CAPÍTULO 10. SENTENCIA.
-Bueno, creo que ya va siendo hora de despertar, muchacho -escuchó al tiempo que alguien le sujetaba del cuello de la camiseta y le soltaba sendas bofetadas en el rostro.
Piedra abrió los ojos a un cielo de hormigón y hierro que reflejaba extrañas y danzantes sombras bajo una oscilante luz amarillenta. Olía a cera.
-¿Tú? -Se incorporó asombrado y alerta, al reconocer el rostro de Malcolm, el demonio que había respondido a su invocación. La garganta le dolía como el Infierno, ¿qué había...?
-El Infierno -dijo con voz ronca -. Estábamos allí.
Su mirada saltó, inquieta, por los alrededores. Se encontraba en el interior del círculo de invocación, pero los cuerpos de los demás no se encontraban a la vista. El corazón le dio un vuelco en el pecho.
-No temas por la dama, se encuentra a salvo aquí, junto a mí. -escuchó aquella otra voz oscura y grave que recordaba.
Se dio la vuelta y contempló a Selina, pálida como los espectros que los rodeaban, junto al tal Kaleb.
Ella le indicó con un gesto silencioso, y Piedra se volvió hacia el fantasmal estrado. La moneda había detenido su danza y se encontraba de pie sobre su canto.
-Con permiso, pero saldré de tu puñetero círculo -dijo Malcolm al tiempo que saltaba con agilidad sobre las piedras blancas -. Me produce migraña moverme por su interior.
-Ni siquiera deberías haber podido atravesarlo -contestó Piedra, sin saber muy bien que era lo que estaba ocurriendo.
"¿Aquello fue real, lo es esto?", se preguntaba conforme los recuerdos regresaban de forma atropellada.
-Voy a aclararte una cosa, que quizá te sea útil en un futuro (si es que lo tienes todavía, el jurado está deliberando, literalmente), el Infierno tiene normas. -Se detuvo un momento a coger aire y continuó -. Hace una eternidad, más o menos, carecía por completo de ellas. Eso se traducía en un enorme caos administrativo y logístico; todos contra todos en todo momento. Era muy monótono e impedía el progreso, así que cuando los Caídos nos... instalamos (sí, me gusta esa palabra), impusimos una serie de normas de etiqueta y comportamiento. Sobre todo, a la hora de relacionarnos con las esferas de realidad más cercanas.
-¿Etiqueta? -preguntó Piedra, atónito.
-Te recomiendo que no le interrumpas -intervino Kaleb -, rara vez un Gran Demonio se aviene a dar una clase magistral de geopolítica infernal a un mortal. Al menos, no gratis.
Malcolm miró a Kaleb de forma extraña, pero asintiendo con la cabeza dijo:
-¡Gracias! Bueno, tal y como estaba expli... -trató de continuar.
-Además, le encanta escucharse a sí mismo y pierde el hilo con facilidad -añadió Kaleb, encogiéndose de hombros.
Piedra permaneció en silencio, pero no dejó de observar un pequeño tic en el ojo derecho de Malcolm que, sin embargo, seguía mostrando esa sonrisa abierta y escalofriante al mismo tiempo, que le caracterizaba.
-Bien... -pareció tantear el demonio antes de explayarse de nuevo -. En un período de tiempo tan lejano que hasta la memoria racial del hombre a duras penas recuerda, el tránsito entre los diferentes planos era bastante más sencillo que en la actualidad. Si a ello le sumamos una guerra civil y fratricida que dejó sin protección los límites entre las esferas, nos encontramos con un cóctel explosivo, una tormenta perfecta durante la cual, la vida sobre este planeta y tantos otros similares a él, estuvo a punto de desaparecer a manos de estas criaturas procedentes de lugares mucho más extremos, incluso, que el Infierno.
-En resumidas cuentas -añadió Kaleb, interviniendo -, Lovecraft no iba desencaminado, por daros un ejemplo conocido.
-Lo hemos visto -susurró Selina, acariciándose el brazo derecho que, de forma aparente, había recobrado la normalidad.
-Por eso se establecieron formas y protocolos. Nadie impediría a un humano imprudente inmiscuirse con lo oculto y abrir paso a uno de estos seres, pero había que articular una serie de reglas que estas criaturas de enorme poder se comprometieran a cumplir al visitar una zona fuera de su hábitat natural. Así evitaríamos mayores destrozos. -Continuó Malcolm.
