XXX - Amenazas
Jaquie presionó el botón del ascensor y dirigió el verde de sus ojos a Alan, quien parecía desangelado.
—¿Qué más hay en esa investigación? —cuestionó la detective.
Alan miró el portafolio que tenía en su diestra.
—Lo que respecta a la vida pública de Bárbara todo perfecto. La mujer era altruista, noble, desinteresada; amaba su trabajo como profesora, los niños la seguían como abejas a la miel; su grupo cercano la consideraba una mujer íntegra, siempre dispuesta a ayudar al prójimo. Pero lo que dice ese blog...
Se detuvieron en un piso y el ascensor abrió sus puertas, pero nadie entró. Jaquie volvió a apretar el botón con el número de su piso.
—Lo sé —continuó ella, recordando la noche anterior, mientras leía aquel blog del terror en medio de la oscuridad, recostada en la cama y con la laptop sobre su regazo—. Pero ¿encontraste algo que condujera a Julian?
—Aún no, pero si esos tenían una relación oculta, es solo cuestión de tiempo para que todo salga a la luz, y con ello las prácticas oscuras del comisionado.
Jaquie dejó escapar un suspiro de cansancio.
—¿Qué piensas sobre las nuevas órdenes del jefe?
Alan bajó la mirada al escuchar aquella pregunta que él mismo había querido hacerle días atrás. Desde aquella información sobre el comisionado que se presentó ante ellos, en la forma de aquel chat privado.
—No lo sé... no se siente correcto.
Jaquie pareció respirar con alivio al encontrar apoyo en sus propios pensamientos sobre el tema.
—Estoy igual. No creo que sea correcto. Tal vez podríamos... — dejó la pregunta en el aire, observando al investigador de modo persistente.
—Podría funcionar. Aunque, también podríamos terminar despedidos o asesinados. ¿Es un riesgo que estás dispuesta a tomar?
El ascensor se detuvo con un pequeño pitido. Antes de que las puertas se abrieran, la mujer asintió con firmeza.
—Yo estoy dispuesta, ¿y tú?
Alan le señaló el exterior, invitándola cortésmente a salir antes que él. Cuando esta pasó a su lado, le susurró.
—Hagámoslo.
Nona observaba a su alrededor, con cierta arrogancia. Hace mucho que no frecuentaba una cafetería de esas, dirigida especialmente a universitarios que quieren sentirse parte del mundo adulto por una módica cantidad.
Desde que llegó a Nueva York, la vida había sido buena con ella. En parte por su éxito con la caníbal de Oyster Bay, que le abrió las puertas del ascenso profesional dentro del gran bufete de abogados al centro de la ciudad. Y en parte por la presencia de ÉL que siempre se aseguraba de que no le faltara nada.
De alguna manera, a través de ella esa entidad podía degustar de las maravillas del mundo material. Bebía los mejores vinos y comía los platillos más exquisitos a través de su boca, observaba los mejores paisajes con los ojos aceitunados de la abogada y follaba mediante su cuerpo desnudo.
Habían forjado una conexión tan íntima, que en ocasiones Nona lo sentía navegando por las olas de su ser, como un invitado peculiar transitando cada poro de su cuerpo.
Ahora, después de tanto tiempo, comprendía las palabras de Holly al referirse a él como un amante voraz, un amado, un padre, una madre. ÉL se había convertido en aquel que la aceptaba tal y como era, que la animaba a ser libre, quien la protegía de todo y la procuraba.
Era todo.
El sonido de la campanilla la sacó de sus pensamientos, y como si de un felino se tratase, ella echó la vista a la entrada, como si supiera de antemano a quién se encontraría en ella.
No se equivocaba.
Samuel se adentró en el recinto, acomodándose la gabardina negra.
Por alguna razón, Nona se vio a sí misma sacándose el anillo de compromiso que ostentaba en su mano izquierda, guardándolo en un bolsillo interior de su bolso.
Sonrió con suavidad al tiempo que lo observaba tomando asiento ante ella, con aquel porte elegante y aristocrático que tanto lo caracterizaba; prueba fehaciente de su alto estatus y de la educación privilegiada que había recibido.
En cuanto se acomodó en la silla, Nona le dirigió una seductora sonrisa que, no obstante, él no correspondió. En su lugar, la miró con unos ojos repletos de frialdad.
—¿Y bien?
—Ya conoces mi respuesta.
—¿Quiere decir que no los trajiste? ¿Ni siquiera el mío?
—Lo siento —tamborileó ella los dedos sobre el mantel—. No puedo entregarte ninguno de los diarios, se encuentran a buen resguardo, así que no te preocupes.
—Me pertenece —intentó controlar su ira.
