Capítulo VIII
Las mentes de un ser humano son un mundo muy entretenido para los especialistas en psicología. A veces se suele decir que todos los asesinos seriales o monstruos son iguales, pero esa afirmación no puede estar más alejada de la realidad.
«Los monstruos causan sufrimiento por el placer de matar mientras que los asesinos seriales siguen una especie de patrón y conductas que utilizan para jugar con sus víctimas.»
Al final la Dra. Anna More lo sabía mejor que nadie puesto que, además de ejercer una profesión en el que debía de entender y analizar las conductas, deseos y traumas de sus pacientes, también había encarado y vivido en carne propia lo que un sociópata podía hacer con un juego de diarios “inofensivo”.
Anna recordaba el día en que el diario del merodeador llegó a sus manos. Era una joven universitaria en aquel entonces que confió ciegamente en que las reglas de ese diario sólo eran un juego de niños de muy mal gusto. Pero no fue así. Y ese fue su primer error.
Hasta el día de hoy, han transcurrido unos 10 años desde que derrotó al anterior destripador. Sola y sin ayuda. Pero con heridas y repercusiones mentales que tuvo que afrontar al ser una sobreviviente de un asesino serial creado por un rol asignado a un diario.
Y hasta la fecha, la psicóloga se arrepiente completamente de permitir que la cadena de sufrimiento siga existiendo.
—¿Le he contado lo mucho que la admiro, señorita More?
Anna temblaba al tener en su consultorio a la persona que, hace más de 10 años, le entregó el diario del destripador con la esperanza de que, al ser una persona joven se asustaría y se desharía del diario para sufrir las repercusiones negativas que eso conlleva.
No solo la Dra. Anna había condenado a dos jóvenes supuestamente inocentes a entrar en un mundo de horror para que ella pudiera dejar eso atrás, sino que nunca se imaginó que la persona que escogió para ser el nuevo destripador, estaría nuevamente en su consultorio.
Y eso solo podía significar una cosa.
—¿Mataste a Dereck?—preguntó con voz dubitativa mientras no perdía de vista sus movimientos—. ¡¿Lo hiciste?!
El destripador sonrió y asintió rápidamente. Comenzando a reír como si fuera algo gracioso. Como si una vida humana no valiera nada más que para su propio entretenimiento.
—¿Cómo pudiste? ¿Cómo puedes matar a alguien sin mostrar una mínima parte de arrepentimiento? A pesar de que él fuera tu…
Un cuchillo impactó contra la pared. Clavando su filo platinado a un lado en la cerámica azul celeste del consultorio.
—No me vengas con discursos moralistas, Anna—la psicóloga se echó hacia atrás en cuanto vió como el destripador se acercó dos pasos hacia ella—. ¿O acaso se te ha olvidado que yo solo tenía 14 años cuando me entregaste el diario del destripador para luego huir?
—¡Y ese fue mi error más grande!—espetó, echándose la culpa por la maldad que permitió progresar a una temprana edad—. Darle a un adolescente con traumas el diario que te condena a obedecer un maquiavélico juego de roles o si no…
—“Morirás.” Sí, Anna. Conozco las reglas y las acepto con obediencia. Y solo por eso te admiro.
El destripador se puso delante de Anna. Su gélido aliento le rozó su rostro y esto puso aún más nerviosa a la psicóloga.
—¿Por qué m-me admiras?—preguntó con el corazón en la garganta.
Anna ya se había enfrentado y derrotado a un destripador. Alguien bajo un rol sangriento que mató a sangre fría a tres de sus familiares. Su madre fue estrangulada, su padre fue envenenado y su hermano de tan solo 5 años murió en un incendio provocado.
A veces puede resultar increíble que un solo ser humano pueda causar tanto daño, pero está en la naturaleza de todos los humanos el querer matar. Y, al parecer, los diarios no hacen más que intensificar ese deseo mezclando el resentimiento, traumas y dolor, para crear un asesino sin emociones ni arrepentimientos.
Sin embargo, con el diario del merodeador sucede todo lo contrario.
—¿Sabes? A los meses de que me entregaras el diario, sentí que tenía el deber de cumplir con mi rol—Anna frunció el ceño—. Pero no sabía exactamente el por qué. ¿Acaso los diarios tienen una influencia sobre la conducta de los jugadores?
Anna meditó en silencio. Aunque su corazón latía con rapidez al tener al destripador tan cerca, decidió responderle:
—Yo no quería esto. No obstante, el destino me lo dió. O mejor dicho el destripador anterior a ti lo hizo. Yo solo te puedo dar la razón en una sola cosa.
—¿Y cuál sería?—indaga el destripador.
