C A P Í T U L O 19

Michael

—Últimamente sales demasiado, ¿no te parece? —murmuró Addison de brazos cruzados, mientras observaba desde la entrada de la cocina la manera en que doblaba y guardaba las servilletas.

—Sí, he tenido algunos asuntos que resolver —aclaré, mientras me aseguraba de tener todo en orden para el picnic que había preparado para Stephen.

—No estás en cosas raras, ¿verdad?

Levanté la mirada de la canasta llena de comida y le dediqué una sonrisa burlona a mi hermana.

—Cualquiera que te viera con esa cara de culo, pensaría que eres incapaz de preocuparte por los demás —me burlé, provocando que bufara con fastidio.

—Michael, eres un ser insoportable.

—Joder, eso es lo más lindo que me has dicho en toda mi vida. —Llevé una mano a mi pecho mientras fingía sentirme conmovido por sus palabras. Ella rodó sus ojos por mi dramatismo y yo me dediqué a ajustar la tapa de la canasta, sin borrar la sonrisa de mi rostro—. Y no, no ando en cosas raras—Levanté la cabeza y le dirigí una sonrisa traviesa—. O si...

Bufó con exasperación antes de salir de la cocina echando humo. Solté una pequeña risa, le di un vistazo rápido al lugar para asegurarme de haber dejado todo en orden y, con canasta en mano, salí de allí para dejar la casa e ir por Stephen.

Ahora que las cosas estaban bien entre ambos y comprendía un poco más la razón por la que a Stephen le costaba tanto abrirse a las personas, los sentimientos que albergaba por él en mi interior burbujeaban con más intensidad que nunca porque sabía que no habría nada que me separase de él luego de conocerle un poco más.

Quería descubrir cada aspecto de su vida y cada faceta de él que pudiese mostrarme. Conocer de primera mano todos sus defectos y lograr sentirme más cerca de él.

La discusión que tuvimos solo había dado paso a que la relación entre ambos mejorara de manera significativa y la distancia, aunque desagradable, solo terminó por confirmar los sentimientos que había intentado suprimir por inseguridad. Sentimientos que terminé por comprender cuando la desesperación de estar alejado de él comenzó a volverme irritable y cuando la inquietud no dejó de arañar en mi interior ante la incertidumbre.

Jamás en mi vida una situación me hizo sentir tan decaído como cuando me distancié de él.

Pero lo más importante: le extrañé. Le extrañé tanto que cuando le tuve cerca con cara de cachorro perdido e intenté hacerme el duro con él, no pude evitar ceder y permitirle explicarse. Quería con todas mis fuerzas que me dijese cualquier cosa —incluso si se trataba de alguna excusa—, con tal de volver a tenerle cerca.

Mientras atravesaba la sala, no pude evitar fijarme en la manera en que toda mi familia estaba dispersa en el sofá; Addison con los pies en el cabecero y la cabeza colgando del asiento, Derek leyendo junto a ella, Andrew sentado en el piso revisando alguna red social y mis padres recostados el uno en el otro observando la televisión.

Verles de esa manera me hizo pensar en lo afortunado que era por tener una familia tan maravillosa. Aunque idiotas, no cambiaría a mis hermanos por nada del mundo y les amaba tanto a todos que haría lo que fuera para hacerles felices.

De pronto, mi mirada se centró en mis padres y en la manera en que parecían no poder mantener sus manos fuera del otro. Tanto en sus acciones como en su manera de mirarse estaba presente el amor que sentían el uno por el otro, a pesar de la cantidad de años que llevaban juntos.

Y mientras detallaba la manera en que papá miraba a mamá con ese brillo de admiración en sus ojos, no pude evitar pensar en Stephen y en la manera en que su presencia me hacía sentir a diario. En la forma en que anhelaba estar junto a él cuando no estábamos cerca y en la manera en que no podía sacarle de mi cabeza en cualquier momento del día.

Casi nunca pensé en querer proteger o hacer todo lo posible para hacer de la vida de otra persona algo mejor. Jamás quise tanto ayudar o cuidar a una persona como cuando conocí a Stephen y esa vulnerabilidad que tanto se empeñaba en ocultar.

Estaba tan dispuesto a hacer lo que fuese por él que por momentos me aterraba. Pero, a su vez, no podía evitar seguir anhelándolo.