-Se llamaron Los Acuerdos del Día Después, y se obligó a firmarlos a todas las razas del Multiverso, presentes, pasadas o futuras. Una ley para cuando ninguna otra ley actuara. Una salvaguarda para evitar el desmoronamiento de la Creación. -Siguió Kaleb.
Malcolm lo observó con ojos brillantes, de curiosidad inquisitiva.
-Realmente estuviste allí... -murmuró entre dientes, tan quedo que sólo Kaleb alcanzó a escucharle.
-Tú mismo lo dijiste, soy viejo, muy viejo -le contestó de igual forma Kaleb -. Y estoy cansado. Acabemos con esto cuanto antes, si no te importa.
Nadie más pareció haber alcanzado a escuchar la breve conversación, sin embargo, si se apreció un cambio en la atmósfera reinante, quizá menos opresiva y sí algo más triste.
-¿Desde cuándo al Infierno le importa la humanidad? -masculló Piedra -. ¿Pretendes que crea que si no has traspasado este círculo antes, ha sido por educación?
Malcolm sonrió, comprensivo y se encogió de hombros.
-No pretendo nada, ya te lo he demostrado. Reconozco que es un ritual potente y bien ejecutado que echaría para atrás a una gran cantidad de demonios, incluso de alto rango. Pero... -movió un dedo negando en el aire -, ante uno poderoso de verdad, solo dependes de la buena voluntad del Infierno y de la férrea mano de los Caídos sobre sus collares.
-Una humanidad extinta no les serviría de nada -afirmó por sorpresa Selina -. Allá abajo, casi todo lo que vimos, fue una vez humano. Nos necesitan, aunque sea como sustento.
-Tu compañera es más inteligente que tú, amigo Piedra. -Rio Malcolm, afirmando con la cabeza -. Uno no mata a la gallina de los huevos de oro.
-Entonces, ¿en qué punto nos hayamos? -dijo Piedra -. ¿Dónde se encuentran los otros?
-Han regresado a sus vidas, todos ellos -explicó Malcolm -. Minos no estaba muy contento por tener que renunciar a la piel de Tom, al parecer le había cogido cariño. Y la señorita, aquí presente, parece haberle causado una onda impresión a la que yo mismo me suscribo, pero- Y le hizo una reverencia a Selina -... tendrá que superarlo.
-No sabes lo que has hecho, a la gente que pondrán el peligro -avanzó Piedra con determinación en dirección a Malcolm, pálido y con los puños cerrados.
-Era de esperar. -Suspiró Kaleb, dándose la vuelta y cubriendo a Selina con su cuerpo. Detrás de ellos, se produjo una única detonación y un súbito viento barrió la sala de la misma forma que lo haría un huracán que tocara tierra en aquel mismo punto. Las manos de Kaleb sujetaron a la mujer con gentileza y enorme fuerza al mismo tiempo, evitando que fuera arrastrada por aquella repentina locura.
Selina no sabría decir cuánto tiempo duro aquello, si un instante o una hora, pero al cabo, el viento amainó y el ser llamado Kaleb se apartó de su línea de visión y contempló la escena.
Ya no había velas negras ardiendo, sin embargo, su luz y sus sombras seguían alumbrando el lugar. No quedaba rastro alguno del círculo de invocación, ni siquiera de las paredes que los habían cobijado, reducidas a escombros decenas de metros más allá. Tendido en el suelo, se encontraba Piedra, la ropa ensangrentada y reducida a girones que apenas cubrían lo más mínimo. Seguía consciente y luchando por levantarse, mientras Malcolm avanzaba hacia él con una caja metálica entre las manos y el gesto sombrío.
-No sabes cuándo rendirte, ¿cierto? -dijo Malcolm colocándole un pie en el pecho y obligándolo a permanecer de espaldas al suelo. Se inclinó sobre Piedra y depositó la caja al lado de su cabeza. Este parpadeó al reconocerla.
-He preservado las cenizas de tu niño. Nunca estuvo en mi mano el devolverle la vida, al menos, no la que tenía antes. Aunque no te estoy diciendo nada que no supieras ya. -Retiró el pie y retrocedió hasta la base del estrado, donde se quedó contemplando la moneda en su imposible equilibrio -. Venganza, y no justicia, es lo que te trajo hasta aquí.
Se dio la vuelta hacia el silencioso jurado espectral y abrió los brazos, dejándolos caer después a los costados, casi con agotamiento.
