Capítulo 10 No te vayas.
Abrí los ojos cuando una luz blanca comenzó a molestarme. Mi cabeza me dolía como si estuviera a punto de separarse de mi cuerpo.
Miré a mi alrededor intentado comprender donde estaba y que había pasado.
Estaba un cuarto de hospital... no tenía ningún cable conectado al cuerpo. Solo estaba acostada y tapada con una sabana.
En cuando Henry abrió la puerta y entró, las últimas palabras que había dicho sonaron como disco rayado en mi cabeza.
"Pensamos que... que te había pasado algo por lo de... por la recaída de tu madre"
—Hija, como lo siento —murmuró cerrando la puerta detrás de él, tenía los ojos rojos.
—¿Qué pasó?
Henry caminó hasta mi cama, se sentó y trato de tomar mis manos, pero no lo dejé.
—Pensé que tu tía Hellen te había llamado —comenzó a contarme—. Ayer me llamó y me contó que tú madre estaba empeorando. Hoy por la tarde recibí un mensaje de Hellen, tú madre sufrió una recaída, los doctores no... no creen que sobreviva la noche.
—¡¿Que?! ¡¿Te dijo que estaba empeorando y no dijiste nada?!
Mi voz se había quebrado y mis ojos amenazan con soltar lágrimas.
—Alice...
—¡No! —lo miré atónita—. ¡¿Qué pasa contigo?! ¡Mi mamá empero y tú sólo esperaste a que mi tía me llamara!
—Alice...
No, no, no.
Esto no estaba pasado.
Él trago duro y se quedó pensando un momento.
—¡Si le pasa algo, te prometo que te arrepentirás de que yo lleve tu sangre! —lo amenacé, poniendo en en pie.
—Necesitas descansar, no te pares.
—¡¿En serio crees que voy a quedarme en esa cama mientras que mi madre se debate entre la vida y la muerte?!
—Solo estoy tratado de cuidarte, no quiero que le pase nada a tu madre, pero si pasa, quiero ahorrarte otro trauma.
—¡CALLTÉ! —exploté sintiendo como un horrible coraje se apoderaba en lo más profundo de mí—. ¡No hables de ella! ¡Si no pudiste tener la decencia de decirme que estaba empeorando, no hables de nada que se relacione con ella!
Henry se quedó pasmado y yo lo único que sentía era como una desesperación inmensa me abrumaba.
—Está bien, pero no te dejaré sola. Estaré contigo en todo momento —sacó su teléfono y llamó—. Berta, si... necesito que compres cuatro boletos para esta misma noche a Ohio. No importa, si.
Y colgó.
—Espera aquí a que venga el doctor y te de el alta. Necesito asegurarme que estás bien para viajar y ver a tu madre —ordenó antes de salir.
No dije nada. Solo lo observé salir, intentando entender cómo era que mi madre se había empeorado, si hacía poco habíamos hablado.
La ansiedad y el terror comenzaban a invadirme. No quería siquiera pensar en él peor de los casos. No podía imaginarme una vida sin ella. Tenía que estar bien. La necesitaba, la necesitaba toda mi vida.
Cerré los ojos intentando dejar de llorar... pero sus recuerdos me inundaron la mente.
—Alice —me llamaba mi madre—. ¿Donde te has metido pequeña traviesa? ¿Donde?
Estaba escondida detrás de un árbol inmenso y unas piedras junto al río.
Jugábamos al escondite. Hacia mucho tiempo que no pasaba tiempo con mamá, porque papá y ella discutían mucho. Pero ahora estaba feliz porque mi mamá, la tía Hellen y yo habíamos venido a pasar unos días en una cabaña.
La misma cabaña donde había encontrado al hombre que me enseñó a pintar el año pasado. No les había dicho que por eso escogí venir aquí. Quería encontrar al hombre extraño y decirle que había mejorado con mis pinturas, pero no lo encontré.
Alcé mi vista y la ví de espaldas con una mano en la cintura mirando a todos lados para encontrarme.
