C A P Í T U L O 12

Un dedo se deslizó con lentitud por mi mejilla, desconcertándome momentáneamente y provocando que me sobresaltase en mi lugar.

Parpadeé un par de veces y al levantar la cabeza observé la manera en que Michael lamía un poco de miel que aparentemente había limpiado de mi cara.

¿Qué rayos estaba haciendo? No tenía la menor idea, pero un sentimiento extraño se apoderó de mi cuando fui consciente del actuar de Michael y de la forma en que mi corazón se saltó un latido cuando su piel rozó la mía.

Sacudí mi cabeza, en un intento vano por alejar la sensación, y continué comiendo mis panqueques con miel, dado que debíamos terminar lo más pronto posible para luego dirigirnos al ancianato que escogimos para recolectar información. Habíamos acordado reunirnos a desayunar antes de proceder a comenzar con nuestro proyecto.

No obstante, por alguna razón no podía concentrarme.

De alguna manera, mi mente se encargaba de llevarme una y otra vez a todos aquellos gestos de Michael que lograban desconcertarme y hacerme sentir diferente.

Por ello, cuando no pude poner orden a las emociones que me embargaban, mordí el interior de mi mejilla y alcé la mirada de manera discreta para analizar a Michael justo cuando terminaba lo último de sus waffles.

No lograba entender la razón por la que sus acciones me confundían y afectaban tanto.

A medida que convivía más con él, comprendía que su compañía no me molestaba tanto como creí que lo haría en un principio. A decir verdad, no era un chico tan desagradable. De hecho, la mayor parte del tiempo me encontraba disfrutando a su lado.

De vez en cuando, había momentos en los que me cuestionaba el porqué de su actuar, dado que aún me generaba cierta desconfianza. Pero mientras más convivía con él, más fácil me era notar lo realmente ingenuo que era el chico de ojos grises y sonrisa coqueta.

Cada vez sentía menos recelo al estar a su lado y los muros que en un principio me esforcé por construir a mi alrededor, caían uno a uno cuando descubría cosas nuevas que me hacían sentir que Michael era una compañía que valía la pena mantener.

No obstante, había momentos en los que la inseguridad regresaba y sentía la desesperante necesidad de mantenerle alejado por temor a mostrarle mucho de mí y llegar a un punto de no retorno con él.

A veces me generaba mucha ansiedad el pensar en cada momento que vivíamos juntos; incluso volvían los deprimentes pensamientos que me llevaban a querer continuar con mi solitaria vida.

Otras veces —aquellas en las que bajaba por completo mi guardia—, surgía un sentimiento extraño y burbujeante cuando le tenía cerca, me sonreía o me miraba de más.

Sentimiento que había comenzado a asociar con tolerancia, tal vez agrado. No lo sabía muy bien.

Blut era muy distinto a alguien que hubiese conocido antes —teniendo en cuenta que había conocido a pocas personas—, y en cierta medida eso le hacía más interesante.

Michael alzó la mirada y yo bajé la mía con rapidez, al tiempo que me recriminaba internamente por haber estado observándole con fijeza los últimos cinco minutos.

¿Qué rayos pasa conmigo?

—Bueno, si ya has terminado, es momento de irnos. —Alzó los brazos sobre su cabeza para estirarse mientras yo masticaba lo último de mi comida. Volvió a su posición y me dedicó una de esas sonrisas emocionadas a las que me estaba acostumbrando—. Estoy ansioso porque conozcas el lugar.

Dejó un par de billetes sobre la mesa cuando se levantó y yo hice lo mismo antes de unirme a él en la entrada de la pequeña cafetería en la que hicimos parada para desayunar.

Había odiado la idea de usar mi domingo para recolectar información. Pero estando a una semana de la defensa, no quedaban muchas opciones.

—¿Preparado?

Me encogí de hombros antes de rodear su auto para montarme en el asiento del copiloto. Él abrió la puerta del conductor, tomó asiento, ajustó el espejo retrovisor, prendió el auto y condujo por la calle en silencio.

O al menos eso intentó los primeros minutos de camino, antes de comenzar a removerse con incomodidad en su asiento.

Aclaró su garganta y me dirigió una mirada rápida.

—¿Frío o calor?

Parpadeé un par de veces, confundido.

—¿Disculpa?

—¿Prefieres el frío o el calor? —aclaró.

Alcé una ceja, mientras una sonrisa luchaba por aparecer en mi cara.

Michael era extraño en todas sus letras.

