Stephen Alexander Miller Singh —leyó la pequeña etiqueta de la portada y alzó la mirada para encontrarla con la mía—. Lindo nombre.

Hice una mueca.

—No me gusta —admití, antes de acercarme a su lado para ver—. No sé en qué estaban pensando al ponerme ese nombre.

Pareció confundido.

—¿Por qué? Te queda a la perfección. —Sonrió—. Mi nombre completo es Michael Allen Blut Byrne y podría decir que el tuyo es bastante normal en comparación.

—Supongo que es cuestión de percepción —murmuré bajo mientras notaba la manera en que Michael ojeaba las páginas con interés a pesar de ser uno de los primeros cuadernos que usé.

Ni agarrar el lápiz de manera adecuada sabía en aquel entonces.

—Tu estilo estuvo definido desde una edad temprana —señaló mientras detallaba los trazos de un dibujo que a simple vista no pude identificar. Me acerqué un poco más y solo entonces noté que se trataba un niño arrodillado, aterrorizado por un monstruo. Lo particular era que estaba dibujado de manera desordenada y las líneas parecían simples rayones sin propósito. Pero, al analizar mejor los trazos, se formaba la imagen—. Es algo oscuro, me gusta.

Mis mejillas se calentaron, pero procuré que no se diera cuenta cuando me aparté de su lado y me aclaré la garganta.

—Tengo una carpeta llena de dibujos más actuales y mejor diseñados que esos —revelé—. Si estás interesado, podría mostrártela.

Michael asintió, cerrando la libreta con cuidado para dejarla en su lugar.

—Estoy interesado.

Me acerqué al escritorio y saqué las carpetas con dibujos que tenía, bajo la atenta mirada de Michael. Dejé el contenido sobre la superficie e hice señas para indicarle que podía revisar sin problemas.

Michael barrió con su mirada cada ilustración en sus manos mientras en mi interior comenzaba a formarse un sentimiento cálido al ver el interés con el que admiraba mis dibujos.

De alguna manera, él tenía la habilidad de hacerme sentir importante y valorado. Con cada uno de sus gestos me hacía sentir que con él podía expresarme con total libertad.

De pronto, su entrecejo se frunció cuando pasó de hoja y se topó con un dibujo, pasó al siguiente y lo mismo ocurrió. Dejó el puñado de hojas sobre el escritorio mientras en cada mano sostenía una ilustración e intercalaba su mirada entre ambas con los ojos bien abiertos del asombro.

Alzó su cabeza en mi dirección, encontrándose con mi mirada cuestionadora.

—¿De dónde sacaste las ideas para estos dibujos?

Me coloqué a su lado y solo así noté que se trataba de los dos dibujos que había hecho sin tener idea de dónde vino la inspiración. Luego recordé que uno de ellos se parecía al dije del collar de Michael. Parpadeé un par de veces y le miré.

—No lo sé, un día la idea solo llegó y comencé a dibujar. —La curiosidad comenzó a burbujear en mi interior—. ¿Por qué lo preguntas?

Sin responderme, dejó los dibujos sobre el escritorio y sacó el collar oculto bajo su camiseta, dejando al descubierto el dije que noté en su cuello la vez pasada.

—Es una extraña coincidencia —susurró con emoción—, y este otro de aquí...

Alzó su pie, lo apoyó en el borde del escritorio y subió un poco su pantalón, dejando al descubierto una pequeña cadena de metal en su tobillo, de la cual colgaba un pequeño dije con las mismas serpientes entrelazadas del dibujo.

Acerqué mi rostro y tomé la cadena entre mis dedos, acariciando la piel un poco velluda alrededor. Estaba fascinado por la manera en que el intrincado diseño lucía en metal.

Encontré nuestras miradas y tragué grueso.

—¿Qué significan?

—Bueno, en realidad no sé mucho de ello. Solo sé que se tratan ambos de símbolos celtas y que cada uno representa algo en la cultura. —Tomó el dije de su cuello y lo alzó para que lo viera mejor—. El árbol de la vida o Crann Bethadh representa la vida misma, como su nombre lo indica. También simboliza la unión entre el cielo, la tierra y el mundo de los muertos o lo sobrenatural, convirtiéndolo en uno de los símbolos más sagrados y mágicos. —Movió el dije entre sus dedos—. Supongo que su diseño es una bonita forma de representar la conexión que existe en todo.

