Cap. 19



Lo de las clases de refuerzo es un rollo. Y más cuando te ves obligada a ir como castigo aunque tu rendimiento está por encima de la media. Así llevo toda la semana y por lo menos hoy me puedo alegrar de que ya es viernes y apenas falta un cuarto de hora para que mi tortura termine. Hasta el lunes, claro.

Aprovecho el tiempo que me queda, ya que he terminado mi tarea hace rato, para buscar en el portátil algo que le escuché decir a mi tía el otro día por teléfono. De forma habitual no tengo la costumbre de escuchar conversaciones ajenas, pero últimamente no pierdo palabra de lo que habla cada vez que recibe una llamada.

"Inyección de Midazolam" tecleo, revisando la palabra antes de dar a buscar. Leo con atención lo que aparece en la pantalla y tomo notas en la esquina del cuaderno, sorprendida de la información que acabo de encontrar. Busco en otras páginas y no tardo en hacerme una imagen mental de lo que aparece en ellas. Sin duda es un dato a tener en cuenta...

El profesor, que permanece sentado con la cabeza metida en un libro que tiene toda la pinta de ser una novela policiaca, salta como un resorte cuando la alarma de su reloj le avisa de que ya es hora de terminar la jornada. Los alumnos que estamos en el aula, no más de una docena, no esperamos a escuchar sus palabras y tomamos esa alarma, como el fin de la clase de refuerzo. Recogemos a toda prisa, como si nos jugáramos algo y el último en salir se quedara encerrado en el instituto todo el fin de semana y en un par de minutos, no queda nadie allí.

Me cuelgo la mochila justo cuando noto vibrar el móvil en mi bolsillo trasero del pantalón. Cuando miro la pantalla, no puedo evitar sonreír. Estaba pensando en enviar un mensaje a Samir para contarle mi último descubrimiento y justo se trata de él, preguntando si ya he terminado.

Contesto mientras me dirijo a la salida y choco contra alguien que suelta una sonora carcajada.

—Te podías haber ahorrado la respuesta —me suelta Samir con una sonrisa—. Casi llegas tú antes que el mensaje.

Me aparto mientras me froto la nariz.

—¿Qué haces aquí?

—Esperarte.

Y lo dice así, tan tranquilo.

—¿Ha ocurrido algo? —pregunto preocupada.

Veo cómo él frunce el ceño, como si no entendiera mi extrañeza.

—No... ¿qué pasa? ¿Estás diciendo que solo te busco cuando hay problemas?

Pues ahora que lo dice...

—Más o menos...

Samir guarda las manos en los bolsillos de sus vaqueros y se encoge de hombros. Aunque hace poco que le conozco, sé que ese gesto lo hace cuando está incómodo.

—Vale, se me hacía raro tantos días sin coincidir contigo y quería ver que estabas bien.

Señala mi mejilla que ahora mismo presenta un moretón multicolor. Por suerte, ya no duele.

—Estoy estupendamente —le aclaro—. Lo peor de toda la movida, fue ver la cara de desaprobación de mi tía. Y el castigo, claro. Que quizás si le hago mucho la pelota, consiga que me deje salir para la Noche de los muertos. Y dicho esto, me voy a casa que si me entretengo y no ficho a la hora, verás lo poco que tarda en llamarme.

—Vaya... y pensaba que yo estaba jodido.

Entonces recuerdo lo de su expulsión.

—Uy no, ya te digo que tu situación es peor que la mía.

—¿Puedo acompañarte? —propone.

—¿No tienes ningún plan?

Niega lentamente y ambos echamos a andar por la avenida.

—Si salgo, tengo más posibilidades de meterme en un lío. Además, le dije a mi madre que me lo tomaría en plan tranquilo durante una temporada.

Entonces recuerdo lo que tengo que contarle.

—Por cierto, iba a mandarte un mensaje. En realidad te me has adelantado.

—¿Me echabas de menos? —pregunta en tono socarrón.

¿Ese es el motivo por el que él me ha escrito?

—No exactamente. Verás, oí a mi tía hablar con la central. Ya sabes que Unai, el niño desaparecido está en coma...

Samir asiente lentamente.

—He oído que no saben si despertará.

—Debió tener una insuficiencia respiratoria y no saben si le habrá causado daño cerebral —le explico—. El caso es que escuché cómo decía "inyección de Midazolam". Lo he buscado y al parecer se utiliza antes de procedimientos médicos o cirugía. Lo más curioso es que causa somnolencia, reduce la ansiedad y evita cualquier recuerdo de ese momento. También puede producir la pérdida de conocimiento o como poco consciencia disminuida.

Samir se detiene y me mira directamente.

—Dime lo que estás pensando. Estoy seguro de que ya tienes tu teoría.

Algo así.

—Creo que el secuestrador les convence para subir a un vehículo y una vez dentro les inyecta el fármaco. Se puede inyectar intramuscular o en vena lo que facilita las cosas. Piensa en ello, con tener la aguja preparada, en un despiste se la puedes clavar a tu acompañante y es de reacción rápida, por lo que ya no tendrá opción de huír ni oponer resistencia.

—Joder, todo cuadra.

—¿Cómo de fácil será conseguir un fármaco así?

Si es de uso hospitalario, es imposible que alguien lo tenga en su casa o lo pueda comprar en una farmacia.