Él era demasiado especial para mí y yo estaba dispuesto a hacer lo que fuese para ser así de especial para él.

Stephen me gustaba y ya no podía ocultar ese hecho ni aunque quisiese.

Parpadeé un par de veces cuando caí en cuenta de que se me hacía tarde. Aclaré mi garganta, alertando a los demás de mi presencia, y les sonreí mientras señalaba hacia la puerta con mi pulgar.

—Ya me voy —les informé. Todos estaban al tanto de mi salida, aunque nunca les respondí que saldría con Stephen cuando me preguntaron. Algo en mi interior deseaba que la salida se mantuviese entre ambos. Eso la hacía más especial—. Nos vemos más tarde.

Todos asintieron para luego volver a lo que habían estado haciendo. No obstante, mi madre continuó mirándome por un largo rato y luego me dirigió una sonrisa que no pude comprender, antes de recostarse de nuevo en el hombro de papá y continuar viendo la película.

—Que te vaya bien, cariño —expresó, sin borrar la sonrisa de su rostro.

Mi estómago se apretó cuando los nervios me consumieron ante la mirada de mamá. Por alguna razón, me sentí desnudo ante la intensidad con la que me inspeccionó, como si de alguna manera supiese todo sobre mí.

Respiré profundo, en un intento por calmar la ansiedad que comenzaba a surgir, y luego me di la vuelta para atravesar la puerta. Mientras encendía el auto y comenzaba mi recorrido a la casa de Stephen, sentí un nudo en la garganta y una emoción extraña en mi pecho, que no me permitió tranquilizarme ni cuando me estacioné frente a su casa, ni cuando me bajé y vislumbré a un señor recostado a la puerta de un auto frente a mí, fumando un cigarrillo con la mirada hacia el cielo.

No sabía de quién se trataba, pero cuando su mirada recayó en mí al notar mi presencia, me resultó extrañamente familiar. Nuestras miradas se encontraron y solo en ese instante noté el increíble parecido que tenía con Stephen.

Ese debía ser su padre.

—Buenas tardes, ¿es usted el padre de Stephen? ¿Él se encuentra en casa?

Cuando sus ojos vacíos de emoción detallaron mi rostro, el hombre se quedó pasmado en su lugar con una expresión de sorpresa que de inmediato enmascaró con indiferencia. Asintió con cautela y apagó el cigarrillo que había estado fumando, antes de darse la vuelta y abrir la puerta de su coche.

—Está adentro.

No supe cómo reaccionar ante lo ocurrido. Me sentía bastante confundido con su reacción, pero mientras miraba al hombre encender su coche y partir, confirmé que ese era el padre de Stephen y, a su vez, comprendí lo que el chico había intentado explicarme con anterioridad.

Después de unos momentos de haber estado mirando el lugar en el que estuvo, espabilé y me dirigí a la entrada de la casa para tocar el timbre.

La escena había hecho que mi nerviosismo quedara atrás, pero cuando Stephen abrió la puerta y me miró con emoción, volvió con todo.

—Hey, Michael —me saludó con entusiasmo, antes de asegurar la casa y dirigirse a mi auto.

Por el retrovisor observé de nuevo el lugar en donde estuvo su padre, como si en cualquier momento fuese a aparecer. Por alguna razón, su presencia me impactó un poco. Negué con la cabeza para apartar la imagen de mi mente y emprendí camino al lugar al que quería llevarle.

Cuando tomamos la carretera para salir de la ciudad, encendí la radio para distraerme un poco en vista de lo largo que sería el viaje.

—¿Ya me dirás a dónde iremos? —interrogó mi acompañante cuando la urbanidad comenzó a desaparecer de nuestra visión—. Tus sorpresas no me agradan, Michael —refunfuñó como un niño pequeño.

Sin poder evitarlo, sonreí.

—¿Estás seguro de eso?

Stephen me miró con rencor fingido, pero no dijo nada más.

⋆ ⋆ ⋆

Luego de dos horas de viaje en las que vimos bastantes pastizales a nuestro alrededor, atravesamos una entrada de piedra que nos llevaba a un camino de tierra rodeado de arbustos. Condujimos por unos minutos más hasta detenernos en un gran terreno arenoso en el cual estacioné mi auto.

