Cap. 54

—Estás muy callada.

Miro a Samir que camina a mi lado por el empinado camino y me doy cuenta de que mi actitud le está preocupando.

—Es solo que me he despertado sobresaltada. He tenido como una especie de... no sé cómo llamarlo... ¿revelación? Algo así.

—¿Sobre lo que está ocurriendo?

—Sí, digamos que es algo que no me había planteado pero en el momento en que he pensado en ello, le ha dado sentido a muchas cosas.

—Y no me vas a decir de qué se trata, ¿verdad?

Lo valoro durante un segundo, pero no.

—No va a ser necesario. Si estoy en lo cierto, lo sabremos muy pronto.

Samir me hace un gesto para señalarme la verja que hay a la izquierda de la carretera. Al acercarnos, veo al otro lado a pocos metros, el caserío. Unas cuantas gallinas picotean por el patio y un viejo pastor alemán nos mira desde su caseta sin intención alguna de ladrar.

—Venga, vamos —animo a Samir mientras abro la verja y pasamos al interior.

Avanzamos, esquivando gallinas, hasta la puerta de entrada y justo cuando voy a golpear, esta se abre y una sorprendida Miren nos recibe.

—¿Qué hacéis vosotros aquí?

Así, sin saludar ni nada.

—Venimos a hablar contigo —le explico mientras le lanzo una mirada a Samir para que me siga el rollo.

Durante un momento, ella duda, pero después deja la puerta abierta y nos hace un gesto para que la sigamos. Nos lleva hasta la cocina, una estancia tan rústica que parece pertenecer al siglo pasado. Al entrar, nos golpea el calor proveniente de la chapa de leña y Miren nos invita a sentarnos alrededor de la mesa de madera que ocupa el centro de la habitación.

—Prepararé un chocolate. Hoy hace mucho frío —dice más para sí misma que para nosotros.

Se mueve de aquí para allá, cogiendo ingredientes y utensilios hasta que comienza a remover el contenido del puchero.

—¿Qué tal todo Miren? Quiero decir, después de lo del lunes... —comienzo.

Se encoge de hombros y nos habla sin darse la vuelta, entretenida en mantener el ritmo con el cucharón.

—¿Habéis venido por eso? Si es así, os lo podíais haber ahorrado. Lo del lunes fue un mal momento, eso es todo. Nadie está libre de pasar por una situación como esa, ¿verdad? En el fondo les entiendo, tienen que volcar sus frustraciones en alguien y en este caso me ha tocado a mí.

—Pero eso es injusto —aclara Samir—. Tú no eres responsable y aun así lo pagan contigo. Yo... yo no puedo culparte.

Al escucharle, Miren se gira.

—Eres tan bueno como tu hermana. No se merecía un final así.

Me fijo en ella, en su actitud relajada.

—¿Qué tal tu padre?

Me lanza una extraña mirada.

—No he hablado con él. Sigue detenido.

—Y en el fondo, eso a ti te viene de perlas, ¿verdad?

—No... no... sé... porqué dices... eso —balbucea con nerviosismo. Se vuelve hacia la chapa de golpe—. ¡Mierda! El chocolate casi se pega.

Sigue a lo suyo, pero a mí no me va a despistar.

—Tu padre es un maltratador. Lo fue con tu madre y después contigo. Te habrás quitado un peso de encima.

—No os voy a mentir. Es un alivio poder estar en casa tranquila, sin tener que escuchar sus frases de desprecio, sin esperar un golpe en cualquier momento... —nos explica sin levantar la vista del humeante puchero.

—Va a ser una pena entonces que le suelten tan rápido...

Su cuerpo se tensa sin poder evitarlo.

—¿Cómo? ¿Por qué?

Lo bueno de tener una tía ertzaina, es que nadie duda de que tendrás información privilegiada. Ni se plantean que se trate de una mentira.

—Sandra dice que las pruebas del coche no son suficientes. No sé, yo de esas cosas no entiendo.

—Eso no puede ser...

Me fijo en ella, en su nerviosismo. Ahora que he lanzado el anzuelo, he de recoger un poco el sedal...

—En realidad sí. Porque tú y yo sabemos que él no es el culpable de esos asesinatos, ¿verdad Miren?

De pronto, se queda muy quieta y sé que he acertado de pleno. Por mucho que se intente controlar, a mí no me engaña.

—No sé de qué me hablas.