Se me salió una risita que hizo que girara en mi dirección, yo me escondí y me tapé la boca con mis manitas para no reírme de nuevo.
—Me preguntó donde te habrás metido... —decía—. Es que eres muy buena escondiéndote, cariño.
Sonreí feliz y me agaché aún más para que no me viera.
De repente no se escuchó más su voz y eso me confundió. Me asomé para verla pero no había rastro de ella. Entonces salí de mi escondite y mi mamá me tomó por atrás cargándome.
—¡Te encontré! —me daba vueltas en el aire haciéndome cosquillas.
—Tú siempre me encuentras —reía—. ¿Como lo haces?
Entonces ella me bajó y me acodó el cabello detrás de mi oreja.
—Soy tu madre. Yo siempre te encontraré.
—¿Siempre?
—Siempre —me aseguró mientras caminábamos de vuelta a la cabaña.
—¿Y siempre estaremos juntas?
—Siempre, mi pequeña traviesa.
Negué con la cabeza y me limpie las lagrimas. No podía dejar de llorar. Cerraba los ojos y la veía, la última vez que la abracé, la última vez que escuché su risa, la última vez que oí su voz. ¿Y si ya no podía hacer nada de eso?
—Alice —Allen se asomó por la puerta—. ¿Puedo pasar?
Asentí limpiándome las lágrimas.
—No imagino lo que estás sintiendo —conforme se acercaba, las lágrimas que había controlado empezaron a salir sin control.
No sabia que tanto me dolía mi madre, hasta este momento. Tan solo plantearme la idea de que jamás la volvería a ver, mi corazón dolía de una manera inimaginable.
—Quiero a mi mamá —sollocé—. Solo quiero a mi mamá.
Y sin previo aviso, me envolvió en sus brazos.
—Se recuperará—murmuraba mientras yo me escondía en su pecho—. Tranquila, estoy contigo.
Negué con la cabeza, tratando de controlarme... pero simplemente no podía.
No se cuanto tiempo paso, pero se quedó ahí, abrazándome, acariciando mi cabello, mientras yo lloraba a mares en su pecho y me aferraba a su camisa.
—¿Y si esta vez no sale de... e-esta? ¿Y si no v-voy... a volver a verla nunca más?
—Tu madre tiene que recuperarse, ella debe ser una mujer muy fuerte. Si tiene una hija como tú, debe serlo. Así que, saldrá de esta —murmuró separándose un poco de mí y limpiándome las lagrimas con sus manos.
—Lo s-siento... yo...
—No, no te disculpes por llorar —sostuvo mi cabeza y me obligó a mirarlo—. No reprimas ningún sentimiento.
Y de nuevo, no se cuanto tiempo pasó entre llantos, hipidos, abrazos y sorbidas de nariz. Hasta que llegó el doctor y me revisó. Tomó mi pulso, verificó mis pupilas, incluso checo mi glucosa.
Me dio el alta y me hizo prometer que cualquier cosa que sintiera se lo comunicaría a mi padre. También me receto algunos calmantes, pero solo si de verdad los necesitaba.
Todos salimos del hospital, con expresión de cansancio. Henry, Julie, Alex y Gin se fueron en el auto de Henry. Allen se las arregló para llevarme él mismo. Cosa que agradecí internamente. Mis músculos estaban tan tensos que dolían y mi cabeza me dolía tanto que ni siquiera era consiente del trayecto a casa. Solo podía ser consciente de Allen mirándome cada dos minutos de reojo. Parecía verdaderamente preocupado.
Al llegar a casa, me acompaño hasta mi habitación y me ayudo hacer las maletas. No empaque más que tres o cuatro cambio, tenía más ropa en mi casa.
—Alice —se asomó Alex por el rabillo de la puerta—. Henry me ha dicho que trates de descansar, esta noche tomaremos un vuelo para que...
—Entiendo —lo interrumpí—. ¿Donde está Gin?
—Fui a dejarla a su casa, me dijo que la llamaras por cualquier cosa.