—Prefiero el frío —contesté segundos antes de girar mi cabeza hacia la ventana para ver la ciudad pasar con rapidez ante mis ojos.

Luego de mi respuesta, Michael se quedó en silencio por un momento antes de suspirar.

—Lo siento, el silencio y yo no somos buenos amigos.

—Me he dado cuenta.

Sonrió.

—Estamos algo apartados de nuestro destino, así que procederé a molestarte con mis temas de conversación antes de que recurras a tus poderosísimas listas de reproducción para ignorarme.

Rodé mis ojos y giré nuevamente mi mirada hacia la ventana para evitar que notase la sonrisa que me había provocado.

Era tan insoportable...

—Créeme, Michael, no tengo nada interesante qué decir en estos momentos.

Se quedó pensativo por un momento mientras hacía una mueca con sus labios.

—Creo que todos tenemos algo que decir en cualquier momento. —Se encogió de hombros, sin apartar la mirada de la carretera. Sus dedos golpeaban con suavidad el volante al ritmo de alguna melodía que sonase en su cabeza—. Solo que..., a veces es complicado encontrar las palabras para expresarlo.

Michael desvío su mirada por un momento para fijarla en mí y la intensidad en sus ojos hizo que sintiese arder algo en mi interior; algo que había estado apagado por mucho tiempo.

Parpadeé un par de veces y aparté mi mirada lejos de la suya mientras intentaba recordar el hilo de nuestra conversación.

—O creemos no tener nada que decir cuando en realidad queremos gritar al mundo aquello que nos consume lentamente —murmuré pensativo.

Cuando las palabras salieron de mis labios, supe que había dañado el ambiente en el carro, debido al silencio incómodo que le siguió. Miré a Michael para retractarme de mis palabras cuando ví una sonrisa aparecer en su cara.

—Ah, caray, no sabía que eras poeta —bromeó, con un brillo juguetón en sus ojos.

Interiormente agradecí que no continuase por ese camino.

—Eres insufrible —bufé, siguiéndole el juego.

Soltó una pequeña risa mientras daba un vistazo al espejo retrovisor.

—Entonces... —Maniobró ágilmente con el volante para dar vuelta en una esquina—. Dime, Stephen, ¿has vivido toda tu vida aquí?

Asentí, hasta que recordé que estaba manejando.

—Sí. —Le miré con curiosidad—. Supongo que tú no.

Conjeturé, puesto que Michael había llegado como rezagado a la universidad luego de mudarse..., o eso decían por los pasillos.

A veces los chismes eran realmente útiles para mantenerse actualizado de lo que ocurría.

—Bueno, en realidad nací y crecí aquí —informó, tomándome por sorpresa—. Pero hace unos años a mi papá le surgió un asunto de trabajo y tuvimos que mudarnos a otra ciudad. —Me miró con rapidez—; apenas hace unas semanas regresamos a casa.

Por alguna razón, la manera en que dijo «casa», me hizo pensar que Michael no se había sentido cómodo en el lugar en el que había estado y que extrañó la vida que había llevado aquí.

Aunque no entendí mi necesidad de analizar la forma en que decía las cosas o las expresiones que hacía.

—Bien, aquí estamos. —Detuvo el auto, lo apagó y mientras colocaba todo en su lugar, yo desvié mi mirada a la enorme edificación levemente inclinada al otro lado de la calle que daba la impresión de estar a punto de derrumbarse.

Bajamos del auto y yo me quedé un momento en la acera analizando el lugar. Se veía lo suficientemente grande como para albergar a muchas personas, pero el estado deplorable dejaba en evidencia lo inseguro que era para los ancianos vivir allí.

Michael me hizo señas para que entramos al lugar y yo le seguí de cerca. Cruzamos las puertas llegando a una recepción muy espaciosa y descuidada, con solo un escritorio pequeño y sillas de plástico en lo que suponía era una sala de espera. El escritorio estaba lleno de papeles y detrás de este un señor de mediana edad se encontraba escribiendo.

Cuando notó nuestra presencia, se levantó rápidamente y llegó a nosotros con una amable sonrisa en su rostro que no disimulaba las líneas de estrés que tenía.

—Ustedes deben ser Michael y Stephen. —Estrechó la mano de cada uno, antes de señalarnos las sillas—. Por favor, no se queden allí. Tomen asiento.

Ambos hicimos caso a lo que dijo y tomamos asiento frente a su escritorio mientras él buscaba algo entre la pila de papeles que tenía. Luego de revolver todo, nos entregó a ambos una ficha técnica del lugar con toda la información básica que necesitábamos tener en cuenta para conocer el ancianato.

