C10: Dulce tortura.
—Okay...no hay un nosotros entre tú y yo...es más, no hay un tú y yo. Tú eres Richard y yo soy Isabella y listo.—inquirió la chica cruzándose de brazos.
—¿Puedes escucharme por favor?—cuestionó él de mala gana.
—Richard...
—Lo siento, no quería parecer grosero, es que...me desesperas.—anunció y ella rio.
—Pues bienvenido al club de las personas a las que desespero. No eres el primero y claramente no vas a ser el último, así que... se directo de una buena vez—pidió ella sin dejar de mirarlo a los ojos.
—¿De verdad quieres que sea directo?—cuestionó en voz baja. Isabella lo miró un momento y asintió de inmediato.
—Pues claro...
—De acuerdo...no puedo dejar de pensar en ti ni un solo momento. No puedo sacarme de la cabeza el beso...los besos que hemos compartido—declaró y el corazón de Isabella dejó de partir un segundo dentro de su pecho.
—¿Qué? ¿Por qué te gusta jugar con estas cosas?—quiso saber.
—Isabella...no estoy jugando. Nunca jugaría con algo así, lo que estoy diciendo es muy real...es la verdad... y si te soy sincero desde que te fuiste a ese internado en España jamás dejé de pensar en ti un solo segundo...siempre estabas en mis pensamientos...—explicó lentamente.
—¿Por eso jamás me escribiste?—preguntó mordazmente.
—¿Qué? Te escribí...muchas veces lo hice pero jamás obtuve respuesta—anunció.
—Eso no es cierto...—lo acusó.—Nunca recibí ninguna carta tuya...nunca supe nada sobre ti o sobre mi hermano. Lo poco que sabía era lo que mi mamá me contaba...
—Siempre te escribí...—susurró.
—No mientas, Richard...no juegues conmigo de esta manera...—exigió la chica.
—Ven conmigo—pidió tomándola de la mano para hacerla caminar. Eso de dejar que él la arrastrara por la universidad ya se le estaba volviendo una costumbre.
—¿A dónde vamos?—cuestionó ella sin dejar de caminar.
—Tú sólo sígueme—ordenó él.
A ella le hubiese gustado protestar pero tenía que ser sincera consigo misma y estaba bastante intrigada así que simplemente decidió bajar un poco la guardia y seguirlo. ¿Además de las primeras clases, que más podía perder?
El camino fue silencioso y más que incómodo fue un poco tenso. El único sonido que se escuchaba era el de sus propias respiraciones pero eso era suficiente para ambos. Isabella realmente no comprendía a donde estaban yendo hasta que simplemente reconoció el lugar. ¡Su casa!
—¿Por qué estamos yendo a casa?—cuestionó casi en un grito. Richard sonrió un poco.
—Ya lo sabrás—respondió simplemente tirando de la manija de la puerta para poder bajar una vez que estacionó el auto en la cochera de su casa. Afortunadamente sus padres no estaban. Le abrió la puerta para que ella también bajase como todo un caballero y la tomó de la mano sintiendo de inmediato como una sensación extraña se apoderaba de su cuerpo entero. Isabella se quedó en silencio porque en el fondo le gustaba el toque de Richard y tenía la fiel creencia de que si abría la boca terminaría confesándoselo.
Avanzaron por el patio trasero hasta que llegaron. Ella lo miró a los ojos y negó un poco.—No es cierto—susurró llevando su mirada a la casa del árbol sobre ellos.
Era extraño tomando en cuenta que la casa descansaba en las copas de dos árboles. Uno en el patio de la casa de Richard y otro en la casa de Isabella. Él la hizo subir y luego subió también. El corazón de la muchacha latía tan descontroladamente dentro de su pecho que por un momento pensó que se iba a desmayar. Era una completa locura que todos y cada uno de los juguetes que ellos mismos habían colocado ahí estuviesen en el mismo lugar como sí nunca nadie los hubiese vuelto a tocar. Como sí sólo hubiesen estado fuera un par de horas y no varios años.
—Zabdiel y yo prometimos que nunca más subiríamos aquí si tú no estabas—anunció Richard mirándola fijamente.
—¿Qué?
—Y nunca más volvimos a subir ¿sabes? Todo está tal y como lo dejamos la última vez que estuvimos aquí los tres juntos—declaró.
—¿Qué es exactamente lo que estamos haciendo aquí?—cuestionó ella mirándolo fijamente—Porque por más que trato de comprenderlo no logro hacerlo y odio sentir que no tengo control sobre la situación...—confesó.
Richard se acercó a ella y ella se quedó completamente quieta mirándolo a los ojos, sintiendo como el aliento del chico chocaba de lleno contra sus mejillas—Nunca te mentiría, Isabella...—susurró con voz ronca.—Lo digo muy en serio...y...tengo que confesarte algo...—anunció.
—Richard...no hagas esto, por favor....
—De verdad me gustas...muchísimo...te quiero como nunca en la vida he querido a nadie y eso también es verdad...—murmuró.
—¿Por qué me haces esto, Richard?—preguntó en un hilo de voz observando atentamente los labios del chico. Eran realmente tentadores.—¿Por qué me dices estás cosas justo ahora?
—Porque es la verdad—le informó.—Por favor...confía en mi...
—Richard...
