C A P Í T U L O 11
Hacía mi mayor esfuerzo por prestar atención a la clase mientras intentaba ignorar el inmenso dolor de cabeza que tenía por la cantidad de licor que ingerí el día anterior.
La había pasado genial, no iba a negarlo, aunque no recordaba más que algunas charlas y la cantidad de risas que compartimos por bromas sin sentido.
Pero terminar en un estado tan deplorable...
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando mi libreta fue robada por Michael, que comenzó a garabatear algo en ella. Puse cara de desagrado, aunque en realidad le agradecí internamente por ahorrarme la molestia de copiar lo que el profesor de Econometría intentaba explicar y no entendía por el dolor.
Cuando terminó, colocó la libreta de nuevo frente a mí para que leyera. Miré la hoja y decía:
«¿Por qué tienes cara de no poder ni con tu alma?».
Bufé y escribí una respuesta.
«¿Lo dices en serio? Solo cuando llegué a casa me di cuenta que eran las tres de la mañana».
Le pasé mi libreta y él sonrió al ver lo que decía.
«¿Qué hacías fuera de casa a las tres de la mañana? Qué irresponsable eres, eh».
Rodé mis ojos al leer aquello.
«¿Qué quieres y por qué estamos usando mi libreta para esto y no la tuya?»
«Porque se ensucia, duh».
«Al grano, Michael».
«¿Lo haremos en tu casa o en la mía?».
«¿Disculpa? Eso ha sonado horrible».
Lo vi reírse por mi comentario, antes de comenzar a escribir otra respuesta.
«El trabajo de Contabilidad Social I, Stephen. ¿Lo haremos en tu casa o en la mía?»
Leí la pregunta un par de veces, inseguro de qué responder a eso y suspiré. Era cierto que Michael ya había ido a mi casa, pero en aquel momento tenía la certeza de que Steve no estaría presente, pero ahora... la sola idea de que Michael se encontrase con Steve mientras hacíamos el trabajo me daba pavor.
Me avergonzaba pensar que Michael podría darse cuenta de lo poco que le importaba a mí padre.
Jugué con el lápiz por un momento, hasta que me decidí por una respuesta adecuada.
«No sé si se pueda en mi casa. ¿Habría algún problema si fuésemos a la tuya?».
Los ojos de Michael se iluminaron al leer lo que había escrito.
«Para nada. Lo haremos en mi casa, entonces ;)».
Rodé mis ojos e intenté ocultar con todas mis fuerzas la sonrisa que quería aparecer en el preciso momento que Michael tomó mi libreta para escribir algo más. No sabía qué otra cosa debíamos acordar, pero lo único seguro era que iba atrasadísimo en lo que el señor Hamilton intentaba explicar por andar pendiente de las estupideces de Michael.
Mi libreta volvió a su lugar, pero antes de mirarla, noté por el rabillo del ojo la manera en que Michael cubrió su boca con sus manos para disimular las carcajadas. Confundido, observé la página actual, para encontrarme con toda una página llena de dibujos de penes, de todas las formas y tamaños, habidos y por haber.
Esa era la obra de arte contemporáneo más magistral que había apreciado en mis veintiún años de vida.
Incluso podría asegurar que el mismísimo Vincent Van Gogh se sentiría humillado ante tal destreza.
Levanté mi cabeza para observar a Michael con el ceño fruncido y éste solo estalló en carcajadas que alertaron a toda la clase e hicieron que el profesor detuviera la explicación —gracias al cielo— para observar lo que ocurría en el fondo del salón.
Michael bajó la cabeza y se golpeó con la mesa a propósito, antes de incorporarse de nuevo y fingir seriedad; aunque la marca roja en su frente dificultó muchísimo la tarea.
El profesor se cruzó de brazos y le examinó con la mirada, como si le faltase un tornillo e intentara localizar el lugar.
—¿Le ocurre algo, joven Blut?
—Nada de qué preocuparse, profesor. —Aclaró su garganta—. Puede continuar con la clase, disculpe la interrupción.
Hamilton asintió, no muy convencido, y se dio la vuelta para terminar de diseñar el esquema que faltaba en el pizarrón. Mientras tanto, Michael hacía ejercicios de respiración para no reír de nuevo por lo que había hecho.
—¿Disculpe la interrupción? —repetí, antes de señalar la página de mi libreta—. Mejor borra esa cosa horrorosa de ahí o verás.
Michael sonrió.
—Tus referencias nunca me decepcionan.
