CAPÍTULO 4. LA PIEL DEL CORDERO
Abrió los ojos y al segundo se incorporó, levantándose del suelo con la elasticidad de un felino y produciendo apenas un rumor de tejidos que se rozaban. Se quedó de pie, atento a cualquier indicio de movimiento o sonido fuera de lugar. Advirtió de inmediato la ausencia de los cuerpos de sus rehenes y, por un instante, temió que aquellos seres que se disputaban el sacrificio hubieran partido con ellos sin realizar trato alguno con él.
"No, es del todo imposible", se recordó a sí mismo. Esa lección se la había aprendido bien:
"Las reglas no pueden ser rotas ni obviadas por ninguno de los negociadores, así son las leyes que rigen el mundo oculto. Hasta el Infierno necesita de certezas"
"Certezas"... pensó con sarcasmo." ¿Poseo alguna ahora mismo?"
Algo llamó su atención, un retazo de tela blanca depositado cerca de sus pies. Se inclinó a examinarlo, ahogando una maldición cuando lo sostuvo en sus manos.
"Mi venda", se dijo llevándose las manos al rostro, de forma automática.
No había advertido que ya no la llevaba puesta al despertar. Se había dejado llevar por los nervios debido a la inesperada situación, y no estaba prestando la debida atención al entorno, centrándose solo en lo más evidente. Se esforzó en controlar mejor su respiración mientras continuaba agachado, recorriendo en círculos los alrededores con la mirada. Se imaginó a sí mismo yaciendo inconsciente en el suelo del interior del círculo de invocación y llegó a la conclusión de que no se había caído sola.
"Demasiado separada de donde se encontraba mi cabeza, alguien ha debido de retirarla y dejado caer después".
Cerca de donde tenía apoyada su mano izquierda, el suelo le devolvía el brillo de la luz de las velas en forma de diminutos reflejos de humedad. Pasó los dedos por encima y lo olió, limpiándose la mano después en el pantalón.
"Orina"
Ni el demonio ni el otro ser deberían haber sido capaces de atravesar el círculo y caminar hacia donde se encontraba Piedra, así que eso solo dejaba como candidatos a sus desaparecidas víctimas. Una de ellas debía de haberse liberado y reunido la suficiente entereza como para acercarse a él y contemplar su rostro. Se alzó y caminó hacia donde había depositado al que iba a ser el primero de sus sacrificios humanos, moviendo un poco la lona con el pie para examinarla. Además de a agua y cloro, apestaba a orines. Aquel tipo pequeño e histérico que no cesaba de gimotear parecía ser el único que se había liberado por sí mismo. De alguna manera había conseguido rajar la resistente tela desde el interior.
"Debí registrarlo mejor, buscar algún arma o cuchillo" ...
EL CUCHILLO.
No estaba, el arma que tenía dispuesta para el ritual de sacrificio, había desaparecido. La caja metálica que contenía las cenizas de su pequeño, sin embargo, permanecía aún en el mismo lugar. La recogió con suma delicadeza, casi como lo harías con un bebé dormido y se interrumpió a medio camino de guardarla en la mochila roja. Algo iba mal. Demasiado liviana. La volvió a dejar en el suelo, con las manos ligeramente temblorosas. Y la abrió.
Permaneció un largo minuto contemplando el interior, sudando frio y con la mandíbula tan apretada que el color huyó de su rostro. Después, la cerró con lentitud y, ahora sí, la guardó en la bolsa.
Reparó en ese momento en el escozor que sentía en el cuello y, al pasar la mano, la retiró manchada de sangre. Tenía un corte poco profundo próximo a la yugular.
"Un aviso. Sabe quién soy y ha querido dejar claro que sigo vivo porque él lo ha querido así", razonó, poniendo coto a su ira a duras penas.
-Pero yo también te conozco a ti -dijo en voz baja, poniéndose en pie, con la mochila en la mano -. Y vas a tener tiempo de arrepentirte por no haberme matado cuando podías.
El hombre llamado Piedra se alejó con pasos silenciosos de la sala iluminada por las velas, adentrándose en la oscuridad.