—Por favor, Isa...confía en mí. Dame una oportunidad.—hizo una pausa—Yo sé que puede sonar muy pronto o algo parecido pero sólo quiero que me des una oportunidad para demostrarte que no estoy mintiendo...que de verdad te quiero y que quiero estar contigo...de que puedes confiar ciegamente en mí y yo jamás te traicionaría—explicó en voz baja.
—Acabas de terminar con Leslie.—susurró la chica.
—Tenía que haber terminado con ella desde hacía mucho tiempo...pero no había tenido el valor suficiente para hacerlo...algo dentro de mí se removió en el mismo momento en el que te vi en Miami de nuevo y desde entonces algo con ella se rompió...nunca estuve enamorado de ella, la quise pero no es el mismo tipo de amor que siento por ti...—le aseguró.
—¿Y cómo se supone que es el amor que sientes por mí?—cuestionó débilmente.
—Sin fecha de caducidad...—farfulló por lo bajo rozando sus labios con los de Isabella. Ella soltó un pequeño y apenas audible jadeo cerrando sus ojos para permitirse disfrutar de la sensación del roce de labios con Richard. Se sentía en las nubes y él era el culpable de eso.
—Eres un idiota—soltó ella y él sonrió.
—¿Por qué?—cuestionó Richard sin apartarse un solo centímetro de ella.
—Porque me haces bajar todas mis defensas contra ti...he pasado tanto tiempo diciéndome a mí misma que me tengo que mantener lejos de ti y claramente estoy fallando...—inquirió y eso fue suficiente para que él la besara.
Acunó el rostro de la chica entre sus manos regalándole pequeñas caricias con sus pulgares que hicieron que la piel de la pelinegra se erizara por completo. Que cada fibra de su cuerpo temblara y que su corazón se acelerara a sobre manera mientras él seguía besándola lentamente como si quisiera torturarla.
Y tal vez eso era lo que él quería. Era una tortura para Isabella. Pero era una dulce tortura.
—Confía en mi...—murmuró el rubio apenas se apartaron un poco para tomar aire. Ella lo miró a los ojos.—Por favor...
El cerebro de Isabella realmente estaba trabajando a marchas forzadas tratando de entender cada palabra que estaba saliendo de los labios del chico. Tenía que poner en orden sus pensamientos y no dejarse llevar por lo que sentía.
Con el paso del tiempo ella había aprendido que las personas siempre tenían que actuar por lo que su cerebro decía, no su corazón. Inmiscuir el corazón en decisiones era el peor error que podía cometer pero entonces también se dio cuenta que en esa ocasión su corazón y su cabeza decían lo mismo.
Richard.—Confío en ti, Richard...—susurró y él volvió a besarla.—Pero eso realmente no significa que estemos en una relación ¿entiendes eso?—cuestionó ella.
—Lo entiendo y lo acepto—anunció él—Pero ya diste el primer paso y eso sin duda es lo mejor—comentó ofreciéndole media sonrisa.
—Sólo...sin presiones...
—Va a ser como tú digas, te lo prometo...
(...)
—¿De verdad yo jugaba con esto?—cuestionó Isabella tomando entre sus manos un bebé de plástico sin un solo cabello y con un enorme chupón en la boca. Richard rio y asintió.
—Eras muy nena—se burló el chico y ambos rieron.
—¡Cállate!—le espetó la chica.
—¿Recuerdas cuando lloraste dos horas sólo porque Zabdiel y yo tiramos un poco de pegamento?—cuestionó cruzándose de brazos.
—¡Idiota! ¿Cómo no querías que llorara si lo tiraron encime de mi cabello?—murmuró entornando los ojos.
—Pero te mirabas linda—comentó el muchacho ofreciéndole una pequeña sonrisa.—Además me hiciste pagarlo cuando no me dijiste que estaba yendo directamente a un poste de luz y me corte la cabeza—Isabella rio.
—Estabas tan asustado que tu madre se diera cuenta que te habías escapado de casa mientras ella pensaba que estabas en tu habitación cumpliendo con tu castigo que decidiste que Zabdiel y yo te curáramos—respondió ella sentándose sobre una pequeña silla de madera.
—Derramaste toda la botella de agua oxigenada sobre mi cabeza y mi cabello se tiñó rubio—agregó él con una carcajada.
—Supongo que desde entonces tomaste el gusto por el peróxido—se burló la chica. Él negó un poco y se acercó a ella para besarla de nueva cuenta.
—Esta es la Isabella que me gusta—murmuró mirándola a los ojos.—La Isabella que se ríe de cualquier cosa, la que es ella misma...
—¿La Isabella rebelde no te gustaba?—cuestionó con una mueca y él rio.
—Me gustas de todas formas pero esta actitud me gusta mucho más...—anunció y ella se sonrojó.—Además, tengo que admitir que ese sonrojo en ti se mira adorable—ella rio y le obsequió un pequeño golpe en el brazo derecho.
—Nunca jamás en tu vida vuelvas a decir que me miro adorable o te voy a patear el tras...—los labios de Richard la interrumpieron y ella rio en voz baja otra vez disfrutando de la sensación de tener los labios del chico sobre los de ella.
—¿Decías...?
—¡Te odio, Richard!—se burló.
—Claro que no, me amas pero no lo quieres admitir...—alardeó el chico.
—Pues si tú dices...
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