Al ver que no hacía amagos para borrar su desastre, intenté tomar su libreta para resolver el problema de forma sumamente madura, pero la situación se salió de control y terminó en un forcejeo para ver quién se quedaba con el objeto. Por el rabillo del ojo, vislumbré la mirada de una compañera de clases observándonos y, avergonzado por mi actitud, solté el cuaderno, provocando que Michael cayese de espalda en el suelo, acompañado por un quejido de dolor y el estruendo que causó la silla, llamando una vez más la atención de todos.
—Me he caído —reveló Michael, provocando que todo el salón estallase en carcajadas.
—Puedo verlo, joven Blut —intervino el profesor—. ¿Me explica cómo?
Se levantó del suelo y detalló con desconfianza la silla en la que había estado sentado.
—Estos recursos con los que disponemos cada vez sirven menos —dramatizó, señalando su asiento—. Culpa del gobierno, usted siga con su clase y no se preocupe por nada.
El profesor rodó sus ojos y volvió a la suyo, pero ésta vez quien tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para contener las carcajadas fui yo, porque no podía creer todo lo que había pasado segundos atrás.
¿Acaso Michael Blut con su encanto conseguiría todo lo que deseara?
⋆ ⋆ ⋆
—¿Qué hacemos ahora? —Michael preguntó, apoyado en el casillero contiguo al mío, mientras yo sacaba mis cosas para irme de allí.
Las clases habían terminado y todo lo que quería era ir a casa a tomarme una pastilla para el dolor de cabeza, darme una ducha e ir a dormir. La noche de tragos me había pasado factura.
—¿A qué te refieres? —inquirí, confundido—. Obviamente ir a casa.
Arrugó la frente inconforme.
—Qué aburrido eres, tantas opciones que tienes para divertirte conmigo y tú decides ir a casa —refunfuñó—. Le quitas lo divertido a la vida y a todo.
—Michael, ¿no te duele ser tan dramático e insoportable?
Cerré mi casillero y comencé a andar hacia la salida con el chico infantil siguiéndome de cerca.
—Lo único que me duele es recibir tanta indiferencia de tu parte. —Suspiró mientras caminábamos hacia el coche—. ¿Qué te parece si aprovechamos el día y vamos a mi casa a adelantar el proyecto?
Busqué en mi mente mil y un exclusas para negarme, pero las ideas se habían esfumado junto con mis ganas de pensar en algo creíble, así que no me quedó de otra que aceptar con pesar.
—Entonces, ¿no habrá siesta? —me quejé.
—Nadie te manda a ser tan irresponsable y beber hasta el amanecer.
Abrió la puerta de su auto y antes de entrar me hizo señas.
—Ya que has traído tu auto, sígueme.
Asentí e imité sus acciones para dirigirnos a su casa, la cual, para mi total sorpresa, quedaba muy cerca de la mía. Al llegar, bajamos de nuestros autos y yo quedé petrificado al mirar la fachada de la casa de Michael, sorprendido por lo grande que era. Cuando sugirió venir, jamás imaginé visitar un lugar así.
—¿Qué ocurre? —me preguntó, extrañado por mi reacción.
—Lo siento, es solo que..., no sabía que tenías dinero.
Miró la casa de nuevo y comprendió.
—Oh, eso. Yo no tengo dinero, mis padres sí.
—Qué humilde, Blut.
Se encogió de hombros.
—Es la verdad, solo el día en que trabaje y gane mis cosas con el sudor de mi frente tendré dinero propio.
Asentí, sin saber qué responder a ello y volví a mirar la casa.
—Bueno, ¿entramos? —Caminó hacia la entrada y con sus llaves abrió la puerta.
Cuando entramos, quedé aún más sorprendido con lo grande que era la casa por dentro, pero no pude reparar mucho en ello porque un grito a mi lado me espantó.
—¡Michael!
Llevé la mano a mí pecho y miré a Michael como si hubiese perdido la cabeza cuando su grito casi me causa un infarto.
—¡Bienvenido a casa, cielo! —Me quedé estupefacto, sin saber qué hacer, cuando una respuesta vino de algún lugar de la gigantesca vivienda.
Michael tiró las llaves de su auto a una mesa del café que estaba en medio de los sillones y el televisor, antes de mirarme con diversión por la expresión que tenía mi cara.
—Es una costumbre familiar que tenemos —explicó—, somos muchos por lo que solemos gritar nuestros nombres en las fiestas familiares para que los presentes sepan quién ha llegado y, bueno..., hemos adoptado eso en casa. —Se sonrojó—. Tal vez suene absurdo, pero...
