Jason mantenía oculto su rostro entre las manos al tiempo que intentaba acomodarse sobre la mezquina mesa de metal. Se incorporó en su asiento, permitiendo que el aire se le escapara del pecho en un suspiro largo y ruidoso. En ese momento la puerta de la pequeña habitación se abrió de golpe y un hombre en sus cuarentas entró a toda velocidad.
Su mirada era desafiante y fría a la vez cuando se aproximó a él, arrojando una carpeta con documentos sobre la mesa y recargándose en esta con ambas palmas sobre la superficie.
—Cuando quieras atraer la atención de las personas hacia tu patética existencia de nuevo te recomiendo contar chistes baratos. Al menos no te llevarán a la cárcel.
—Yo no hice nada.
—Ah, ¿no? ¿Y qué fue aquello que gritaste ante todos? —Coppola se cruzó de brazos sin dejar de mirarlo.
—Un movimiento social.
El detective se mofó de modo elegante.
—Jason Brown, veinticuatro años, nacido en Florida —enlistó Coppola al tiempo que tomaba asiento delante del periodista—. ¿Qué demonios te trajo a Nueva York? Tienes algunos meses ya por acá.
Jason no pareció sorprendido con toda la información que ese hombre estaba dándole. Sabía bien con quién estaba tratando; no por nada había investigado a los mejores detectives de la ciudad, esperanzado en dar con aquel que tenía entre sus manos el caso del asesino de monstruos.
—Algunos, sí —respondió.
—¿Y bien? ¿Qué haces aquí?
—Investigando. Solo quiero saber más sobre el asesino de monstruos. Soy periodista.
—¿En serio? En mi informe no se menciona ese dato. Veamos...—abrió la carpeta que había arrojado a la mesa al llegar y comenzó a pasar las hojas—. Aquí dice que eres un aspirante a fotógrafo de nota roja. En tu haber no hay más que un par de artículos de mala calidad sobre la vida secreta de algunas celebridades.
—Está bien, soy un maldito aspirante a periodista —interrumpió Jason de modo irritado.
Sam sonrió sin dejar de husmear en la documentación que tenía entre sus manos.
—Tienes en Nueva York el mismo tiempo que el asesino de monstruos lleva asesinando.
Jason se dejó caer de modo cansado sobre la silla de metal.
—Por supuesto, ya le dije que estoy aquí por él, porque estoy haciendo una investigación sobre su caso —intentó explicar de modo infructuoso.
El detective ni siquiera parecía escucharlo.
—Oh, pero también tienes un blog personal en línea —afirmó el hombre—, en el que detallas con precisión las torturas a las que fueron sometidas las víctimas del asesino de monstruos.
Jason dejó escapar un suspiro cansado. Apretó sus ojos con un par de dedos y movió la cabeza en negativa. No iba a permitir que ese hombre lo amedrentara.
—Puede hablar cuanto deseé, pero yo no voy a decir palabra alguna sin un abogado presente. —Coppola entornó los ojos—. Conozco todos y cada uno de mis derechos y sin una orden oficial usted no puede retenerme aquí por más de seis horas si lo que busca es algún tipo de información fundamentada en pruebas que después deberá proveer ante un juez. Claro que, si está deteniéndome oficialmente, deberá tener una causa probable digna de ser defendida en un juicio por el que sin duda alguna voy a luchar.
Coppola se aproximó a él con cara de pocos amigos. Se acercó tanto que sus narices quedaron a un palmo una de la otra.
—Entonces me quedo con las seis horas correspondientes —sonrió. Cogió la carpeta y, sin dejar de mirarlo con aquella chispa de burla, se marchó de la pequeña sala.
Jason sintió que podía volver a respirar y, exhalando con exageración para liberar la tensión que se le había acumulado en el cuerpo con la presencia de ese detective, se acomodó en el asiento, dispuesto a esperar pacientemente a que el tiempo corriera. Después de todo, ¿tenía algo mejor que hacer?
