Capítulo 2: Damn Party
—¡Oh si, nena! ¡Ahí viene la mejor de todas!— Gritó Bill sacando su cabeza por una de las ventanillas del auto, mientras me señalaba con sus brazos al aire—¡Ella es Moira Agatha!
—Callate, Bill— Le dí un pequeño golpe empujandolo dentro del auto.
Me metí de lleno en los asientos traseros mientras el olor a humo impregnaba libremente mis fosas nasales.
—Hola, pequeña Agatha— Saludó Paul, el conductor de la noche.
—Hola idiotas. ¿Saben en el problema en que acaban de meterme? Me debes algo, Bill.
El pecoso se excuso con una mirada indignada para luego colocar sus brazos en mis hombros a modo de abrazo, tratando de calmarme un poco.
—Tranquilizate, Moira. Ésta noche te divertirás como nunca y podrás ser Agatha sin problema alguno.
—Solo quieren que consiga drogas.
—¿Cómo puedes decir eso? Eres nuestra amiga, mocosa— Respondió Barrie, el mayor del grupo, pero el más inmaduro. Sus rastas largas no me dejaron mirarlo muy bien en el asiento del copiloto.
Esos eran mis únicos amigos— o como quería considerarlos— en toda mi vida. Nunca han traicionado mi confianza y hacen oídos sordos a lo que digan de cada uno, por esa razón nos llevamos tan pero tan bien.
—Soy una estúpida por caer en sus juegos.
Y riendo partimos hacia la Damn Party.
Las Damn Party eran una extraña mezcla de lo mas cool en Gashfield. Una extraña fiesta en donde las personas como mi hermana y como yo podíamos estar al mismo tiempo sin prejuicios, porque al final de la noche terminábamos haciendo casi exactamente lo mismo. Ciertamente no sabía si Lori asistiría a ésta, porque había estado babeandose por Gin, pero lo más probable es que todos sus amigos estuvieran ahí.
Al llegar, divisé uno de los tantos terrenos inhabilitados que se usaban para este tipo de cosas. Habían luces de colores corriendose fuera de la gran casa abandonada, que provenían de adentro. Los altavoces reventaban tanto que mis oídos podían explotar en cualquier momento, y eso al dj no le molestaba en lo absoluto.
Mientras caminábamos, Bill me pasó un cigarrillo que tenía marcas de un labial rosa oscuro. Yo lo miré extrañada, en la espera de que me explicara de quién era el cigarrillo entre mis dedos, pero sin tanto rebuscar mi mirada cayó en Rosie; una linda rubia con rastras iguales a las de mi amigo Barrie, y la verdad era que esos dos compartían más saliva que ganas de seguir fumando. Rosie era una chica un poco tranquila, pero se anotaba a todas las cosas que pudieran causar desastre cuando estábamos involucrados alguno de nosotros. Ella en particular era considerada mi amiga. Una muy lejana pero amiga.
Reí al instante en que ella le dirigía rápidas miradas a Barrie sin que él se diera cuenta, y eso causó en mí las ganas de fumar, así que acerqué el cigarrillo a mis labios y le dí una calada larga.
El amor nunca había llegado a mí de una forma eficaz. Había sentido el amor de mi familia algunas veces, aunque no pareciera creíble. Pero Rosie tenía algo que yo envidia, y era el hecho de poder observar con ternura a alguien sin miedo a ser arruinada en el intento. Ella podía sentir amor, podía sentirse querida por él, hacer cosas imposibles por amor, pero yo solo era un problema, y he de imaginar que ya saben lo que le pasa a los grandes problemones.
Se exterminan.
Entramos y las luces hicieron un buen contraste con la música electrónica, dejándome una sensación de relajación por todo mi cuerpo y deslizandome sin pudor hasta el medio de toda la sala. El cigarro había sido desplazado de mis dedos hacia segundos y ahora solo estaba yo concentrandome en la musica.
Consumiendome como un buen porro.
Bill apareció a mi lado diciéndome algo que no pude entender pero asentí levemente para no parecer desentendida. Él me pasó un vaso con algo que parecía oler a alcohol e hizo que me lo quedara, desapareciendo de mi campo de visión, donde todo era tan fugaz y borroso.