Cuando nos bajamos, Stephen miró a su alrededor curioso y extrañado porque nos encontrábamos en un lugar desolado y, con honestidad, horrendo, rodeados de pasto seco y alto.

Ser atacados por un animal estaba dentro de las posibilidades.

Por impulso, me acerqué hasta detenerme frente a él y tomé su muñeca con delicadeza para llamar su atención. Stephen fijó una mirada inquisitiva en mí y yo sonreí de lado, fingiendo confianza, cuando la verdad estaba nervioso porque el lugar que había elegido para venir junto a él no fuese de su agrado.

—¿Preparado para pasar un día grandioso?—pregunté con timidez, esperando estar en lo cierto y no equivocarme con respecto a eso.

Alzó una ceja y me dedicó una sonrisa que solo pude describir como una mezcla entre coqueta y divertida.

—¿Tan seguro estás de eso?

Evidentemente no.

—Por supuesto —dije en cambio, apretando mi agarre en su piel—. Te puedo asegurar que nunca olvidarás este día.

Asintió sin borrar ni por un segundo la sonrisa de su cara y luego volvió a detallar nuestro entorno como si no comprendiese el motivo para traerle a un lugar así.

Tiré de su brazo y el volvió a mirarme con curiosidad cuando comenzamos a movernos por el extenso terreno hasta llegar a un sendero de gravilla que debíamos atravesar para llegar al sitio que quería mostrarle.

Caminamos por un par de minutos, viendo árboles por doquier, hasta llegar a un campo abierto con un gigantesco lago en el centro. La vegetación predominaba por dónde quiera que mirara y unos cuantos arbustos, árboles y flores silvestres rodeaban el lago, dándole un aspecto magnífico; un par de patos nadaban en el agua mientras observaba a Stephen admirar el entorno.

Nos acercamos a la orilla del lago y ubicamos la manta bajo un árbol frondoso que se encontraba allí. Ambos nos sentamos y, solo cuando abrí la canasta para sacar la comida, Stephen notó que había traído bocadillos para pasar la tarde.

Mi acompañante acomodó su bolso con todos sus materiales de dibujo mientras observaba con curiosidad los envases de comida que colocaba sobre la manta.

Sonreí de lado mientras destapaba los contenedores con hamburguesas que había traído para compartir. Cuando extraje varios envases de jugo y algunos postres que mamá me preparó con esmero, Stephen apartó sus ojos de las cosas y me miró con sorpresa, antes de soltar una risita nerviosa.

Esperaba que algún día mi corazón se acostumbrase a ese lindo sonido.

—¿Qué rayos Michael? ¿Tu...? —Le dio un vistazo rápido a las cosas que estaban sobre la manta, antes de mirarme de nuevo con una extraña expresión. Tragó grueso al asimilar lo que ocurría—. ¿Tú preparaste todo esto?

Me encogí de hombros mientras destapaba un jugo de naranja.

—Quería que pasáramos un día agradable y hacer eso sin comida a la mano es imposible. —Di un largo trago antes de suspirar con satisfacción. Tenía demasiada sed—. Espero que te agrade lo que traje.

Mordió su labio inferior y detalló las hamburguesas una vez más. Un atisbo de sonrisa estuvo a punto de aparecer, pero Stephen hizo todo lo posible por ocultarlo.

—Gracias por esto, Michael —susurró, deslizando sus dedos por la manta. Parecía perdido en sus pensamientos—. Fue un lindo detalle de tu parte, de verdad te lo agradezco.

Cuando su mirada se encontró con la mía, un brillo extraño se apoderó de sus ojos mientras un sutil rubor cubría sus mejillas, quitándome la respiración.

Tuve que tragar saliva cuando mi garganta se cerró y apartar la mirada para tratar de controlarme. Mi corazón estaba a punto de salirse de mi pecho y yo no sabía cómo hacer para suprimir la emoción que burbujeaba en mi interior con tanta intensidad.

Mis propias mejillas se sintieron calientes y mis manos sudorosas se cerraron alrededor del envase del jugo para que Stephen no notara el leve temblor que me había causado.

Aclaré mi garganta un par de segundos después y alcé la mirada para encararle e intentar actuar con normalidad.

