CAPÍTULO 3. POR TODOS LOS MOTIVOS EQUIVOCADOS

Selina abrió los ojos despacio, parpadeando varias veces en el proceso porque lo veía todo borroso. Percibía en los maxilares un dolor sordo y el cansancio habitual y supo que se había pasado otra noche rechinando los dientes.

"Mi dentista estará encantado" -se dijo a sí misma suspirando en silencio. Al final tendría que consentir en que le fabricara la dichosa férula.

-Maldito pirata -dijo, ahora sí, en voz alta. Se incorporó a medias en la cama mientras se frotaba los ojos con una mano. Aún no conseguía enfocar la vista, además ¿qué hora era? Había demasiada luz en la habitación. Desplazó la sábana y bajó los pies al suelo, buscando a tientas sus zapatillas, sin encontrarlas. Estaba a punto de soltar un taco, cuando la puerta de la habitación se abrió de repente, sobresaltándola, y alguien entró en tromba, saltó sobre la cama y colocándose de rodillas sobre el colchón, se abrazó a ella dándole un beso en la mejilla al tiempo que le apremiaba:

-¡Mamá, por favor, que vamos a llegar tarde!

Su vista se enfocó al fin y, al contemplar aquel rostro juvenil que la observaba con ansiedad y cierta carga de reproche, el mundo cayó sobre ella como una ducha de cuchillos de hielo.

-¿Josh? -acertó a pronunciar a duras penas.

El joven, de unos diecisiete años, se la quedó mirando con una ceja alzada (Dios, como añoraba aquel gesto), y bajó de la cama para rebuscar en la mesilla de noche.

-Has vuelto a tomar diazepam -afirmó, no preguntó.

Selina tardó en reaccionar, solo tenía ojos para el chico. Su mirada lo recorría de arriba abajo una y otra vez, como si no creyera lo que estaba viendo.

-¿Qué? ¡No! -se levantó al fin, empujándolo fuera de la habitación pese a las protestas de este -. Dame un minuto y me visto.

Cerró la puerta con brusquedad y se apoyó en ella, con el pecho subiendo y bajando con demasiada intensidad. Cerró el pestillo y corrió hacia su tocador, contemplándose en el espejo.

-No puede ser... -susurró tocándose el rostro con las manos. El reflejo que veía era el suyo, pero tal y como había sido diez años atrás. No es que hubiera grandes cambios en sus facciones, algunas arrugas menos quizá, pero sí en su peinado. La mujer que le devolvía la mirada en el espejo lucía una melena rubia larga y lisa, en contraste con el pelo corto, casi masculino, que usaba en la actualidad.

Se apoyó en la cómoda, mareada. Estaba hiperventilando, necesitaba sentarse y pensar. Aquel mueble tampoco era el correcto. Deslizó su mirada por todo el cuarto y asintió, se había deshecho de todo aquel conjunto de habitación hacía ya casi siete años, unos meses después de que su mundo se pusiera patas arriba. Por tercera vez en su vida.

***

Tardó poco en vestirse, decidida a averiguar qué estaba ocurriendo. Tenía la molesta sensación de que su cerebro le andaba omitiendo algún tipo de información, de que obviaba un dato crítico en medio de aquellas circunstancias tan extraordinarias, pero no era de las de sentarse a esperar a que ocurrieran las cosas, ya no.

Entró en la cocina con paso cauto pero los tacones la delataron y Josh levantó la cabeza de su tostada mientras la evaluaba con la mirada.

-Te has puesto muy guapa hoy, mamá -le dijo sonriendo, para después continuar con su desayuno.

Selina se sentó cerca de él, pero no demasiado. Había elegido sin ser consciente aquel vestido largo con el estampado floral, mientras intentaba decidir qué rumbo de acción tomar. Y ahora acababa de recordar cuánto le gustaba a Josh y por qué, y no pudo evitar morderse el labio inferior con culpabilidad.

"Dios, duele tanto... ¿Cómo no me di cuenta de lo que tenía, cómo pude estar tan ciega y pagada de mí misma?"

-¿No vas a tomar nada? -le preguntó su hijo, sacándola de su abstracción.

-No. No he pasado muy buena noche y tengo el estómago un poco revuelto -mintió solo a medias.

La perspectiva de los años le daba un aspecto totalmente nuevo a la relación que había mantenido con su hijo, y le maravillaba tanto como la avergonzaba el cariño que el chico le profesaba con tanta evidencia.

