CAPÍTULO 8. LO QUE NO TE MATA ...

"No, esto está mal", se repetía la frase como un eco incesante procedente del fondo de su mente.

Conocer e interactuar con el tal Tom, ya fue extraño, pero introducirse y caminar por aquella enorme nave industrial, había reactivado de nuevo todas sus alarmas; hasta el punto que pensar bajo aquel estruendoso pánico le causaba más dolor que los ennegrecidos muñones de sus dedos.

-Mark -susurró, pero aquél le ignoraba, limitándose a seguir de cerca a Tom.

-¡Mark! -alzó un poco más la voz, al tiempo que se esforzaba por alcanzarle y sujetarle de un brazo.

Éste se dio la vuelta, contemplándole con inusitada frialdad y una interrogación en el rostro.

-¿Qué? -fue la seca respuesta.

Charles intentó humedecerse los labios por reflejo, pero la lengua era una lija. Apenas si le quedaba agua en el cuerpo, hacía rato que ni sudaba. Cada vez que abría la boca, los labios cortados se reabrían y escocían como el demonio. Aun así, dijo en voz baja:

-Este lugar, es como el que describiste. Por donde dijiste que salimos al exterior...

Mark hizo un tímido intento de mirar a su alrededor, pero se quedó en eso, intento. Sacudió la cabeza:

-Yo no recuerdo este lugar. Algo semejante a ese árbol enorme y a aquella construcción del fondo... ¿Cómo podría olvidar una cosa así? -contestó con indiferencia, girándose de nuevo en pos de Tom.

-¿Aquello es una piscina? -preguntó Mark a Tom mientras acortaba distancias con él.

-Es un depósito pluvial. Y está lleno de agua fresca, tal y como os conté antes -explicó Tom, con voz extrañamente desentonada.

"Casi parece que esté buscando su propio timbre, como si lo hubiera olvidado", pensó Charles.

Mark no era el mismo desde que regresó de la sala de las velas, desde que se encontró a solas con Tom. Y el cambio fue más evidente cuando el recién adquirido compañero compartió con ellos aquella especie de bacalao desecado. Mark lo devoró en instantes, sin embargo, Charles conservaba su ración en un bolsillo. En parte por desconfianza, en parte porque era incapaz de meter algo con semejante contenido en sal en su boca ahora mismo. Necesitaba agua con urgencia. Lo demás podía esperar, pero una parte suya no acababa de entender tampoco como Mark parecía conservar sus fuerzas mucho mejor que él, incluso desde antes de perder los dedos.

Pasaron por debajo de las enormes ramas, en las que si bien había muchas flores, no se divisaba ningún fruto, y se detuvieron frente aquella especie de estanque de piedra.

-Ahí tienes tu agua -oyó decir a Mark.

Charles ya se había aproximado hasta el borde, atraído por el olor y el frescor que se filtraba a través de la piedra, e introdujo la mano sana en él.

"Oh, Señor, está helada", casi lloró de agradecimiento, su reciente desconfianza olvidada una vez más. Se disponía a sumergir su cabeza en el líquido, cuando una voz autoritaria le detuvo:

-¡Detente! No bebas de eso si aprecias tu vida.

Un hombre y una mujer surgieron desde detrás del tronco del árbol, y se encaminaron hacia ellos.

-¿Más víctimas?, ¿estamos todos bien? -preguntó Charles confuso, mientras se sujetaba la mano mutilada.

-Eso parece -comentó el tal Tom con esa voz extraña que le caracterizaba. Aunque en esta ocasión le pareció percibir un matiz algo distinto. ¿Interés, quizá?

-Ese agua está contaminada y vuestro compañero lo sabe -señaló Piedra a Tom con el dedo -. Si es que es humano todavía, cosa que dudo.