Se encogió de hombros.

—Por otro lado, el wuivre es un símbolo que está formado por dos serpientes entrelazadas entre sí. Simboliza la unión, la fuerza y los atributos del elemento tierra —explicó—. En la cultura celta, la serpiente y el dragón eran considerados animales salvajes, puesto que se podían mover por casi todos los elementos: aire, agua y tierra. Por ello estaban vinculadas a lo sagrado. —Su mirada estaba fija en la cadena de su tobillo—. El mismo no se puede tocar en el agua porque deja de ser efectivo y pierde su poder, ya que es un símbolo de tierra.

Rodó sus ojos.

—Adivina quién debe quitárselo para bañarse.

Refunfuñó, sacándome una sonrisa.

—Asimismo, se dice que a quien posee un wuivre como amuleto se le otorgará poder y amor. —Sus ojos encontraron los míos al decir aquello—. Del mismo modo, es ideal para todos aquellos a los que les cuesta vivir el presente, ya que el wuivre, al estar relacionado con la tierra, también lo está con el aquí y ahora.

Negó con la cabeza, mirando hacia el techo.

—Lo cierto es que mi abuela tenía la creencia de que ellos me protegerían. Por ello me los regaló y yo no tuve problema en usarlos si a ella le hacía feliz. —Sonrió—. No es que no crea en nada de esto, es solo que... todo me parece muy fantasioso. —Volvió a mirarme—. Aunque supongo que ahora tengo verdaderos motivos para creer.

Desvié la mirada y fingí estar observando mis dibujos al tiempo que oía una pequeña risa reemplazar el reciente silencio en la habitación.

Acomodé los dibujos en su carpeta y Michael comenzó a fisgonear nuevamente entre mis cosas cuando se topó con un almanaque viejo que conservaba colgado al lado del espejo. Lo detalló con curiosidad y señaló la fecha marcada en un círculo.

—¿Qué ocurre ese día?

Me encogí de hombros, restándole importancia.

—Es mi cumpleaños.

Abrió sus ojos con asombro e intercaló su mirada entre el almanaque y yo.

—¿Cumples el 21 de diciembre?

Asentí.

—Yo cumplo el 29 de diciembre —informó, para mí asombro, con una sonrisa impresionada. Hice nota mental de aquello justo cuando el chico volteaba una vez más hacia el almanaque con una ceja alzada—. ¿Necesitas tener el día marcado para recordarlo? —preguntó con incredulidad.

—Así de importante es la fecha para mí —afirmé con sarcasmo.

—¿Por qué el día en que naciste no sería importante?

La respuesta era simple.

—Desde que tengo uso de razón no me he sentido diferente a una carga difícil de llevar, así que no me entusiasma celebrar esa fecha en particular.

—Eres especial, incluso si es difícil para ti verlo —objetó—. Al menos yo estoy agradecido de haberte conocido.

No dije nada, porque no sabía qué responder a eso. Michael no pareció conforme con mi silencio, pero tampoco intentó decir algo para cambiarlo. Aun así, sentí que debía agregar:

—Ese día también murió mi madre.

Eso llamó su atención. Me miró por un momento, luciendo culpable.

—Lo siento, yo no-

—La verdad no pienso mucho en eso —le interrumpí. No valía la pena hacerle sentir mal por algo a lo que casi no dedicaba algún pensamiento—. Así que no te preocupes, solo quería que supieras que no veo lo especial a la fecha.

Asintió no muy convencido, lo cual me hizo sonreír. Caminé hacia el escritorio, y abrí el último cajón, olvidando por un segundo lo que este aun ocultaba. Saqué el cuadro de mi madre y me acerqué a Michael para mostrárselo.

—Se llamaba Adeline, no soportó el parto y murió minutos después de tenerme —le conté—. Por obvias razones no recuerdo nada de ella, aunque sé que no fue mi culpa, por lo que intento no atormentarme con ello porque no vale la pena.