"No lo merezco, nunca lo merecí", pensó con tristeza. Sobre todo sabiendo el día que era hoy. Bien fuera un sueño o una pesadilla, había comprobado en su agenda la fecha exacta en la que se encontraban, y no le había sorprendido demasiado. Si esta experiencia era su particular versión de Cuento de Navidad, desde luego no habría podido escoger otro momento más acertado de su vida.

"Bueno, en realidad quizá tenga tres o cuatro días como candidatos, aparte de este. Pero sí, hoy será un día de los que no se olvidan. Otra vez", repasó en silencio con cierta amargura.

Se levantó y cogió las llaves del coche del interior del frasco donde las guardaba y apremió a su hijo:

-Venga, vámonos o al final llegarás tarde a las clases.

***

Veinte minutos después se encontraba en el interior de su vehículo, estacionada en la acera de enfrente del piso tutelado donde se refugiaba aquel día una de sus clientas. Selina ejercía de abogada para el Instituto de la Mujer y, no satisfecha con ello, andaba dándole vueltas a la idea de cursar también la carrera de psicología. Dios sabía que aquellas mujeres, auténticas crías en algunos casos, necesitaban toda la ayuda posible para rehacer sus vidas. Conocía a la perfección el camino escarpado que les aguardaba a todas ellas sin excepción. Denunciar era el segundo paso, el primero era ser consciente y reconocer lo que te estaban haciendo. El tercero y no menos complicado, sobrevivir a todo ello y reinventarte como persona, partiendo en muchos casos del cero más absoluto.

Había obviado el pasar antes por su oficina y hasta su parada habitual en la cafetería al lado de la misma, para conseguir llegar un poco antes y reconocer el terreno. Lo vio un poco más abajo, ojeando las revistas del expositor del quiosco de prensa y lanzando miradas, de cuando en cuando, a la salida del bloque de pisos a donde se dirigía ella.

"Como si supieras leer, hijo de puta"

Era el marido de Luisa, su clienta. Maltratador habitual, acosador y asesino en ciernes. Porque a eso había acudido allí ese día, a acabar con el objeto de su inquina de una vez para siempre.

"Y me pilló a mí en medio", recordaba mientras improvisaba un moño a la japonesa con dos lápices a los que había sacado punta un minuto antes. "Tendría que haber cogido un cuchillo o algún otro tipo de arma", se reprochó en silencio por su falta de previsión. Quizá debería de llamar a la policía y recurrir a la orden de alejamiento que tenía en vigor; pero claro, el cabrón podría argumentar que ignoraba que su mujer se alojara allí. Al fin y al cabo, la localización de los pisos protegidos era confidencial.

-No, lo tengo que hacer sola -dijo bajando del vehículo -. Ni siquiera sé si todo esto es real, un mal sueño o un gigantesco déjà vu.

Cruzó la avenida y mientras llamaba al timbre y se identificaba, advirtió que Miguel (así se llamaba aquel indeseable), la había reconocido y oprimía reiteradas veces el botón del semáforo.

"¿Me siguió a mí aquel día, o ya conocía de antemano en qué piso exacto se encontraba Luisa?", se planteó por un segundo, mientras empujaba la puerta con la espalda.

El ascensor no respondía. Alguien estaba manteniendo la puerta abierta mientras conversaba con algún vecino (podía escuchar el murmullo de la charla desde la planta baja), así que se descalzó y subió los escalones de tres en tres con los zapatos en la mano. Al pasar por el cuarto piso, Selina cerró la puerta del ascensor de una patada ante una sorprendida parejita que no acababa de despedirse, mientras revivía en su mente lo que para ella era el pasado.

Aquella mañana se reunió con Luisa, que se encontraba sola en el sexto 10, antes de acudir a los juzgados. Tras un breve intercambio de palabras, salían por la puerta de la vivienda cuando las sorprendió Miguel, que las aguardaba en el rellano. Iba armado con una navaja de esas que venden en los restaurantes de carretera como recuerdo, pero afilada hasta el punto que la hoja se quebró cuando la enterró en la yugular de su esposa. Recordaba la sangre brotando y burbujeando entre los dedos de Luisa mientras sus ojos la buscaban con la incredulidad reflejada en ellos. Recordaba con claridad huir hacia el interior del piso y el brutal tirón de pelo que la hizo caer de espaldas sobre el suelo ensangrentado. Y gritar, gritar hasta que su garganta cedió, mientras el asesino la arrastraba hacia el comedor y le golpeaba la cabeza contra el suelo una y otra vez, hasta que no vio ni sintió nada.