***
Un hombre gritaba de dolor y golpeaba el suelo con un puño, mientras otro se afanaba por improvisar un vendaje y taponarle la hemorragia que sufría, pero no se lo estaba poniendo fácil.
-Charles, si no te callas y te mantienes inmóvil un rato, no voy a poder hacer nada, maldita sea -le dijo sujetando la cabeza del herido con unas manos cubiertas de sangre. Este logró enfocar su mirada a duras penas en él y asintió, con el rostro sudoroso y sucio, demudado por el atroz dolor que procedía de la ausencia de dos de sus dedos de la mano izquierda.
-Lo intento, lo intento -acertó a contestar casi sin aliento,
-Mantén la mano por encima del corazón -le dijo el otro hombre, mientras componía un apretado vendaje sobre los desiguales muñones sangrantes.
"Malo", pensó.
"Si no consigo detener la hemorragia, entrará en shock en breve, y entonces sí que estaremos en problemas"
Aquello era cualquier cosa, excepto un corte limpio. Lo que restaba de los apéndices amputados era una masa irregular y deshilachada de carne y tendones arrancados. Al fin, la hemorragia remitió y Charles cabeceó, adormilado.
Mark, que así se llamaba su compañero, lo observó preocupado. Si lo dejaba dormir, era posible que no despertara, pero él también se encontraba agotado y casi al límite de sus fuerzas y se dejó caer pesadamente a su lado.
"¿Qué serán esas cosas, joder?, no nos dejan salir de aquí"
Aquel había sido su último intento por alcanzar la zona exterior de la valla que rodeaba el recinto, y casi se habían dejado la vida en él.
Llevaban días atrapados en aquel infierno. Sin agua, sin comida ni comunicación con el exterior... si es que fuera había algo. Mark comenzaba a dudarlo, con sinceridad. Recordaba despertar en una sala, inmovilizado; con el rostro pegado al suelo y un maldito corte en la frente, escuchando una conversación entre, al menos, tres personas sobre algo relativo a un sacrificio.
Movió la cabeza a un lado y a otro. Sería efecto de la droga que le inocularon para secuestrarle. Aquellos recuerdos no tenían ni pies ni cabeza. Salvo uno, el que tenía de contemplar el rostro desencajado de Charles (entonces aún no conocía su nombre), observándole desde el interior de lo que parecía ser una alfombra vieja enrollada alrededor de su cuerpo y sujeta por gruesos alambres.
Después, sobrevino de nuevo la inconsciencia y el posterior despertar en la penumbra de aquel lugar. Caminó durante horas por pasillos y escaleras que no parecían ir a ninguna parte, revisando habitaciones que, o bien no contenían nada, o almacenaban elementos de lo más diverso e inútil en sus circunstancias.
-¿Crees que lograremos salir de aquí algún día? -oyó preguntar a Charles muy bajo.
Mark suspiró de alivio al verlo consciente y algo más calmado. Aunque le planteara por enésima vez aquella pregunta.
-Claro que sí -le contestó por inercia.
"Y una mierda saldremos", se oyó exclamar a sí mismo en el interior de su cabeza.
-Sólo tenemos que ser más rápidos la próxima vez. O encontrar una forma de distraer a esas cosas. -continuó sin demasiada convicción.
Charles se incorporó temblando y entrechocando los dientes.
-Tengo frío.
"Joder"
-Estás entrando en shock -dijo Mark levantándose y sujetándole de un brazo para obligarlo a alzarse.
-El refugio está cerca, allí quedaron las mantas.
"Mantas... más bien unos raídos y viejos sacos de tela que recuperamos de una de esas estúpidas habitaciones".
Mientras caminaban de forma penosa hacia ese lugar, una idea cobró entidad en la mente de Mark.
-Escucha, acabo de recordar algo que vi en una de esas salas. Creo que sé cómo llegar. Si estoy en lo cierto, podría intentar cerrar esas heridas tan feas e irregulares y conseguir que sangres menos -le explicó a Charles.