—Seguramente nuestro asesino navegará por la deep web. Allí puedes encontrar cualquier cosa. Lo único que importa es que tengas dinero para pagar lo que buscas.

No es el único cabo que tenemos que atar.

—Me gustaría saber por qué soltó al niño. Quizás vió que el fármaco le sentó mal o le dió una dosis mayor a la que correspondía para un cuerpo de ese tamaño y para él, dejó de tener gracia —especulo—. Si disfruta haciendo sufrir a sus víctimas, una inconsciente no satisface sus instintos.

—Una incógnita tras otra. Espero que la Ertzaintza ande más acertada que nosotros y esté tras la pista de alguien. Por cierto ¿has leído algo más del diario?

—No, y debería porque estoy segura de que tiene algo que ver con todo esto.

Samir se ríe.

—¿Te lo dice tu sexto sentido?

No entiendo que le haga gracia.

—Pues sí. Lo noto aquí dentro —digo señalando mi abdomen—, en las tripas. Tengo la sensación de que es una parte importante del puzzle.

Llegamos al portal justo a la vez que mi tía que llega cargada con varias bolsas. Samir se apresura a tomar un par de ellas.

—¿Has ido a hacer compras? —pregunto sorprendida. Aunque hicimos un cuadrante de tareas, sus horarios y cambios de turno, hacen que sea difícil de cumplir para ella.

—¡Ajá! Traigo un montón de cosas ricas... Samir, si estás solo puedes venir a cenar con nosotras. Veremos una peli o algo... ¿te apuntas?

Si Sandra no fuera una treintañera con gusto por las chicas, consideraría lo que acabo de escuchar un flirteo en toda regla. Aprovecho que él está de espaldas, pulsando el botón del piso, para hacerle un gesto con los ojos. No quiero que se vea obligado a aceptar.

—No quiero molestar —se excusa de forma educada al girarse.

—¿Molestar? ¡Qué va! Venga —le anima—, que voy a hacer mis famosos burritos...

Samir se rasca la nuca con la mano libre dejando a la vista su nerviosismo, pero no es capaz de negarse ante su insistencia.

—De acuerdo. Voy a hacer un par de cosas y en un rato me paso.

Cuando hora y media después suena el timbre, me sorprende. Realmente pensaba que no iba a aparecer y que en el último momento enviaría un mensaje con una excusa barata. Sandra me grita desde la cocina que abra, ya que ella bastante tiene con no quemar la mezcla de carne picada y pimientos.

Al abrir, veo que se ha cambiado de ropa y lleva un cómodo chándal. Quizás yo debería haber hecho lo mismo en vez de ponerme uno de mis ridículos pijamas. "Bien, Maite, bien, eres todo glamour" me digo a mi misma. Luego recuerdo que no es la primera vez que me ve de esta guisa así que ya... de perdidos al río.

—Siento lo de mi tía. Creo que le está pasando factura eso de no tener vida social —me excuso.

—No pasa nada. Así me ahorro tener que preparar la cena.

—¡No os quedéis ahí parados en la puerta! Id llevando las cosas a la sala.

Obedientes, hacemos varios viajes hasta que ya está todo listo. Sandra se afana en buscar una película de acción que nos contente a todos.

—Algo que nos ayude a desconectar ¿de acuerdo? —dice más para sí misma que para nosotros.

Pienso en lo quemada que estará con el maldito caso y en lo duro que tiene que ser, regresar a casa tras cada turno, sabiendo que aún estás lejos de encontrar al responsable. Realmente hay que valer para ese trabajo.

Al final, la elección resulta acertada. Cenamos entre risas y comentarios sobre lo absurdas y exageradas que son algunas escenas, para mayor gloria del protagonista masculino. La película avanza y antes de darnos cuenta, Sandra está dormida como un tronco. Incluso ronca un poco.

—Siempre le pasa igual —susurro—. Viene tan cansada que insiste en poner una peli y antes de llegar a la mitad ya se ha quedado frita.

—Tiene un trabajo duro —responde Samir, justificando su agotamiento.

—Y para colmo, ahora también tiene que estar pendiente de mí —añado—. Me parece que no necesitaba más complicaciones en su vida...

Samir coloca su mano sobre la mía y ese gesto me pilla de sorpresa.

—No pienses así Maite. Estoy convencido que ella no lo hace, no lo hagas tú. Aunque Sandra no contara con tener que ocuparse de ti, te adora y nunca te va a considerar una carga.

Miro a mi tía, lo relajada que se la ve así, con la boca ligeramente abierta y ese leve ronquido que escapa por su nariz. Samir tiene razón y yo estoy agradecida de poder vivir con ella.

Como si sintiera mi mirada, se despierta de golpe y frota sus ojos con expresión somnolienta.

—¿Me he perdido el final? —pregunta con voz pastosa. Sin esperar respuesta se levanta y va a trompicones hacia su habitación. —Me voy a dormir. —Se gira de golpe y suelta—. Me puedo fiar de vosotros, ¿no? Sí, claro que puedo.

Y de la misma, cierra la puerta dejándonos solos en el salón.

¡Ay Sandra! Ni siquiera ha pensado si es una buena idea dejarles solos en el salón. ¿Qué creéis que pasará? 

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