Tenía lágrimas en los ojos cuando llegó al rellano del sexto. Esta vez lo haría bien, esta vez la salvaría, porque ya no era una persona indefensa. A raíz de aquel día, se cortó el cabello para que nadie pudiera volver a usarlo para sujetarla de aquella forma y practicó todo tipo de artes marciales y autodefensa con una entrega casi maníaca. Hacerse abogada fue su forma de reafirmarse cuando se liberó de su marido, el diablo lo tenga en su seno. El dominar su cuerpo, fue el camino que usó para encauzar su rabia y auto decepción antes de que acabaran con ella después de lo de Luisa. De Luisa y... sacudió la cabeza.

"Olvida eso, déjalo para después"

Empujó la puerta y la encontró abierta. Maldiciendo para su interior por lo confiada que era aquella mujer, entró en el piso llamándola a gritos por el pasillo:

-¡Luisa!

-Aquí, en el baño -le contestó asomándose un poco -. Llegas pronto, ¿no?

Se había rizado el cabello y sostenía una barra de lápiz labial. Solo el cielo sabía lo que le había costado a Selina y a la psicóloga conseguir de ella aquellos pequeños gestos. Los primeros meses no era capaz ni de mirarse al espejo.

-Nos vamos -dijo Selina casi sin aliento por el ascenso. Algo en su interior encendió una tenue luz de alarma al notarse tan cansada, pero la ignoró mientras cogía de la mano a la mujer y la arrastraba tras de sí por el pasillo.

-¿Qué ocurre? -le preguntó Luisa, alarmada por su extraña actitud.

-Miguel está aquí, tenemos que irnos -le espetó, dejándola helada.

Se asomó con precaución, el corazón atronando en sus oídos y, al no ver a nadie, salieron ambas al rellano.

-El ascensor está subiendo -le indicó Luisa con la voz temblorosa.

-Por la escalera, ¡vamos!

Descendieron cogidas de la mano a la máxima velocidad de la que eran capaces, pero dos pisos más abajo la puerta del ascensor se abrió de golpe y de él surgió Miguel, los ojos fríos y ausentes de toda emoción. Había visto el ascensor bajar desde la cuarta planta cuando lo llamó, y supuso que sería ahí donde había ido Selina. Ahora lo tenían frente a ellas por una estúpida carambola del destino, sin lugar a donde huir.

"Si nos hubiéramos encerrado en la vivienda, no nos habría encontrado", maldijo Selina en el fondo de su cabeza.

Ellas tardaron en reaccionar por la sorpresa, en cambio, él iba preparado. El brazo subió y bajó demasiado rápido para ser visto y Luisa se desplomó en tierra sin un quejido, mientras del centro del pecho le brotaba la sangre a trompicones, agotando su vida con cada latido.

Selina se lanzó hacia Miguel, loca de pena y rabia, golpeando primero su garganta y tratando de retorcer su muñeca para desarmarlo, pero algo no iba bien. Sus movimientos eran lentos y flojos, carentes de la contundencia y la seguridad que dan la costumbre y el entrenamiento. Apenas lo hizo toser con el golpe a la garganta y, desde luego, fue incapaz de detener su mano cuando la apuñaló por debajo de las costillas. El dolor de la hoja penetrando en su carne fue brutal, pero la sensación de vaciado posterior al fluir la sangre, esa fue mucho peor. Se inclinó hacia delante, con los dos brazos cruzados bajo su pecho, maldiciéndose por ser tan idiota.

"Mi mente conoce los movimientos, pero estos músculos no los recuerdan aún y carecen de fuerza. Estúpida, una y mil veces".

Lo vio recular, recreándose en la escena, disfrutando del momento. Selina lo percibía ahora todo amplificado, con una viveza tal que casi se olvidó del dolor que sentía. Vio su sangre mezclarse con la de Luisa en el rellano, formando una pequeña cuenca fluvial escarlata que se precipitaba con mansedumbre escaleras abajo. Le sorprendió encontrar belleza en la forma en que la sangre desplegaba destellos anaranjados y púrpuras, mientras reflejaba la luz del sol que entraba por un pequeño tragaluz.

"Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir", acudieron a su cabeza los versos de Jorge Manrique. Abrió muchos los ojos, al recordar los pocos meses que fue al colegio, antes de que su padre la pusiera a trabajar. Recordó a su marido, con quien se casó siendo una cría para huir de casa, y acabó siendo el receptáculo de toda la ira y la frustración que éste acumulaba. La sangre discurría lenta entre sus dedos y cada pulsación de su corazón en las sienes era una extensión de tiempo elástico. Alzó la vista y lo vio avanzar con lentitud hacia ella, como si estuviera a un mundo de distancia. Detrás de Miguel divisaba un interminable yermo gris salpicado de motas negras que se agitaban al son de un viento que le estremecía el alma de tristeza. Una figura se dibujaba trémula contra aquel fondo, casi como si la llamara.

-¿Mamá? -dijo de forma casi inaudible. Apretó los dientes y tapó su herida con la mano derecha.

"No, mamá. Así no es como acabaré, no soy como tú, y desde luego no acudiré a tus brazos ni en el día de mi muerte", afirmó con tanta fuerza en su interior, que sintió que la calidez invadía de nuevo su cuerpo. Miguel estaba casi encima de ella una vez más, con la punta rota de su navaja orientada hacia ella, como un ultimátum. La mano izquierda de Selina subió veloz hasta su cabeza y empuñó uno de los afilados lápices de su moño al tiempo que reunía sus últimas fuerzas y proyectaba ese brazo hacia arriba a la vez que se impulsaba hacia su agresor. Su movimiento coincidió con el de Miguel al inclinarse hacia ella y la improvisada arma atravesó el globo ocular derecho de éste, que comenzó a aullar. El lápiz se quebró por la mitad y se desprendió de la mano de Selina que, sin embargo, no se rindió, golpeando el ojo herido con la palma de la mano, empujando el lápiz aún más profundo. Ahora sí, este llegó al cerebro del asesino, que dejó de gritar de forma repentina mientras se desplomaba escaleras abajo, deteniéndose en el siguiente rellano.

Selina se apoyó en la pared, cerca de Luisa, y se dejó caer despacio en el suelo junto a ella, mientras sus lágrimas se mezclaban con la sangre de ambas. Alargó su mano y le acarició el rostro, al tiempo que le cerraba los ojos. Reparó en el colgante con forma de paloma que colgaba del cuello de la mujer y que le había regalado ella el día que al fin se había decidido a denunciar a su marido.

-Vuela libre, hermanita. Vuela libre.

Y se desmayó.

***

Selina observaba en silencio el inmaculado techo de color crema de su habitación en el hospital. Se notaba que el ala era nueva por completo; casi se podía percibir el aroma a pintura reciente mezclada con los olores habituales a desinfectante y otros productos de limpieza. Tiempo tendrían de añadirse a la mezcla el del sudor y el del sufrimiento... hasta el de la muerte.

No recordaba cierto cuantos días llevaba allí ingresada, mientras su hígado se recuperaba de la operación a vida o muerte que había sufrido. Tampoco recordaba con exactitud qué había declarado a la policía, estando como estaba hasta arriba de sedantes cuando la interrogaron, pero tampoco era un problema. La parejita de la interminable despedida en el ascensor, había acabado por regresar al interior de su piso después del numerito de la patada de Selina, con seguridad para continuar con lo suyo, y eso había sido providencial. Fueron testigos de la agresión a través de la mirilla de la puerta y su declaración la exculpaba de la muerte de Miguel. Gracias a Dios, porque en lo que la policía tocaba, ella ya tenía unos antecedentes inquietantes y, sin esos chicos, la cosa podría haberse complicado.

"Sin embargo, lo peor viene ahora", pensó tensándose mientras la puerta de la habitación se abría y su hijo Josh entraba de la mano de...

"¿Una chica?"

-Hola, mamá -saludó su hijo con extraña timidez -. Perdona que llegue hoy tan tarde, pero, bueno...

Lo observó rascándose la cabeza, como hacía cuando se ponía nervioso, y decidió ayudarle un poco:

-¿Me presentas a tu amiga? -inquirió, con el corazón en un puño y al borde de las lágrimas.

-Esta es Amanda. Bueno, es una amiga muy... ¡uf! -resopló cuando la jovencita hundió el codo en sus costillas.

-¡Mi novia, es mi novia! -soltó casi cuadrándose militarmente. La situación era tan graciosa, que Selina hubiera sonreído si no fuera porque ya había tomado una decisión... si no fuera porque aquello nunca había ocurrido, al menos de aquella forma.

Dio unas palmadas sobre la cama, indicándoles que se sentaran junto a ella, cosa que hicieron después de cruzar sus miradas por un segundo. Josh se veía cohibido, pero la muchacha aparentaba tener mucho más aplomo.