—Necesitas comer algo —opinó Allen con preocupación —Llevas muchas horas sin comer y...
—No tengo hambre.
—Ya es casi medio día, Alice —insistió—. Necesitas comer algo.
—De verdad que n...
—Le diré a Caroline que te prepararé algo —me interrumpió Alex saliendo a toda prisa.
—Alex n...
Allen se sentó en la orilla de la cama y tomó mi mano.
—Al menos intenta comer algo —murmuró acariciando mi mano sin despegar la vista de ella.
—¿Ahora me obligarás?
—Si es necesario —aseguró—. Haría de todo para cuidarte.
Casi sonreí.
Intenté comer lo que Alex había traído, pero apenas y lo probé. Lo que si me ayudó fue el té que había mandado Caroline.
Después de eso, ninguno de los dos me dejó sola. Estuvieron conmigo el resto del día pese a que lo único que salía de mí eran lagrimas tras lagrimas. Cada que el reloj avanzaba me sentía peor, me daba ansiedad subir a ese avión, me daba miedo llegar a casa y que mi madre ya no estuviera. La sola idea de pensarlo me daban ganas de volver a llorar.
Allen decidió llevarnos a Alex y a mi al aeropuerto, mientras que Henry y Julie se adelantaban. Caroline me abrazaban despidiéndose y diciéndome que todo estaría bien.
—Es hora —anunció Alex colgándose las mochilas en sus hombros.
Estuve a punto de decir algo, pero Allen me tomó de la mano y me guió hasta el coche.
Ya en el aeropuerto mis nervios subieron a niveles impresionantes y mi pobre corazón comenzó a latir como loco. Y eso solo aumentó más cuando anunciaron nuestro vuelo. Miré a Allen quien miraba nuestras manos unidas con el ceño ligeramente fruncido. Ni siquiera había notado que en todo el tiempo que estuvimos esperando no había soltado su mano.
—Quisiera ir contigo y no dejarte sola en ningún momento.
Miré nuestras manos unidas también.
—También quisiera lo mismo —murmuré.
Él se inclinó y me dio un beso en la frente que me dieron ganas de volver a llorar. Respiré hondo tratando inhalar lo más que pude de su perfume.
—Llámame por cualquier cosa. A cualquier hora. Estaré pegado al teléfono.
Asentí sin mucho entusiasmo y le di un último abrazo antes de darme la vuelta y encaminarme al avión, deseando que todo esto solo fuera un mal sueño.
El vuelo se me hizo eterno, si no hubiera sido por Alex quien se la pasó despierto todo el tiempo distrayéndome o ayudándome a poder dormir, me hubiera tirado del avión.
Al llegar, todos subimos al mismo taxi y fuimos directamente al hospital.
Me quedé paralizada cuando aparcó en la entrada y vi a los doctores, enfermeras y personas con expresión triste o de preocupación fuera del hospital
Todos bajaron y esperaron que yo hiciera lo mismo, lo cual me costó mucho, pero al final lo hice.
—Vamos, hermanita —Alex tomó mi mano y me guió hasta la entrada.
Henry fue quien se encargó de hablar con una enfermera en recepción. Le indicó donde estaba mi madre y él nos guió. Julie se quedó en la sala de espera con todas nuestras cosas. Alex también quiso quedarse, pero no fui capaz de soltar su mano y seguir a mi padre sola. Él entendió todo y me acompañó.
Subimos por el ascensor hasta el séptimo piso, en terapia intensiva. Mi tía estaba ahí, en cuanto me vio corrió abrazarme, le devolví el abrazo y me separé de ella rápidamente.
—¿Donde está? —me atreví a preguntar.
—Ahí —apuntó la habitación 387—. Ve con ella, mi amor.
Dudé un momento, pero no podía aguantar más sin verla. Entré en esa habitación y la vi... conectada a cables, con un tubo en la garganta y más pálida que la última vez. Me acerqué y tome su mano, aún estaba cálida.