Charles se quedó estupefacto, contemplando la escena. La mujer que acompañaba a aquel hombre también se había asombrado al escuchar su advertencia, pero por algún motivo, no lo puso en duda y la observó cerrar el puño derecho con fuerza. Llevaba algo puntiagudo sujeto en ese brazo. Intentó decir algo, pero solo le salió un balbuceo ininteligible. En cambio, Mark reaccionó acercándose al estanque y comenzando a beber.

Llenó de agua sus manos unidas en tres o cuatro ocasiones, produciendo un sonido de succión que casi le pareció obsceno. A duras penas consiguió contenerse de hacer lo mismo. En realidad, lo que le frenó fue la sonrisa de triunfo que esbozó Tom, una sonrisa repleta de dientes afilados, una sonrisa de barracuda.

-¡Joder! -exclamó retrocediendo, distanciándose del depósito de agua y de Tom, que sin embargo, mantuvo la posición mientras se colocaba las manos atrás de la espalda.

-Perfecto, Mark. Como siempre -aplaudió Tom, como quien felicita a un cachorro.

Mark se apoyó en la piedra, mientras se secaba la boca con el dorso de la mano. Sus ojos, por completo en blanco, barrieron a los presentes, pero se demoraron sobre todo en Piedra, al que señaló sonriente con un dedo, que luego se pasó por el cuello.

El pelo de la nuca de Charles se erizó de repente al ver esa amenaza, aunque no fuera dirigida a él. Era más consciente que nunca de su pésimo estado físico y de que había dejado olvidada la pata de madera en la sala de las velas.

-¿Qué está ocurriendo? -consiguió articular al fin.

El hombre que se hacía llamar Tom produjo un gorgojeo siniestro que con probabilidad quería ser una risa.

-Perdonadme, es la falta de práctica. No nos reímos mucho por aquí. -se disculpó -. Pero es que siempre me preguntas lo mismo, mi querido Charles.

Ahora fue el turno de Piedra de sentir hielo en las venas. Luchó por apartar su mirada de Mark y preguntó:

-"¿Siempre?" -dijo arrastrando las palabras -. ¿Cuántas veces son "siempre"?

Tom lo observó, con evidente divertimento, mientras fingía pensar.

-En el caso de Charles, yo diría que una docena de iteraciones. Mark lleva unas cuantas más, fue el tercero en llegar. -Alzó una mano -. El segundo fue Marcos, antes de que me lo preguntéis. Pero me temo que en esta ocasión no ha llegado demasiado lejos, problemas estomacales, creo.

-Y el primero fue Tom -sentenció Piedra, confirmado lo que ya se imaginaba -. ¿Quién eres tú en realidad?

El ser que vestía el cuerpo de Tom, hizo un gesto y Mark se puso a cuatro patas, obediente. Después, caminó hacia él y se sentó encima de su espalda, con las piernas cruzadas y toda la naturalidad del mundo.

-Soy Minos, tanto gusto. -Saludó con ceremonia.

-Proporciono olvido y perdón, como un viento que barre la hojarasca marchita que ya ha cumplido su función. Brindo nuevos principios cuando coméis y bebéis de mi mesa, pues yo soy este lugar y él forma parte de mí. Pero siempre insistís, reacios a olvidaros de vosotros mismos, en recorrer una y otra vez el mismo camino. Ese es el castigo y la penitencia que lleva implícito el Infierno, el saber que da igual lo que hagáis, da igual lo que digáis o cuanto os esforcéis, sois lo que sois y no podéis huir de ello ni aprender. Aquí mueren todos los sueños, víctimas de vuestra propia intrascendencia - explicó y, achicando los ojos, añadió -: Pero vosotros dos, estáis resultando ser unas anomalías la mar de interesantes en las que estaría encantado de profundizar, pero mucho me temo que no tenemos demasiado tiempo. ¿Te has dado cuenta, no?

"Maldita sea mi alma, lo saben todo", pensaba Piedra mientras empujaba hacia atrás a Selina, que lo observaba sorprendida.

-Vámonos -le dijo a la mujer.

-¿Qué, pero qué está ocurriendo? -le respondió ella.