Los cuerpos bailaban con movimientos perfectos, aunque las personas no bailaran como parecía. La luz y la oscuridad consumían sus energías, dejando sus almas bailar al son de cada canción. Yo me limité a beber un poco de mí vaso, acompañado de risas y movimientos frescos que se me acababan de ocurrir.
La pista era un lienzo y yo sería el pincel en él.
Bailé sin miedo, liberandome de lo que podía atormentarme. Me liberé de mis padres, de mis estúpidas enfermedades y de mis horribles sentimientos hacia mi misma. La bebida comenzó a hacer algo de efecto, porque probablemente Bill o Barrie añadieron algo a ella, sabiendo que estaría totalmente de acuerdo con eso.
Comencé a rebuscar entre las personas algo, sentía una mirada en mí y no pude evitar coincidir con ella. El chico de la playa estaba a unos metros de mí, con una expresión neutral y con la misma ropa que llevaba cuando había salvado mi vida.
Las lágrimas bajaron de mis ojos, y él logró tener toda mi atención. Sin mucha determinación, caminé entre las personas tratando de alcanzarlo para darle un regañina por lo que había hecho, hasta que cruzó entre un tumulto de personas, y al llegar hasta el final ya era tarde.
El chico de cabello negro y ojos grisáceos había desaparecido por completo, como si hubiera sido una alucinación.
—¡Eres una idiota, Moira!— Me recordé nuevamente tratando de torturarme, pero el bullicio pudo más que yo.
Caminé a paso desinteresado hasta la barra improvisada y conseguí a Rosie y Barrie en un mueble tomando de vasos rojos.
—Hey, Moira. ¿Que tal la pasas?— Preguntó Rosie con una sonrisa, mientras era abrazada por Barrie.
Esa imagen se me hizo tan dulce que nunca podría olvidarla.
—De puta mierda. Necesito algo que me relaje más que una bebida.
—Ten— Barrie sacó de su bolsillo un porro bien armado y me lo pasó junto a un encendedor.
—Gracias— Respondí, tratando de que pudiera escucharse mi voz por encima de la música.
Encendí el porro jalando con agresividad. Era mejor relajarse ahora que más tarde.
Caminé entre la gente hasta un pasillo rojo. Habían muchas parejas besándose y tocandose con fiereza, algunos parecían tener sexo sin importar que estuvieran tantas personas en el mismo sitio. Los dibujos de grafitis dibujaban las dos paredes que estaban a mis lados, tras las personas que estaban en ellas. No reconocí a nadie que estuviera en ese pasillo y al llegar al final, entré al último cuarto del pasillo, sin tocar la puerta.
Otra calada al porro y muchas personas en la habitación haciendo una guerra de almohadas con mucha agresividad. Divisé un banco en una de las esquinas de la habitación, y me acerqué esquivando los golpes con almohadas de las personas. Me senté, terminando el cigarro armado de marihuana entre mis dedos, y observando a todas las personas divertirse, mientras yo solo deseaba desaparecer de ahí en un instante.
¿Que tan odioso podía ser el mundo? Sentía los labios un poco secos, pero eso no me importó. Solo importaba la horrible sensación de agobio que se formaba en mi pecho por no poder patearle el trasero al chico que me sacó del agua, sin mencionar la mierda que ya cargaba conmigo mucho antes.
La vida siempre me terminaba pisando como quería. Y creía que ese era mi destino, aunque sonara muy pesimista, pero nada en el mundo me salía bien. Exceptuando las cosas ilegales. Beber, desaparecer y dibujar— aunque no era algo ilegal—. Amaba dibujar en mis tiempos libres o buscaba hacer un espacio en mis horarios para hacerlo, ya que era mi pasión desde muy joven. También amaba la fotografía como mis padres, aunque mi estilo era muy diferente al de ellos.
Busqué con la mirada reconocer a alguien, y ya se me estaba terminando el porro que se quemaba con lentitud. Las personas iban y venían sin importar si estaba bien o no. Tampoco era como si tenían que preocuparse por mi, porque al fin y al cabo no conocía a nadie, y mis amigos no eran los más atentos que digamos. Todos se golpeaban con almohadas y las plumas se esparcian por el aire. Muchas de ellas cayeron en mi cabeza y tuve que retirarlas desordenando mucho más mi cabello.
