VI - Intentos de alianza


COPPOLA ELEVÓ LA VISTA DESPUÉS DE CASI tres horas de arduo trabajo.

La lámpara de escritorio iluminaba su lugar a la perfección, aunque dejaba en penumbras el resto de la oficina. El experimentado detective apenas si se había percatado de ello.

Una vez que terminó de llenar su libreta de indicios personal, volvió a tomar entre sus manos las notas que el asesino de monstruos había dejado en cada cadáver. A pesar de que ya habían sido analizadas a consciencia, se encontraban en pequeñas bolsas de plástico a través de las cuales era posible leer con claridad cada palabra.

Buscó la última de ellas y volvió a leer:

"Todos aquellos que continúen impidiendo la exposición de estos mensajes serán considerados aliados de la maldad y como tal serán igualmente sometidos al juicio de la luz".


Coppola ya estaba harto de esas palabrerías casi religiosas. Los disparates de cada una de las notas no solo le parecían desagradables, sino que comprendía la peligrosidad que guardaba cada palabra. La primera nota había sido más que suficiente para caldear los ánimos de la ciudadanía, que veía en el asesino de monstruos a un héroe anónimo. No quería ni siquiera imaginar lo que sucedería de hacer públicas las demás.

La nota encontrada en el cadáver de Richard McCain era una amenaza directa en contra de él y de todo su equipo. No podía correr riesgos. No podía permitir que un ser como ese, por más justicia que pretendiera esparcir, se saliera con la suya. Muy a pesar de la opinión pública e incluso más allá de su propia opinión, se encontraban sus principios y su ética. Los mismos que le recordaban una y otra vez que para eso existe un sistema legal encargado de juzgar a aquellos que se atrevieran a infringir la norma. Él colocaría al asesino de monstruos tras las rejas y continuaría con su deber como detective.

Por la mañana siguiente se adentró en la amplia oficina dentro de la fiscalía especializada en homicidios. Su equipo ya lo estaba esperando.

Al sentarse, expulsó el aire que parecía tener contenido desde esa madrugada, cuando el despertador sonó y él se levantó al segundo para comenzar con la jornada.

—Los he convocado a esta hora ya que tengo que hacerles un anuncio muy importante. Mi asistente ha preparado ya los papeles, pero he querido ser yo mismo quien les de la noticia.

Jackie, Alan y Rowen lo observaban con ojos serios, fijos en aquel hombre de mirada gélida.

—Tendremos que hacer esfuerzos mayúsculos de aquí en adelante, pues por desgracia deberemos prescindir de un componente de nuestro equipo. —Los tres presentes se arrojaron miradas confundidas, preguntándose quién sería el expulsado—. Rowen, necesito que entregues toda la documentación que tienes en tu poder, has sido transferida a otra división, así que no tienes permitido contar con información relacionada a este caso.

—¿Qué? Pero ¿por qué? ¿Qué hice mal?

La pelinegra no sabía si mantenerse en su asiento o ponerse de pie, si discutir o aceptar la decisión. No imaginaba que eso pudiera ocurrir. Sabía que Coppola la tenía entre ceja y ceja, pero no creyó que sería expulsada del equipo.

—Mi asistente te dará todos los pormenores de mi decisión. Quiero que sepas que los jefes no estaban de acuerdo con esto, pues demostraste ser un elemento excelente, pero mi decisión es sólida, no puedo permitir que continúes aquí.

Rowen miró a sus compañeros, quienes le devolvieron la misma expresión de angustia que ella mostraba. La noticia también los tomaba por sorpresa a ellos. ¿Qué harían ahora sin Rowen? El caso ya era lo suficientemente difícil como para restar ojos al equipo.

—Por favor, Rowen, permítenos trabajar.

La mujer asintió y contuvo las lágrimas al tiempo que sacaba de su maletín los documentos con los que había estado trabajando desde el inicio del caso.

—¿En dónde los dejo? —preguntó entristecida, observando a Coppola.

—En la mesa está bien —respondió este con esa expresión severa que lo caracterizaba.