-¡Tú! -gritó Piedra, señalando a Charles -. ¡Corre!, ¡Huye por tu vida!

Detrás de Tom-Minos, que ya había abandonado su asiento viviente, comenzaron a abrirse de nuevo los enormes ventanales corredizos. Una cacofonía de alaridos y rugidos se dejó escuchar de repente, procedentes de mil y un lugar al otro lado de las brumas del exterior.

-Joder, joder -comenzó a correr Charles, con torpeza y tropezando con sus propios pies, regresando por donde habían entrado hacía unos minutos.

Piedra, en cambio, optó por la otra salida pese a ser más lejana, llevándose a Selina con él.

Minos se encogió de hombros al tiempo que le hacía una seña a Mark, que salió disparado tras el fugitivo Charles. Los ventanales seguían abriéndose con una lentitud que casi parecía deliberada, mientras Minos caminaba tras los pasos de Piedra Y Selina, con las manos en los bolsillos y silbando una tonada molesta y disonante. De cuando en cuando se interrumpía, y contaba en voz alta:

-Uno Misisipi, dos Misisipi, tres Misisipi... voooooy.

***

Piedra se detuvo en seco, sin previo aviso, y Selina casi acabó en el suelo al tropezar con él.

-¿Pero qué...? -Comenzó a protestar, pero se calló al ver que éste se inclinaba en la esquina y deslizaba la mano por la parte inferior de la pared, como buscando algo. Ese algo destelló de repente con un tono que pretendía ser naranja, un símbolo extraño marcado de alguna forma sobre la superficie, que sin embargo perdió casi todo su brío al segundo de encenderse. Escuchó al hombre ahogar una maldición entre labios.

-Tenemos que llegar al sótano, al antiguo cuarto de calderas, tan rápido como sea posible, antes de que estas runas acaben de morir. -Dio un golpe en la pared que la pilló por sorpresa -. He sido un necio engreído y ahora me encuentro con que han superado casi todos mis cuidadosos preparativos.

El tono del hombre era ominoso, aunque ella no estaba entendiendo nada. Algo tuvo que ver él en su rostro, porque, reemprendido el camino y la carrera, comenzó a explicarle qué ocurría.

-Elegí este lugar por muchos motivos distintos, aparte del más obvio.

-¿Alejado y solitario? -apuntó ella.

Piedra asintió, señalándole al mismo tiempo que girara a la derecha de nuevo.

-Por ejemplo. -Admitió él -. Pero también por su ubicación sobre antiguas e importantes vías comerciales y la enorme cantidad de energía espiritual que, por alguna razón, se concentraba en él. Y, sobre todo, me atrajo su estructura única de metal.

-¿Metal? -preguntó Selina, intrigada.

Piedra asintió.

-Pero no cualquier metal, hierro. Cuanto más puro, mejor. El hierro es anatema para la mayoría de las criaturas sobrenaturales, incluidos los demonios. Ignoro quien diseñó en su día esta fábrica, pero conociendo lo que esconde el subsuelo, me lleva a pensar que el esoterismo no le era desconocido en absoluto. Este complejo abandonado lleva años actuando como un tapón sobre una herida abierta en el tejido de la realidad, una ventana panorámica al Infierno.

Se volvió hacia ella, sin detenerse en su carrera.

-La planta de este edificio, aunque no lo parezca debido a su estudiado trazado, sigue un diseño en espiral que se desarrolla a diferentes alturas. Un gigantesco símbolo de protección contra el mal, a través del cual yo marqué una ruta de escape con estas runas que nos están guiando.

Piedra se detuvo de nuevo con brusquedad, para examinar esta vez la esquina de la pared opuesta a la anterior. Tuvo que pasar varias veces la mano antes de lograr que el símbolo respondiera.

-Dices que mueren, los símbolos -preguntó Selina observando su ancha espalda, mientras permanecía inclinado.