—No —le interrumpí de inmediato—, no es absurdo. Tal vez algo peculiar, pero eso no es malo en absoluto.
Michael desvió su mirada y cubrió su rostro con una mano, desconcertándome. ¿Había dicho algo malo?
—Mejor sigamos —comentó, aún sin mirarme, caminando hacia otra parte de la casa conmigo siguiéndole los pasos.
Aún no comprendía el porqué de su reacción, pero en general no entendía a Michael, ni su manera de pensar o actuar, así que lo dejé pasar.
Entramos a una linda cocina, diseñada con colores negros y blancos, en la que se encontraba una mujer de mediana edad, bastante bonita, recostada a la encimera con una taza en sus manos que soplaba por momentos. Cuando se dio cuenta de nuestra presencia en la habitación, dibujó una gran sonrisa y dejó la taza a un lado para caminar hacia nosotros.
—Hola, mamá —saludó Michael cuando la mujer le abrazó con emoción.
—Hola, cariño. ¿Cómo te fue? —preguntó, mientras se separaba y tomaba sus mejillas para inspeccionarlo.
—Me fue bien, má. —Las mejillas de Michael adquirieron un fuerte sonrojo cuando me miró y notó que no me había perdido nada de la escena.
Su madre, al ver que miraba en mi dirección, dirigió su atención hacia mí, aparentemente sorprendida y emocionada de verme allí.
—¡Has traído un amigo a casa! —Dejó olvidado a su hijo y se acercó hacia dónde estaba para inspeccionarme de manera descarada.
—Hola, amiguito. Soy Lena Blut, la madre de Michael, es un placer conocerte.
¿Amiguito?
Alcé mis cejas con asombro y miré a Michael con rapidez, antes de observar de nuevo a su madre y extenderle una mano.
—Stephen Miller, el placer es mío.
La mujer observó mi mano con algo de desagrado, antes de tomarla, acercarme hacia ella y encerrar mi cuerpo en un fuerte abrazo que me desconcertó en demasía. Quedé estático en mi lugar, sin saber muy bien cómo reaccionar, y miré a Michael en busca de ayuda.
Él observó la escena desde su posición con los brazos cruzados y una sonrisa en su rostro. Luego se encogió de hombros, dándome a entender que tendría que lidiar solo con la situación.
Desvié la mirada de él, algo incómodo, y me fijé en un punto de la cocina mientras la señora apretaba su agarre a mí alrededor. Sin darme cuenta, mis brazos comenzaron a devolver el abrazo y mis ojos se cerraron con fuerza. No sabía lo que intentaba hacer, pero en medio de mi incomodidad, me permití perderme por un momento en las sensaciones cálidas e indescriptibles que el abrazo de la mamá de Michael me estaba generando.
No recordaba cuándo fue la última vez que alguien me había aprisionado con tanto cariño. Aunque más contrariado me hizo sentir el hecho de que lo estuviese haciendo una persona a la que acababa de conocer y que no tenía ningún lazo conmigo.
Duramos unos segundos más de esa manera hasta que el carraspeo de Michael me hizo abrir los ojos con rapidez, al darme cuenta de lo que había hecho.
—Ya está bien, mamá. Estás incomodando a Stephen —le comentó, provocando que rompiese el abrazo y me mirase mortificada.
—Oh, lo siento mucho, cariño. —Parecía preocupada—. Esa no era mi intención.
Pero, más que prestar atención a su disculpa innecesaria, mi cerebro se enfocó en aquel apodo que usó para referirse a mí y que sonaba tan inapropiado: cariño.
—Bien, mamá. Stephen y yo estaremos en mi habitación trabajando. —La voz de Michael hizo que la bruma de pensamientos que su madre me había generado se dispersara para volver al presente.
La vi asentir insegura y antes de poder salir de la cocina, nos detuvimos al oír de nuevo su voz.
—¿Stephen se quedará para cenar?
—Sí —respondió Michael, antes de poder negarme, y me tomó de la mano para sacarme de allí.
Me condujo por las escaleras y llegamos a un corredor con muchas puertas. Luego nos detuvimos frente a una que tenía unos carteles con memes junto a los nombres de cada miembro de su familia:
«Derek, a menos que vengas aquí con la intención de hacer mi tarea, no vengas».
«Andrew, a menos que... no, nada. No te quiero aquí. Date la media vuelta y vete».