-¡Venganza! Hacia el hombre que mató a su familia, hacia el pobre diablo que no supo denunciar el secuestro a tiempo. Venganza que hizo extensible al depredador de infantes, al que descubrió mientras rastreaba a los dos primeros. Después, era cuestión de adornar un poco la cosa, de llegar a la cifra mágica de cinco, uno por cada extremo del pentáculo. Un directivo acosador, que disfrutaba con la desesperación de sus empleados, a los que empujaba al suicidio a través de una rueda de tormento disimulada a la perfección entre el engranaje empresarial. -Realizó una pausa dramática, mientras fingía meditar, con las palmas de las manos juntas y cerca de sus labios.
Alzó los ojos en dirección a Selina, y la señaló, como si de repente recordara su presencia allí. Los ojos espectrales del jurado y del público, se enfocaron en ella, que sintió aquello como una presión casi física, sofocante.
-Y ella -dijo -... cuya presencia no comprendíamos hasta que el mismísimo Piedra confesó los motivos, los retorcidos y equivocados motivos por los cuales la agredió y la arrastró aquí...
-Al Infierno -acabó Piedra la frase por él. Durante el parlamento de Malcolm, había conseguido colocarse de rodillas, con la caja de metal en el regazo, aferrándose a ella como el náufrago a un madero.
Selina se estremeció al recordar el golpe en su cabeza, el despertar en medio de aquel ritual incomprensible, pensando que iba a morir. Realmente, ¿iba a matarla, a todos? -Movió la cabeza, había algo incongruente en el comportamiento del hombre llamado Piedra.
"No tiene sentido, algunas cosas sí, pero otras..."
-Invocarías a la Muerte y le ofrecerías un trueque, pues ella es la única capaz de traer a alguien de regreso -habló ahora Kaleb -, pero si fallabas y aparecía otra cosa, al menos obtendrías venganza, arrastrándolos en vida al lugar donde debían de acudir a su muerte, adelantando su día final en nombre de una hipotética justicia.
Piedra asintió, en resignado silencio.
-Es culpable, está claro -afirmó Malcolm.
-Pero ¿y esos hombres? -exclamó Selina, acercándose al estrado -. ¿No merecen también un castigo, acaso no son asesinos de una clase mucho peor?
-Sorprende una defensa tan apasionada por parte de alguien que fue traído aquí como un sacrificio más. ¿Sufres de síndrome de Estocolmo, mujer? ¿Acaso no ves que es un estafador, que no puedes creer en nada de cuanto te ha dicho? -respondió Malcolm.
Selina se quedó en silencio unos instantes, sopesando aquellas palabras, contemplando al hombre llamado Piedra, que a su vez, le devolvía la mirada.
"Sus ojos", se dio cuenta de repente. Límpidos y serenos, casi en paz. Y, muy al fondo, una sonrisa.
-Casi como riendo una broma que sólo él conoce...-murmuró Selina para sí.
Malcolm frunció el ceño al verla mover los labios y desplazó su mirada hacia la moneda, que se empeñaba en mantener su equilibrio contra todo pronóstico. Se sentía en el fondo tan frustrado porque presentía que, en toda esta escena, el no dejaba de ser un peón más, que casi le entró la risa por lo novedoso de todo ello.
-Bueno -se volvió hacia Kaleb -, ¿me vas a decir por qué no cae la maldita moneda?
-Es evidente, el veredicto aún no está claro -contestó este -. ¿Seguro que no te queda nada por decir?
Malcolm se erizó como un gato o, al menos, eso le pareció a Selina, antes de contestar:
-¿Es necesario?, no veo la importancia. -Intentó escabullirse todavía, golpeando el suelo con la punta del zapato.
Al ver que no obtenía contestación por parte del otro, alargó su brazo izquierdo y el sombrero hongo voló hacia su mano desde la percha.
-Existe un tecnicismo que denominamos Cláusula Fausto, aunque la verdad, el mencionado personaje no llegó a usarla nunca. Este establece que, si llegado el momento el sujeto susceptible de ser arrastrado al Infierno, realiza o lleva acabo un acto de pura bondad o de extremo y desinteresado sacrificio en nombre del prójimo, queda libre de sus pecados pasados. -Soltó casi de tirón, como si le quemasen las palabras en la boca -. En realidad, es bastante más complejo y la casuística casi infinita pero...
-No entiendo - dijo Piedra, alzando la cabeza.
-El Infierno te libera, renuncia a ti. -Se apoyó la mano de Selina es su hombro.