De nuevo se mueve por la cocina y la veo coger varios condimentos que añade al chocolate, Remueve un poco más y después sirve una taza para cada uno. Las reparte sobre la mesa y toma asiento frente a nosotros. Llega hasta mí el olor a chocolate y canela y aprovecho el calor de la taza para calentar mis manos. Miren ni siquiera levanta la vista y tengo la sensación de que está aprovechando nuestro silencio para pensar en una salida. Cuando Samir va a dar un trago a su chocolate, le hago un disimulado gesto para que no lo pruebe.

—¿De verdad me vas a hacer decirlo? —protesto un tanto airada, haciendo un poco de teatro. Si quiero que caiga en la trampa, he de resultar creíble—. Has leído los diarios del abuelo de Andoni.

Empuja la silla hacia atrás, lo que causa un molesto chirrido y se pone de pie, incapaz de permanecer más tiempo sentada. Samir me mira interrogante, pues no le he contado cuál es el plan y solo espero que confíe en mí.

—¿Desde cuándo sabes de los diarios? ¿Te los ha enseñado él? —pregunta con un deje de celos.

Ahí está, justo lo que necesitaba.

—Pues claro que me los ha enseñado él. Ya sabes lo orgulloso que está de su "legado". Tanto que quería hacerme partícipe de ello. ¿No te lo ha dicho? Quiere que yo me una a este juego.

Miren niega.

—Estás mintiendo. Siempre hemos sido él y yo. Nadie más... ¿por qué iba a querer que tú te sumaras? No tiene ningún sentido...

Me encojo de hombros como para restarle importancia.

—No sé, piénsalo Miren. Él reniega de ti, ni siquiera habla contigo en público. En cambio a mí... incluso me ha llevado a su casa.

Retrocede y puedo ver que tiene lágrimas en los ojos.

—Mientes... solo quieres hacerme daño... igual que todos...

—¿Sabes? Conocí a su abuela, Amelia. Ella me contó su historia con Alejandro y me mostró su foto de boda. Andoni estaba encantado con que nos lleváramos tan bien.

Miren niega una vez más. Sé que estoy siendo cruel pero tengo que llevarla al límite para que se derrumbe.

—No puede ser...

—¿Aún dudas de lo que digo? Mira el lío en el que estabas metida el lunes y él se dedicó a observar. Eso no dice mucho de vuestra relación. ¡Si ni siquiera te echa una mano cuando más lo necesitas!

—No puedo con esto...

Sale corriendo de la habitación y Samir y yo nos miramos sin entender qué acaba de pasar.

—¿Y ahora qué? —pregunta.

—No lo sé, pensé que estaba a punto de contarlo todo.

—¿Por qué no me has dejado beber el chocolate? ¿Crees que le había echado algo?

—Pues en eso Maite no se equivoca —Ambos miramos hacia el marco de la puerta, desde donde Miren nos apunta con una escopeta—. Ahora, bebed ese chocolate antes de que se enfríe. ¿No sabéis que es de mala educación no tomar lo que la anfitriona ofrece?

La miro con renovado interés pues esta Miren es totalmente diferente a la que minutos antes lloriqueaba frente a nosotros. Su tono mojigato ha desaparecido y ahora exhibe una voz fuerte y clara. Su actitud también es distinta y nos apunta con una firmeza que deja claro que no es la primera vez que empuña un arma.

—Venga... ¡que no quede ni una gota! —nos insta.

Obedecemos, dado que solo tenemos dos opciones: beber o dejar que una bala nos atraviese el cráneo. "Habrá que jugársela con el chocolate" pienso. Cuando acabamos, mira el interior de las tazas y después se apoya en la encimera, sin dejar de apuntarnos.

—¿Qué nos has dado? —pregunto, esperando con fervor que no se trate de un veneno.

—Tranquila, solo es un somnífero. Ahora, guardad silencio. Me aburrís con tanta cháchara.

Pasan los minutos y poco a poco me voy notando atontada. Samir es el primero en perder el conocimiento. Se derrumba sobre la mesa y yo decido apoyarme en ella antes de sufrir la misma suerte. No sé qué nos espera, pero seguro que no se trata de nada bueno.

"Habrá que jugársela con el chocolate" No sabéis qué gracia me hace esa frase cada vez que la leo... (risa maligna de fondo). 

¿Cómo os habéis quedado? ¡Madre mía! No sé si os hacéis una idea de lo que viene ahora, pero ya os aviso que no habrá ni un momento de descanso hasta el final. 

Como dije, publicaré os capítulos en un maratón, así que no os haré sufrir mucho. ¡Decidme qué opináis! ¿Qué pensáis que va a pasar? 

¡Pronto más! Besitos.

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