Michael no dijo nada por un momento mientras detallaba los rasgos de la mujer sonriente en la foto. Cuando pareció culminar su inspección, me codeó.

—Es linda, tienes el mismo hoyuelo que se forma en la barbilla cuando sonríe. —Señaló sonriente, antes de mirarla de nuevo.

Toqué mi barbilla distraídamente, para nada consciente de ese pequeño dato.

¿Qué otra cosa de mi descubriría gracias a Michael?

—¿Alguna vez le has visitado en el cementerio?

Dejé de tocarme la barbilla para mirarle y negué.

—No, nunca he ido. Creo que... —Fruncí el ceño—. Nunca he sentido la necesidad de ir.

Asintió, comprendiendo.

—Tal vez algún día podamos ir. —Se encogió de hombros.

Su propuesta me llenó de confusión, pero aún así asentí.

—Sí, tal vez algún día.

Michael se dio la vuelta para poner la foto en su lugar, notando el contenido oculto en el último cajón del escritorio. Me apresuré a guardar el cuadro, quitándolo de sus manos, y cerré con fuerza, bajo su atenta mirada.

No queriendo dar muchas explicaciones, me encogí de hombros y fingí organizar algunas cosas

—Aun no me siento del todo cómodo con la pintura —expresé vagamente—. No le tomes importancia.

Un par de manos se colocaron sobre mi abdomen cuando Michael pegó su cuerpo al mío y lo cobijó en un abrazo. La acción me tomó por sorpresa, pero también logró quitar algo de la tensión que tenía mi cuerpo cuando asimilé lo que ocurría.

Su barbilla se apoyó en mi hombro y su aliento chocó contra mi cuello cuando murmuró:

—Estoy seguro de que podemos hacer algo con respecto a eso.

Suspiré y negué, sintiendo un pequeño cosquilleo en dónde sus manos estaban posadas sobre mi abdomen.

—No sé si quiera hacerlo.

Dejó un beso en mi cuello y se alejó para sentarse en la cama.

—No te presionaré para hacer algo que no quieras. Pero si me permites opinar, creo que serías más feliz si no cargaras con tanto peso sobre tus hombros. Estoy aquí para ti, ¿sabes? Y haría lo que fuera por eliminar todo lo que te preocupa, incluso si debo colocar ese peso sobre mis propios hombros —Sonrió—. Me gusta pensar en nosotros dos como un equipo, y creo que apoyarse en el otro es importante.

Mordí mi labio mientras reflexionaba sobre lo que había dicho. Caminé hasta la cama y me senté a su lado.

—No tengo idea de cómo se hace —confesé—. Para mí es más fácil lidiar con todo solo. De esa manera no molesto a otro con mis problemas.

Negó.

—Todos tenemos problemas —murmuró, colocando una mano en mi mejilla—, y a veces todo es más fácil de resolver en compañía de alguien. —Sus ojos habían dejado de mirarme para detallar el labio inferior con el que su dedo pulgar había comenzado a jugar—. Si yo pudiera ser ese alguien para ti, sería muy feliz.

Volvió a encontrar nuestras miradas.

Sus palabras estaban generando una serie de batallas internas con todos aquellos ideales que me esforcé en construir a lo largo de los años. Pero francamente mi mente no estaba pensando en ello con seriedad cuando Michael seguía mirándome de esa forma.

De la nada, sus manos cubrieron mis mejillas y sus ojos algo perdidos dejaron mis labios para observarme con anhelo.

—¿Puedo besarte?

—Pensé que en estas instancias ya no tenías que preguntar.

Negó.

—Todo lo que he estado intentando en este tiempo es que te acostumbres a mi presencia, de modo que no te sientas abrumado. —Sus manos bajaron de mis mejillas a mi cuello y luego subieron de nuevo—. Soy una persona que necesita contacto, pero tampoco quiero agobiarte con mis necesidades.

Asentí, sin saber qué decir. Todo lo que sabía era que el pequeño toque había logrado que un pequeño cosquilleo comenzara a formarse en mi cuerpo.