-Toda estructura tiene su viga maestra, su centro de gravedad, por así decirlo -contestó levantándose y sacudiéndose el polvo de la mano en los pantalones -. Si la dañas o eliminas, el resto caerá como un castillo de naipes. La sala del árbol, no era capaz de situarla, hasta que presencié aquel ritual, una obscena parodia del círculo de la vida. Los huevos van al agua, el agua los nutre y crecen, luchan entre sí y sólo los más aptos sobreviven para convertirse en alimento de esa hierba demoníaca, que a su vez fortalece al árbol, que se extiende y devora el metal y el hormigón allá donde entra en contacto con él. Esa sala, antes de que desaparecieran los muros y las vigas, eran cuatro almacenes diferentes.

La contempló con esos ojos grises que parecían ver a través de ella, y no pudo evitar un estremecimiento. Él continuó con su explicación, ajeno a su reacción:

-Esas salas eran el centro, el corazón de la espiral. Ahora, están deshechas, el hierro casi desvanecido, por lo tanto...

-Carecemos de protección frente a las cosas que rodean el recinto -acabó ella, acariciando su vendado brazo derecho. Hacía rato que lo notaba latir, pero suponía que igual se había excedido apretando los vendajes en su temor a perder el arma.

-Queda muy poca magia real en nuestro mundo, si es que alguna vez la hubo en abundancia. Para garantizar el funcionamiento de las runas que tracé, las vinculé a la estructura de este lugar, para que formaran parte de él y se alimentaran de su energía. Ahora que han conseguido desmontar su núcleo, es cuestión de tiempo que se descarguen y queden inutilizadas. En cuanto a los demonios, permanece mucho metal todavía en el resto de la fábrica, eso los frenará y los disminuirá, nos dará una oportunidad aunque pequeña, de sobrevivir. Pero ya no estamos realmente a salvo en casi ningún lugar. -se movió a su lado derecho, y la sujetó del brazo, examinándolo -. ¿Qué te ocurre?

Selina sacudió el brazo y se liberó de su contacto perturbador. La cabeza comenzaba a darle vueltas, como cuando se vio forzada a ingerir el icor de la boca de aquel ser.

El pasillo finalizaba en el inicio de una escalera metálica que descendía a un piso inferior, uno repleto de tuberías y depósitos hasta dónde alcanzaba la vista. Se sujetó a la barandilla, con fuerza, temiendo desmayarse. Las sensaciones, la propia consciencia de su cuerpo, la abandonaban durante unos segundos, para después regresar amplificadas en un mil por cien. Era inquietante y enervante al mismo tiempo, como pasar de la no existencia a ser consciente de todo lo que te rodeaba. Notó las manos fuertes de él sobre sus hombros, pero esta vez no rehuyó el contacto.

-Ya vienen -jadeó ella.

Él se giró hacia atrás, con los labios dibujando una fina línea de decisión, y aunque no vio ni escuchó nada, la guió escaleras abajo a toda prisa. Ni siquiera le preguntó cómo lo sabía; tampoco hubiera podido explicárselo. Quizá debería contarle lo del hormigueo en la piel y la sensación de ser acechada.

-Lo tenemos casi encima -susurró en cambio. Piedra asintió en silencio y le señaló un recoveco apenas visible, oculto entre las sombras más densas. Se deslizaron hasta él pasando entre dos grandes tuberías que transcurrían paralelas al suelo, y aguardaron.

Selina lo olió antes incluso de verlo. Un hedor a aguas estancadas y basura quemándose. Piedra asintió en silencio, él también lo percibía, así que no estaba imaginando cosas.

Los ojos de Selina se movían de un punto a otro de su campo de visión, intentando detectar el origen de aquella peste, cuando advirtió un movimiento extraño entre la maraña de tubos oxidados que conformaba el techo de aquella zona. Hincó un codo en el abdomen del hombre y le indicó la dirección con un gesto de la barbilla, pero el rostro de concentración de Piedra le reveló que él no alcanzaba a distinguir lo mismo que ella.

"¿Y qué es, exactamente, lo que estoy viendo?", se preguntó.

