Cap. 7


En los siguientes días no coincido con Samir, no porque haya estado huyendo como él mismo insinuó, sino porque sigue sin aparecer por clase. Y yo de momento no he hecho otra cosa que ir de casa al instituto y viceversa. Parece mentira que una persona pueda estar a unos pocos metros y que estos se conviertan en una distancia enorme.

Miro la hora y en apenas diez minutos he quedado con Mei abajo. Había hecho planes con su amiga Naroa y se ha empeñado en que las acompañe. No es que tenga muchas ganas de salir, pero en algún momento tengo que empezar a hacer vida social. No quiero quedarme aislada desde el principio, así que prefiero hacer el esfuerzo.

Rebusco en el armario hasta encontrar una blusa negra de raso y me la pongo a toda prisa. Echo un vistazo a los vaqueros que llevo puestos desde esta mañana y decido no complicarme más. Me calzo las converse y cojo el bolso y una chaqueta de punto que seguramente me haga falta más tarde.

Salgo por la puerta y me topo con mi tía que va camino del sofá con una taza de café.

—¿Aún estás en casa? —le pregunto —. Pensaba que tenías turno ahora.

Asiente mientras da un sorbo.

—Au, esto quema —protesta—. Sí, entro en media hora. Me da tiempo a tomarme el café tranquilamente. Ventajas de vivir cerca de la comisaría.

—Genial. Me voy —anuncio.

Entonces se fija en mí, me mira de arriba a abajo y deja la taza en la mesita.

—¿Vas a salir?

Viernes, última hora de la tarde. Es obvio, ¿no? Espero que no quiera hacer de niñera.

—Sí, he quedado con Mei y una amiga.

Sandra da dos pasos y me amenaza con el dedo índice.

—No creas que porque yo tenga turno, puedes hacer lo que te dé la gana. En esta casa hay que tener ciertas normas y más después de lo que ha pasado con Amira. Así que me avisarás cuando vayas por ahí y si te llamo o te mando un whatsapp, contestarás. Siempre. No creo que te cueste tanto y lo último que necesito es tener un disgusto contigo. Hazlo por mí ¿Vale, cielo? —termina, intentando suavizar el tono.

—De acuerdo —cedo.

Si supiera que en casa nadie se preocupaba por mis idas y venidas... Es más, mi madre muchas veces prefería que estuviera fuera para ahorrarme ser testigo de lo que ocurría entre esas paredes.

Me acerco a la puerta, pero ella me detiene.

—¡Espera! Quiero que lleves una cosa encima.

Desaparece tras la puerta de su cuarto y la escucho revolver en algún cajón. Mientras, aprovecho para avisar a Mei de que mi tía me está entreteniendo. No quiero que piense que ando tarde. Cuando sale y agita frente a mí un llavero con un manojo de objetos colgando de él, no me lo puedo creer.

—¿Qué es eso?

—Algo que negaré haberte dado —dice con toda la seriedad del mundo—. Escucha, te parecerá una tontería pero estas cosas pueden ayudarte en un momento de apuro.

Dedica unos minutos a señalarme cada objeto y explicarme su utilidad: Un mini spray de pimienta, una alarma de emergencia que hace un ruido infernal, una herramienta que lo mismo corta un cinturón de seguridad que sirve para romper un cristal y por último pero no menos curioso, la silueta de la cara de un gato con sus orejas puntiagudas y todo.

—¿Es de adorno?

Veo cómo ella pasa dos dedos por los huecos que corresponden a los ojos y después cierra el puño alrededor del resto de la figura.

—Si atacas a alguien con esto colocado así, puedes hacerle una buena avería —me explica alzando la mano y mostrándome cómo solo asoman los picos de las orejas de ella.

—Y me lo dice una agente de la ley... ¿hablas en serio? ¿Pretendes que lleve esto en el bolso como si nada?

Ella agita el cachivache frente a mis ojos como si se tratara de un inocente juguete.

—¿Qué te cuesta? Hazlo por mí, venga... a estas alturas creo que todas las mujeres deberíamos llevar uno de esos encima.

—Todo sea porque te quedes tranquila —refunfuño mientras lo guardo.

De pronto y sin esperarlo, Sandra me acerca a ella y me da un prieto abrazo. Su gesto me descoloca un poco pues no estoy acostumbrada a ese tipo de afectos pero al instante me doy cuenta de lo bien que sienta y me demoro un poco antes de apartarme.