«Addison, esta puerta se colocó aquí para darme privacidad, no para que entres cuando te dé la maldita gana».
«Lena, no tienes nada que hacer en mi habitación. Largo».
«Mason, aquí tienes un kit reductor de estrés.
GOLPEAR LA CABEZA AQUÍ.
Si no funciona, favor volver por donde vino; si cree poder comportarse de manera civilizada, adelante, es bienvenido».
Michael no podía ser normal.
Al atravesar el umbral, una habitación bastante acogedora, decorada con colores azules y negros, me recibió, dejándome sorprendido. Recorrí la mirada por cada rincón, notando lo variada y peculiar que era la decoración que disponía, con cada pared exponiendo algo y que, al parecer, a Michael le gustaba.
Su cama estaba en medio de la habitación y pegada a la pared. Sobre ella había pósters de bandas y animes de su preferencia. Frente a ella colgaba un gigantesco televisor pantalla plana y debajo de este había una pequeña repisa en la que descansaba una consola Wii.
En esa misma pared, estaba pegada una etiqueta que decía: «Lo que escribas aquí, lo tatuaré en tu culo devuelta».
Turbio.
—Stephen... —Aparté la mirada de la pared para encontrarme con un par de ojos grises analizándome con detenimiento—. ¿Estás bien? —Le miré sin comprender, por lo que continuó—: Allá abajo, cuando mi mamá te abrazó, hiciste esa expresión..., torturada.
Tragué saliva, comprendiendo de lo que hablaba, y desvié mi mirada a un punto de su habitación.
—No fue nada, solo me tomó por sorpresa.
No sabía cómo explicarle que el abrazo de su madre había sido el gesto más cariñoso que había recibido en mucho tiempo.
Era vergonzoso y me negaba a sentirme más patético de lo que ya lo hacía.
Michael no dijo nada luego de eso, pero no hizo falta que lo hiciese para saber que no había creído en mis palabras. No obstante, me hice el desentendido y continué fisgoneando entre sus cosas hasta que mi mirada recayó en una pared con un mini mural en ella lleno de fotos con paisajes increíbles o miembros de su familia, ordenadas de manera aleatoria.
Me acerqué al escritorio que reposaba debajo del mural —con algunos libros esparcidos sobre él, junto a una laptop y una lámpara de un muñeco que no conocía—, y me apoyé en él para detallar mejor las imágenes. No era un experto ni mucho menos conocedor, pero la manera en que Michael jugaba con los ángulos y efectos daba una sensación de melancolía que me dejó fascinado.
—Ignora eso. —Michael se detuvo a mi lado mientras miraba lo mismo que yo—. Esas fotos fueron tomadas hace mucho tiempo.
Miré todo a mí alrededor, curioso. El resto del cuarto tenía cuadros o figuras de arte abstracto organizadas al azar, pero siguiendo un patrón entre artistas y diseños. O al menos eso había notado a medida que analizaba su distribución y notaba el patrón de orden.
Por último, vislumbré una puerta que de inmediato supe que era el baño por el cartel que colgaba de la madera: «Este baño no es laboratorio, por favor, no deje sus muestras»
Oculté una sonrisa y miré a Michael con intriga.
—Tu habitación es interesante —admití.
Michael lució sorprendido por unos segundos, antes de aclararse la garganta y alejar su mirada de la mía con una sonrisa extraña tirando de sus labios.
Carraspeó y ésta vez sí me miró a los ojos.
—Bueno, ahora sí: manos a la obra. —Me señaló la silla de su escritorio y yo tomé asiento mientras él desbloqueaba su laptop y comenzaba a buscar algo en ella.
Saqué mis apuntes y me enfoqué en ellos mientras intentaba ignorar su cercanía, lo que en realidad era complicado porque desde mi posición podía percibir su calor corporal.
Leí mis anotaciones, recordando que el proyecto representaba la mitad de la calificación total. Por lo que debíamos presentar un trabajo decente si queríamos aprobar la materia con buena calificación.
Lo primero que tendríamos que hacer sería buscar un lugar para visitar y, en consecuencia, evaluar.
—¿Ya has pensado en algún lugar? —Bajó la mirada para luego sonreír al notar mi expresión divertida.
Mordió su labio y se apartó de mí lado para señalarme la pantalla de su laptop.