-Toda mi vida lo supe, de la forma que solo una madre puede. Y toda mi vida me dediqué a ignorar o a reprimir todo aquello que yo sentía equivocado en ti -comenzó a explicar Selina. La voz le temblaba y no podía evitarlo, pero algunas cosas no habían sido dichas nunca, y ya era el momento.

-Mamá, no entiendo -rebulló el muchacho incómodo, mirando a la chica de reojo. Selina alzó una mano, interrumpiéndole.

-Tú déjame hablar, cariño. -le pidió.

Volvió a coger aire, esta vez con dificultad. Parecía que los pulmones inspiraran cemento en lugar de oxígeno, tal era la opresión que sentía en el pecho.

-No fui una madre, al menos una buena. Fui un rodillo, un bozal y unas cadenas en lo que a ti se refiere. Y sin embargo, por alguna razón que se me escapa, seguías queriéndome de forma incondicional. Hasta el día en que murió Luisa y, en cierta manera, yo lo hice con ella. Los días en el hospital, mientras me recuperaba de las lesiones en la cabeza y las costillas rotas...

-Qué...-exclamó Josh confundido.

-Pensaba que la habían apuñalado -intervino la joven, alzando una ceja.

Selina volvió a alzar una mano temblorosa pidiendo silencio una vez más.

-Esos días los pasaste cuidándome, no te apartaste de mí ni un instante. Creo que te sentiste más fuerte, más unido a mí que nunca y seguro de nuestra relación. Así que lo trajiste aquí. A Conrad. Tu pareja, me dijiste.

-¡Pero qué estás diciendo! Se te ha ido la cabeza -dijo Josh levantándose y volviéndose hacia Amanda -. Voy a llamar a una enfermera.

Sin embargo, la jovencita lo sujetó y lo obligó a sentarse de nuevo junto a Selina.

-Aguarda y escucha. Tu madre necesita hacer esto -dijo.

Selina la observó extrañada, pero la necesidad de desahogarse era mayor y continuó su relato.

-Me negué a aceptarte tal y como eras. Tal y como yo sabía que eras. Las palabras que te arrojé fueron crueles y enfermizas, pero las lancé a sabiendas de dónde podrían hacer más daño. Quise hacerte dudar de ti mismo, para que escogieras la senda que yo deseaba.

Suspiró, al tiempo que intentaba incorporarse en el lecho; ya no podía contener las lágrimas, que discurrían silenciosas por sus mejillas. Extrañamente, fue la chica la que acudió a ayudarla, mientras Josh la contemplaba en hosco silencio.

-Te obligué a elegir entre él y yo, y maldita sea mi alma, te quedaste conmigo. Pero ya no volviste a ser el mismo, ninguno de los dos lo fuimos. -se inclinó hacia él para acariciarle el rostro, pero aquellos ojos ya no la veían.

-Apenas un par de agónicos y desperdiciados años después, una tarde llegué pronto del trabajo y te sorprendí en mi habitación. Te habías puesto mi vestido largo estampado y los zapatos azules de tacón. No sé quién te enseñaría a maquillarte, ojalá hubiera sido yo, y tampoco sé de dónde sacaste la peluca castaña, pero te vi moverte frente al espejo, brillando en tu intimidad, hermosa y radiante como la mujer que siempre fuiste.

-Y te odié, con toda mi asquerosa y podrida alma. Entré gritando e insultando, hasta te golpeé; no recuerdo bien con qué te amenacé... solo podía pensar en que me habías traicionado, trayendo de regreso un mundo que no deseaba.

A la mañana siguiente ya no estabas. De eso hacen ya casi ocho años.

Josh ni siquiera reaccionó, se encontraba en un estado de total ausencia. Sin embargo, la chica sí que habló:

-¿Tanto te avergonzabas de tu hija? ¿En algún momento te paraste a pensar en que para ella era infinitamente peor? La transexualidad sigue siendo aceptada a regañadientes por la mayoría. ¿Tienes idea de a qué infierno la arrojaste, de lo profunda y sangrante que es una herida semejante? -le reprochó con voz suave.

Selina la miró a los ojos (qué terriblemente familiares eran), y asintió.

-Algo sé del dolor, del rechazo y la pérdida de uno mismo. Sin embargo, a la hora de la verdad, de nada me sirvió arrastrar todo ese equipaje. Y no, no me avergonzaba de ella. -cogió aire una vez más. Respirar era cada vez más costoso, pero tenía que acabar de explicarse, era lo único que sabía.

"Confiesa", le repetía una y otra vez una voz en su mente.