La mujer así lo hizo y tras observar con resignación las carpetas en las que había depositado horas de trabajo, comenzó:

—Quiero agradecer la oportunidad que me ha brindado de poder trabajar junto a usted y junto a mis compañeros. Lamento no haber podido ser de mayor utilidad en el caso.

Jackie se apresuró a abrazarla y lo mismo hizo Alan. Después de despedirse de ambos, Rowen observó al detective Coppola, y aunque intentó ofrecerle una pequeña reverencia respetuosa, no logró forzar a sus extremidades a someterse. Al contrario, lo observó fijamente a los ojos con una mirada enfurecida y, sin decir nada más, salió de la oficina con paso apresurado.

Coppola entonces logró respirar con normalidad.

—Bien —dijo en cuanto pasaron un par de minutos tras la partida de la pelinegra—. Tendremos que volver a configurar todo el plan de investigación.

Alan y Jackie asintieron y se apresuraron a echar un vistazo a los papeles que Rowen acababa de dejar en la amplia mesa rectangular. Ambos se preguntaban una y otra vez por qué Coppola había tomado aquella drástica determinación con respecto a su compañera.

El hombre se puso de pie al tiempo que dejaba escapar un largo y cansado suspiro.

—Sé que será algo más complicado continuar trabajando solo nosotros tres, pero confío en que realizarán un trabajo digno de sus capacidades.

—Claro, jefe, puede contar con nosotros —respondió Alan.

Jackie no podía decir nada. Se sentía ofendida con la expulsión de Rowen.

—Es un gran sacrificio, pero no podíamos permitir que ella corriera peligro, ¿verdad?

La mujer lo miró, atónita.

—¿Quiere decir que...? —Alan no pudo continuar.

Coppola asintió y, con un breve destello de aflicción, dio media vuelta y se dirigió a la puerta de cristal.

—Organicen los papeles —dijo solamente para salir de la oficina.

Alan entonces, apresurado, sacó el folder en el que él mismo había hecho un par de análisis sobre la nota encontrada en el cadáver de McCain. La leyó una vez más y después se la mostró a Jackie, quien asintió con una mueca en los labios, comprendiendo el despido de su compañera.

El asesino de monstruos había hecho una amenaza directa a todo aquel que, de acuerdo con sus locuras, obstaculizara su misión celestial. De tal manera que Rowen, al haber sido elegida la vocera oficial del caso se encontraba expuesta ante tal amenaza. La única manera de mantenerse a salvo era saliendo del caso de forma definitiva.


***

El parque se encontraba a rebosar de infantes. El sol estaba a punto de desvanecerse en el horizonte, pero aquello no impedía que la profusa algarabía de niños gritones subiera y bajara de los juegos infantiles, ni el suave cuchicheo de los adultos que conversaban alejados de ellos, mientras los observaban divirtiéndose.

Barker dio una pequeña bocanada al cigarrillo y observó a su alrededor. Sin duda alguna ese no era uno de sus sitios predilectos y de haber podido elegir jamás habría consentido en que la cita se llevara a cabo precisamente ahí. Sin embargo, no podía hacer nada al respecto. A pesar de que resguardaba sus propias sospechas y reservas, la curiosidad era más que suficiente para sacarlo del trabajo y llevarlo hasta el centro de la pequeña ciudad. Después de todo se trataba del asesino que él no había logrado atrapar, el único que manchaba un historial impecable de investigaciones bien resueltas.

De repente, sus ojos fueron de forma directa hacia el frente, tal y como si alguien le hubiese alertado de la presencia turbia de Samuel.

El hombre, enfundado en una gabardina negra, con su pulcro cabello rubio engomado hacia atrás y sus pequeños ojos verdes entornados en una mueca de consternación, se aproximó a él con paso decidido. Ni siquiera parecía importarle que ese detective había sido el encargado de investigar el asesinato y degradación de Boris Tarasov; que sabía bien que él había sido su asesino y que estaría más que encantado de encerrarlo para siempre en la prisión del condado.

En cuanto se apostó frente a él le ofreció una mano, sonriente.

—Gracias por venir —dijo por todo saludo.