"Aunque igual te proporciono unos tétanos o cualquier otra forma peor de infección, si es que los dientes de esa cosa no te la han producido ya".
Charles asintió consciente a medias.
-Lo que sea... lo que sea.
***
No se encontraba en la vieja fábrica, al menos no exactamente, eso Piedra lo tenía claro desde el momento en que dejó atrás la sala iluminada por aquellas velas sacrílegas. Los pasillos podían ser similares, al igual que las escaleras y parte de la estructura y distribución de aquel lugar. Pero eran interminables, absurdos y enrevesados y, desde luego, apenas familiares. Se trataba tan solo de una imitación bastante aproximada, con un buen número de licencias creativas de nuevo cuño.
"Esto es una trampa para ratones, un laberinto con un acertijo en su fondo. Algo propio de los demonios de alto rango"
Las palabras de Malcolm resonaban en su cabeza:
"-Es tradición, ¿sabes? Soy aficionado a respetar las antiguas formas".
-Por supuesto -susurró mientras ascendía otra vez por unas ennegrecidas escaleras metálicas -. Búsquedas, pruebas y laberintos son recurrentes en los mitos más antiguos. ¿Acaso Teseo no fue uno de los primeros cazadores de monstruos?
Se detuvo un segundo. Creía haber escuchado unos pasos muy leves a cierta distancia detrás de él.
Nada.
Posiblemente lo había imaginado. La acústica en aquel lugar era extraña y cambiante, como si el material real que formaba las cosas de su entorno fuera en realidad distinto a lo que percibía por sus otros sentidos.
"Entonces", continuó reflexionando, "estoy buscando a mi monstruo, al Minotauro al final de este camino". "¿Será este el juicio del que hablaban aquellos seres?, ¿el juicio por las armas, un juicio por combate?".
Una sensación acuosa y resbaladiza al dar el último paso, lo sacó de su abstracción y, al inclinarse a comprobar qué era, descubrió que se encontraba de pie en medio de un enorme charco de sangre semi coagulada. Salía por debajo de una puerta que casi le había pasado inadvertida, pues carecía de pomo aunque no de cerradura. Su forma se confundía casi con la pared, ambas pintadas del mismo tono de gris azulado, apagado y triste, que coloreaba cuanto veía en aquel lugar.
No necesitó tocar la sangre para advertir que llevaba tiempo allí. La suela de los zapatos se adhería a ella como si fuera chicle. Tiempo, pero no tanto como para secarse por completo.
Observó la cerradura con ojo experto y, arremangándose, dejó a la vista una en apariencia inocente muñequera de cuero con un reloj en ella, pero que al despegar los velcros que la aseguraban a su brazo, revelaron ganchos y ganzúas. Las herramientas de un ladrón.
Manipuló la cerradura durante unos segundos y la puerta se abrió con un apagado chasquido al retroceder el pestillo.
Se deslizó al interior con precaución, alejándose de la puerta para que su silueta no se dibujara contra la entrada, quedando en cuclillas a un lado mientras sus ojos se acostumbraban a una oscuridad mayor que la penumbra que reinaba en el resto del recinto.
No era una habitación demasiado grande. Al frente, una mesa cubierta de papeles y polvo junto con una silla de oficina de cuero negro desgastado que al menos databa de los setenta. Un examen superficial a las marcas en el polvo del suelo, le reveló que alguien la había desplazado. Había pisadas alrededor de ella y una marca más amplia, como si se hubiera arrastrado algo grande.
"Sin embargo", pensó, "hace un tiempo de esto, porque el polvo se está volviendo a acumular sobre las marcas".
Entonces, reparó en la leve iluminación que de repente se percibía en el lado derecho de la habitación. Aquel cubículo tenía forma de ele, así que se asomó con precaución a la esquina donde se introducían las huellas y continuaba el rastro de sangre coagulada. Estaba cubierto aquel lugar con una gruesa cortina que algún día pudo ser blanca. La desplazó con cuidado, usando dos dedos, y echó un vistazo.