—¡Sé buena! —grita cuando ya estoy cerrando la puerta.

Por suerte para ella, yo nunca he sido una chica mala.

Cuando salgo del portal, Mei ya está en la puerta del restaurante con su amiga. En cuanto llego hasta ellas, nos presenta.

—Esta es Maite, la recién llegada. Ella es mi amiga Naroa, estudia Fp de mecánica industrial, por eso no la has visto por el insti.

Nos saludamos y echamos a andar por el paseo.

—¿Cómo es que has tardado tanto en bajar? —me pregunta extrañada—. Ya pensaba que te habías rajado y no ibas a salir.

—¡Qué va! Mi tía, que con todo lo ocurrido está paranoica y quiere tenerme controlada. Si me descuido, me planta una app de rastreo en el móvil...

Me ahorro contarles lo del "llaverito" de defensa personal porque ya sería el colmo.

—Es normal que se preocupe —justifica Naroa—. Tu tía tiene que estar espantada con lo que ha visto. Bastante que con esto no nos han encerrado a todas en casa. Mis padres están asustados. Ya veréis, seguro que me llaman varias veces.

—Esto pasa porque aquí nunca ocurre nada y lo de Amira ha dejado a todo el pueblo en shock. Para colmo todavía no han detenido a nadie y eso hace que desconfiemos los unos de los otros ¿no creéis?

Intercambiamos miradas.

—Bueno, es lógico, ¿no? Aunque tampoco creo que todos estemos en el punto de mira. Al fin y al cabo, quien haya sido contaba con una motivación para ello —argumento.

—Eso es verdad —concuerda Mei—. Seguro que hay gente del pueblo que levanta más sospechas que nosotras. ¿Os imagináis que sea alguien que conocemos? No digo de nuestra edad... igual alguien más mayor...

—Seguro que cuando lo sepamos, será una sorpresa para todos —sentencia Naroa.

Seguimos hablando del tema, especulando sobre absurdas posibilidades y llegamos al enorme parque que hay cerca del instituto.

—¿Habías estado ya aquí? —pregunta Mei.

—¡Qué va! Creo que aún me queda mucho pueblo que descubrir. ¿Venís a menudo?

Ambas asienten.

—Es un buen sitio para beber sin que te pillen, es muy grande y está lleno de recovecos —me explica Naroa—. A nuestra edad, no tenemos muchas más opciones, la verdad. A veces nos juntamos en alguna lonja, pero lo cierto es que mientras hace buen tiempo preferimos estar al aire libre.

Oigo risas en la oscuridad y es difícil distinguir de dónde vienen. Avanzamos por el camino principal. A nuestra derecha hay un edificio enorme que según me cuentan, es la casa de cultura.

—Hace muchos años era la mansión de unos marqueses pero cuando murieron su uso pasó al pueblo. Ahora hay salas de reuniones, talleres y esas cosas —Mei suena igual que una guía turística.

A nuestra izquierda hay una enorme explanada de césped y árboles de gran tamaño que continúan hasta la ladera del monte. Hay bifurcaciones en el camino y tomamos una que nos desvía del camino principal. Seguimos andando hasta llegar a una bolera cubierta donde hay varios grupos sentados en corrillos. Las sigo hasta uno de ellos y me presentan al resto de gente. Los nombres se me entremezclan en la cabeza y sé que mañana no me acordaré de ninguno. Para colmo en el sitio apenas hay luz, pues las farolas están a varios metros de distancia. Sin mucho tardar, me sirven un vaso con cerveza y cuando doy el primer trago, descubro que aún está fresca. Menos mal, porque no hay cosa que más odie que la cerveza caliente.

Mei se queda a mi lado y me va contando cosas de unos y de otros para ponerme un poco al día.

—¿Siempre sales con esta gente?

—De vez en cuando. Como es un pueblo y nos conocemos todos, a veces empiezas la noche con unos amigos y la acabas con otros —Por un instante, fija su mirada más allá de mí—. Vaya, alguno no va a clase pero lo de salir de litros no se lo pierde...

Miro en la misma dirección y aunque no puedo distinguir mucho más que su silueta, sé que está hablando de Samir. Está con un grupo al fondo y las carcajadas llegan hasta nosotros.

—Parece que se lo está pasando bien —comento, sin entender cómo puede estar ahí como si nada cuando su hermana acaba de morir.

Mei se encoge de hombros.

—No seré yo quien le juzgue. Puede que todo sea fachada.