—No fue nada, lo hice con mucho gusto —Estiré una mano y empujé un contenedor de comida—. Ahora come, debes tener hambre luego del largo viaje que tuvimos.

Una preciosa y extensa sonrisa hizo acto de presencia, instándome a guardarla en mi memoria.

—No te lo voy a negar, mi estómago ha estado quejándose desde que descubrió que trajiste comida. —Alzó la hamburguesa y le dio un gigantesco mordisco antes de cerrar sus ojos con una expresión de placer—. Dios, esto está buenísimo.

Luego de observar por un rato a Stephen ingiriendo alimentos, me dispuse a comer. Asimismo, detallaba el lugar a nuestro alrededor, sintiendo una repentina tranquilidad por el ambiente tan calmo que nos envolvía. La brisa sacudía las ramas de los árboles y el parpeo de los patos era lo único que se escuchaba en el lugar, aparte del rumor generado por las hojas en movimiento.

Stephen y yo comimos en silencio, pero nuestras miradas casi nunca se apartaron del otro. De vez en cuando hicimos algún comentario sobre el lugar o alguna broma que se nos ocurriese. Pero la mayor parte del tiempo nos dedicamos a analizar al otro en silencio.

Luego de terminar un par de hamburguesas, beber el jugo restante y comer un par de galletas hechas por mamá, limpiamos todo y recogimos las cosas restantes para guardarlas en la canasta. Stephen comenzó a sacar sus materiales de dibujo y yo recosté mi espalda en el tronco del árbol mientras le observaba organizar todo.

Por alguna razón, su rostro mostraba una expresión torturada mientras detallaba cada objeto.

—Estos materiales de pintura estuvieron por mucho tiempo escondidos en un cajón de mi escritorio, ¿sabes? —admitió luego de un rato—. Por mucho tiempo consideré a esta actividad otro de mis muchos fracasos.

Se arrodilló para instalar el lienzo sobre el caballete de madera mientras me contaba lo que pasaba por su mente.

—Pintar me relajaba tanto que sentía que me transportaba a otro mundo en el que solo estaba yo cuando pasaba el pincel sobre el lienzo y creaba algo. Era muy reconfortante. —Su expresión relajada cayó de pronto—. Pero todas esas buenas sensaciones se perdieron cuando una insatisfacción se apoderó de mi ser al no poder sentirme apreciado por mi padre. Me sentía tan insuficiente que con el tiempo perdí las ganas de pintar y decidí olvidarme de ello.

Desde mi posición, podía apreciar el perfil de Stephen. Estaba serio e indiscutiblemente tenso mientras terminaba de arreglar todo. En mi interior, mis emociones se movían con inquietud y, aunque la mayor parte del tiempo no sabía cómo hacer frente a lo que sentía, decidí que no me gustaba esa inconformidad que me generaban las expresiones desoladas de Stephen.

Por lo que, sin saber qué otra cosa hacer, gateé hasta donde estaba el chico y coloqué mis manos sobre sus hombros, provocando que se sobresaltara. Masajeé su piel por unos segundos, hasta que le sentí relajarse bajo mi toque y luego di la vuelta hasta quedar frente a él. Me acosté sobre la manta con mi cabeza reposando en sus piernas bajo su mirada confundida.

Encontré nuestros ojos y me dediqué a observarle por los próximos minutos mientras esperaba alguna reacción de su parte. Al no tenerla, sonreí de lado y me acomodé hasta quedar satisfecho en su regazo.

Giré mi cabeza hacia el lienzo y luego volví a mirarle con interés.

—¿Qué pintarás?

Mi pregunta pareció sacarle de sus pensamientos, porque parpadeó un par de veces y, luego de darme una última mirada, detalló el lienzo en blanco.

—No lo sé —murmuró pensativo. Bajó la mirada con una ceja alzada—. ¿Algo en particular que quieras que pinte?

Me encogí de hombros después de pensarlo por un momento.

—No se me ocurre nada genial. ¿Qué te parece si intentas con el lago y lo que le rodea?

Asintió y comenzó a preparar los colores que utilizaría en la paleta de pintura con una concentración tan increíble que no podía dejar de mirarle.

