38. Diciembre 19, 2015.

Ayer tuve que dejar el diario a medias porque de pronto escuché demasiados ruidos pesados. Lo primero que se me ocurrió fue buscar a Coen, pero no estaba en el lugar de costumbre. No me quedó de otra que arrastrarme hasta la ventana. No estaba ahí, pero al escuchar ruidos en el techo, volví a considerarlo.

No me importó que los zombis estuvieran allí abajo, saqué medio cuerpo por la ventana para ver hacia arriba. Y tampoco me importó que los zombis me escucharan, grité su nombre como si me jugara la vida en ello.

—¡Shhh! —me regañó, aunque ya era demasiado tarde, todas esas miradas podridas estaban sobre nosotros—. Regresa adentro, sólo estoy revisando el terreno.

Asentí, sin saber muy bien cómo decirle que me daba miedo que estuviera caminando sobre el tejado. Pero antes de retirarme de la ventana vi hacia abajo. Los zombis no mugían, y noté ahora que ya casi no habían zombis en descomposición. Me resultó extraño que los podridos se terminaran de podrir en tan poco tiempo, pero no vi cuerpos tiesos en el suelo, sólo los zombis «vivos», quietos, con la mirada hacia el cielo, casi como si rezaran. Sentí un enorme escalofrío, me metí a la casa y abracé mi bate como si tuviera vida propia, como si me defendería automáticamente en caso de ser necesario, Puro nerviosismo.

Cuando Coen regresó venía pálido. Algo sobre cómo casi resbala. Peor: estábamos totalmente rodeados.

No sé por qué necesita comprobar estas cosas que a mí me resultaron obvias desde el inicio, pero bueno, él es el que sabe, tal vez intente idear un plan. Igual lo regañé, por supuesto. Mala hora había escogido para ir a «observar» considerando que el sol ya se estaba poniendo, y que había toda una horda de no muertos a nuestros pies.

—Es que se me ha ocurrido de repente —intentó defenderse.

—¡Y ya qué! —bufé—. ¿Qué más viste?

—Techos y más techos. Necesito un lugar más alto para ver más allá. No tenemos mucha movilidad aquí. Incluso con binoculares no podría ser capaz de ver mucho. Estamos en medio de todo el vecindario. En verdad estamos atrapados.

¿Y cómo lo consolaba yo después de eso?

¡Mira, al menos llegamos a conocer nuestra tumba antes de morir! Quizá en el más allá nos sintamos como en casa por eso. ¡Ja, ja, já!

—Fue como si... —continuó—. Mientras regresaba los vi un momento y... sentí que en cualquier instante más de uno me gritaría: «¡hey, idiota, baja de ahí que igual te vamos a comer!» Como si fueran los locos fanáticos de algún equipo de fútbol y yo llevara la camiseta del cuadro rival —intentó reír, pero no le salió natural.

—He sentido lo mismo —comenté, acercándome a él—. Son peores ahora.

Le tomé la mano y él apretó con bastante fuerza la mía. Tenía las mejillas coloradas y sudaba copiosamente. Lástima, pasará mucho tiempo antes de que podamos darnos un baños en toda las de la ley. Sé muy bien que se tiene algo con la limpieza, y que tiene que ver con lo que vivió allá afuera.

Solté sus manos, noté entonces que iba a decirme algo pero no lo dejé, lo abracé con fuerza para luego comenzar a decir cualquier tontería que se me ocurriera. Pensé que así al menos nos mantendríamos entretenidos. Noté tanto pesimismo en sus ojos que creí que si seguía viéndolo así perdería la poquísima esperanza que todavía cargaba conmigo.

—Tenemos que irnos, Joe. Algo está por pasar, puedo sentirlo —susurró, ignorando todo mi esfuerzo.

Yo ya sentía que uno de estos días amaneceríamos rodeados de zombis y uno de ellos, al despertar, nos miraría para luego decirnos: gracias por la comida. Ñam. Ñam.

Intenté tranquilizarlo una vez más pero estando yo tan nerviosa como él, lo mejor que se nos ocurrió fue dejar las cosas en pausa por un momento para echarnos a dormir.

Grave idea.

La cosa empeoró.

Sí, empeoró, porque cuando el universo quiere cagarse en ti, lo hace como si tuviera diarrea.