Algo similar a una enorme caracol sin concha, una babosa del tamaño de un turismo mediano que descendía desde el piso superior dejándose caer entre las tuberías metálicas, a cuyo contacto humeaba. La masa gelatinosa aterrizó en el suelo con un suave chapoteo y, después de un leve titubeo, comenzó a avanzar con decisión hasta donde se ocultaban ellos.

-Si yo puedo verlo ... -susurró inquieta.

Piedra debió de entender el mensaje, porque salió del escondite y se plantó frente a ella en el centro del pasillo. Aquella cosa aceleró con un movimiento bamboleante al detectarlo, al tiempo que aumentaba su volumen y altura, bloqueando casi todo el pasillo.

-Ya lo veo -escuchó Selina que le decía Piedra, mientras éste agitaba los brazos, centrando la atención de aquella cosa -. Lo alejaré de ti, aguarda a que te dé la espalda y después, ¡destruye la cabeza más grande!

-¿Cómo? -gritó conmocionada al ver como el hombre corría pasillo abajo seguido de cerca por aquella especie de ola viviente.

La peste le golpeó con fuerza casi física, y es que era peor el rastro resbaladizo que dejaba esa cosa, que el propio olor que desprendía lo que fuera que conformara su cuerpo.

Abandonó el escondite, a tiempo para ver cómo Piedra corría ahora en dirección al extraño ser y se lanzaba de cabeza hacia él, introduciéndose en su cuerpo gelatinoso.

-¡No! -exclamó ella, viéndole debatirse en el interior de aquella cosa. Era igual que contemplar un insecto atrapado en ámbar, salvo que el insecto no dejaba de moverse y luchar por alcanzar algo en aquel entorno fluido.

"¿Qué hace?", se detuvo Selina a menos de dos metros de la escena. Vislumbraba el rostro del hombre, tenso por el esfuerzo, y su brazo alargándose hacia lo que parecía ser un cráneo humano que flotaba en el interior de aquella cosa.

"No, hay más de uno", reparó entonces. Algunos estaban muy deteriorados, pero junto a Piedra flotaban, fuera de su alcance, varios restos humanos, principalmente huesos y ...

"Cráneos, cabezas. ¡El grande!"

Saltó sin pensar, lanzando el puño derecho por delante precedido por la afiladísima uña del acechador, penetrando en aquella carne transparente con la consistencia de la gelatina. Su arma atravesó el cráneo que le pareció de mayor tamaño y relevancia, reduciéndolo a astillas de hueso.

Una descarga le recorrió el cuerpo de arriba abajo, junto con una sensación de frialdad abrumadora. Una avalancha de recuerdos y conocimientos que no eran suyos se precipitó contra su conciencia que, abrumada, se replegó sobre sí misma, cayendo en una piadosa oscuridad.

El cuerpo de aquel ser se desmoronó sin la mente que lo controlaba, y Piedra se encontró tosiendo fango en un suelo inundado de caldo putrefacto. Se arrastró hasta Selina y le comprobó el pulso.

"¡Vive!", respiró aliviado. Se recostó contra la pared, arrastrando hacia sí a su inconsciente salvadora y apoyando su cabeza sobre sus piernas para que no tragara aquel líquido infame.

Su corazón corría desbocado y, al alzar su mano frente a él, pudo ver por unos segundos una imagen evanescente de esa misma mano intentando separarse de él.

"Almas, consumía almas para existir. Casi me la arranca del cuerpo", tembló, rememorando la espantosa sensación. No temía morir, pero sentir disolverse sus recuerdos en la nada, devorados por aquella entidad, casi había sido demasiado.

Suspiró, acariciando sin darse cuenta el cabello corto de la mujer. No estaban seguros ahí, tenían que llegar a toda costa a su refugio, en el interior de uno de los enormes depósitos de fuel de las calderas. Y hacerlo antes de que el sistema de runas colapsara del todo.