-Pero qué coño... -se le escapó la imprecación por lo bajo, al tiempo que se introducía en aquel espacio.
Colgados de la pared, unos paneles sneller para el examen de la vista manchados de sangre, le aguardaban. Imposiblemente iluminados aunque, atendiendo a la verdad y a la exactitud, en realidad se encendían y apagaban de forma intermitente, como si las bombillas estuvieran flojas o fallando. Bajo aquella tenue luz anaranjada, observó cómo la sangre había goteado al suelo desde una camilla de hospital, tendido sobre la cual se encontraba un cuerpo humano con el estómago abierto y los intestinos desparramados a ambos lados del mismo. Colgaban como macabras guirnaldas de carne en la fiesta de cumpleaños más salvaje del mundo.
Piedra se acercó, subiéndose el pañuelo del cuello para cubrirse la nariz pero, de forma asombrosa, no hedía demasiado pese a su avanzado estado de descomposición.
"Le conozco", pensó abriendo mucho los ojos al contemplar el rostro del cadáver.
Era una de sus futuras víctimas, uno de sus sacrificios.
-Marco Rovira, empresario del año, hijo predilecto de la ciudad y aclamado ciudadano de pro. De los que no faltan ningún año a su cita con los donativos para el preventorio infantil. Gran hombre y pilar de la comunidad -dijo con voz ronca Piedra.
-Por eso te elegí, ¿no? -continuó, al tiempo que intentaba cerrarle los ojos sin éxito. Demasiado tiempo muerto ya, los párpados insistían en mantenerse abiertos. El rostro del difunto era una máscara de dolor y espanto.
En cambio, su mirada fue atraída hacia una de las paredes laterales. Alguien había escrito un mensaje con la sangre de aquel tipo:
LO RECONOZCO TODO.
-Has muerto tal y como viviste en realidad, un ser sin entrañas. Alguien más, aparte de mí, te conocía en este lugar. A tu auténtico yo. -susurró mientras acababa de examinar el cuerpo. Era obvio que lo habían torturado durante horas antes de destriparlo como a un pez. Ni siquiera conservaba las uñas de las manos.
"Pero ése no es el problema, ¿no?"
El problema era el estado del cuerpo. La línea de tiempo. El cadáver llevaba días allí. Ni minutos ni horas. Días. Y eso no era posible. Él no podía haber estado inconsciente, tirado en el interior del círculo de invocación, tantísimo tiempo; mientras alguien torturaba y asesinaba a aquel tipo con total impunidad.
"Alguien no. Ha sido él, y lo sabes. Ahí, falta carne"
En cuanto al tiempo... por lo que sabía, bien se podrían encontrar en alguna parte del Infierno y allí no se iban a respetar las leyes naturales. Alzó el reloj, por curiosidad, y observó cómo las agujas vibraban, saltando hacia atrás y hacia adelante, como si no se decidieran a avanzar. Se bajó la manga y lo tapó. Las implicaciones de todo aquello le daban dolor de cabeza, pero el factor tiempo quedaba obviado y aparcado por el momento. Era un dato por completo inútil.
"Caza al monstruo, recupera a tu hijo. Todo lo demás no importa"
Entonces escuchó el estallido de cristales rotos a lo lejos y, después de unos segundos de indecisión, se lanzó a correr en aquella dirección.
***
Selina se arrastró como pudo sobre aquel campo de minas de vidrios cortantes en que se había convertido la vieja ventana de madera y cristal, al lanzarse y atravesarla ella desde el exterior. Se apartó cuanto pudo del marco roto, justo a tiempo de evitar el tremendo impacto que produjo un apéndice semejante a una gigantesca pata de araña, al golpear el lugar que había ocupado su cuerpo en el suelo unos instantes antes. La pata se quebró contra el metal del suelo, lo que se tradujo en un monstruoso chillido, casi humano, de dolor y locura. El miembro herido desapareció por la ventana y Selina permaneció encogida junto a la pared, escuchando como se alejaba aquel ser; extrañada pero agradecida, de que no insistiera en penetrar en el edificio.