—Maldito hijo de puta —respondió Barker entre dientes, sacando de sus labios el cigarro humeante.

Samuel bajó el brazo y amplificó su sonrisa, aunque no había burla en su mirada sino una sincera expresión de alegría.

—Veo que es una característica propia de los detectives el tomarse sus casos tan en serio.

—¿Para qué me has citado? —preguntó de modo tosco el detective; ciertamente le molestaba que lo comparasen con otros—. ¿Es que quieres morir?

La sonrisa de Samuel se desvaneció.

Sin saberlo, Barker había enterrado el dedo en una herida demasiado fresca.

—Necesito tu ayuda.

Barker dejó escapar una mordaz carcajada.

—¿Ayuda? No eres más que un demente, un depravado con suerte que merece la silla eléctrica. ¿Crees que vas a embaucarme como hiciste con Hagler? ¡Piensa otra vez, maldito parásito enfermo! —volvió a depositar el cigarrillo en su boca y se dio la vuelta.

Samuel no podía permitir que se marchara, no sin antes escucharlo. De manera que se colocó frente a él con ambas manos arriba, tal y como si Barker lo estuviese apuntando con un arma. Sabía que cualquier paso en falso con ese detective podría significar un tropiezo garrafal en sus planes. Por más que le pesara, necesitaba de él.

—No tengo intenciones ocultas, te lo aseguro. Esta situación es vital, de vida o muerte, y solo tú puedes ayudarme.

—¿Ayudarte a qué?

—A liberar a Hagler.

Barker intentó disimular su sorpresa ante aquella petición, pero en contra de cualquier sospecha, no podía negar que la idea no le parecía del todo mala.

Se quedó un momento reflexionando sobre lo que iba a decirle, escudriñando en el rostro de Samuel, quien parecía intentar imprimir en sus ojos la pulcra honestidad de sus intenciones.

Echó la vista hacia el parque; los niños continuaban dando tumbos por todos los juegos, entre gritos y risas, pero él ya no los escuchaba.

Dejó escapar un breve suspiro y lanzó el cigarro al suelo.

—¿Cuál es tu plan? —quiso saber con expresión incrédula.

—No te preocupes, no será nada estúpido como incendiar el hospital entero.

Barker frunció el ceño, observándolo con perspicacia, intentando ahondar en los ojos verdes de Samuel. Sin embargo, no encontró en ellos ningún indicio de que este supiera que había sido justamente él quien incendiara el lugar entero.

—¿Y para qué demonios quieres liberar a Hagler? Está ahí por tu culpa y la de esa gorda enferma.

—Solo él puede ayudarme.

—¿A hacer qué?

—No puedo decirlo.

No había terminado la frase cuando Barker comenzó a caminar en dirección contraria.

—Entonces olvídalo.

El rubio corrió para colocarse una vez más frente al detective quien sacó otro cigarrillo, dejándolo entre sus labios sin encenderlo.

—Por favor, escúchame. Puedo contarte todo, pero sé que no me creerás, así que solo dejémoslo en que es necesaria la cooperación de Hagler para encontrar a una persona muy peligrosa.

El detective se cruzó de brazos.

—¿Quién, por qué y cómo? Tal vez te parezca extraño, pero necesito saber en qué me estoy metiendo antes de ofrecer mi ayuda. Si quieres que saque a Hagler de ahí, tendrás que soltar algo más de información. Y no solo aquello que respecta a Brent y tu relación con él, voy a requerir algo más.

Samuel frunció el ceño, comenzaba a temer la respuesta.

—¿Qué cosa?

—Quiero cada ínfimo detalle de lo que sucedió esa noche en el departamento de Tarasov y por qué Hagler te ocultó de mí.

Samuel Collins dejó escapar un suspiro de cansancio al tiempo que echaba la vista a su alrededor, como intentando buscar una respuesta en los niños que jugaban alegres a lo lejos.

Después de meditarlo por unos segundos, asintió con pesadez.

—Trato hecho.

Barker esbozó una media sonrisa. 

Dedicatoria al primer comentario ;) 

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