Anna tragó fuerte y continuó:
—Los diarios afectan negativamente a sus portadores. No sé quién o qué los creó, pero de algo estoy muy segura—Anna empujó con sus manos a su “paciente” y este no protestó—. ¡Los diarios están malditos! Ambos son como las dos caras de una moneda, pero por más estúpido que se escuche… Hasta la cara buena tiene un matiz oscuro.
El destripador le sonrió.
—Una vez… Quise comprobar que tan cierto era eso de las reglas del juego. Ya sabes. Esas que te matan o penitencian si incumples tu rol—el destripador sacó un cuchillo de cocina del interior de su pantalón y lo apuntó hacia la cara de Anna—. Así que experimenté con los merodeadores qué derroté. A cada uno de ellos los obligué a incumplir alguna regla y el resultado fue… Exquisito.
La psicóloga se alejó dos pasos del cuchillo que la señalaba.
—¿Qué fue lo que hiciste? ¿No te bastó con matar a sus seres más queridos, sino que también los torturaste?—sus preguntas eran más acusaciones.
Acusaciones qué el destripador oía con recelo y carisma.
—¿Recuerdas la regla número 5, querida Anna?
Un silencio se propagó por el consultorio.
—“Cualquier intento por deshacerse del diario una vez que se conoce el juego acabará con una penalización para cualquiera de los dos jugadores.”
El asesino serial frente a la psicóloga expulsó una carcajada y Anna solo podía horrorizarse cada vez más con el monstruo que había creado al darle aquel diario.
—¿Qué les sucedió?
—¿A quiénes?—preguntó con gracia.
—¡A todos los merodeadores que mataste!—exclamó Anna.
—¡Ohh, sí! Lo recuerdo muy bien, sobretodo en el rostro del último merodeador y, hasta ahora, última víctima.
—¡Qué me lo digas! —Anna tomó la lámpara de su escritorio y se preparó para lanzarla o defenderse de ser necesario.
Ante un peligro como un destripador, cualquier medida desesperada estaba justificada.
—¿Quieres saber lo que les ocurrió luego de “deshacerse” de sus diarios?—el asesino sonrió aún más cínico qué antes—. ¡Todos ellos comenzaron a tener pesadillas apenas y cerraban sus ojos! Tenias que escucharlos, Anna. Ellos lloraban. Gritaban. Se retorcían. Trataban desesperadamente de escapar para buscar sus diarios, hasta que el segundo merodeador murió de un ataque al corazón. Parece que es cierto eso de que si incumple las reglas mueres.
Anna se quedó muda. Pálida. Sus piernas temblaban de la sola idea de cuánto habría sufrido de haber perdido contra alguien como el nuevo destripador.
—Por… Por favor… no lo hagas—titubeó Anna, cayendo de rodillas al suelo. Llorando por las personas que murieron por su culpa.
El destripador colocó su mano en la cabeza de la doctora y la acarició lentamente.
—Te agradezco todo lo que has hecho hasta ahora, Anna More. En aquel entonces, estaba al borde de suicidarme. La vida ya no tenía ningún sentido para mi; me arrebataron la inocencia, la pureza y el amor…—poco a poco el asesino se arrodilló junto a la especialista y le dió un abrazo—¡Pero fuiste tú la que me otorgó un nuevo propósito! El diario me hizo feliz y matar lo hace aún más.
—Por favor. Vete. Ya no quiero que sigas con esto.
Anna le suplicó a él destripador que se detuviera, pero solo se negó.
Al pasar unos minutos de silencio, mientras que los lamentos de Anna caían al suelo, el asesino soltó otra cosa.
—No me puedo detener ahora. Y mucho menos si el nuevo merodeador es alguien al que admiro mucho.
Anna levantó la cabeza y vió algo que nunca podría olvidar puesto que solo lo había visto una sola vez en aquella persona.
—Estas… ¿Llorando?
El destripador sonrió.
—Lo encontré. Finalmente tengo al merodeador que siempre quise. Y como nuestros pasados están conectados, me es imposible esconder esta emoción, Anna—confesó, levantándose del suelo—. Ya inicié los preparativos. Ya hice mi lista de víctimas. Y créeme cuando te digo que esta vez… no lo volveré a perder.
—¿A qué te refieres? ¿Qué estás planeando…?
Antes de que la psicóloga Anna More pudiera decir el nombre de la persona frente a ella, el destripador abrió la puerta y se fue del consultorio. Dejando un halo de misterio en sus palabras.
Anna se puso de pie y con sus ojos hinchados y rojos de tanto llorar, desvió la mirada hacia el cuchillo qué dejó el destripador en la pared.
Miró hacia el techo y dijo en voz baja:
—Dios. Si de verdad existes… Por favor protege al merodeador y libralo de todo mal. Amén.
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