—¿Mami? —sollocé—. Mami, no te vayas, mami por favor, no me dejes.
Me sorbí la nariz y traté de respirar hondo, pero mis lagrimas salían sin parar.
—No estoy lista para dejarte ir, mamá —lloriqueé—. Tu me prometiste que íbamos a estar juntas siempre, y... y sé que ese siempre no duraría toda la vida, pero aún nos falta tiempo. ¿Qué hay de todas las cosas que me dijiste? ¿Quien me avergonzará cuando me gradúe? ¿Quien me llenará él celular de mil llamadas cuando salga con mis amigas?¿Quien llorará conmigo el día que me case? ¿Quien va a malcriar a mis hijos?
Tomé aire para tratar de tranquilizarme.
—Todas esas cosas que tú me dijiste... aún faltan mamá. Te necesito, te necesitaré siempre—. Me lance a ella y la abrace deseando jamás soltarla.
Perdí la noción del tiempo, llorando sin soltar su mano, hablándole y abrazándola. Hasta que sentí una mano en mi hombro. Era mi tía.
—Cariño, le tienen que hacer un estudio a tu mamá. Ven.
Me negaba a soltarla. No quería sepárame de ella ni un solo segundo. Pero logré soltarla, me sacaron de ahí y doctores y enfermeros se quedaron con ella.
Al salir, no había rastro de Henry, solo estaba Alex sentado, con un vaso de café entre sus manos he intentado no quedarse dormido.
—¿Sabes? Tú madre siempre quiso darte un hermano —murmuró mi tía, mirado a Alex—. Yo no estaba de acuerdo con eso, sentía que estabas bien así, pero me equivoqué. Ese chico está siendo un buen hermano.
—Lo es —le aseguré—. Pero no se lo digas o se pondrá insoportable.
—Tranquila, tú tampoco le digas a tu madre que es la mejor hermana del mundo o también se pondrá insoportable.
Ambas reímos con nostalgia.
Justo en ese momento Alex abrió los ojos por completo y se acercó a nosotras.
—¿Como estás? —me preguntó—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres un café? ¿Agua?
—Estoy bien. Tú necesitas descansar.
—¿Por qué no se van a descansar un poco ambos? —opinó mi tía—. Les avisaré por cualquier cosa.
—Ni hablar —me negué rotundamente—. No dejaré a mi mamá ni un segundo.
—Al menos intenta comer algo —insistió Alex.
—Cariño, no permiten que se queden más de dos personas en la noche, y tú estás agotada, vete a casa e intenta dormir.
—Tía no insistas.
No quería sepárame de ella.
—¿Sabes que? Si el doctor nos asegura que está estable y que pasará la noche, te irás a descansar y mañana temprano regresas con ella, ¿Te parece?
Lo consideré, no podía negar que no me sentía cansada. Estaba realmente agotada, apenas y había comido algo o dormido.
—De acuerdo —accedí.
Por suerte, el doctor nos aseguró que estaba estable. El peligro estaba pasado, pero que aún así la tendrían en observación. Así que a regañadientes me fui con Alex a casa.
Esa noche me había encerrado en mi antigua habitación, mirando la fotografía que tenía con mamá en mi mesita de noche. Acababa de cumplir cinco años y mi mamá sostenía el pastel tratando de que la vela no se apagara, mientras yo miraba a la cámara con una sonrisa de oreja a oreja. En esa época fuimos muy felices.
Poco después recibí una llamada de Allen. Me alegró ver su nombre iluminando mi pantalla, sentía que solo con él podía desahogarme y sentirme menos mal.
Descolgué al tercer timbre.
—Hola —sonaba sorprendido—. Pensé que no contestarías, pero no podía seguir tranquilo sin saber de ti.
Sonreí un poco.
—Sigo viva —murmuré sin ánimos.
Hubo un momento de silencio, pero sabía que seguía en la línea.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
Mi ceño se frunció al instante.
—Claro.
—¿Estaría mal si estuviera contigo ahora?