Despertamos a saber a qué hora de la noche por unos ruidos extraños que no se parecían a nada que hubiéramos escuchado hasta el momento. Nos levantamos casi de un brinco, aunque luego nos tomamos unos minutos para decidir si rompíamos la oscuridad de la casa con algo de luz. Resulta obvio que sí o sí necesitábamos luz para ver lo qué estaba sucediendo, pero el miedo te atrofia el cerebro lentamente. Al inicio lo notas, pero ya más tarde se vuelve natural, y entonces no ves las cosas como son, ni actúas cómo deberías.

Los primero que se nos ocurrió fue intentar localizar la fuente del ruido. Eran cuchicheos, chillidos, pero no sabíamos si eran unos pocos a varios.

No eran muchas las habitaciones habilitadas. Decidimos iniciar por la habitación de los peques, pese a que siempre las mantengo cerradas. Luego el estudio, la habitación de mis padres. Esta habitación tiene baño propio, pero aquí está la cosa, no se nos ocurrió revisar los baños. De habersenos ocurridos, quizá hubiéramos cerrado las puertas o sellado los desagües de estos para así evitar que tantos de ellos escaparan para roer todo lo que se encontraban en su camino. Pero como digo, cuando el cerebro se te atrofia, poco puedes hacer.

Supimos lo que eran cuando estábamos por darle fin a la búsqueda. Coen se sobresaltó, pero con calma (la calma de este chico me sigue sorprendiendo) me dijo que había visto algo moverse. Recordé que había dejado varias baterías y un foco escondidos como último recurso. Corrí a por ellos, y ya con una iluminación más decente, pude verlo. Era un ratón. No, esto no es del todo cierto, probablemente fuera una rata. Pero es que no encajaba en ninguna de estas dos especies. No tenía los rasgos de las ratas, pero era demasiado grande para ser ratón, o rata... Siento que me estoy mareando. Era una bestia enorme, del tamaño de un balón de baloncesto (casi igual de gorda también). Estaba despellejada, con sangre brotando de todas partes, con sus dientitos amenazantes y la cola como carcomida, deshilachada y seca. Apestaba, parecían estar muerta, pero claro que no podía estarlo, sino, ¿cómo habría llegado hasta ahí? Sobresaltada, me hice para atrás. El foco iluminó los ojos del animal, y al notarlos fui consciente de que no eran el único par que brillaban.

Creo que maldije. Y sólo lo creo porque antes de sentir nada Coen me tomó del brazo y me jaló hasta que fui consciente de que lo que quería era que me echara a correr. Llegamos a mi habitación, cerramos la puerta con fuerza. Tomamos las sábanas de la cama para intentar tapar las hendiduras. Intenté recordar si había algún ducto en la habitación, o algo más por dónde pudieran entrar. Había silencio afuera. No llegué a procesar nada.

—¡Qué demonios! —exclamó Coen. Estaba fuera de sí, obligándose a aparentar una calma que sin duda ninguno de los dos podría mantener mucho tiempo.

—¿Vistes muchos? —pregunté.

—Unos diez —suspiré—. No podemos hacer nada ahora. Tenemos que soportar hasta que amanezca.

Pensé que podríamos hacerlo. Estábamos en una habitación segura, encerrados, lejos de... no es que yo sepa mucho de ratones o ratas, pero al mismo tiempo en que intentaba calmarme también recordaba los ágiles que son, la flexibilidad, su habilidad para colarse en cualquier lado hasta por la hendidura más pequeña... Si hacía la comparación entre el tamaño de sus cuerpos y la circunferencia de los desagües... y... ¿Cómo? ¿Cómo era posible? ¿Por dónde habían entrado?

—¿Estarán...? —inquirió Coen a medias al oírlas chillar otra vez.

—No debemos dejar que nos toquen —dije. Corrí hasta un gavetero en donde extraje varia ropa. No estaba segura de nada, por supuesto, pero no iba a esperar a que me mordieran o rasguñaran para saber si eran animales normales o estaban locos. Aunque le apostaba a lo segundo; vi algo en ellos que me hizo recordar a los podridos, a los primeros, claro.

—¿Cómo subiste al tejado? —pregunté mientras buscaba.

—A mano limpia...

—¡Demonios!

Demonios porque lo mío no es correr, ni escalar, ni pelear; lo mío es esconderme, esperar, ser obediente, sacar buenas notas aunque no entienda nada, y portarme bien.