El chico se presentó como el gerente y luego de expresarle nuestra intención para con el ancianato, gustoso y emocionado se ofreció a darnos un tour por todo el lugar. Saqué mi celular del bolsillo y tomé foto de todo lo que me pareció relevante para el trabajo, así como también grabé todos los audios que pude sobre aquellos datos de interés que expresaba el hombre de vez en cuando mientras nos mostraba las instalaciones.

En general, el edificio estaba peor de lo que pensábamos y había más goteras y filtraciones que lugares secos en cada pasillo que recorrimos. Las paredes estaban llenas de moho y en muchos lugares la pintura se pelaba.

En determinado momento del recorrido, Michael agarró mi muñeca y con emoción me dedicó una gran sonrisa.

—Ven, quiero mostrarte algo.

Me llevó a rastras por el pasillo, apenas conteniendo su emoción, antes de adentrarnos a ambos a una habitación muy espaciosa llena de muchos adultos mayores. Algunos en sillas de rueda, otros de pie charlando; habían señores sentados en sillones frente a mesas de juego y señoras frente a una vieja televisión tejiendo.

El bullicio me envolvió de inmediato, pero a medida que iban notando nuestra presencia se iba apagando, hasta que el lugar estuvo en silencio y todos nos miraron expectantes.

Luego hubo un estallido de emoción.

—¡Micky! —gritó una ancianita, dejando el tejido sobre el sofá para dirigirse hacia donde estábamos.

Todos de inmediato dejaron lo que hacían para acercarse. Sus rostros estaban iluminados y todos tenían sonrisas espléndidas al ver al chico a mi lado.

Michael no se quedó quieto en su lugar. Se acercó al enorme grupo y comenzó a repartir abrazos a cada uno con enorme emoción. Algunas señoras besaban sus mejillas y los ancianitos palmeaban su espalda con orgullo.

Por alguna razón, la escena me llenó de emoción y me generó un sentimiento que no podía comenzar a describir en ese momento. Ver a Michael de esa manera fue algo que jamás esperé presenciar. Esa era una faceta de él que nunca imaginé que tuviese y no podía estar más encantado con ello.

Los saludos continuaron y la alegría llenó la sala por completo, pero en medio del alboroto, una ancianita desvió la mirada de Michael para posarla en mi con curiosidad.

—Micky, ¿quién es ese chico tan guapo que viene contigo? —La señora se cubrió la boca escondiendo una sonrisa, mientras los demás dirigían su atención hacia mí, notando por primera vez mi presencia.

La emoción en mi interior vaciló un poco cuando fui consciente de todas las miradas sobre mí. Pero la inquietud se calmó cuando Michael se giró y con una gran sonrisa se acercó a donde estaba.

—Chicos, él es Stephen, un compañero de la universidad al que estaba ansioso porque conocieran.

—Es un gusto conocerles a todos.

Otro bullicio se generó en la sala mientras los ancianitos me analizaban.

—No sabía que Micky tenía un amigo.

Una señora regordeta y bastante pequeña se posicionó a mi lado para tomarme del brazo. Otras señoras asintieron de acuerdo y se acercaron a inspeccionarme, tocando mi cabello, mejillas y orejas.

—Tiene una expresión ruda, pero parece un buen chico —dijo una.

—También parece inteligente —destacó otra.

—Y además es bastante guapo —agregó la más pequeña del grupo.

Todas asintieron y continuaron hablando de mí como si no estuviese allí.

Desvié mi mirada hacia Michael en el momento en que me guiñó un ojo y me inspeccionó de arriba abajo con descaro, antes de asentir en señal de aprobación, estando de acuerdo con las señoras.

Idiota.

Cuando al fin parecieron cansarse de hablar sobre mí en mis narices, acapararon la atención de Michael y se aseguraron de llevarlo con ellas al sofá en el que habían estado tejiendo.

No pasó mucho cuando el chico comenzó a recorrer cada grupo formado por ancianitos para pasar tiempo con todos e intentar complacerlos en lo que pedían.

Era algo cómico de ver la manera en que los ancianitos exageraban actitudes para tener la atención de Michael.

Pero también era refrescante, así que me quedé de pie observándole.

—Es un chico increíble, ¿cierto?

Mi mirada se desvió al señor que estaba de pie a mi lado observando cada movimiento de Michael con una sonrisa nostálgica. Cuando notó que le miraba, me extendió la mano con expresión amable.