—Está bien, en realidad yo no estoy acostumbrado al contacto físico. —Mi garganta se sentía seca—. Pero tampoco tengo algún problema con eso.

—Entonces...

—No tienes que preguntar —susurré, acercándome más.

Cuando nuestros labios se juntaron, sentí que había pasado una eternidad desde la última vez que les probé. Como un hombre hambriento, tomé a Michael del rostro y le acerqué más, sintiendo que no estábamos lo suficientemente cerca como para estar satisfecho.

Los primeros segundos estuvieron llenos de desesperación y hambre, como si ambos hubiésemos deseado que el momento llegase pronto. Como si hubiésemos estado conteniéndonos en todo este tiempo y nuestra necesidad hubiese llegado a su límite.

Luego de un rato, el beso bajó la intensidad y nuestros labios se deslizaron con delicadeza sobre los del otro, permitiéndonos disfrutar el momento. Por instantes me sentía perdido, pero luego volvía a encontrarme en sus labios.

El roce era adictivo, hipnotizante, y si no fuese por la necesidad de oxígeno, no me hubiese apartado.

Nos separamos por aire, con nuestras respiraciones agitadas, pero nuestras miradas acuosas continuaron mirando al otro con nada menos que afecto. Michael juntó nuestras frentes y exhibió una pequeña sonrisa.

Duramos unos minutos más tratando de calmar nuestras respiraciones. Me alejé un poco para poner orden a mis pensamientos y Michael se aclaró la garganta con una sonrisa de medio lado.

—Ahora que lo recuerdo, no me has dicho qué es lo que quieres saber de mí —señaló, mientras dejaba caricias en mi mano.

Era extraño, nunca había tocado a una persona de esa manera y aunque era agradable, también me hacía sentir inseguro. Mi cabeza era un constante interrogatorio en el que la pregunta más común era si estaba haciendo lo correcto.

Pensé en sus palabras, antes de ladear la cabeza.

—En realidad no creo que no haya nada que no quiera saber de ti —reflexioné para mí mismo—. Aunque supongo que podría comenzar preguntándote un par de cosas. —Le miré con atención—. ¿Alguna vez tuviste pareja?

Su sonrisa se ensanchó.

—Si querías saber si eras el único para mí, todo lo que tenías que hacer era preguntarlo —Rodé mis ojos, provocando una carcajada en él que se extendió hasta que quedó sin aliento. Tomó una pequeña respiración y suspiró—. En la preparatoria tuve algo parecido a una novia. Un día simplemente me invitaron a salir y yo no tuve razones para decir que no. —Entrelazó nuestros dedos, provocando un pequeño cosquilleo—. A las dos semanas de salir me arrepentí porque ella quería algo de mí que yo no estaba dispuesto a darle, así que sin darme cuenta comencé a ser distante con ella y las cosas se tornaron tan incomodas que terminé la relación luego de pensarlo. La cuestión fue la que chica decidió esparcir rumores extraños sobre mí como venganza y aquellos a los que consideraba mis amigos me mostraron su verdadera cara al ponerse de su lado. Refugiarme en mi familia fue mi respuesta ante la situación por lo que me fue más fácil superar todo, pero luego de eso supe que no quería tener nada que ver con el romance o las relaciones. Dejé de pensar en ello como algo que quería y decidí enfocarme en los estudios incluso si tenía que sacrificar mi vida social por ello.

Subió su mano hasta mi mejilla y comenzó a acariciarla, mientras mostraba una sonrisa tierna.

—Pero te conocí y todo cambió. Nadie nunca me atrajo como tú lo haces y por eso quiero que esto funcione, pero para ello creo que debemos conocernos más y establecer algunas condiciones.

La ternura que desbordaban sus ojos al mirarme me hizo sentir cálido y algo avergonzado. No sabía si era porque mi color favorito era el gris, pero sus ojos eran mi parte favorita de él. Podría mirarle toda la vida y no me cansaría. Eran tan expresivos y causaban tanto en mí que no podía apartar la mirada.

—Quiero ser tu soporte. —Acarició mi mejilla—. Quiero ser la persona en la que te apoyes cuando sientas que ya no puedes más, que recurras a mi cuando tengas un problema o algo que te mortifique.

