Cap.18


El olor de la sangre que empapa mi camiseta me marea un poco. Al menos no es mía. También me duele la cara y ni siquiera hace falta que me mire en un espejo para saber que se me está hinchando el lado izquierdo. Estoy sola, a Ane se la han llevado a la enfermería, aunque por suerte para mí, parece que su nariz no estaba rota. Y yo, estoy esperando a que el director termine de hablar con Samir y Markel, antes de ocuparse de lo mío. ¡Genial! Mi tía se va a poner la mar de contenta cuando se entere...

Oigo el ruido de la puerta y los dos chicos salen con la cabeza gacha. El director hace un gesto de negación que me hace creer que ya les da por perdidos y Samir apenas me lanza una rápida mirada, antes de desaparecer de la salita.

El hombre ni me mira, solo hace un gesto para que le siga a su despacho y yo, lo hago, aunque sin mucho entusiasmo.

Tomamos asiento y durante los primeros minutos, ambos permanecemos en silencio. Al final, decide romperlo él.

—Soy Rafael Aramburu, director de este centro. Aún no habíamos tenido la oportunidad de conocernos y la verdad es que hubiera deseado que no fuera en estas circunstancias, Maite.

Doy un respingo cuando escucho mi nombre. Por un momento me ha recordado a mi padre, que también solía usarlo al final de las frases, como para recalcar. No me gustaba entonces, no me gusta ahora. Odiaba que lo hiciera...

—Solo me he defendido.

Levanto la vista y le miro por primera vez, dispuesta a mantener mi postura. El hombre que me observa desde el otro lado de la mesa rondará los cuarenta y diría que de forma habitual, muestra un rostro afable. Hoy se le ha torcido el día.

—Lo sé. Hemos preguntado a varios alumnos y todos han respondido lo mismo. Pero casi le rompes la nariz a Ane. Tu respuesta ha sido desproporcionada.

En eso tiene razón.

—¿Me va a expulsar?

—No. Tendrás una semana de castigo acudiendo a las clases de refuerzo de la tarde. Creo que eso será más que suficiente para que no se vuelva a repetir.

Suspiro aliviada. Sin embargo algo me dice que no ha sido tan laxo con ellos.

—¿Y Samir y Markel?

—Tres días de expulsión y quedará registro en sus expedientes.

—¡Pero eso no es justo! Samir lo está pasando fatal con lo de su hermana y el colegio debería apoyarle.

El director niega lentamente.

—Estoy aquí para cada alumno y alumna de este centro, sin embargo no voy a aceptar ningún tipo de violencia dentro de estas paredes. Es la justicia la que debe actuar, no él.

—Algunos alumnos de este centro coaccionan a otros para que participen en juegos sexuales, que luego graban y difunden. ¿Cree que lo de Samir no estaba justificado?

Rafael Aramburu junta sus manos, flexionando sus largos dedos y ese gesto me da cierta grima.

—La Ertzaintza hará su trabajo, Maite.

—Ya, claro.

Me levanto sin esperar a que él dé por terminada la reunión. Ya no tengo ganas de hablar más.

—Tu abuela viene a recogerte. Puedes esperarla fuera.

—¿Mi abuela? —pregunto escéptica. Me preocupaba Sandra y ahora resulta que mi amama también se va a enterar de lo ocurrido. Estupendo.

—Sí, tu tía no podía acercarse y ella es tu otro contacto cercano.

Me acerco a la puerta dispuesta a salir.

—Una última cosa, Maite. Parece que tienes una una amistad muy fuerte con Samir, solo hay que ver cómo le defiendes. Déjame que te dé un consejo. Aléjate de las personas como él. Solo te traerá problemas. Tu madre también eligió a alguien como Samir. Decidió ir contra viento y marea. Contra todo y contra todos, convencida de que estaba haciendo lo correcto, que lo que sentía era lo más importante. Ya sabemos que los chicos malos atraen más que uno formal y trabajador. Pero a tu madre quizás le hubiera ido mejor con alguien así que con quien escogió. Si hubiera hecho otra elección, como poco, seguiría viva.

Salgo del despacho tambaleándome. Ni siquiera me preocupo de cerrar la puerta. Lo único que quiero es alejarme de ese lugar cuanto antes. Tengo la vista borrosa y un sudor frío empapa mi nuca. Me estoy mareando. Camino hacia el exterior, palpando la pared, a trompicones, intentando que la bilis que se empeña en subir por la garganta se quede ahí. Me siento en los escalones de acceso y coloco la cabeza entre las piernas.