—Soy John.

—Stephen. —Le devolví el apretón. Dirigí mi mirada al lugar en el que Michael sonreía con emoción y asentí, pensando en su pregunta—. Y sí... Michael es un gran chico.

—Lo es —afirmó—. Hace un par de semanas vino por primera vez a este lugar y no ha dejado de hacerlo desde entonces. Cada fin de semana le veo por aquí sin falta. —Sus labios se apretaron, formando una línea—. Desde que Michael llegó, este lugar volvió a la vida. Muchos aquí están solos, y muy pocos reciben visitas de sus familiares. Ese chico no sabe lo agradecido que cada uno está con su presencia. De alguna manera, nos ha dado un rayito de esperanza y un motivo para seguir adelante.

Su confesión me dejó atónito. Volví mi mirada al rincón en el que Michael jugaba, justo cuando alzaba su mano y gritaba «¡bingo!». Todos aplaudieron con emoción y le felicitaron mientras él se inflaba con orgullo. Crucé mis brazos y negué con una pequeña sonrisa en mis labios mientras analizaba las palabras del señor John.

Michael era extraño, irritante y muy desesperante. Pero al mismo tiempo, era amable, solidario y no dudaba al momento de ofrecer su ayuda a las personas.

No entendía sus acciones o su manera de pensar. Era alguien simple y complejo al mismo tiempo, pero había algo en él que ocasionaba que un sentimiento burbujeante se desarrollara en mi interior; una emoción que de alguna forma incrementaba cuando alzaba su mirada y la posaba en mi o cuando me dirigía una de esas sonrisas emocionadas, justo como en ese instante que me pilló mirándole y me sonrió de lado, provocando que sus ojos brillaran.

Quería creer que lo que sentía por Michael mientras le miraba era una increíble admiración, generada en consecuencia de no haber conocido a nadie como él.

Y que estaba tan deslumbrado por su generosidad que no podía apartar mi atención de él, porque..., si no era mera admiración lo que sentía por él, entonces no sabía de qué iba aquel sentimiento cálido que aparecía cuando merodeaba a mi alrededor y aligeraba mi vida con su presencia.

⋆ ⋆ ⋆

La semana había sido agotadora de principio a fin, con apenas el tiempo suficiente para descansar de manera adecuada.

Luego de llegar el domingo del ancianato, organicé la información que grabé y con Michael nos dividimos los puntos para realizar el trabajo que debíamos hacer.

Los demás días fueron volátiles pero pesados, con clases cargadas de temas fundamentales y evaluaciones matadoras. Había deseado con toda mi alma que fuese fin de semana y ahora en sábado por la noche aún me quedaba por realizar la última y más difícil tarea del día: lavar los platos.

Así que terminé de secarme el cabello con la toalla y quité las gotas restantes de mi cuerpo, para ponerme unos bóxer y vestir unos pantalones de chandal. Saqué una camiseta desteñida del closet y con solo unas sandalias bajé a la cocina para dejar todo limpio.

No obstante, me detuve abruptamente en la entrada cuando ví a mi padre frente a la mesa con un montón de papeles esparcidos que comenzaba a clasificar en distintas carpetas.

Sin saber porqué, me quedé de pie en mi lugar observándole guardar las hojas con esa expresión seria en su rostro a la que estaba tan acostumbrado.

Mientras estuve allí, me pregunté cómo hubiesen sido las cosas si su trato hacia mi hubiese sido distinto.

¿Habríamos tenido una relación estrecha? ¿Hubiésemos sido de esos que se reúnen los fines de semana a ver algún deporte mientras comen y beben? ¿Al menos habría recibido cariño de su parte?

No supe por cuánto tiempo estuve allí analizando a mi padre mientras se movía, pero para cuando me di cuenta, la mesa estaba limpia y Steve me miraba mientras sostenía el maletín en su mano a punto de salir.

Me sentí nervioso y mis manos comenzaron a sudar cuando fui completamente consciente de su atención sobre mí. Limpié mis manos en mi ropa y las metí en los bolsillos mientras miraba con atención el piso.

—¿Vas a salir?

Desde mi posición, pude vislumbrar la manera en que apretó el asa de su maletín con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Levanté la mirada solo para encontrarme con una expresión tensa y esquiva.

—Tengo trabajo —expresó con simpleza, mirando hacia la salida detrás de mi.

—Pero es sábado —no pude evitar recalcar, mirando hacia el reloj que estaba sobre la nevera—. Y son las diez de la noche.