Todo esto me parecía un tanto irreal.

—¿Por qué haces todo esto por mí? —murmuré, sintiéndome inseguro de pronto.

Jamás en mi vida conocí a alguien que estuviese dispuesto a hacer tanto por otra persona.

—Porque me importas, porque te quiero y porque deseo estar junto a ti.

Una burbujeante emoción bailó en mi pecho cuando sus palabras calaron en mi interior y se instalaron allí, negándose a salir.

No podía recordar la última vez que me sentí lo suficientemente valioso para otra persona.

Me tiré de espaldas a la cama y cubrí mis ojos, sintiendo una sobrecarga emocional que comenzaba a abrumarme.

Me sentía cálido, emocionado y no sabía si quería saltar de la alegría o llorar por la frustración. Mi corazón no dejaba de latir con fuerza y mis mejillas se sentían tan calientes que comenzaba a preguntarme si me veía ridículo.

—¿Estás bien? —La voz titubeante de Michael me hizo apartar los brazos para mirarle. Lucía entre curioso y preocupado por la reacción que tuve.

Sonreí quedito y le tomé del cuello de la camisa para atraerle hacia mí. Cuando estuvo acostado a mi lado con su rostro muy cerca del mío, suspiré.

—Ahora lo estoy —admití mirándole a los ojos—. Gracias.

Él continuó detallándome sin hacer o decir nada. Solo recorrió sus ojos por todo mi rostro como si estuviese buscando algo en mis expresiones. Alzó una mano de manera tentativa y la colocó sobre mi brazo, no muy seguro de sus acciones. Luego comenzó a dibujar formas con sus dedos sin dejar de registrar mis posibles reacciones.

—¿Esto no te incomoda? —preguntó de pronto, mirando la mano que daba suaves caricias en mi brazo.

Negué, al mismo tiempo que intentaba ocultar una sonrisa.

—No, es un poco extraño, sí. No estoy acostumbrado al contacto físico y recibirlo ahora es desconcertante, pero no me molesta —expliqué con timidez—. Creo que... creo que me agrada.

Asintió.

—Me gusta saber lo que piensas con respecto a las cosas que hago. No me perdonaría si hiciese algo que te incomoda, así que pienso que una de las reglas que debemos establecer es decir al otro lo que nos agrada o disgusta. —Deslizó su mano por mí costado hasta posarla sobre mi espalda baja, dejando leves caricias allí—. Creo que eso nos ayudará a entender mejor al otro y nos ahorrará inconvenientes futuros.

Asentí, estando de acuerdo.

—Me parece bien. Una buena comunicación sin duda hará que las cosas funcionen. —Cerré mis ojos, perdiéndome en las caricias que dejaba. La compañía de Michael siempre generaba en mí una sensación de calma que no terminaba de entender—. Aunque pienso que tendrás que tenerme un poco de paciencia con eso, dado la falta de costumbre que tengo con respecto a decir las cosas.

—Está bien, no te pido que te abras conmigo de inmediato. De hecho, ni siquiera espero que me cuentes absolutamente todo sobre tu vida, eso espero descubrirlo con el tiempo, así como también entiendo que todos tienen derecho a mantener cosas para sí mismos. —Suspiró—. Todo lo que te pido es que te apoyes en mi cuando sientas que todo se viene abajo, que puedas considerarme tu refugio cuando te sientas amenazado y que te sientas cómodo contándome tus angustias e inquietudes, de modo que podamos resolverlas juntos.

—Me parece bien —susurré.

Unas repentinas ganas de llorar me invadieron cuando comprendí que esa era la primera vez que sentía que podía contar con alguien. Michael había logrado en tres meses hacerme sentir menos solo, apreciado y valioso. Me había devuelto aquella esperanza que había perdido y me había ayudado a creer que las cosas podían ser mejores.

Ya no me sentía solo, ya no sentía que nada valía la pena. Ahora creía que vivir tenía real sentido y que el mañana podría traer consigo grandes cosas.