—En realidad, Samuel —sonrió ella—. Holly está muerta, y el tuyo le pertenece a la persona que le hayas hablado de tus aficiones. Esa he sido solo yo, así que... —se detuvo de súbito ante aquellos ojos de hielo y la sardónica expresión en el rostro del rubio—. ¿O es que ha habido alguien más? —Samuel no contestó—. ¿Le revelaste tu secreto a otra persona?
—¿Y si así fue?
Nona se quedó en silencio unos momentos, reflexionando sobre la situación. Antaño había tenido a Samuel bajo su dominio, sometido por completo a cada uno de sus designios sin siquiera entregar nada a cambio. Pero su poder había sido entregado por el mismo Collins, y ahora observaba con decepción que se lo había arrebatado. No podía ser posible. ¿Es que un amor así, tan incondicional, podía terminar a la primera de cambios?
—¿Me estás diciendo que te abriste con una nueva persona? ¿Por qué? —su tono de voz parecía amenazante.
—Porque quise —repuso él sin más.
Nona se dejó caer sobre el respaldo de su asiento al tiempo que liberaba un suspiro de irritación.
—¿Y se puede saber por qué?
—No.
—A mí prácticamente me suplicaste para que escuchara tu secreto, y solo con la finalidad de protegerme. ¿Por qué le contarías algo tan delicado a alguien más?
—Ya te lo dije, porque quise hacerlo.
La mujer entreabrió los labios de renuevo en una expresión atónita, mezcla confusión y sorpresa. Se quedó así por unos breves momentos, sin saber qué decir o hacer.
—¿Qué ha cambiado? —dijo casi en un susurro, pero bastante perceptible para Samuel—. No eres el mismo de antes.
—Todo ha cambiado, Nona. Desde el momento que decidiste pactar con ÉL y asesinar a Holly de esa manera tan perversa. La sangre que tenías en todo el cuerpo era de ella, ¿cierto? —Nona apretó los labios—. No puedo creer que te atrevieras a tanto.
—Esa mujer merecía lo que le sucedió.
—Incluso yo merezco una muerte similar, pero ¿el detective Hagler? Tu padre —enfatizó.
—Nunca imaginé que eso iba a sucederle a él. No fue mi intención que pasara y, en todo caso, su sufrimiento también es el mío, no solo porque era mi padre, también porque era mi amante, y lo sabías. Tú sabías que yo dormía con él, así como estabas al tanto del lazo que nos une, y jamás dijiste nada.
Samuel pareció incómodo por primera vez.
—No podía hacerlo. Nadie en el pueblo podía.
—No entiendo cómo es que todos estaban tan enterados de quiénes eran mis padres menos yo.
—Holly se encargó de esparcir el rumor en cuanto llegaste. No fue difícil con lo pequeño de Oyster Bay y la inclinación de su gente a la divulgación.
Nona suspiró con fuerza al tiempo que apretaba el puño. Se sentía furiosa con aquella maldita mujer caníbal. Su maldad había sobrepasado todo límite moral o humano.
—En fin —apremió Samuel—. Necesito mi diario. Como ves, ya no te pertenece, ahora debo entregarlo a alguien más.
—¿Es que continúas reclutando?
—En absoluto. Solo quiero mi diario —observó el reloj de muñeca con un ademán elegante, y prosiguió—: Se me hace tarde, así que, por última vez, ¿me lo entregarás?
Nona solo pudo mover la cabeza en negativa y estaba a punto de coger la taza de café cuando Samuel apresó su mano, comprimiéndola contra la mesa.
—¿Qué te pasa? —prorrumpió ella, intentando contener el grito que deseaba lanzarle a riesgo de llamar la atención de los comensales a su alrededor.
—No soy el único con secretos, Nona. Tú también los tienes —murmuró con tono amenazante. Una vez más aquellos ojos inyectados de malicia.
La expresión de Nona cambió de arrogancia a extrema preocupación en un instante.
—¿De qué estás hablando?
—Tu pequeño proyecto. ¿Crees que no estoy al tanto? Te he seguido la pista y conozco todos tus movimientos desde que regresaste a Nueva York, hasta tu boda con ese afamado doctor. Y conozco tu vida secreta, esa en la que orquestas asesinatos como antaño lo hiciera Holly o yo.
—No sé de qué demonios estás hablando.
—Incluso sin necesidad de haberte investigado, sé que has asesinado personas. Lo sé porque lo veo en tus ojos. Conozco la mirada de un asesino.
La abogada se puso de pie casi de un salto y Samuel no la sostuvo más.
—En el hotel Riverside, habitación 327.
La mujer salió despavorida del lugar, como una chiquilla asustada, pero pudo escuchar aquella última sentencia.
Samuel sonrió por lo bajo. Era inevitable recordar su primera huida de él, también en una cafetería, cuando le reveló por vez primera lo que era capaz de hacer.
En aquella ocasión Nona había escapado de él y de su maldad, en esta intentaba de modo absurdo escapar de su propia malicia.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top