Sus manos fueron de forma inconsciente a la zona del bajo vientre, y suspiró mientras recordaba las últimas horas vividas.
Al principio, se había limitado a vagar por los pasillos, intentando encontrar alguna salida de aquel recinto y poder alejarse de él de la forma más discreta posible. Llegar a la población y alertar a las autoridades, ese era todo su plan. Hasta que comenzó aquella sensación, esa comezón en la nuca que le hacía detenerse y girarse a cada momento, convencida de que alguien le estaba siguiendo, amparado en la penumbra y las incontables esquinas y dobleces de los pasillos que iba dejando detrás de ella. En más de una ocasión, había regresado sobre sus pasos, sigilosa y con el cuchillo de vidrio en alto, para aguardar inclinada detrás de alguna esquina o recoveco. A la espera de su supuesto perseguidor. Pero al final, nadie se presentaba y desistía de continuar emboscada.
Pero la sensación persistía, así que, en la primera sala donde halló ventanas al exterior, resolvió saltar a la grava que rodeaba el recinto.
Caminar por ella le incomodaba, porque le daba la sensación de que sus pasos se oían a gran distancia, al tiempo que le impedían escuchar si alguien se aproximaba. De cualquier forma, recorrió ligera la distancia que separaba la construcción del brumoso bosquecillo vecino, donde pensó que sería más fácil pasar desapercibida o incluso emboscar a su agresor.
Pronto se dio cuenta de su error. Apenas llevaba unas decenas de metros avanzados entre la espesura, cuando escuchó algo similar a un aullido lejano que le puso los pelos de punta y la paralizó en donde se encontraba. Aguardó, con el corazón martilleando en las sienes y el alma en vilo, y otros aullidos se sumaron al primero, cada vez más cerca.
"¿Lobos?, ¡nunca han existido lobos en esta comarca!", pensó al tiempo que comenzaba a examinar los árboles cercanos. Encontró uno, anciano venerable del bosque con un grueso tronco y ramas accesibles que le permitieran trepar a lo alto con facilidad, e inició el ascenso. Ya se escuchaban algunos gruñidos cercanos y el sonido de matorrales agitados y patas golpeando la tierra, pero continuaba sin ver nada a través de la espesa niebla que lo cubría todo. Se acomodó tendida sobre una gruesa rama a casi cuatro metros de altura, conteniendo el aliento y achicando los ojos en un vano intento de divisar a aquellos animales.
"Oh, Dios mío. Esto no puede ser real"
Una súbita ráfaga de aire había despejado en parte el espacio situado a los pies del árbol donde permanecía encaramada, y había vislumbrado a una enorme bestia de pelo largo y negro. Tendría el tamaño aproximado de un mastín grande y unos colmillos de enorme tamaño a juego, pero lo inquietante era la cabeza del animal. Pese al alargado hocico, el resto de su morfología facial era casi por completo la de un ser...
"Humano, tiene rostro humano".
"Tienen", se corrigió al ver que se le unían cuatro o cinco ejemplares más, que comenzaron a olisquear en las proximidades del árbol.
Con el rostro desencajado por el horror y la incomprensión, se aferró a la rama con todas sus fuerzas, rezando porque no fuera visible desde el suelo y que la tupida copa la protegiera del escrutinio de aquellas cosas ultraterrenas.
Por su cabeza pasó la enloquecida posibilidad de haber fallecido en su encuentro con Miguel, hacía ya tantos años, y que ahora se encontrara atrapada en alguna especie de purgatorio. Incluso barajó encontrarse sumida en un coma en el hospital, merced a las fracturas múltiples de cráneo que éste le causó. Porque aquello no podía pertenecer al mundo que conocía.
Un gruñido la sacó de su ensoñación. Uno de los animales la había descubierto y se erguía sobre sus patas traseras, apoyando las delanteras en el tronco y enseñando los colmillos mientras revelaba al resto de la manada su posición. Comenzaron a saltar y a producir aquellos extraños sonidos, mitad ladrido, mitad aullido, con un timbre peculiar que recordaba a la voz humana. Casi como si fueran personas impostando los sonidos de un animal.
