XVI - Nuevas conexiones

La página de Jason no tardó en hacerse viral.

Todo aquel con una cuenta en cualquiera de las distintas redes sociales se había hecho eco de la buena nueva. La página oficial del asesino de monstruos que solicitaba información fidedigna de aquellos asquerosos enfermos para llevar justicia a sus innumerables víctimas.

Desde luego, la página fue cerrada casi al instante, en cuanto la noticia se extendió como agua a través de toda la Internet. El asesino de monstruos estaba trastornando a la sociedad con promesas de venganza ante la expectación de las autoridades que se habían visto por completo rebasadas en su tarea.


Jaquie guardó el celular después de recibir un mensaje y, presta, se apresuró a subir por el ascensor para notificarle a su equipo de aquellas novedades.

En cuanto entró en la oficina, la mirada de Coppola se dirigió a ella, con una mezcla entre confusión y emoción.

—¿Hay algo?

—Sí, de hecho, bastante —se acercó al amplio escritorio de madera y dejó sus cosas en la silla, frente a Alan—. Mi informante dice que de vez en cuando llegan algunas llamadas extrañas, hay un par de trabajadores que las reciben y solo ellos tienen permitido levantar la bocina. Estas llamadas en particular no suelen durar nada. Al parecer solo cogen el teléfono y se quedan escuchando un par de segundos, para cortar casi en seguida. Después de eso, siempre hace falta uno de ellos.

—Tal parece que sí que estamos ante una red organizada —murmuró Coppola al tiempo que se recargaba en su asiento—. ¡Maldita sea! —prorrumpió por lo bajo.

—Este tipo de organizaciones son muy difíciles de rastrear, ¿cómo es que nuestro asesino ha logrado dar con ella?

—Tendremos que infiltrarnos también ahí —planteó el detective—. Es muy posible que se estén haciendo publicidad de alguna manera muy bien escondida. Jaqueline, solicita a tu informante que se mantenga atento a ello, que se acerque a los trabajadores que parecen tener alguna conexión con esta red y que trate de averiguar su modus operandi.

—Bien —afirmó ella al tiempo que desbloqueaba su teléfono para poner en marcha las órdenes de Coppola.

—Señor, si esta es una red de pedofilia, tenemos que andar con mucho cuidado —advirtió Alan.

Coppola echó la mirada a un lado.

—Lo sé, Alan... Vaya que lo sé...



***

Samuel detuvo el auto frente a un edificio departamental. El atardecer estaba cayendo sobre las calles de Nueva York, del mismo modo que un telón en un amplio teatro. Junto a él, Barker lanzaba el cigarrillo terminado por la ventanilla, para arrojarle una mirada de complicidad. Atrás, Hagler miraba al exterior sin emoción alguna.

—¿Y ahora? —cuestionó el detective.

—Él me dijo que nos esperaba en su departamento, en el tercer piso.

—¿No te parece extraño que haya accedido a recibirnos en su propio departamento?

—Bueno, no creo que el dinero que le envié le pareciera poco, además tuve que identificarme de todas las formas posibles.

—¿Le pagaste y aún no sabes si nos será de ayuda? —se mofó Barker.

—Le di un voto de confianza para que él, a su vez, pudiera confiar en mí. Necesitamos la información que pueda proporcionarnos.

Barker se encogió de hombros y salió del auto.

—Pues vamos a darle ese maldito voto de confianza —exclamó desde afuera al tiempo que abría la puerta de Brent.

Samuel asintió y, cogiendo aire, salió también del vehículo.

Subieron las angostas escaleras de caracol hasta el tercer piso. Samuel buscó con la mirada el número del departamento que aquel hacker informático le había entregado y, al encontrarlo, prácticamente corrió hasta él, tocando el timbre.

Después de un rato de insistencia, la puerta se abrió casi de golpe. Ante ellos, un hombre de piel achocolatada los observó, pétreo, con el frío de sus ojos castaños.

—¿Simmare86? —cuestionó Samuel, cohibido.

A sus palabras, una joven de cabellos largos y negros se asomó por el resquicio de la puerta. Su maquillaje estrafalario y piercings en el labio, la ceja y la lengua, producían en ella un toque de agresividad que, no obstante, era contrarrestado con el dulzor de sus ojos ambarinos. Al verlos, sonrió, abriendo la puerta de par en par.

—¿Dime?

Barker elevó una ceja, arrojándole al rubio una mirada de confusión y reclamo.

—¿Tú eres Simmaere86?

—Así es —sonrió ella. Lucía demasiado joven para ser una hacker experta—. ¡Ah, ya entiendo! ¿Esperabas a un hombre mayor, patéticamente asocial y con sobrepeso?

Samuel carraspeó.

—No, claro que no. Solo que...

—Descuida, todos lo piensan. Suponen que una mujer no podría hacer lo que yo hago, y menos a mi edad.

—¿Y qué edad tienes? —cuestionó Barker, sugestivo.

La joven le dirigió una sonrisa sesgada a su evidente intento de flirteo.

—Eso no importa —interrumpió Samuel—. En nuestros correos aseveraste que...

La chica colocó la palma de su mano en la boca de Samuel, quien se quedó pasmado ante aquella falta de respeto, sin saber a ciencia cierta cómo reaccionar.