Lo pensé por un momento y la idea de tenerlo cerca me entusiasmaba, no quería aceptarlo, pero de verdad que lo necesitaba. Necesita sus abrazos, esos que solo de él me hacían sentir mejor.
—Eres la única persona que quisiera que estuviera aquí.
Pude oír cómo soltaba el aire y sonreía.
—Me alegra saberlo.
Justo en ese momento tocaron a mi puerta.
—¿Es mucho pedir estar sola? —contesté tapando el teléfono para que Allen no escuchara eso.
En ese momento la puerta se abrió dejando ver a Allen parado mirándome con una sonrisa triste y su teléfono pegado a su oreja.
—Hola, rebelde.
—¿Q-que haces aquí? —pregunté incrédula y emocionada a partes iguales.
—Te prometí que no te dejaría sola —murmuró.
—P-pero...¿como?...
—Cuando te vi subir al avión, regrese a mi auto... y simplemente no pude conducir a casa... así que, compré un boleto de avión y llamé a Alex para pedirle la dirección y todo, y suplicarle que no te dijera nada.
Se me llenaron los ojos de lagrimas como una tonta. Él me sonrió con ternura, se acercó y yo al instante lo rodeé con mis brazos. Él me sujeto las mejillas con sus manos y se inclinó para darme un beso en la comisura de mis labios.
—Lamentó no haber venido antes —añadió.
Sonreí y agaché mi cabeza abrazándome a él. Lo había hechando de menos y solo tenía un par de horas sin verlo. Él me rodeó con sus brazos abrazándome fuertemente. Lo necesitaba, necesitaba tanto ese abrazo.
—El trabajo de consolador personal, es muy demandante.
Sonreí limpiándome las lágrimas.
Esa noche dormí abrazada a él como si de eso dependiera mi vida entera. No protesto ni se quejó, todo lo contrario, si yo me aferraba más a él, él me apretujaba con suavidad o me acariciaba el cabello.
La mañana siguiente, mi tía me llamó muy temprano, al parecer mi madre había despertado. Me sentí aliviada y pude respirar con más calma. Todos nos preparamos y salimos a toda prisa al hospital.
Al llegar casi corrí hasta su habitación, pero no pude entrar, los doctores la estaban revisando.
—Cariño —mi tía se acercó a nosotros—.Tranquila, tu mamá está bien. Ha pasado muy bien la noche y abrió los ojos hace rato.
No pude evitar derramar una lagrima de felicidad.
En ese instante un doctor se nos acercó.
—La señora Emily está estable —pronunció y pude soltar todo el aire—. Esta despierta y preguntando por su hermana y por su hija... les recomiendo que pasen de dos en dos.
Asentimos y solo pude soltar la mano de Allen para entrar con mi tía.
Ahí estaba mi madre, al fin veía sus ojos. Los míos se llenaron de lágrimas apenas y su mirada cruzó con la mía.
—Estás aquí —murmuró con un hilo de voz y esa sonrisa dulce que tenía.
No me pude aguantar más y me lancé a ella abrazándola y llorando como una bebe inconsolable. Ella me abrazó y comenzó acariciarme el cabello.
—Estoy bien, mi amor —murmuraba—. Perdóname por asustarte.
—Yo pensé... p-pensé que no te volverá a v... —y no pude hablar más.
—Cariño, tranquila. Te prometí que no te desearías tan fácilmente de mi.
—No quiero separarme de ti nunca.
No se cuanto tiempo paso, pero me consoló como hace años no lo hacía. Solo hasta que pude sepárame un poco de ella, me limpio las lagrimas y me preguntó:
—¿Has venido tú sola?
Negué con la cabeza.
—Ha venido toda la familia de Henry.
—Tu padre —me corrigió al instante.
—No importa mamá, seguro ya se van —le aseguré.
—No, necesito hablar con tu padre. Necesitamos aclarar muchas cosas.
No la comprendía. Estuvo a punto de morir y quería ver al hombre que le hizo la vida imposible.
—Dile que venga.
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