***
—¿Qué tiene que ver Hagler con esa persona? —cuestionó Barker al tiempo que se echaba el cigarrillo a los labios.
Samuel echó el verde de sus ojos a la calle atiborrada de personas. Era día de asueto en Oyster Bay y los residentes acostumbraban a pasear por las calles céntricas del condado, entre vendedores ambulantes y puestecitos de comida.
Mientras jugueteaba con la oreja de la taza de café humeante, intentaba buscar las palabras adecuadas para explicar a Barker la complicada relación entre Nona y Brent. Sin encontrar modo más oportuno para hacerlo.
—Esa persona estuvo muy involucrada en el escape de Holly Saemann, prácticamente ella le hizo más fácil su fuga.
—¿Ella? ¿Estás hablando de su abogada? —inquirió el detective, frunciendo el ceño.
—Así es, por desgracias logró su cometido y desapareció con dos objetos muy valiosos para mí, para Holly e incluso para el propio Brent.
—¿Qué objetos?
Llegaban a la parte difícil de explicar.
Sin su diario, Samuel se encontraba perdido. No había forma de hacerle entender a ese hombre, a todas luces escéptico en extremo, lo que se escondía detrás de aquellas libretas repletas de sangre y perversión.
ÉL no se había hecho presente de nuevo en su vida, ya no se encontraba a su lado, atormentándolo por los rincones. Se había liberado de su cruel influjo, pero ¿a qué costo?
Se mojó los labios y carraspeó un poco para liberar la tensión de sus cuerdas vocales. El hecho de no haber sentido más la presencia de aquella asquerosa criatura no era impedimento para que él temiera hablar al respecto. No olvidaba que, cada vez que lo mencionaba, este decidía hacer acto de presencia. Aunque en realidad algo le decía que no aparecería. No sin su diario en su poder.
—Esos objetos eran dos libretas, a decir verdad, dos diarios personales. El mío y el de Holly.
—¿Diarios? —bufó Michael con incredulidad al tiempo que se dejaba caer sobre el respaldo de la silla veraniega.
Observó a su alrededor. Las vidrieras permitían el paso libre de la luz crepuscular, la cual se desparramaba sobre las mesitas de filigrana y las vitrinas que ostentaban un sinnúmero de postres coloridos. No era del tipo que acostumbraba a visitar cafeterías, y menos cafeterías con temáticas tan cursis, pero a esa hora de la tarde no había ni un solo bar decente abierto en todo el pueblo.
—Es difícil de explicar, pero esos no era unos diarios cualesquiera. Había mucho más en ellos de lo que saltaba a la vista y Brent lo descubrió. Él tenía en su poder el diario de Holly, a decir verdad, jamás leyó el mío, pero pudo conocer un poco de su interior al leer el de ella. —Hizo una breve pausa y continuó—: Mi diario estaba en manos de su abogada, Nona. Podría decirse que, al conocer nuestro secreto, ellos pasaban a formar parte de nuestra historia y se convertían en los poseedores de nuestras libretas.
—¿Y por qué eran tan importantes unos simples diarios íntimos?
—Por dos poderosas razones. En primer lugar, porque tanto Holly como yo detallamos en ellos todos nuestros secretos. Y sé que no te subestimo al asegurar que sabes muy bien a lo que me refiero con nuestros secretos. —Michael asintió. Dos fumarolas de humo brotaron de sus fosas nasales—. La segunda razón te la diré en otro momento.
—Ni de coña —interrumpió el detective—. El trato fue todo o nada. Si quieres que te ayude con tu desquiciado plan de sacar a Brent del psiquiátrico mejor que empieces a cantar.
Samuel echó la mirada a un lado, contrariado.
—¿De qué servirá que te lo diga si de todas maneras no vas a creerme?