De pronto, los cuatro metros de altura le parecieron poca distancia al ver la facilidad con que se elevaban en sus intentos de alcanzarla, así que se arriesgó a subir aún más. Se encontraba manteniendo un precario equilibrio, en pie sobre la rama, cuando algo descendió sobre la jauría a gran velocidad, ensartando a uno de ellos por la mitad y produciendo un bestial crujido al seccionarle la columna vertebral. El tremendo animal comenzó a aullar de forma lastimera. Los demás se encogieron a su alrededor, acobardados y silenciosos, mientras observaban como aquella especie de lanza izaba a su aún vivo compañero, a alturas superiores a la de las copas de los árboles. Unos chasquidos, y los aullidos cesaron abruptamente, al tiempo que una lluvia de sangre y fragmentos de carne descendía sobre el resto de la manada. Selina se apoyó contra el tronco del árbol, intentando ver o imaginar que fuerza o criatura había sido capaz de semejante hazaña. El resto de los extraños lobos, comenzaron a escapar despavoridos en diferentes direcciones, pero los gritos de dolor en las proximidades, le indicaron a Selina que no estaban teniendo demasiado éxito en su huida y que la gigantesca criatura no estaba sola.
Allá en lo alto, el sonido de deglución por fin se detuvo y ella contuvo el aliento, rezando porque aquello, fuera lo que fuese, hubiera quedado satisfecho y no estuviera advertido de su presencia.
Durante un largo minuto no sucedió nada. Salvo los lejanos sonidos de algún superviviente herido aullando al viento su desgracia, nada se escuchaba ni se movía en el bosque.
Entonces, algo comenzó a gotearle sobre la cabeza, una sustancia caliente y viscosa. Le quemaba en los ojos y en la nariz y se la sacudió de un manotazo. Al alzar la vista, descubrió, observándola con extrañeza a través de la cima del árbol, a una criatura gigantesca similar a una araña, pero con un único ojo enorme, de cuya boca abierta se derramaba aquel líquido.
Selina se dejó caer por el tronco con un grito, dañándose las manos y rasgando la tela de sus pantalones al intentar deslizarse con rapidez hasta la base. Aterrizó con torpeza y demasiada fuerza, golpeándose en la cabeza y quedando semi aturdida en el suelo.
Vio al monstruo aproximarse, rodeando el árbol. Sus patas, gruesas como mástiles de acero y culminadas en una increíble y afilada uña que hendía la tierra, se doblaron flexibles cuando el cuerpo principal descendió sobre ella y su gran ojo la miró con intensidad.
Selina apenas se movió. Le costaba pensar y solo era consciente del calor que sentía de repente. De lo duros que se habían puesto sus pechos y de un insistente y molesto latido en la entrepierna.
El vientre de aquella cosa se abrió en dos mitades y algo comenzó a bajar, aproximándose a ella. Parecía un hombre, o quizá alguna vez lo fue, antes de quedar unido a esa cosa arácnida. Carecía de cabello y la piel era translúcida, de tal manera que se podía ver la sangre bombeando por sus venas. Era como un apéndice más de aquella cosa, a la que continuaba unido por una musculosa membrana en su espalda, similar al pie de un molusco bivalvo, y que lo mantenía sujeto en el aire sobre ella. Acercó su rostro solo vagamente definido al de Selina y, sujetándola con algo semejante a unas manos de tres dedos, la besó. Y se dio cuenta de que aquello no la había mirado a través de las ramas con curiosidad o extrañeza, sino con lujuria.
Selina se tensó, intentando romper el contacto, pero una parte de ella no quería hacerlo. Le estaba empujando más de ese líquido caliente y picante de antes por la garganta, y su cuerpo reaccionaba con furor y ansia, sacudiendo sus caderas de forma convulsa e incontrolable. Aquel remedo de hombre desplegó dos pequeños brazos de insecto desde sus costillas, y Selina se estremeció de dolor y placer cuando le cortaron tela y piel, dejándola semi desnuda de cintura para abajo. El beso se interrumpió y, para su sorpresa, se encontró deseando más. Bajó la vista y el hombre arácnido estaba desplegando algo sospechoso, parecido a un pene, en la zona donde hubiera tenido la pelvis si sus piernas se diferenciaran del resto de aquella masa muscular.