Su expresión también me hizo recordar la pequeña explicación que me dio en el recorrido del viaje sobre los diferentes aceites que se utilizaban al pintar y sus beneficios; entre los que se podían destacar los diferentes tiempos de secado y la manipulación posterior a su creación que esto le permitía. También resaltó que los aceites protegían el pigmento de partículas de humedad y que este mismo pigmento fluía de manera uniforme, manteniéndose flexible al adherirse a la superficie.

Escucharle me hizo comprender que cada cosa que hacía se la tomaba muy enserio y que no reparaba en investigar todo lo que pudiese sobre aquello que le gustaba, si eso significaba ser el mejor en lo que hacía.

Cada cosa nueva que descubría de él hacía que me gustase muchísimo más. En definitiva, Stephen era todo lo contrario al chico superficial que intentaba mostrar al resto y eso me encantaba.

Una brisa sopló de pronto, moviendo nuestras ropas, y el rumor creado por las hojas de los árboles me hizo cerrar los ojos cuando llegué a un nivel de relajación increíble. La tranquilidad que abundaba por el lugar era envidiable y el calor que desprendía Stephen me hizo sentir somnoliento.

Traerlo a este lugar fue una idea maravillosa.

Abrí mis ojos y lo primero con lo que me topé fue con la expresión relajada que Stephen tenía en medio de su concentración.

Aprovechando su distracción, me dediqué a detallarle por los próximos minutos, sin poder ser capaz de apartar la mirada de él.

Había algo en Stephen que me atraía de una manera que no podía comprender. No sabía si se trataba de sus ojos café —tan oscuros que con facilidad podrían confundirse con negro—, o si tenía que ver con su linda nariz y la manera en que ésta se arrugaba cuando estaba inconforme con algo.

No tenía problemas para admitir que me parecía un hombre muy guapo o que sus rasgos faciales —algo rudos— le propiciaban un aire misterioso que mantenía mi atención fija en él, incluso cuando no me daba cuenta de ello. Había algo muy irresistible en él que me había envuelto, aunque no sabía de qué se trataba.

Solo sabía que la atracción que sentía por él se había vuelto casi insoportable con el tiempo. Había llegado a un punto en el que sentía que no podía controlarme estando cerca de él y me preocupaba que mis acciones impulsivas pudieran dañar la conexión tan especial que había forjado con Stephen.

De pronto, mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando, en medio de la descarada inspección que tenía sobre su rostro, mis ojos se toparon con sus labios entreabiertos. Pero mi mente se perdió por completo cuando la punta de su lengua se deslizó con lentitud por su labio inferior para humedecerlo.

Cuando Stephen alzó su mano para dar otra pincelada sobre el lienzo, levanté la mía y detuve el movimiento al tomarle por la muñeca. Stephen se sobresaltó en su lugar y bajó la mirada para encontrarla con la mía. Parecía desconcertado por mi acción, pero aun así no hizo el intento por soltarse de mi agarre.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con un timbre nervioso en su voz que me hizo sonreír y encoger mis hombros, fingiendo inocencia.

Saber que le afectaba de alguna manera me hacía sentir emocionado.

—No lo sé —fui sincero.

Erguí la mitad superior de mi cuerpo, separando mi cabeza del lugar en su regazo, le miré con fijeza, sin apartar la mirada ni por un segundo de él o soltar el firme agarre que tenía sobre su muñeca, y tragué grueso.

—Stephen, yo... —Me detuve, no muy seguro de lo que estaba haciendo—. ¿Puedo intentar algo? —Me atreví a preguntar cuando en sus ojos apareció un brillo de curiosidad.

Él ladeó su cabeza y arrugó su frente con confusión, pareciendo un cachorro perdido. Esperé mientras él continuaba mirándome, como si intentase descifrar lo que pasaba por mi cabeza en ese momento. Luego de lo que pareció una eternidad, asintió, titubeante, haciendo que soltase el aliento que había estado conteniendo.

La mano que sostenía su muñeca, acarició la piel con lentitud, antes de comenzar a bajar hasta hacerle soltar el pincel sobre el resto de los materiales que descansaban en la hierba. Stephen no apartó la mirada de mí, aunque su expresión confusa cambió a una interesada y algo nerviosa.