-Por el momento -confirmó Malcolm -. Pero siempre andamos cerca, a un par de pasos.
Piedra miraba a un lado y a otro, sin acabar de comprender.
-¿Y ya está, marchamos sin más? -preguntó poniéndose en pie con la ayuda de Selina, que lo miraba extrañada.
-Casi pareces... contrariado -le susurró.
-Lo está, en realidad -comunicó Kaleb avanzando hacia ellos, hasta que se detuvo a su altura -. Este pequeño giro del guion no lo tenía previsto, me temo. Al fin y al cabo, aunque todo lo demás le ha fallado, pensaba que aún se saldría con la suya y obtendría lo que en realidad buscaba.
Selina se estremeció de forma involuntaria mientras su mente ataba cabos con rapidez. Obligó al hombre a darse la vuelta y a encararla.
-Suicidio -dijo -. Todo esto no era nada más que un complejo y retorcido plan para acabar con tu vida.
-Bueno, en realidad iba un paso más allá y buscaba su total erradicación de la existencia -comentó Kaleb -. Tal cosa es posible en el Infierno.
-Me siento escandalizado con semejantes revelaciones -dijo Malcolm -. ¿Ves, querida, como es un miserable embustero?
-Pero... ¿Por qué llegar tan lejos? -Selina se echó las manos a las sienes -. ¿Por qué trazar entonces una ruta de escape, construir un refugio?
-En parte, por ti -dijo al fin el hombre llamado Piedra. Selina lo miró, sin comprender.
-Una última salvaguarda, en el supuesto de que ocurriera algo que te hiciese cambiar de opinión respecto de ti misma. En caso de que escogieras la vida, pasara lo que pasara, como ha ocurrido. -Continuó el hombre.
Selina inclinó la cabeza, recordando sus últimas semanas, el silencio y los infinitos tonos de gris que se habían adueñado de su vida poco a poco.
"Estaba muerta en vida, ¿cómo no me di cuenta?"
-Se me mostró algo -comentó dubitativa -, a lo que me aferro ahora con todas mis fuerzas. Pero pensaba que volver a ver a tu hijo era lo que más deseabas en el mundo.
El hombre guardó silencio, encerrado en sí mismo una vez más.
-Y yo pensando que te empujaba una "nueva ilusión" -rio entre dientes Malcolm -. No te ha durado mucho.
-Eras tú, la voz en mi cabeza, todo el tiempo. -Alzó Piedra la cabeza, mirándolo con dureza.
-Ambos lo éramos, en realidad -dijo Kaleb -. Y no solo en tu cabeza. En ocasiones, es necesario verbalizar los sentimientos más profundos para ser conscientes de su autenticidad.
Alargó la mano hacia Piedra, que al roce de sus dedos en la frente se desvaneció, dejando resbalar la caja metálica de sus manos. Selina la capturó al vuelo, evitando que se abriera, mientras observaba, atónita, cómo el cuerpo del hombre inconsciente comenzaba a levitar a dos palmos sobre el suelo.
-¿Qué le has hecho? -Acertó a decir, retrocediendo un poco, apartándose de la presencia de Kaleb, que se cernía sobre Piedra.
-Es una lástima -suspiró Kaleb, al tiempo que hacía un gesto y el cuerpo cambiaba de posición, flotando ahora paralelo al suelo, como si durmiera sobre un lecho invisible -, que toda su determinación por salvarte haya quedado en el Infierno. La culpa que lastra su alma sigue siendo demasiado grande y le impide ver más allá.
El aire comenzó a oscilar alrededor de Kaleb y el cuerpo de Piedra, distorsionándolos, como si algo tirase de ellos desde otro lugar.
-¿Entonces? -preguntó Malcolm.
Kaleb se volvió hacia la silenciosa y fantasmal muchedumbre que componía el jurado y el público.
-Todos hemos visto y sentido a través de los ojos y las almas de los involucrados en este ritual. Todos hemos compartido sus decisiones y sus destinos finales y, por crueles o heroicos que estos fueran, no cambian el simple hecho que desencadenó este juicio. -Hizo una pausa, mientras su figura y la de Piedra se iban volviendo más y más borrosas -. Ha quedado de sobras demostrado que este sacrificio y cuanto le rodeaba, no era más que un disparate, un fraude, una monumental estafa al Cielo e incluso al Infierno. Y por ello, declaro que no se ha celebrado nunca, que ningún recuerdo quede de lo que aquí ha ocurrido en la mente o el espíritu de los que iban a ser sacrificados.