Le tendí varias camisas manga larga a Coen. Hice que se pusiera dos, aunque eran mías y no le quedaban, yo me puse la misma cantidad. Luego le tendí hules para que se amarrara los pantalones, no queríamos que uno de esos malditos animales se nos metiera bajo la ropa, aunque con el tamaño que tenían parecía imposible, no quería correr riesgos.

El plan era subir al tejado. Lo acepto. Suena como a mal plan, pero a oscuras, en un espacio tan reducido, y rodeados de a saber cuántas bestezuelas endemoniadas... No, nada pintaba bien.

Le hice saber lo que pensaba y a Coen le pareció bien, pero pronto temí retrasarlo. Él tenía que subir primero porque si lo hacía yo, corría el riesgo no sólo de retrasarnos, sino de caer y llevármelo de encuentro y Coen no se merece nada de esto después de haber sobrevivido tanto tiempo él sólo. No, Josephine Jones no se va a cagar en la vida de este pobre chico, claro que no.

No lo pensamos demasiado, es que sí lo hacíamos podíamos estropearlo todo. Teníamos nuestras respectivas «armas» con nosotros. Coen contó hasta tres, y cuando dio tres, empujó la puerta con fuerza y nos echamos a correr. Me gustaría decir que tuve el temple para observar y más o menos calcular la presencia numérica de los nuevos intrusos, pero no lo hice. Corrí. Detrás de nosotros una oleada de chillidos se extendía, para luego acosarnos como si fuera un fantasma peludo y horroroso.

Llegamos a la ventana, ¡oh mi bendita ventana! Coen se acomodó el tubo oxidado en la ropa y sostuvo su enorme cuchillo entre sus dientes. Salió. Me fijé bien en cómo subía para imitarlo, aunque claro, yo no era tan «atlética». Cuando hubo subido por completo, asomó la cabeza para darme el visto bueno. Suspiré. Vi hacia atrás. Estaba oscuro. Dios mío, es que todo estaba oscuro, ni siquiera se veía la luna en el cielo. Acomodé el bate en mi espalda, dentro de la ropa. Salí. Me temblaban las piernas, no lo niego. Estaba oscuro, pero pude apreciar las jodidas cabezas de esos seres que permanecían en un silencio de lo más perturbador. Me decidí.

Por fuera de la ventana hay un pequeño borde, pequeño, tal vez sólo para apoyar las puntitas de los pies. Hay otro borde mucho más ancho encima de la ventana, y de ahí para arriba una viga horizontal un tanto más baja, y unos centímetros más, el tejado. Coen me alentaba en silencio y yo ya no esperé más.

¿El resultado? Si he escrito todo esto es que no me fue tan mal. Pero me costó. No tengo la fuerza de Coen, ni sus dedos resistentes, ni su temple frente a las alturas. Ni siquiera el constante chillido de las ratas conseguía motivarme. Ahí había quedado mi promesa de hacer ejercicio mientras tuviera vida. Colocar los pies no fue difícil, lo difícil fue que mis debiluchos brazos me sostuvieran. No tenía fuerza. No podía no sólo apoyarme, sino que tampoco podía impulsarme. Pero la cuestión con las situaciones de vida y muertes es que, tal y como en las películas, te pegan un levantón de adrenalina que ya después ni recuerdas cómo hiciste las cosas.

Cuando caí en cuenta, la mano de Coen se apresuraba a tomarme, justo a tiempo, porque creo que estuve a punto de resbalar y caer. Y si la caída no me mataba lo harían mis buenos vecinos los Zeta.

Luego de tomar un respiro nos asomamos. Los chillidos eran más leves, pero no desaparecieron. Las bestezuelas no se atrevieron a salir. Ni siquiera las vimos asomarse por los bordes de la ventana. Tal vez yo tenía algo en común con ellas: habíamos convertido esa casa en nuestra prisión. Probablemente le tuviéramos miedo a lo mismo. Quién para saber.

Si esto fuera una película, sería el momento oportuno para introducir un nuevo personaje, un biólogo o un químico, y este nuevo personaje aparecería sólo para despejar nuestras dudas: «miren, resulta que el virus/parásito/loquesea evoluciona de manera diferente dependiendo del huésped. En los humanos evoluciona así, y en los ratones gigantes asá». Pero esto no es una película y lo más seguro es que muramos sin saber una mierda de todo lo que está pasando en realidad, que es lo que le pasa a las personas comunes y corrientes que nunca llegan a ser protagonistas de una película de zombis.