Él se encogió de hombros y miró su maletín como si fuese lo más interesante que sus ojos hubiesen visto en su vida.

—¿Crees que...? —me atreví a comenzar. Tragué el nudo en mi garganta y respiré profundo—. ¿Crees que podríamos hablar un momento?

Las cejas de Steve se fruncieron y una expresión que solo podía describir como torturada se instaló en su rostro, antes de enmascararla con esa seriedad que siempre le acompañaba.

—Tengo prisa —dijo con lentitud.

Dos palabras.

Dos simples e inofensivas palabras que viajaron a través de la habitación y atravesaron mi pecho de manera dolorosa. Tomé aire —luego de sentir que lo había expulsado de mi cuerpo—, y encontré nuestras miradas.

—¿Tan apurado que no puedes darme un poco de tu tiempo?

Un pesado e incómodo silencio se instaló en el lugar y eso fue todo lo que necesité para comprender una vez más cuál era mi lugar en su vida.

Y dolía. Dolía muchísimo.

—¿En qué momento me volví tan insignificante para ti, papá? —El dolor fue palpable en mi voz.

Su silencio me lastimó más de lo que pudo haberme lastimado cualquier cosa que dijese; también lo hizo la manera tan indiferente en que actuaba ante todo.

Bajó la cabeza y duró así unos segundos, luego la alzó y me miró justo cuando sus labios se movieron para decir algo que no pude escuchar. Me rodeó para salir de la cocina y se fue.

Pero en ese momento ya nada importaba.

Dolía demasiado no recibir nada de él.

Mi pecho se oprimió cuando el sonido de la puerta hizo eco en toda la casa, y mi respiración se volvió errática mucho tiempo después cuando observé el cuarto y la aplastante soledad se convirtió en un ente tan vivo, tan real, que me estaba asfixiando.

Cuando no pude soportar más el sentimiento de desesperanza que envolvió mi corazón, me moví de mi lugar y salí al frío de la noche, con la esperanza de que la fuerte brisa se llevase mi dolor entre sus brazos.

Metí las manos en los bolsillos de mi pantalón de chandal y, consumido por mis pensamientos, comencé a vagar sin rumbo específico, agradecido por el viento frío que de vez en cuando impactaba contra mi rostro.

Me sentía abatido, herido y frustrado. No podía enumerar con certeza todas las emociones que bailaban con furia en mi interior, pero esas tres eran las que más se acercaban a mi estado de ánimo.

Por alguna razón, el frío del exterior no se sintió tan devastador como debía, pero con seguridad tuvo que ver con el estado de entumecimiento en el que me encontraba.

Miré el cielo nublado que se extendía sobre mí y exhalé con pesadez, quedando momentáneamente entretenido con el baho que salía de mi boca.

«Lo que llaman esperanza, no es más que la agonía del deseo».

Aquella frase bailó en mi mente por un momento, hasta que el sonido de las hojas agitándose con violencia me sacó de la bruma negativa de pensamientos que creé. Cuando enfoqué la mirada e inspeccioné mi entorno, noté que me encontraba frente a un parque. Observé los árboles que se alzaban ante mi con sus ramas siendo movidas con furia por el viento.

Sin nada mejor que hacer, me dirigí al interior y me detuve por un momento bajo el árbol que había estado observando desde fuera. Era viejo, majestuoso y me transmitió una paz a la que me permití aferrarme en ese momento.

Me senté al pie del mismo y recosté mi espalda a su tronco para ponerme cómodo. Trabajé en mi respiración por unos minutos y luego cerré mis ojos cuando la brisa removió mi cabello e hizo sonar las hojas sobre mí.

En ese instante, me sentí tan solo en el mundo que un nudo se apretó con fuerza en mi garganta y unas cuentas lágrimas se arremolinaron en mis ojos con ganas de liberarse al fin, luego de haberse mantenido guardadas durante tanto tiempo.


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Siempre que tengo una buena racha de actualización, pasa algo y pierdo el hilo jsksjds

Pero bueno, son cosas que pasan :)

Solo espero que todo vaya muy bien en sus vidas y que hayan disfrutado este capitulo uwu

Algo que me gusta de estar editando la historia es rememorar la manera en que Stephen se sentía con la presencia de Michael y la forma en que eso iba cambiando sin que se diera cuenta. En serio lo disfruto mucho uwu

En realidad no tengo mucho que decir jksj

Así que sin mas, espero ver sus votitos y comentarios <3

Gracias ♡

Nos leemos prontito..., espero jskjk

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