—Pruébame —retó el detective al tiempo que se cruzaba de brazos—. Dime toda la verdad y después decidiré si tiene o sentido o no. Pero debes saber que soy lo suficientemente perspicaz como para detectar las mentiras, así que mejor me lo cuentas todo tal y como sucedió.
Tras meditarlo unos segundos, el rubio se puso de pie, asintió con firmeza y dio media vuelta, invitándolo a seguirlo. Barker permitió que sus labios se distorsionaran de modo sutil en una mueca de burla. Se llevó el cigarrillo a ellos y se puso de pie, acompañando al maldito diablo de Massapequa que tantos dolores de cabeza le había provocado.
Samuel subió al auto del detective y le indicó una dirección. Al arribar al lugar, Michael pareció confundido, pues se trataba de la mansión Collins. La conocía a la perfección, no solo porque era la residencia más cara del condado sino porque sus dudas con respecto a Samuel habían terminado llevándolo hasta el lugar en donde este había nacido y crecido.
—Creí que este sitio estaba abandonado —dijo al tiempo que seguía a Samuel a través del amplio jardín descuidado.
—Lo está —repuso este. Un ramalazo de tristeza se apoderó de su voz.
Mientras más se aproximaban a la puerta de entrada, el detective se aseguraba de tener bien sujeto el mango de la pistola que llevaba oculta en el saco. No se iba a quedar tranquilo esperando el momento en que ese maldito enfermo lo sorprendiera de pronto e intentara hacer con él lo mismo que había hecho con Boris Tarasov. Él no iba a ser un cadáver mancillado.
—Detente —ordenó con seguridad en cuanto Samuel intentó meter la llave en el picaporte de la entrada.
—¿Qué sucede?
—¿Para qué me has traído hasta aquí?
—Es un sitio silencioso y seguro.
—¿Silencioso?
Samuel dejó escapar un suspiro de cansancio. Los últimos meses después de lo sucedido con Holly habían sido difíciles. Había estado viajando por todo Nueva York en busca de Nona, sin conseguirlo. Sin embargo, él no deseaba darse por vencido, de manera que, mientras continuaba investigando los pasos de la abogada, se había dado a la tarea de aprender todo lo posible sobre ÉL y su presencia en el mundo. Pero, claro, eso no era algo que pudiera explicarle a ese detective, al menos no por ahora.
—Sé que tienes un arma —aseveró con desgana. Sus palabras provocaron que Barker apretara la pistola oculta entre el saco y el pantalón—. Sé que está cargada y sé que sabes cómo usarla. Pero en mi habitación de hotel sería prácticamente imposible asesinarme sin que al segundo tuvieras encima a toda la seguridad del edificio. Aquí es seguro cometer un asesinato.
—¿De qué demonios estás hablando? —lanzó Michael. Escupió el cigarrillo y finalmente sacó el revólver, apuntándolo—. ¿Qué estás planeando?
—Si quieres matarme, bien, pero no puedes hacerlo aquí afuera. Necesitas entrar conmigo.
—No sé qué cojones crees que estás haciendo, pero te equivocaste de persona. No voy a seguir tus malditos juegos depravados.
—Te aseguro que no es ningún juego.
—¿Hay alguien más ahí adentro? —aventuró Barker.
Samuel mostró las llaves con una expresión de inocencia en el rostro.
—Nadie ha pisado este lugar en meses, solo... —se silenció unos momentos para concentrarse en meter la llave y darle vuelta.
—¡Te dije que te detuvieras! ¡Aléjate de la maldita puerta!
—Solo necesito entrar... solo necesito mostrarte —explicó Samuel, sin detenerse en
aquella tarea autoimpuesta.
Una vez que la llave activó el mecanismo interno, la puerta cedió, abriéndose con suavidad.
—Un movimiento más y jalo del gatillo. Al fin y al cabo, nadie extrañará a un tipo raro como tú y estoy seguro de que dormiré como un bebé en cuanto haya acabado contigo.