Mi mano subió de nuevo y se posó en su mejilla con delicadeza, tomándolo desprevenido. Stephen cerró sus ojos por un instante mientras se apoyaba en mi toque, luego levantó sus párpados y me observó con una intensidad que me paralizó momentáneamente.

Mis ojos le recorrieron con admiración hasta caer en su boca de manera inconsciente.

Con el pulgar bordeé el labio inferior de Stephen, antes de presionarlo un poco y recibir un suspiro como respuesta. No obstante, en ningún momento retiré la mirada del pedazo de carne que tanto había querido probar los últimos días cuando descubrí que mis sentimientos por Stephen iban más allá del mero aprecio.

Había comenzado a desear hacer cosas con él que nada tenían que ver con lo que comenzamos a forjar y no me podía importar menos, aunque también me preocupaba lo que él pudiese pensar o sentir al respecto.

El movimiento de la manzana de Adán de Stephen me sacó de mi ensoñación y alcé la mirada de nuevo para detallar con anhelo sus labios. Cuando las ganas de probarlos se volvieron casi insoportables y vislumbré que Stephen no parecía perturbado por lo que estaba haciendo, comencé a acortar la distancia entre los dos hasta detenerme a escasos centímetros de él para comprobar que no se sentía incómodo con lo que estaba haciendo.

Nuestras respiraciones se mezclaron y nuestras narices se rozaron, haciendo que entrara en un estado de embriaguez que nunca en mi vida experimenté.

Al notar que parecía más que nada intrigado por mis acciones, tomé el valor de cerrar la brecha que nos separaba, aunque fue Stephen quién juntó nuestros labios en un torpe roce que aceleró los latidos de mi corazón.

Nuestras bocas se movieron con torpeza y algo de brusquedad, dejando en evidencia el nerviosismo e inexperiencia de ambos. Stephen estaba rígido en su lugar y sus manos temblorosas se posaron titubeantes sobre mis hombros. Me separé apenas unos milímetros de él y le miré con afecto.

—Tranquilo —murmuré sobre sus labios mientras guiaba mis manos con discreción a sus caderas y las presionaba sin poder contenerme—. Tómalo con calma.

Su cálido aliento sobre mi boca me hizo cerrar los ojos y eliminar la distancia entre ambos de nuevo. Stephen tomó mi camisa con fuerza y yo me tensé en mi lugar, sin saber cuál sería su reacción, hasta que comprendí que solo intentaba acomodarse mejor y me relajé.

Ésta vez sus labios se deslizaron sobre los míos sin prisa y con una sincronía que desconectó mi cerebro de manera momentánea mientras mis manos se tensaban sobre su piel como una manera de canalizar las sensaciones que estaba experimentando.

Stephen se separó para tomar aire y pegó su frente con la mía, sin abrir los ojos.

—¿Qué estamos haciendo, Michael? —preguntó con la voz entrecortada, sin dejar de rozar sus labios con los míos. Su respiración acelerada chocaba contra mi mejilla y sus manos estrujaban mis hombros con fuerza.

Tomé su labio inferior con mis dientes y lo halé con lentitud provocándole un jadeo.

—No lo sé —susurré con total sinceridad con la mente nublada por tenerle tan cerca de mí—. Y no puede importarme menos.

Junté de nuevo nuestros labios con brusquedad, tomándole desprevenido, pero eso no le impidió continuar el beso con la misma intensidad segundos después de comprender lo que ocurría.

Tomé su rostro entre mis manos —en medio de la desesperación que sentía por tenerle más cerca— e intensifiqué el beso que estaba a nada de eliminar el poco nivel de raciocinio que tenía en ese momento.

Nuestras bocas se devoraron con ansias y en medio del acto, ambos nos perdimos en las sensaciones que nuestro primer beso dejó detrás. El beso se volvió rápido, casi desesperado, y Stephen se removió en su lugar para acomodarse mejor. Bajé mi mano a su cuello y le acerqué incluso más sintiendo que el contacto no era suficiente para sentirme satisfecho. Un jadeo entrecortado salió de sus labios y yo sentí que iba a volverme loco en cualquier momento.

Stephen parecía fuera de sí y yo me sentía contento por ser capaz de ponerle así.