"Respira, Maite, respira". Intento relajarme, mientras permanezco en esa postura con los ojos cerrados. Cuando creo que ya está funcionando, la última frase del director me llega como una bofetada: "Si hubiera hecho otra elección, como poco, seguiría viva".

¿Cómo alguien puede ser tan cruel? ¿Cómo puede hablar de ella de esa manera? Parece que le guardara rencor, pues acaba de culparla de sus decisiones y la ha señalado con el dedo de forma impúdica.

—Maite, cielo ¿estás bien?

La voz de mi abuela me saca de ese bucle de pensamientos y levanto la cabeza, intentando enfocar su imagen. Niego lentamente y sin poder remediarlo, me echo a llorar. Ella se sienta a mi lado y me abraza, un abrazo fuerte y cálido. Reconfortante. Me dejo. Realmente en estos momentos, necesito un poco de cariño y ella me lo está dando. Por primera vez siento que sí somos familia, que hay algo que nos une, invisible y que es invariable, nos hayamos visto dos veces o llevemos tratando toda una vida.

No me suelta hasta que siente que mi llanto ha cesado y lo primero que hace es evaluar mi rostro.

—Eso de ahí —señala el moratón—, no tiene buena pinta. Al menos la sangre no parece tuya ¿verdad? Vamos, hoy hay que curarte el cuerpo y el alma.

El paseo hasta su casa me calma. En cuanto nos alejamos del bullicio del centro y enfilamos la cuesta que lleva hasta el caserío, el silencio nos envuelve y la sensación de tranquilidad, me da cierto sosiego. No hablamos y yo, ni siquiera me permito pensar, solo me preocupo en poner un pie delante de otro y avanzar.

En cuanto llegamos, me da una camisa limpia y yo voy al baño para asearme un poco. Cuando veo a la chica que se refleja en el espejo, me asusto. Si ya de por sí, mis ojeras me hacen tener un aspecto demacrado, el moretón en la mejilla y la roja mancha en la camiseta no ayudan. Me la quito y me afano en limpiar la sangre que había traspasado y manchado mi piel. ¿En qué estaba pensando? Vale que Ane es una estúpida y que empezó ella, pero realmente mi golpe fue desproporcionado. Y era consciente del daño que le iba a hacer. Pero en ese momento no me importó.

Me pongo la camisa y noto un leve olor a lavanda. Seguro que amama tiene saquitos en el armario...

Salgo con la camiseta hecha una bola y directamente la tiro a la basura. No merece la pena intentar quitar la mancha. Mi abuela hace un gesto para que me siente a la mesa y toma asiento frente a mí con un tarro en la mano.

—¿Qué es eso? —pregunto con cierto reparo.

Ella lo abre y toma un poco de la pomada con los dedos.

—Es arnica, reducirá la hinchazón y el dolor. Aun así, deberías tomar algo esta noche, ese golpe tiene pinta de ir a darte guerra.

Dejo que lo extienda por la zona y sin poder evitarlo aprieto los dientes. Aunque está teniendo todo el cuidado del mundo, duele a rabiar.

—Gracias.

—¿Te sientes mejor? No debes dejar que estas cosas te disgusten. Esa chavala ha salido igual que su padre, que siempre estaba metido en broncas.

Si el problema fuera Ane...

—No estaba disgustada por ella amama, sino por el director.

Le cuento su "consejo" y puedo ver el horror dibujado en su rostro.

—¡Pero ese hombre en qué piensa! ¡Cómo se le ocurre decirte eso! ¿Quién es? Dime su nombre, igual tiene que recibir una llamada de mi parte...

—Rafael Aramburu, pero de verdad que no hace falta que hagas nada.

Su expresión cambia al escuchar el nombre.

—Hara!

Se levanta y sale de la cocina a toda prisa. Por un momento, me planteo salir tras ella, pero finalmente decido esperar. Cuando regresa, lo hace con un enorme álbum de fotos.

Lo abre por las últimas páginas y busca entre ellas, hasta señalar una imagen con el dedo.

—¿Le reconoces? ¿Es él?

Miro la foto, ya un poco descolorida pero no hay duda, es el director. No es tanto su parecido como algo en su pose, lo que realmente le delata.

—Sí, pero... no entiendo.

—Yo sí y ahora tiene explicación, aunque eso no quita para que haya sido un comentario desacertado. Quizás aún esté dolido... puede que no lo haya superado...