—Hace algunas semanas encontré por casualidad este ancianato y creo que podríamos usarlo para el proyecto. Cumple con los requisitos mínimos para enfocarnos en él y a partir de allí solo tendríamos que recolectar la información para el análisis. Pero, al mismo tiempo, como se trata de un proyecto, podríamos elaborar estrategias adicionales —explicó mientras detallaba una edificación grande y descuidada.
Curioso por la emoción con la que hablaba del lugar, alcé la mirada y lo analicé.
—¿Has entrado?
—Digamos que he pasado un par de veces por allí —confesó con nerviosismo—. Tuve la oportunidad de hablar un poco con el gerente y me explicó lo difícil que era mantener instalaciones con ese tipo de fines, teniendo en cuenta la nula ayuda que reciben de entes gubernamentales. Sobreviven solo por donaciones de la iglesia y los mismos familiares que se preocupan. De resto, no tienen apoyo alguno.
» Merecen una mejor calidad de vida, Stephen.
No necesité escuchar más para convencerme de que enfocar el proyecto en ese lugar era lo correcto.
Al notar que no hacía amagos por responder, mordió su labio y aclaró su garganta.
—¿Qué piensas?
Le analicé por un momento, preguntándome de dónde podría venir el interés de Michael por ayudar a personas que no conocía. ¿Qué podría mover a alguien como él —a quién no le faltaba nada—, a realizar un gesto de tal magnitud?
Un sentimiento desconocido surgió en mi interior después de darle vueltas al asunto. Incómodo, bajé mi mirada a la pantalla de la laptop y me enfoqué de nuevo en sus palabras para pensar en algo que pudiésemos crear. De pronto, una idea apareció en mi mente.
—Una buena estrategia sería valernos de la elaboración de una campaña para dar a conocer el lugar y al mismo tiempo lograr recaudar fondos que permitan restaurar la edificación y abastecerlos de aquellos recursos fundamentales para las personas que allí vivan.
Alcé la cabeza y el brillo de emoción en la mirada de Michael no fue bueno para mí salud.
—Es una muy buena idea —concedió, emocionado—. Ejecutémosla.
Tomó su laptop con cuidado y comenzó a teclear con rapidez mientras yo sacaba un par de páginas de mi mochila para comenzar a diseñar las estrategias de marketing que utilizaríamos. También acordamos ir algún día de la semana al sitio para recolectar la información que necesitábamos para el informe.
Invertimos toda nuestra energía en ello y solo nos detuvimos cuando el grito de la señora Lena, indicando que la cena estaba lista, nos distrajo.
Miré con sorpresa la hora en mi reloj de muñeca, sin poder creer que pasásemos tantas horas en ello. Observé a Michael, pero éste se encogió de hombros, con una sonrisa en su cara, mientras se levantaba para bajar.
Lo seguí a un comedor, en el cual nos encontramos a su familia sentada frente a la mesa; sus hermanos tenían expresiones de asombro y curiosidad en sus rostros, mientras con seguridad se preguntaban el porqué estaba allí.
Un señor ―que supuse era su padre―, se levantó de su asiento cuando su hijo se acercó para saludarle con un abrazo. Cuando se separaron, fijó su mirada en mí con curiosidad y algo de confusión. Mi compañero notó eso, por lo que se aclaró la garganta para llamar su atención.
—Papá, él es Stephen Miller, un compañero de la universidad. —Me miró—. Stephen, este de aquí es Mason Blut, el ser supremo que concedió su semen para darle vida a esta belleza tropical.
Me apresuré a darle la mano y estrecharla cuando la extendió. Luego negó con la cabeza, divertido y apenado por las palabras de su hijo, aunque con una sonrisa en su cara.
—Mucho gusto, muchacho, llámame Mason. —Asentí, sin saber qué decir. Odiaba las presentaciones—. Lamento lo tonto que puede llegar a ser mi hijo algunas veces, nació así.
Sonreí sin poder evitarlo y asentí al señor—. El gusto es mío.
Cada uno tomó asiento, Michael frente a su mamá y yo a su lado, sintiéndome algo cohibido por las miradas que estaba recibiendo. Era incómodo a un nivel superior para mí, porque no podía recordar la última vez en que había cenado con tantas personas reunidas en un mismo lugar.
Era abrumador.
—Así que..., la Bestia Miller cenando en nuestra mesa, ¿eh? —preguntó de manera retórica Andrew, mientras removía la comida en su plato, usando un tono que no pude interpretar más que como ironía. Luego fijó su mirada en mí, con sus cejas alzadas y una sonrisa que no transmitía más que asombro fingido.