No dimos tiempo a que las dudas se abrieran paso en nuestras mentes ni perdimos el tiempo con pensamientos a los que podríamos enfrentarnos luego. Solo nos permitimos vivir el momento y sentir a plenitud lo que estábamos haciendo.

Stephen colocó su otra mano en mi antebrazo para sostenerse y las mías apretaron el agarre en sus caderas de manera inconsciente. Un gemido salió de sus labios y mi cuerpo comenzó a reaccionar cuando fui más consiente de todo lo que estaba pasando.

Sin querer hacerlo, me separé de él para tomar algo de aire, y apoyé mi frente en su hombro con miedo a mirarle a los ojos y ver arrepentimiento reflejado en ellos.

Nuestras respiraciones estaban agitadas en demasía y mi cabeza palpitaba por la falta de oxígeno mientras la adrenalina corría con prisa por mis venas a medida que la niebla de mi cabeza se dispersaba y caía en cuenta de lo que había hecho.

Una mano se colocó sobre mi cabello con un ligero titubeo antes de comenzar a acariciar las hebras con los dedos. De alguna manera, el gesto logró relajarme y el nerviosismo que estuvo a punto de ahogarme momentos atrás disminuyó al punto de hacerme recuperar algo de la confianza que perdí cuando rompí el beso.

Tomé una profunda respiración y, aferrándome a todo el valor que me quedaba, alcé la mirada para encontrarme con la imagen más impresionante que vi nunca en mi vida.

Los ojos de Stephen estaban acuosos y algo dilatados, perdidos en una niebla parecida a la que me nubló. Su cabello estaba levemente despeinado, sus mejillas exhibían un ligero sonrojo y sus labios tan rojos como provocativos se mostraron ante mí como una tentación a la que no pude resistirme.

Antes de pensar en lo que estaba haciendo, me acerqué y atrapé su labio inferior entre los míos para mordisquearlo un poco. Dejé un par de besos superficiales y moví la mano que tenía en su cadera a su espalda baja.

Todo, sin separar ni por un minuto la mirada de él para no perderme ninguna de sus expresiones.

Por sus ojos no pasó rechazo ni asco por lo que acabábamos de hacer. Pero aunque quise sentirme tranquilo por eso, no pude evitar preguntarme qué pasaba por la mente de Stephen en ese momento.

Nuestras respiraciones empezaron a normalizarse y momentos después ya nos encontrábamos recuperados. Sin embargo, no me atrevía a decir nada que pudiese tentar mi suerte y romper la tranquilidad del momento. Tenía miedo de su reacción y las posibles consecuencias que ella podría tener.

No obstante, todas mis dudas volaron lejos cuando la mano de Stephen que había estado acariciando mi cabello, bajó a mi nuca y me acercó de nuevo a su rostro, sin prisa.

—Michael... —pronunció con un dejo de súplica, bajando su mirada a mis labios con anhelo.

Subí mi mano a su mejilla y me permití acariciarle con delicadeza mientras nos mirábamos sin intención de perdernos aquellos detalles del otro que nos hipnotizaban. Duramos lo que pareció una eternidad contemplando al otro hasta que, sin darnos cuenta, comenzamos a acercarnos hasta juntar de nuevo nuestros labios.

Esta vez no hubo prisas ni desesperación, solo fue un roce de pieles que nos permitió a ambos perdernos en el deseo que sentíamos por el otro. Un roce que nos permitió acceder a los sentimientos que mantuvimos ocultos y que comenzaban a consumirnos.

Stephen y yo no dijimos más nada luego de eso. En cambio, pasamos el resto de la tarde en medio de caricias y besos que no pudimos detener luego de comprobar lo maravillosos que sabían nuestros labios.

Disfrutamos de la compañía del otro sin palabras de por medio, por miedo de decir algo que pudiese dañar el momento. Tampoco hicimos algo más, por miedo a sobrepasar los límites.

Mucho menos nos detuvimos, por miedo a aceptar lo que estaba ocurriendo... por miedo a descubrir que aún existían cosas de nosotros que desconocíamos.

Por miedo a ser nosotros mismos y espantar al otro.

Y por miedo a seguir teniendo miedo.




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Sin más que decir, espero que les haya gustado el capítulo <3

Muchas gracias por leerme (ノ' з ')ノ♡

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