Samuel respiró hondo y, con rapidez, se adentró a la mansión. Detrás, sintió los pasos firmes de Barker, quien no había dudado en perseguirlo. Sin embargo, debía llevarlo más adentro. Solo así la detonación quedaría atrapada entre aquellas gruesas y asquerosas paredes.
Escuchó una nueva amenaza de labios del detective, pero no se detuvo sino hasta que alcanzó la sala principal. Se trataba de un amplio salón con chimenea, cuyo exquisito mobiliario se encontraba repleto de telarañas y polvo.
Se apresuró a coger algo del viejo estante y dio media vuelta, un movimiento que Barker interpretó como una amenaza y, sin dudarlo siquiera, tiró del gatillo. Samuel apretó los ojos y se quedó quieto, la bala había penetrado justo en la frente.
El rubio cayó cuan largo era sobre la moqueta percudida y sucia, levantando una pequeña nube de polvo. Barker guardó el arma y se aproximó a él, buscando la evidencia de una muerte que estaba seguro de que había conseguido.
—¡Maldita sea! —exclamó al percatarse de que Samuel no tenía en las manos nada más que una vieja decoración de metal—. ¿Qué rayos voy a hacer ahora contigo?
Se dejó caer sobre el sillón delante del cuerpo cuya sangre no dejaba de brotar. En pocos segundos ya había encharcado el cabello cobrizo de Samuel y se esparcía sobre la delicada moqueta carmín.
Barker sacó un cigarrillo con premura y lo encendió, ávido por sentir el denso humo penetrando en sus pulmones. Echó una larga bocanada y colocó su peso al frente, recargándose sobre sus rodillas. Sabía bien que se acababa de meter en un terrible problema y no estaba para ese tipo de complicaciones, no ahora.
Sacó el humo mientras pensaba en una buena manera de salir bien librado de aquella estupidez. No sabía cómo diablos había terminado asesinando al diablo de Massapequa, no era algo que habría hecho en el pasado, cuando podía tener muy bien dominados sus impulsos. Quizás se debía a la falta de seguridad que tenía entonces, cuando aún sentía algo de temor por romper las reglas. Con los años se había terminado convirtiendo en una especie de anarquista que no guarda ya ni un ápice de respeto por la autoridad. No después de una vida repleta de corrupciones e injusticias. Su constante contacto con las personas y con el crimen lo había convertido en un misántropo, un ser amargado.
Una vez pasados unos cuantos minutos, resolvió por marcharse de ahí. Fingiría que aquel encuentro jamás se había suscitado y volvería a la asquerosa rutina de su día a día, aunque al menos lo haría con la convicción de que había eliminado de las calles a un maldito necrófilo.
Guardó en el bolsillo de su saco el cigarrillo ya consumido y se dispuso a marcharse. Ni siquiera dio un vistazo más al cadáver que se enfriaba lentamente. Caminó hasta la puerta de salida y, de pronto, y como si alguien hubiese susurrado su nombre, se vio obligado a dar media vuelta. Ladeó un poco la cabeza para observar el interior del inmenso salón y, cual no sería su sorpresa al darse cuenta de que Samuel se había incorporado y lo miraba con un gesto mezcla súplica y dolor.
Atónito, volvió a coger entre su mano derecha el revólver, sacándolo en un santiamén. El rubio elevó ambas manos.
—¡No lo hagas de nuevo! —gritó, suplicante—. No tienes idea de lo horrible que es morir.
Barker se detuvo en seco.
El ceño fruncido, la respiración entrecortada, las manos temblorosas. Jamás se había sentido tan extasiado como en aquellos instantes.
Quiero avisarles que tengo una sorpresa preparada para ustedes, quienes han seguido esta saga desde el comienzo. Ya llevo un par de semanas preparándola, así que pronto tendrán nuevas noticias. ¡Así que pendientes!
Dedicatoria al primer comentario.
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