La señora Lena arrugó su frente confundida, y me observó con expectación, mientras por el rabillo del ojo vislumbré que Michael le daba una mirada de desaprobación a Andrew por su comentario.
Pero más que enojado u ofendido por sus palabras, me sentí nervioso y avergonzado de que los padres de Michael hubiesen escuchado el apodo. De alguna manera, quería causar una buena impresión ante ellos.
Y ser llamado «Bestia Miller», no era mi idea de causar buena impresión
—¿Bestia Miller? —preguntaron los señores Blut al unísono, antes de mirarse con ternura por ese gesto.
—Es el apodo por el que se le conoce a Stephen en la universidad —aclaró Addison.
El padre de Michael me miró con algo parecido a la fascinación.
—Genial, chico —expresó Mason—. Yo hubiese querido tener un apodo cool en la universidad.
Yo no.
—El apodo está genial, pero no la razón por la que es llamado así —explicó Andrew.
Absoluta curiosidad se instaló en los ojos de Mason, pero no dijo ni preguntó nada más. En cambio, miró a Michael qué bufó con fastidio y golpeó la mesa con los dedos, mostrado lo cansado que estaba del tema.
—Esas son puras tonterías —aseguró, mirando a sus padres—. Stephen es la persona más pacífica que he conocido en toda mi vida y es incapaz de dañar a una mosca. —Se quedó pensando por un momento y luego me miró interrogativamente—. No lo harías, ¿verdad?
Rodé mis ojos, justo antes de escuchar las risas de Addison y Derek reinar en la mesa; incluso Lena ocultó la risa tras su mano mientras codeaba a Mason para que dejase de sonreír.
Aunque la realidad fue que tampoco pude evitar la sonrisa que surcó mis labios por las tonterías de ese chico.
Sin embargo, mi sonrisa se esfumó cuando vislumbré que el codazo que Lena le dio a Mason hizo que éste volcara la copa de vino en la mesa y bañara a su esposa con el contenido. Alzó la servilleta con rapidez y cuando intentó limpiarla golpeó con su codo a Andrew, que por la sorpresa dejó caer su tenedor en la salsa del plato de Addison, manchando parte de su camisa, cara y cabello.
Addison se movió con brusquedad en su lugar y golpeó la cara de Derek con tanta fuerza que este se balanceó en su silla, casi cayendo, de no ser porque se sostuvo del mantel de la mesa. Sin embargo, lo agarró con tanta desesperación que el resto de copas llenas de agua se voltearon, mojando a los mellizos, y el resto de la salsa se esparció sobre Mason.
Michael se levantó apresuradamente y tomó el extremo del mantel frente a él para que no saliera por completo de la mesa e hiciera un desastre mayor. Pero lo hizo con tanta fuerza que arrastró a Derek con brusquedad e hizo que metiera la cabeza en su sopa.
Todos nos quedamos paralizados y en silencio, procesando lo que había ocurrido. En mi vida había estado en una cena tan desastrosa como esa con personas tan torpes y peculiares.
Derek sacó la cabeza de la sopa y con su dedo quitó un poco del contenido de su cara, antes de probarlo.
—Está simple.
Segundos después de decir aquello, las carcajadas explotaron en la mesa y Andrew comenzó a golpear la madera mientras intentaba controlar el ataque de risa tan intenso que tuvo. Pasamos un par de minutos rememorando lo ocurrido y bromeando sobre lo que había pasado, sin ser capaces de detener las carcajadas que escapaban de nosotros por el recuerdo del momento tan gracioso y espeluznante que presenciamos.
Y en ese momento, en la casa de los Blut, mientras me tomaba del estómago para soportar el dolor a causa de las risas, me di cuenta de que esa fue la primera vez que disfruté tanto una cena en compañía de otras personas ajenas a mí.
En ese instante comprendí que nunca me divertí tanto como en esa desastrosa noche junto a los Blut.
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Actualización nocturna porque no organicé bien mi día y se me acumularon muchas cosas jaksjaks
Ser un desastre es mi pasión, pero aun y con todo tenía que publicar este cap sí o sí. Me gusta mucho y quería compartirlo con ustedes porque es y será uno de mis favoritos.
Michael y su talento artístico conquistando desde tiempos inmemorables KSJASAJ
Michael be like:
Otro meme porque sí:
En fin, espero que les haya gustado. Ver sus votos y comentarios me pone así:
No dejen de hacerlo <333
Ahora sí, me despido uwu
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