Intento descifrar lo que dice pero sé que me estoy perdiendo algo. Entonces miro la foto y por primera vez me fijo en la persona que le acompaña. De primeras pienso que la vista me está jugando una mala pasada y pestañeo un par de veces para ver si la imagen cambia, pero no. Sigue igual. Soy yo, solo que no puedo serlo, así que la única posibilidad que queda es que se trate de mi madre...

—Es... —soy incapaz de terminar la frase.

—Sí, maitia. Es tu madre. Sois como dos gotas de agua.

El primer pensamiento que viene a mi mente, es lo difícil que tuvo que ser para mi tía y mi abuela cuando me vieron por primera vez. Como encontrarse con un fantasma.

—No lo sabía. Mi ama... no tenía fotos de adolescente, ni de niña...

—Cuando se fue de aquí, lo hizo dispuesta a dejar atrás su vida y a su familia. Cuantos menos recuerdos, menos remordimientos.

Trago saliva con dificultad. Por muy enamorada que estuviera, ¿cómo fue capaz de marcharse así? Vuelvo a la foto y me fijo en la actitud cariñosa que muestran ambos. Cogidos del brazo, riendo a carcajadas, manteniendo el equilibrio para no caer.

—¿Rafael y ella eran novios?

—¿En esa época? Sí. Fue el único novio serio que tuvo tu madre, el único que trajo a casa. Hasta que Eneko se cruzó en su vida. Entonces dejó a Rafael de la noche a la mañana y ya no tuvo ojos ni oídos para nadie más.

Me siento mal al oír nombrar a mi aita. Y más, sabiendo que irrumpió en su vida, dispuesto a desmontarla por completo.

—Aquí parecen felices.

—Rafael era un chaval estudioso y educado. Cualquiera hubiera deseado una pareja así para su hija. Creo que él nunca lo entendió. Después de irse Leire, él seguía preguntando por ella cada vez que nos veía y yo... no había nada que pudiera decirle porque estaba en la misma situación que él. Es duro perder a una hija de esta manera. No saber si está bien, si necesita algo, si es feliz...

La tristeza de su voz llena la cocina. Pongo mi mano sobre la suya y ella la toma, dándole un suave apretón.

—No pensemos en lo que no tiene ya remedio —sentencio. Paso un par de hojas del álbum dispuesta a echar un vistazo—. ¿Me enseñas más fotos de la familia? Quiero ver a ama y a la tía cuando eran pequeñas.

Toma una respiración profunda y esboza una sonrisa de aceptación. Cierra el álbum y lo abre de nuevo por la primera página.

Cuando abandono el caserío ya se ha hecho de noche. Se nota que estamos en octubre, no solo en la temperatura, también por lo que se han acortado los días. Me envuelvo con los brazos las costillas mientras me arrepiento de no haber aceptado la chaqueta que mi abuela se empeñaba en prestarme. Me fui del instituto sin coger mis cosas, aunque por suerte, Mei las recogió y hace un par de horas me envió un mensaje diciendo que las había dejado en el restaurante.

Miro la pantalla de mi móvil para asegurarme de que aún tengo suficiente batería, pues nunca se sabe. Eso me recuerda que estoy andando por una zona apartada por la que no hay ni un alma y mi lado precavido me hace apretar el paso.

Un ruido a mi derecha, en la espesa vegetación, hace que me detenga. ¿Qué ha sido eso? ¿Un animal? ¿O alguien acechando?

Enciendo la linterna del móvil y apunto hacia el bosque, dispuesta a sorprender a quien permanece escondido.

—¿Quién hay ahí? —Silencio—. ¡No me das ningún miedo!

No se mueve ni una hoja, así que decido dejar a un lado mi paranoia y apago la luz dispuesta a continuar mi camino. Sin embargo, en cuanto doy dos pasos vuelvo a notar esa sensación, como cuando tienes a alguien observándote y sientes su punzante mirada en tu nuca. Me giro de nuevo hacia la oscuridad, en busca de quien se esconde al abrigo de los árboles y en esta ocasión, en vez de enfrentarme, aprieto el paso, dispuesta a llegar a mi casa lo antes posible.

Mientras bajo todo lo rápido que mis piernas me permiten, deseosa de llegar a las calles de Leaza, intento borrar de mi mente la figura que permanecía agazapada entre las sombras, pendiente de cada uno de mis movimientos.


¡Ay! Si es que en esta historia todo tiene un por qué... Seguro que durante un momento habéis pensado que de qué iba el director... pero ya veis había un motivo para que le dijera esas duras palabras a Maite. Eso sí, yo no las comparto. Que esté dolido no es motivo para que le hable así. ¡Ni que ella fuera responsable de las decisiones de su madre!

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