Selina se estremeció, anticipando lo que iba a venir. Así había sido con su marido al principio, antes del matrimonio. Cuando el deseo previo y su morbo de neófita eran casi tan buenos como lo que venía después...
"¿Después?", parpadeó Selina, súbitamente fría y al control.
"¿Las humillaciones, las palizas, el sexo por obligación porque estando casados no era violación?", rechinó los dientes mientras sus recuerdos y la vieja ira, regresaban y se imponían a los efectos de la droga de aquel ser. Breves habían sido sus días de felicidad pre conyugal, antes de que su marido se arrancara la máscara y mostrara su verdadero rostro. Su mano derecha se movió con lentitud, acercándose al bolsillo trasero de lo que quedaba de su pantalón.
"No estés roto, no estés ... ¡Sí!", sintió un súbito arrebato de euforia y adrenalina cuando consiguió asir el afilado cristal, de milagro intacto pese a la caída.
El miembro gelatinoso de aquel ser rozaba ya su sexo, buscando acceder a su interior, así que, sin dejar de mirarlo a los ojos, Selina le pasó una mano por la nuca, sujetando su cabeza, y con la otra le clavó el cristal en el cuello, abriéndole una herida desde la oreja hasta la clavícula.
Sangre de un rosa casi desvaído se precipitó sobre ella, que no pudo evitar tragar un poco, mientras aquella cosa convulsionaba y se desangraba emitiendo gritos demasiado humanos como para sentirse cómoda con lo que había hecho.
El arácnido intentaba replegar al humanoide herido de nuevo a su interior, pero no lo lograba. Selina se encontró de súbito esquivando patas de otras criaturas similares que acudían atraídas por los gritos de dolor de su asaltante. Sin embargo, no se acercaban para auxiliar a su semejante. Una de ellas, algo más pequeña, capturó la mitad inferior del humanoide translúcido con sus mandíbulas, y lo seccionó de una limpia dentellada, causando que los alaridos de dolor de la primera araña, arreciasen.
Selina corría tan rápido como podía de regreso a la vieja fábrica, lanzando de tanto en tanto miradas al dantesco espectáculo de canibalismo. Una araña rezagada al banquete, pareció encontrarla a ella más interesante y la persiguió a través del claro cubierto de grava, hasta que Selina se lanzó a la desesperada a través del cristal de la ventana.
De regreso al momento actual y sujetándose el bajo vientre que el pantalón desgarrado ya no conseguía ocultar, se aproximó con cuidado a la ventana para confirmar que su acechadora había desistido realmente. La vio alejarse, cojeando, en dirección al bosque y las brumas.
Entonces, solo entonces, Selina se permitió relajarse y comenzó a vomitar aquel líquido rosado, arcada tras arcada. Mientras, el dolor y los calambres la atravesaban por los continuos e incesantes orgasmos involuntarios causados por la toxina de aquella cosa.
Amparado en la oscuridad y el silencio, el hombre llamado Piedra la observaba. Después, regresó a la habitación donde se encontraba el cadáver, e hizo dos cosas:
Una, cambiar una parte de su vestimenta por la del muerto. Si el resto de los "sacrificios" continuaban allí, el blanco de su atuendo lo delataría como al secuestrador. De los cuatro que restaban con vida, tan sólo uno de ellos le había visto con el rostro al descubierto y podría reconocerlo.
Y dos, arrancar la cortina del rincón y dejarla a la salida de la habitación donde descansaba aquella mujer, donde pudiera verla. Al menos tendría algo con lo que cubrirse.
Después, continuó su camino, buscando unas marcas en las paredes que sólo sus ojos sabrían distinguir... si las encontraba.
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