En eso tiene razón. A veces es más fácil fingir que todo va genial aunque tu vida esté a punto de desmoronarse.

Pierdo la noción del tiempo y cuando me van a llenar el vaso por tercera vez, lo cubro con la mano.

—Yo he terminado por hoy. —Me pongo en pie y comienzo a sacudirme los pantalones.

—No te irás ya, ¿verdad? —protesta Naroa.

Ni aunque protestara todo el grupo conseguirían que me quedara más tiempo.

—Sí, creo que como primera toma de contacto ha sido suficiente. Además, no quiero volver demasiado tarde. Gracias chicas.

Mei me coge un momento de la mano y me gusta que tenga confianza como para tener ese gesto.

—Te llamo, ¿vale?

Comienzo a desandar el camino y cuando ya me he alejado de la bolera y las voces han quedado amortiguadas, miro a mi alrededor con desconfianza. Aunque no es muy tarde, no se ve a nadie por el parque y el silencio no ayuda a que me mantenga tranquila.

Cuando la mano se posa en mi hombro, se me escapa un grito de puro terror. Me giro asustada y ¡cómo no! se trata de Samir que me mira con cara de no entender a qué viene tanto escándalo.

—¿No quedamos en que dejarías de darme sustos? Estamos en un parque en el que no se ve ni un alma y vas tú y te acercas como un ninja.

El chico que tengo en frente comienza a reírse a carcajadas y me doy cuenta de que está un poco pasado.

—Eres muy graciosa...

—¿Cuánto has bebido? Me parece que más de lo que deberías —le recrimino.

Se queda mirando al cielo, como si intentara ayudarse de las estrellas para contar cuántos vasos de alcohol lleva.

—No lo sé —confiesa, arrastrando un poco cada palabra—. Lo suficiente para que esto de aquí no duela.

Se señala el pecho con la mano y no puedo evitar sentir pena: por su hermana, por su madre, pero sobre todo por él pues el halo de culpabilidad que le rodea, parece llenarlo todo.

—Samir, ve a dormir...

—No... aún queda mucha noche. En casa no hago más que dar vueltas...

No lo entiendo.

—Entonces, ¿qué haces aquí? Pensé que ya regresabas.

—Yo... —comienza a decir. Pero algo le hace cambiar de idea —. No, nada. Solo quería saber si en estos días... tú habías averiguado algo...

Estoy segura de que no era eso lo que iba a soltar, sin embargo no tengo intención alguna de insistir.

—No sé nada. Mi tía está muy afectada con todo esto y no quiere hablar del caso. Además ahora se está encargando la unidad de policía científica que ha venido de Vitoria y ellos solo están dando apoyo.

—Ya, claro... —dice con resignación. Da un par de pasos alejándose de mí—. Ve con cuidado ¿vale?

Le veo regresar y aunque da un traspiés, recupera el equilibrio. Cuando su figura se vuelve borrosa, me giro y continúo mi camino. Voy pensando qué será lo que en realidad iba a decir, pero seguramente no lo pueda descubrir nunca.

Al llegar a la avenida principal veo el desvío que lleva al palacete de la familia de Andoni y una estúpida idea se me pasa por la cabeza. ¿Y si subo a echar un vistazo? Al fin y al cabo a estas horas no hay nadie a la vista y pasaré mucho más desapercibida que durante el día, cuando es más fácil cruzarse con alguien.

Mi mente aún está valorando pros y contras, sin embargo, ya estoy avanzando cuesta arriba, directa a la verja de entrada. Tal y como me explicó Mei, primero hay una que corresponde a la capilla de San Juan y después, la propiedad de los Román-Arteaga. La verja está cerrada, así que me acerco y asomo la cabeza entre dos barrotes intentando divisar la construcción que se intuye a lo lejos. A esas horas y con poca luz, apenas hay nada que ver. Menuda pérdida de tiempo. Me giro dispuesta a regresar a la avenida, cuando tropiezo con una figura oscura que esperaba justo detrás de mí.

—¿A dónde vas? No tengas tanta prisa...



¡Vaya susto! ¿Quién habrá sorprendido a Maite en mitad de la noche? Eso le pasa por meter las narices donde nadie le manda... ja, ja, ja 

¿Qué pensáis? ¿De quién se trata? Se aceptan sugerencias, pero será algo que no sabréis hasta el próximo capítulo. 

Se agradecen votos y comentarios. ¡Pronto más! Besitosss

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