Cap. 5
El imponente caserío se alza frente a mí.
Me pregunto qué esperar. No sé cómo es quién está al otro lado de la puerta y no descarto la posibilidad de que mi amama aparezca con una escopeta de perdigones, dispuesta a terminar conmigo la conversación que se le quedó a medias con mi madre veinte años atrás.
—Déjate de tonterías. Siempre has querido tener abuelos. No seas una cobarde ahora —me digo en voz alta.
Echo a andar hacia la entrada con determinación, envalentonada por la rabia que me da haber tenido que prescindir de parte de mi familia. No es algo que yo decidí. Me vino dado. Cojo aire y sigo avanzando mientras pienso que no he visto a mi abuela en la vida y no tengo ni idea de cómo es la persona que me voy a encontrar.
Dicho y hecho. Si un programa de la tele me pillara por la calle y me preguntara "¿cómo es tu abuela?", no hubiera dado ni una.
Antes de llegar a la puerta, esta se abre y me doy de bruces con una mujer de unos sesenta y pico que viste vaqueros, jersey grueso de lana y lleva el pelo cano y corto salpicado de mechas moradas.
Me lanza un larga mirada, de arriba a abajo y otra vez arriba. Aunque su expresión se muestra neutra, en sus ojos hay una chispa de dolor.
—No esperaba que te parecieras tanto a ella.
—Hola amama.
Un remolino de emociones se revuelve en mi interior, durante años he esperado que llegara este momento y ahora, no sé muy bien cómo comportarme. Así que aquí estoy, aguantando el tipo.
—Anda pasa. ¿Has tenido problemas para llegar hasta aquí?
Vuelve al interior de la casa y no me queda otra que seguirla.
—No, qué va. La tía me indicó cómo llegar y el Google Maps me ha echado una mano. —Esta vez me había asegurado de cargar el móvil al máximo.
Me lleva hasta la cocina y hace un gesto para que tome asiento. Sin preguntar, comienza a repartir por la pequeña mesa varios platos con queso, pan, aceitunas...
—¿Un refresco? pregunta mientras mira en el interior de la nevera.
—Sí, gracias.
Se acerca al puchero que mantiene a fuego bajo y remueve con el cucharón el contenido. Después se sirve un vaso de txakoli y se sienta frente a mí.
—Te ofrecería un poco de esto —comienza alzando su vaso—, pero en nada tendremos a una ertzaina sentada a la mesa y no creo que lo vea bien.
Abro los ojos de puro asombro y doy un sorbo al refresco mientras intento hacerme a la idea de que ambas compartimos la misma sangre.
—Me vas a desgastar más tú con esa mirada, que los años que llevo a la espalda —me dice antes de dar un largo trago a su bebida.
—Es que... no sé, no tienes pinta de amama.
—Pues txiki, es lo que hay. Que viva en un caserío en medio del monte, no significa que tenga que tener pinta de sorgina.
Cojo un triángulo de queso y lo mordisqueo sin hambre, solo por mantener la compostura, mientras paseo la vista por la cocina rústica, fijándome en cada detalle.
—¿Y bien? ¿Estás conforme con el cambio de aires?
La pregunta del millón.
—Tampoco es que tuviera elección. Quedarme allí no era una opción.
La mujer tuerce la boca en un gesto de disgusto.
—Lo sé.
La pregunta me sale sin querer:
—Abuela ¿te molesta que haya venido aquí? Quiero decir, a vivir con la tía Sandra. Tampoco es que vaya a ser un fastidio... —me apresuro a explicar.
Mueve la mano frente a mi cara para que me calle y yo obedezco.
—No se trata de eso maitia. Es solo que, hubiera preferido que siguiéramos sin conocernos si a cambio de eso, tu madre seguiría viva. —Hace una pausa para recomponerse un poco—. Pero eso ya no tiene vuelta atrás. Así que habrá que aprovechar lo único bueno que ha traído esta situación y es que por fin podemos estar sentadas a la misma mesa.
Asiento sin dudar pues en esto último estoy totalmente de acuerdo con ella.
Escucho cerrarse la puerta de la entrada y Sandra no tarda en aparecer.
—Kaixo ama —saluda mi tía mientras echa mano de un par de aceitunas —¡Qué hambre tengo!
Toma asiento a mi lado y me da una palmada en la pierna.
—¿Qué tal todo por aquí? —me pregunta en voz baja.
—Todo perfecto —contesta mi amama adelantándose a mí—. ¿Qué pensabas? ¿Que no nos íbamos a entender bien?
—Nunca se me ocurriría insinuar eso...
Me guiña un ojo aprovechando que mi abuela está removiendo la comida.
—Ya, seguro... —responde sin mirarla directamente—. Espero que traigáis hambre, he hecho alubias para un regimiento y si no acabáis vosotras con ellas, tendré que estar comiendo lo mismo durante una semana.
Y con eso, lo dan todo por zanjado.
Llevamos las cosas a la mesa del comedor y ella se encarga de llenarnos los platos hasta arriba. Antes de que haya dado una cucharada, Sandra lleva medio plato, engullendo las alubias como si llevara un mes sin comer.
—Come más despacio o te caerán mal... —le reprocha.
—Es que no he desayunado —se excusa, mientras llena su boca de nuevo—. Lo de Amira me tiene fatal y por la mañana tengo el estómago cerrado.
Demasiados días sin aparecer...
—¿Aún no hay nada? Pero estaréis siguiendo alguna pista, ¿no?