-Pero antes descansaremos... un minuto -se dijo -. Quizá dos.

***

"Se acabó, estoy liquidado", tuvo que admitir Charles, dejándose caer en el suelo de la habitación en la que se había refugiado. Todavía realizó un último esfuerzo y recorrió el pequeño recinto con la mirada, buscando algo, un arma, un escondite... Pero en aquella sala no había nada más que polvo, un estante de endeble aglomerado sin objetos a la vista, y una ventana con un estor bajado, pero que curiosamente, apenas hacía nada por filtrar la luz azul que procedía del exterior.

"Una maldita ratonera, eso es".

Intentó modular su respiración, en un vano intento de escuchar algo que no fueran sus propios jadeos. Ya había creído despistar a Mark un par de veces, pero siempre daba con él. Ni idea de cómo lo hacía.

-Cómo es posible que cambie tanto una persona ... -musitó.

"Ha sido ese tipo, Tom. Le ha hecho algo en la cabeza. Habrá drogado el agua o ..."

-O no tienes ni puta idea de qué es lo que ocurre aquí, capullo -se contestó a sí mismo.

Estaba temblando. Cuando era consciente de la sed que tenía, creía enloquecer y, aunque el hambre hacía días que le abandonó para no volver, la falta de alimento lo estaba sumiendo en un total estado de debilidad. Perder los dos dedos y una buena cantidad de sangre, solo había sido la puntilla a su nefasta trayectoria como superviviente de un secuestro.

Aguantó la respiración, le había parecido escuchar pasos en el exterior que se aproximaban. Permaneció así, con los ojos casi saliéndose de las órbitas por el esfuerzo, convencido de que se habían detenido frente a la puerta. Cuando creía que ya no podría soportarlo más, los pasos se alejaron veloces y el exhaló poco a poco, todavía más mareado que antes.

Ya no tenía fuerzas ni siquiera para llorar, el miedo se lo había llevado todo y la dignidad era un lujo obsceno en aquel lugar, que no se podía permitir.

-Y entonces, ¿qué? -se preguntó.

"Te tumbas y mueres", le llegó la respuesta, fría, indiferente y ajena a sí mismo. Aquello tuvo la virtud de hacerlo reaccionar, de sacarle del marasmo mental en que se encontraba sumergido. Se encontró pensando en su mujer, que estaría sufriendo lo indecible su desaparición.

"Está mejor sin ti, y lo sabes", regresó de nuevo aquella voz helada.

Charles parpadeó, sorprendentemente, no estaba de acuerdo.

-Me escogió a mí, de entre todos. Y no es que no estuviera disputada en aquella época.

"Ha tenido tiempo de sobra para arrepentirse", insistió la voz desabrida.

Apoyó la cabeza contra la pared, con la mirada perdida en el techo. Estaba recordando las veces que le abrazaba al llegar del trabajo, y se interesaba por cómo estaba y qué había hecho. De repente, se daba cuenta de que no le preguntaba tanto por el estado de su no novela, como por su propio estado anímico.

-Sabía que yo no estaba bien. Sólo me estaba dando espacio y tiempo para recuperarme -suspiró -. Soy un idiota con un montón de mierda en la cabeza.

El estrépito de cristales rotos lo sacó de su ensoñación, y una piedra llegó rodando casi hasta sus pies, que encogió de forma automática, sorprendido y alterado. Llevaba algo sujeto con una gran cantidad de hilo de coser, semejante al que cerraba sus heridas. Charles gateó hacia ella, y le dio la vuelta, dejándola caer como si quemara al ver de qué se trataba.

Estaba hiperventilando otra vez, pero esta vez, aparte del miedo y la angustia, sentía una emoción nueva e inédita. La ira.

Sujeta a aquella piedra, iban los restos mordisqueados de uno de sus dedos. La comprensión se iba abriendo paso en su mente, mientras se ponía en pie y guardaba la piedra en el bolsillo. Salió caminando con lentitud de aquella habitación, pero esta vez, no iba huyendo.