-Mi padre anuló a mi madre hasta el día de su muerte. No estoy segura de si alguna vez la escuché dar su propia opinión sobre cualquier cosa, por anodina que fuera. Conmigo no fue mucho mejor, el menosprecio que mi padre me demostraba era mi pan ácimo de cada día, mientras madre miraba y callaba. Nunca tuvo para mí una palabra de ánimo o consuelo, se limitó a darme lo mismo que a ella le entregaban. Y mi matrimonio fue incluso peor, hasta el punto en que casi me costó la vida. Hasta el día en que las circunstancias me liberaron. Ni siquiera se debió a mi propio esfuerzo, no puedo ni debo apuntarme ese tanto. Cuando nació mi bebé y me dijeron que era un niño, respiré aliviada. Al menos él viviría fuera de ese maldito círculo de humillación y se ahorraría mil y una dificultades. La vida de un hombre puede ser dura, pero nadie te va a tocar el culo en la oficina o a pedirte que lleves escote en el juzgado. En mi último trabajo antes de casarme, de camarera en un restaurante, el dueño se ofreció a llevarme a casa una noche y acabó masturbándose delante de mí. Tenía dieciséis. Y ni siquiera fue la primera vez que me ocurría algo semejante. Un hombre no tendría esos problemas, ya intentaría yo que fuera una buena persona.

-Y al ver que tu niño actuaba y se sentía como mujer... -comenzó la muchacha.

-Me volví loca. Irracional. Porque no entendía que nadie quisiera pasar por todo lo que pasé yo o cualquiera de las que fueron silenciadas antes de mí. Y terminé por hacerle lo mismo a él... a ella. Me convertí en mi padre. Tal palo, tal astilla. -asintió Selina, cogiendo la mano del enmudecido Josh -. No eres mi hijo, solo la sombra de mi equivocado anhelo. Perdona a tu errada madre, cariño, donde quiera que estés.

La figura de Josh comenzó a desvanecerse poco a poco, al tiempo que el entorno perdía luminosidad y se enfriaba.

-¿Y ahora qué? -suspiró Selina, mirando a Amanda a los ojos.

-Ahora, tendrás que volver a aprender a vivir, a quererte y a sentirte de verdad orgullosa de ser mujer. Has ayudado a muchas chicas a lo largo de los años, pero me temo que no has seguido ni uno solo de tus consejos y vives con el alma mutilada.

-¿Y después? -dijo Selina, contemplando las nubecillas que surgían de su aliento. Se cubrió hasta los hombros con la sábana, pero no notó alivio. La oscuridad ya era casi absoluta, hasta Amanda comenzaba a desvanecerse en ella.

-Después... -le sonrió por primera vez la muchacha -. Después de eso, búscame, mamá.

***

Selina despertó tendida sobre un suelo sucio y helado que apestaba a óxido y a serrín mojado. Abrió los ojos con precaución, aguzando los sentidos. No había rastro de sus captores ni de las otras personas que recordaba a medias ver tiradas en el suelo cerca de ella. La base del cráneo le palpitaba con insistencia y, al pasarse la mano por la misma, percibió un bulto y restos de una sustancia húmeda y pegajosa. Se sentó en la penumbra de aquel lugar desconocido y se contempló los dedos.

"Sangre"

Cerró de nuevo los ojos, recordando apenas algunos retazos confusos de su secuestro y aquella especie de ritual, cuando el rostro de la chica acudió a ella sin esfuerzo, como si estuviera grabado a fuego en su memoria. Sus ojos, sus gestos, sus rasgos, ¡todo!

Comenzó a reír bajito, pero tenía ganas de gritar de puro júbilo pese a lo peligroso de su situación.

-Era mi hija, maldita sea, ¿cómo pude estar tan ciega? -dijo, poniéndose en pie. Examinó su entorno con detenimiento, hasta que encontró lo que buscaba. Caminó con cuidado de no hacer demasiado ruido, hasta una de las ventanas exteriores de la fábrica o lo que fuera donde estaba. La luz de la luna se había reflejado en algo durante un segundo...

"Sí, aquí estás", pensó mientras extraía un afilado trozo de cristal roto del marco de madera semipodrida. Se arrancó un pedazo del faldón de su camisa y lo usó para envolver la base del mismo, a modo de mango.

"Perfecto", asintió con satisfacción sujetándolo como un puñal frente a sus ojos. Ya tenía un arma con la que intentar, al menos, defenderse.

"Ahora, mejor salgo de aquí antes de que mis secuestradores regresen".

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