Entonces, esta bajó la mano hasta su pecho y, cogiéndolo por la gabardina, lo atrajo hacia adentro. El hombre que les había abierto se hizo a un lado en silencio para que todos pudieran pasar.

—No necesito que mis vecinos se enteren de lo que hago, ¿de acuerdo? —explicó ella con aire despreocupado—. Soy Cat, por cierto —mostrando su mano abierta ante ellos. Samuel la tomó, más confundido a cada segundo.

—¿Y él quién es? —espetó Barker, dirigiendo una media sonrisa al hombre que aún no decía nada—. ¿Tu guardaespaldas, acaso?

El hombre hizo el gesto de acercarse, pero Cat se lo impidió.

—Es mi amigo, Desmond. Y no habla mucho, tampoco es muy paciente, así que te recomiendo bajarle un poco a tu intensidad.

—No intentaba ofenderlo —elevó las manos Barker.

—Michael —murmuró Samuel para hacerlo callar.

El detective desvió la mirada y sacó una cajetilla.

—En tus correos me aseguraste que tenías información sobre la civilización sumeria, información confidencial.

—Así es —aseveró la joven que fue a sentarse, colocando los pies sobre el sofá.

—¿Y bien?

—¿Sabes cuánta información existe sobre la primera civilización de la cual se tiene registro? —sonrió ella.

Samuel y compañía tomaron asiento en torno a la pequeña sala del recibidor.

—¿Mucha?

—Prácticamente nada. No se sabe mucho de su forma de vida, pero hay una gran cantidad de códices que hablan sobre sus creencias, sus rituales, la forma en la que percibían su espiritualidad; información vetada al mundo. ¿Eso es útil para ti?

Samuel asintió casi al instante.

—¿Para qué quieren esa información?

Barker dejó escapar un pequeño bufido de fastidio.

—Es por una cuestión personal.

Cat esbozó una media sonrisa, burlona.

—No esperarás que me coma ese cuento, ¿o sí?

—No la necesito para nada malo, te lo aseguro —repuso Samuel.

Hagler observaba todo con curiosidad.

—Eso es aún peor —espetó la joven—. Mi información requiere, además de una buena suma de dinero, de una buena historia que valga la pena. Hasta mí han acudido personas en busca de tesoros escondidos, quienes intentan robar una cuantiosa herencia o aquellos que pretenden que los secretos de sus asquerosas familias nunca salgan a la luz. No te venderé nada si no me ofreces una mejor historia.


Samuel apretó los dedos y echó una mirada a Barker quien dejó escapar el humo del cigarrillo, observándolo con una mueca exultante de triunfo y autosuficiencia. Si esa chica deseaba una buena historia, no cabía duda de que Samuel era el tipo indicado para contársela.



***

La página de Jason no tardó en alcanzar casi el medio millón de seguidores. Al instante, miles de personas estaban compartiendo fotografías, nombres, oficios y hasta direcciones de aquellos hombres y mujeres que alguna vez abusaron de ellos en la infancia o que perpetraron crímenes contra seres queridos y familiares.

Las consignas eran más que claras e iban dirigidas con ahínco al asesino de monstruos: mata a mi abusador.


Desde luego, la página no permaneció abierta ni una semana entera. En cuanto se volvió viral, los reportes no se hicieron esperar y pronto fue bajada de la red. Aunque, como era de esperarse, eso no impidió que otras personas abrieran grupos y páginas semejantes, incluso chats de todas las compañías de mensajería.

Jason observó complacido todo aquel caos provocado por su mano.


Ni siquiera tenía la intención de volver a abrir una página oficial a nombre del asesino de monstruos. El fuego había sido iniciado y solo era cuestión de tiempo para que el viento de la venganza hiciera lo suyo, arrastrando las llamas hasta aquellos que tenían que pagar por sus crímenes, para expulsar a todos aquellos enfermos al Infierno al que pertenecían.


Cerró la página que mostraba la cantidad de resultados obtenidos con la búsqueda del asesino al que ahora servía y, tras bloquear la pantalla, escuchó el sonido característico del timbre de notificaciones. Volvió a encender el dispositivo y se encontró con otro mensaje de aquel contacto conocido que él había guardado simplemente como: Amor.


Estoy muy orgullosa de que tu investigación sobre ese asesino de Nueva York haya sido aceptada en la oficina, amor. Siento que todo comenzará a cambiar de ahora en adelante. Veo muchos éxitos en puerta. ¡Ya quiero que pase todo, mi vida! Te extraño con toda el alma.


Yo también te extraño, amor. Verás que pronto, ya solo es cuestión de esperar un poquito más. Te prometí que volvería por ti y eso es lo que haré. Gracias por esperar.


Creo que te esperaría por siempre, amor. Te amo.


Jason se quedó observando aquella última línea por un par de segundos antes de corresponder a su muestra de cariño.


Lo cierto es que en la oficina lo habían echado casi a patadas después de que creara la página oficial del asesino de monstruos. Mientras este les estuvo entregando las notas del asesino, su jefe había estado feliz con él, pero esto rebasaba los límites. El periódico no quería que se le conectara de forma alguna con aquel vengador anónimo y, ante todo pronóstico, Jason acababa de convertirse para la prensa entera en su conexión con ese desalmado asesino. Si bien, el público en general aún no estaba al tanto de este dato, todos estaban seguros de que no pasaría mucho tiempo para que toda Nueva York estuviera enterada y, eventualmente, el país entero. 

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