***

Selina continuaba sin recuperar la consciencia y, aunque Piedra era un hombre fornido, desplazarse con rapidez a través de la maraña de pasillos que se abrían entre las tuberías, cargando con ella en brazos, estaba minando sus fuerzas a gran velocidad.

Más consciente de lo que le gustaría de la sensación de firmeza que el cuerpo de ella le transmitía bajo la ropa, no dejaba, sin embargo, que aquello le distrajera de su continuo rastreo de las runas que debían guiarles al refugio.

"Un refugio precario, pero debería resistir lo suficiente como para permitirme acceder a la escasa energía que resta en el circuito y activar la baliza que nos devuelva a nuestro mundo".

Sonrió amargamente ante ese último pensamiento.

"Hace unos años me habría reído de quien me contara una historia semejante, dándole por crédulo o loco... brujas, demonios, las voces de los muertos. Todo me habría parecido una colección de gilipolleces absurdas producto de mentes desquiciadas.

-Y mírame ahora -masculló.

Se asomó con precaución en el siguiente cruce de pasillos, contemplando con crecientes dudas la enorme longitud del tramo que le aguardaba a la izquierda.

"Ni puertas, ni otros pasillos que lo crucen, solo un último esfuerzo nos separa de la sala de calderas, pero no tengo forma de saber qué sorpresas puedo encontrarme en la oscuridad de esos techos altos, entre el laberinto formado por las idas y venidas de cientos de cañerías", meditaba.

Dejó a Selina en el suelo con toda la suavidad de la que fue capaz, y abrió la mochila roja de la que aún no se había desprendido. Sacó la caja de metal que había contenido las desaparecidas cenizas de su pequeño y la depositó a un lado. Ya no era necesaria, hasta aquella remota esperanza se la había arrebatado el maldito. Tenía clara conciencia de que los crímenes que había cometido, aunque al final no fuera él la mano ejecutora, impedirían que se reuniera con su familia en el más allá. Ahora, sin sacrificios humanos no habría pacto alguno.

"Entonces... ¿por qué aún luchas, por qué resistes?", regresó la voz en su cabeza.

Se quedó quieto, conteniendo la respiración, sopesando con seriedad aquella pregunta, cuando un leve suspiro atrajo su atención al rostro inconsciente de Selina. Era difícil estar seguro bajo aquella luz azul y crepuscular que nunca variaba, pero parecía tener mejor color de cara.

Sacó de la mochila los dos últimos elementos que restaban por usar de su menguada equipación, y los sostuvo frente a sí. Su versión casera y customizada de la M84 conmocionadora.

-Solo que esta hace algo más que cegarte y aturdirte, sobre todo si no eres humano -susurró con cierto orgullo de artesano.

Se puso en pie y arrastró a la mujer fuera de la zona de paso, bajo la enorme y oxidada tubería que los había acompañado durante el último trecho, ocultándola en lo posible. Si sobrevivía, regresaría a por ella. Si no... bueno, ya daría igual, todo se habría solventado de una forma u otra.

Se asomó a la bifurcación pero continuaba sin ver nada, así que, con un leve encogimiento de hombros, comenzó a correr hacia la puerta de la sala de calderas. Sujetaba en cada mano una de sus granadas modificadas y, cuando comenzaron a saltar aquellas monstruosidades de todo tipo frente a él, cruzó los brazos a la altura de su rostro y arrancó ambas anillas al mismo tiempo con los pulgares opuestos.

-Por qué lucho, dices -le respondió al fin a aquella voz en su cabeza -. Por una nueva esperanza, claro.

Lanzó las dos granadas al tiempo que se arrojaba al suelo, rodando y tapándose ojos y oídos. Un doble destello de intensa y blanca luz se filtró incluso a través de sus párpados cerrados, mientras le llovían encima fragmentos que procedían sólo en parte de la metralla en forma de tachuelas de hierro que contenían las granadas.

"Porque todo lo que vive, ama y sueña".

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