-¿Qué quiere decir eso, que no recordaré nada? -se abalanzó Selina hacia la sombra de Kaleb, siendo retenida por un brazo por Malcolm.
-Detente, insensata. -Le instó este.
-Declaramos a este hombre, culpable. -se escuchó un coro de voces desiguales, que expresaban lo mismo en diferentes idiomas a la vez. Eran las voces de los muertos que los rodeaban -. Y se os entrega a vos, señor de la Penumbra, para que determinéis su castigo y su destino.
Un ruido sordo y metálico atrajo la mirada de Selina y Malcolm hacia el estrado. La moneda, descansaba sobre una de sus caras. Malcolm rio entre dientes:
-Clusivius, por supuesto. Hace rato que sé que el estafador auténtico eres tú, y no ese pobre mortal. Hasta el jurado lo tenías amañado. Sistema infalible... y unos cojones.
Algo similar a una risa queda se pudo escuchar, procedente de la sombra casi imperceptible en que se habían transformado Kaleb y Piedra.
-Yo os libero, amigos míos. Lo habéis hecho bien. Mi gratitud. -Fue lo último que se escuchó decir a Kaleb antes de desaparecer del todo.
Selina avanzó, libre ya de la mano de Malcolm, tanteando el aire en el punto donde se habían encontrado, hacía tan sólo unos instantes, los dos desaparecidos. A su alrededor, los espíritus se despedían entre ellos, libres al fin de la promesa que los ataba, desvaneciéndose después en nubecillas de polvo brillante y efímero que se esfumaban arrastradas por la brisa.
-Entre los míos, circula una historia -escuchó decir a Malcolm, hacia el que se volvió. Se encontraba rodeado de algunos de los espectros, que por algún motivo, aguardaban junto a él -. Dicen las malas lenguas, que el primer día de la creación, con los cielos y la tierra ya creados pero en total caos y confusión, Dios se decidió a iluminar la existencia para poder trabajar en ella con más comodidad.
-Y al encender la luz se encontró, plantado allí, en medio de todo aquel follón primigenio, a ese tipo llamado Kaleb. Mirándole. ¿No es desternillante? -Le sonrió con esa boca llena de agujas afiladas, tan similar a la de Minos, que no pudo evitar estremecerse.
-No temas -dijo él al advertir su reacción -, ya nos vamos. Estos chicos y chicas se vienen conmigo, creo que ya se hartaron de gritar su rencor a los vivos demasiado idiotas como para evitar este lugar. Sin ofender, querida.
Hizo un gesto y una pesada llave de oro apareció en su mano izquierda, que giró en el aire hasta siete veces, de la misma forma que lo haría si estuviera introducida en una cerradura. Cada giro de llave, era seguido de un tremendo golpe metálico, como si se retirasen unas ciclópeas barras de seguridad.
-Te recomiendo que retrocedas. Te has desenvuelto muy bien ahí abajo, pero no creo que quieras volver... al menos aún no -añadió con una media sonrisa que le provocó escalofríos a Selina. Una enorme abertura se abría ahora en el aire delante de ella, proyectando la detestada y familiar luz azulada en la maltrecha sala.
Los espectros comenzaron a desfilar por ella, con tal pasividad, que la mujer no pudo evitar preguntarse cuánto tiempo habían permanecido encadenados a aquel lugar, que hasta el Infierno les parecía mejor opción.
-Una última cosa, antes de irme -dijo Malcolm deteniéndose en el mismo dintel de la puerta -. Puede que, en un futuro más o menos próximo, necesites ayuda especializada, así que te dejo un amigo para que te haga compañía. Él sabrá cómo encontrarme, si es necesario.
Un ronroneo a sus pies atrajo su atención y, al bajar la vista se topó con un enorme gato negro que se frotaba contra sus pantorrillas. El animal saltó a sus brazos con la familiaridad del que te conoce de siempre, y advirtió que llevaba la extraña moneda de oro colgando del collar.
-¿Por qué? -Atinó a preguntar, mientras dudaba en si soltar al animal o acariciarle la cabeza. Optó por lo segundo, desconcertada de sí misma.
La puerta se estaba cerrando ya en el aire, dejándola sumida en la oscuridad pues hasta el recuerdo de las velas se había desvanecido, pero por ella asomó el rostro burlón de Malcolm, que le contestó:
-Porque ya eres una de los nuestros, por supuesto. -E hizo un gesto de despedida llevándose dos dedos al sombrero.
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