Sandra niega y puedo ver la frustración pintada en su rostro.
—No tenemos nada. Es como si se la hubiera tragado la tierra. —De pronto se da cuenta de que está hablando de lo que no debe—. Mejor no me preguntéis.
Amama da una palmada en la mesa.
—Venga, sabes que lo que digas no saldrá de aquí y está claro que necesitas hablar de ello.
Sandra nos mira a ambas y finalmente suelta la cuchara y se apoya en el respaldo de la silla.
—Os juro que esto me está volviendo loca. Esa chiquita no aparece y a estas alturas, tenemos a los equipos rastreando los montes de los alrededores porque no sabemos qué más hacer. Desapareció un jueves. Estuvo haciendo un trabajo en la biblioteca hasta tarde con una compañera de clase y después de eso se fue a casa. No llegó.
—¿Habéis descartado una fuga? —pregunta mi abuela con preocupación.
—No hay indicios que apoyen esa posibilidad. En casa hay buen ambiente y además desapareció de camino a allí.
Entiendo lo que quiere decir.
—Es verdad, si se tratara de una fuga, se hubiera llevado cosas, preparado una mochila con lo básico, no sé... o habría dejado una nota ¿no?
—Así es. E incluso sin nada de eso, en la mayoría de los casos, vuelven a casa en un par de días o llaman por teléfono para que su familia sepa que están bien. Descartado que se haya ido de forma voluntaria, solo queda la opción de que se la haya llevado alguien. Sin embargo, nadie vio nada raro y no hemos encontrado ningún rastro. Hemos hablado con sus amigos y compañeros y al parecer se llevaba bien con todo el mundo, por lo que también podemos descartar una pelea. No sé, estoy perdida.
Un denso silencio se extiende por el comedor. Lo que ha contado no es nada halagüeño y no suele ser habitual que la policía no sepa de dónde tirar.
—Pobre chica —murmura amama —. Ojalá todo este asunto tenga un buen final.
—Ojalá, sí —ruega Sandra—. Aquí no pasan estas cosas, Leaza es un pueblo tranquilo y siempre hemos dejado que nuestros jóvenes se muevan con libertad. No había de qué preocuparse. Solo cosas de chavales, pero esto ya... esto es otra cosa.
Mi abuela se pone de pie y coge el puchero con brío.
—Bueno, nosotras no vamos a poder solucionar nada, por desgracia. Tomemos un café con la tarta de queso que he hecho que, el dulce, calma el malestar de espíritu.
Me llama la atención el comentario y me pregunto si será por eso que tantas veces busco algo dulce que llevarme a la boca.
Sandra estira la mano hasta posarla sobre la mía.
—No te preocupes, no quiero que vayas con miedo por la calle. ¿De acuerdo?
Asiento y tomo el plato que me tiende amama, con una enorme ración de tarta, de la que no pienso dejar ni las migas.
El móvil de Sandra suena justo cuando llega a la puerta de su coche y al mirar la pantalla su rostro pierde el color.
—Bai. Sí... entiendo. ¿En qué zona? De acuerdo... ahora mismo voy. No, no... primero quiero pasar por allí. ¿Ya habéis avisado para que envíen a la división de investigación criminal? Ni se os ocurra tocar nada hasta que llegue la unidad de la policía científica.
Cuando se gira hacia mí noto cómo intenta mantener la compostura.
—¿Qué ha pasado? —pregunto, aunque con lo que he escuchado me imagino lo peor.
—Se ha encontrado un cuerpo en el bosque de Mendibil, tengo que ir y encargarme de todo. Te dejo en casa ¿de acuerdo? Y no digas nada, aún no sabemos si se trata de ella o no.
Subo a toda prisa a su vehículo y enfila la carretera que lleva de vuelta al pueblo a toda velocidad.
Pienso en Samir, en su madre Yamina, y lo único que deseo en estos momentos, es que ese cuerpo no sea el de Amira.
¡Hola a todos y todas! ¿Qué tal andáis por ahí? Se pasan las semanas volando. ¡Ya vamos por el quinto capítulo!
No sé qué opináis de la amama de Maite pero os diré que las abuelas por aquí ¡son así de modernas! Y bien, ¿pensáis que es Amira el cuerpo que han encontrado? Lo sabréis en el próximo capítulo...
Y ahora voy a poner unas cuantas palabrejas para que le encontréis entendáis mejor la historia:
*Caserío: Típica casa del País Vasco.
*Txakoli: Es un vino blanco de aquí. *
Ertzaina: Agente de la Ertzaintza. Es decir Ertzaintza es el cuerpo de policía y ertzaina la persona.
*Txiki: Pequeña/o. Aunque se usa mucho para decir por ejemplo "los txikis" y referirse a niños pequeños, se utiliza también como palabra cariñosa.
*Sorgina: Bruja. Aquí somos muy supersticiosos y tenemos una mitología propia muy extensa. Apunte curioso de fonética, tanto ertzaina como sorgina se pronuncian como si fuese "ña" "ertzaiña" y "sorgiña".
*Maitia: Querida. Otra forma de referirse a alguien de forma cariñosa. En Euskera "te quiero" se dice "maite zaitut". Y Maite (el nombre de la protagonista) también significa "querida".
*Kaixo: Hola.
*Bai: Sí.
Espero que os haya gustado el capítulo de hoy. Os agradecería mucho si dejáis votos y comentarios. La próxima semana más. Besitosssss
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