Coloqué un dedo sobre su pómulo y lo deslicé por su piel con delicadeza, sacándole una sonrisa con el gesto. Sus ojos se cerraron y una suave exhalación salió de sus labios, dejando en evidencia lo mucho que le agradó que tomara la iniciativa. Su lenta y constante respiración me hizo sentir relajado y la fragancia que desprendía de su cuerpo me tenía embelesado al punto de la embriaguez.

Sintiendo una repentina necesidad, me acerqué y dejé un casto beso en sus labios, tomándole por sorpresa. Volví a mi lugar en la almohada y suspiré entrecortadamente cuando sus ojos me miraron con curiosidad.

Mirándole así, vulnerable e inocente, supe que quería que todo fuese recíproco entre ambos. Supe que quería devolverle todo lo que estaba dispuesto a ofrecerme.

Nunca vi al Michael mal o preocupado por algo y muchas veces me pregunté cuántas cosas se guardaría ese chico para sí mismo con el único propósito de no molestar a los demás.

A leguas se notaba que prefería callar para no preocupar y yo también quería cambiar eso.

—No importa qué tan difícil sea todo, Michael. —Sus ojos mostraron confusión por mis palabras—. También quiero ser el soporte en el que puedas detenerte y descansar cuando ya no puedas más. Quiero ser las palabras de aliento que necesites para seguir y, de ser necesario, tomaré todas tus preocupaciones y las convertiré en propias si así eres feliz.

Michael se mostró perplejo por un instante y luego tragó grueso cuando pareció salir del asombro. Sus ojos se cerraron con fuerza y sus brazos se aferraron a mí en un apretado abrazo que casi me dejó sin aliento. Su cara se enterró en la curva de mi cuello y aspiró una bocanada de aire, antes de frotar su nariz sobre mi piel, sin ser capaz de apartarse.

Permanecimos unos segundos en silencio hasta que me dio un apretón y suspiró.

Stephen, mise... tuigim go mbeidh tú i mo dhícheall. [Stephen, yo... presiento que serás mi perdición.]

Susurró sobre mi cuello, causándome un leve estremecimiento. Analicé por un segundo sus palabras, hasta que noté que las había dicho en otro idioma.

Me aparté un poco de él para mirarle a los ojos y alcé una ceja.

—La tuya, por si acaso.

Su rostro se mantuvo serio.

Sea, mianach [Si, la mía]. —Asintió—. Mo thitim. [Mi perdición].

Lo analicé por unos segundos, sin comprender del todo la relación entre sus palabras y la intensa mirada que estaba dirigiéndome, aunque el miedo que también mostraba me inquietó.

Simplemente asentí, sin saber qué otra cosa hacer o decir, y subí mi mano para acariciar el nacimiento de su cabello.

Michael volvió a cerrar sus ojos y sus dedos volvieron a dejar caricias sobre mi espalda baja mientras un silencio cómodo se instalaba en el lugar.

El atardecer se reflejó a través de la cortina que cubría mi ventana, opacando un poco los colores y provocando que la claridad del cuarto se atenuara de manera considerable.

Cerré mis ojos también y me permití perderme en la tranquilidad que me rodeaba, sintiendo solo el tranquilo respirar de Michael y las caricias que me hicieron sentir somnoliento.

Poco a poco dejé de ser consciente de todo lo que ocurría y cuando menos lo esperé, el sueño me consumió por completo, alejándome de la realidad.




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Holiss, espero que todos se encuentren muy bien:). Tardé en actualizar porque la universidad comenzó de nuevo y mi tiempo es extremadamente medido, pero intentaré dar lo mejor de mi para taer capitulos lo más seguido que pueda.

Y ya que estamos sensiblones y en etapa de revelaciones, díganme sus más profundos miedos:

× Sugerencias aquí:

× Amor aquí:

Con respecto a mi instagram, pronto comenzaré a subir una tanda de fanarts que hace un tiempo algunos lectores compartieron conmigo en un grupo de Facebook que tengo. Si alguna persona se contuvo alguna vez de enviar algo o hizo cositas bonitas sobre mis personajes, puede enviarlo con total confianza. Amo todas las cosas que hacen pensando en mis bebés <3

Sin más que decir, espero que les haya gustado el capítulo <3

Muchas gracias por leerme (' з ')

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