Por lo demás, nos pasamos la noche en el tejado, con los ojos bien abiertos, pero cansados y con un inoportuno sueño de los mil demonios. La cosa se puso seria cuando comenzó a salir el sol. ¿Qué haríamos ahora?

—Creo que no queda de otra —susurré.

Cuando el sol comenzó a calar con fuerza, decidimos volver a entrar para inspeccionar el lugar. Necesitábamos al menos tomar unas cosas, no nos podíamos marchar así por así.

Eso hicimos.

La casa aparentemente estaba vacía y en silencio. Lo primero que se me ocurrió fue ir a la bodega. Crucé los dedos. Como no hubiera comida decente para llevarnos... Como temí, las ratas habían atacado el suministro. ¡Y qué clase de ratas! Si incluso habían agujereada las latas de comida. ¡Y no sólo eso! Había un enorme agujero en el suelo. Nerviosa, le dije a Coen que no podíamos irnos sin nada. Así que no pasamos gran parte de la tarde inspeccionando lo que quedaba, para verificar lo que estaba en buen estado y lo que no. Logramos salvar unas pocas latas de comida y botellas de agua, por lo demás, todo apestaba a desperdicio. Ahí quedaron todos los esfuerzos de mi padre. Quise llorar de pura frustración, pero no pude. Me preocupaban cosas más importantes: ya en la intemperie, ¿encontraríamos otros animales enfermos? La cosa no pintaba bien, pero tampoco podíamos quedarnos en un lugar infestado de ratones gigantes. Qué suerte que eran nocturnos... O eso parecía.

Luego pasamos a mi habitación. Teníamos que prepararnos para salir. Le busqué a Coen ropa de papá pero al quedarle grande dijo que mejor se quedaría con la suya, no quería que la ropa entorpeciera su andar. Igual hice que se pusiera dos camisas manga larga, y que se anudara el pantalón de los tobillos, para evitar que cualquier cosa se le metiera por debajo. Yo hice lo mismo. Luego arreglamos nuestras mochilas (unas viejas que encontré), repartimos comida y agua por igual, por si llegábamos a separarnos. La verdad es que no planeamos muy bien las cosas. Teníamos prisa.

—Dormiremos otra vez en el tejado y mañana saldremos a primera hora.

—¿Cómo podremos pasar entre ellos? —pregunté.

—Intentaremos a la vieja escuela —sonrió. Eso significaba que lanzaríamos objetos para alejarlos lo más que pudiéramos.

Nos miramos fijamente un minuto, luego yo dije:

—Coen, prométeme algo.

—Dime.

—Si crees que estoy retrasándote o estorbándote, déjame.

—Joe, no... —titubeó, nervioso—. Tú puedes, yo lo sé.

—Coen, tú has estado allá afuera mucho tiempo, y has sobrevivido, por mi culpa no te vas a morir —sentencié.

—Joe —susurró, para luego acercarse a mí y abrazarme—. No seas así de pesimista cuando las cosas no han comenzado siquiera.

—Sólo quería que lo tuvieras en mente. No soy tu obligación. No te voy a reprochar nada.

—Ya estuvo, no me gusta que hables así —me apretó con más fuerza—. Vamos a salir de esta, juntos, ya verás.

Quise creerlo, ¿pero cómo? He tenido una vida bastante sedentaria, ni siquiera me gustaba correr en la clase de Educación Física. Me conozco bien, por eso le dije a Coen todo eso.

Después de un rato abrazados, ya no pudimos seguir con la conversación, y decidimos subir al tejado antes de perder la luz del día.

Eso acabamos de hacer. Aprovecho ahora los últimos rayos de sol para escribir.

Puede que este tonto diario por fin llegue a su fin hoy. Puede que muchas cosas terminen mañana. 


___

Creo que este es el capítulo más extenso hasta el momento (?) Y bueno, ya sólo hay un camino para JJ y Coen. ¿Cómo estarán las cosas en el exterior? *inserte música de suspenso* xD Ya no falta mucho.

Antes de despedirme, avance del próximo capítulo:

  Queda poco papel, poca vida. Me duele más el saber que no voy a ser capaz de escribir todo lo que vivamos a partir de aquí que la muerte en sí. Si alguien es capaz de recordarnos a través de este diario, me puedo dar por satisfecha.  

¡MUCHÍSIMAS GRACIAS POR TODO!

Hasta la próxima :)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top