Me levanté nuevamente siendo empujada por las personas que tenían arrebatos feroces y salí de allí, volviendo por el pasillo rojo y saliendo a la sala principal de la fiesta. No localizaba a mis amigos por el lugar, y tampoco me preocupaba, debían estar vendiendo la droga que se les asignó. A eso nos dedicabamos. A arruinarle la vida a muchos adolescentes hipócritas.
Caminé hasta la cocina donde pude ver a Bill repartiendo mercancía a personas con poco disimulo. Me acerqué hasta la isla del mesón que estaba en el medio de la cocina y una botella apareció en mi visión, pareciendo apetecible. Bill me observó y yo sin vergüenza alguna tomé la botella para darle un largo trago y llevarla conmigo.
—¡Hey! ¿Estás disfrutando la fiesta?— Bill estaba completamente drogado, y eso que no teníamos ni unas dos horas de haber llegado a la fiesta. Yo negué cansada, y comenzando a sentir como mi cuerpo dolía más de lo que debería— Moira, estás siendo muy aburrida. Tenemos que vender toda ésta mierda ahora.
Bill alzó entre sus manos unas pequeñas bolsas que contenían pastillas que rápidamente reconocí. Extasis.
—¿Sabes que?— Él hizo un mohín y tuve que acercarme para que pudiera escucharme mejor— Iré a casa. Termina sin mí, tengo muchas cosas que hacer y estoy cansada.
—Vale, pero Paul se perdió, y Barrie no creo que pueda llevarte. Está muy ocupado babeandole la boca a Rosie— Dijo señalando a los dos tortolos que se divisaban en la lejanía y oscuridad.
Yo reí, encontrando divertida la escena pues Rosie y Barrie eran totalmente chistosos. Bailaban como quisieran y no les importaba que tan mal se vieran haciéndolo. Eso era lo que me gustaba de esos dos, podían hacer el ridículo juntos y ser la cosa más romántica de la tierra.
—Bien, te veo luego, Bill.
Cuando estuve a punto de separarme de Bill, choqué con un pecho musculoso y un tanto duro. Observé desde sus pies hasta su rostro encontrándome con una ingrata sorpresa.
Ron Ernold, el compañero más jodidamente molesto de mi hermana.
—¡Pero miren quién está acá! La zorra de los Spellman— Dijo junto a un par de chicos que había visto un par de veces pero desconocía sus nombres. Todos rieron por el chiste de mala calidad que había hecho el tonto Ernold, y sin embargo, se vieron forzados a ello— Que gusto, Moira.
—Creeme que no me da ni un poco de gusto verte. Eres como un grano en el culo.
Los chicos quisieron aguantar la risa pero se vieron mal en el intento, porque Ron los observó con reprimenda.
—Oye— Intervino Bill con su típica joroba y su estilo flojo— ¿Acabas de llamarla zorra porque ha visto mejores penes que el pequeñín que tienes entre las piernas? ¿O sólo porque ha conquistado más chicos que tú chicas en toda tu vida?— Dijo Bill señalando el miembro de Ron— Explícame. No entiendo cuál de las dos es la correcta.
Ron estaba colérico y yo no pude reprimir una carcajada que me brotó desde el fondo de mi ser. Realmente Bill podía ser muy buen amigo cuando se lo proponía. Los chicos que acompañaban a Ron abrieron sus ojos lo más que pudieron por la sorpresa.
—Callate— Espetó Ron Ernold con desdén.
—Obligame— Le respondió Bill con simpleza, encongiendose de hombros.
Ron subió su puño tan rápido que Bill sólo logró poner sus manos a modo de escudo sobre sí, pero el golpe nunca llegó. Solo era una amenaza para callarlo. Ron me miró de arriba abajo y luego se fue junto a sus estúpidos minions.
Cuando todos se fueron, giré en dirección de Bill y le encontré un poco asustado por el supuesto golpe que nunca recibió. Me reí de él y se incorporó con rapidez, queriendo verse serio.
—Solo estaba cuidando mis espalda— Dijo mientras pasaba su mano por su cabello.
—Adios, Bill.
Le di la espalda, y con la botella en mano salí de ahí sin más.
—¡Eres una aburrida, Agatha! ¡Aburrida!— Recalcó en la lejanía— ¡Me entiendes!
🌙
Y ahí me encontraba yo, caminando y tomando de la botella por las solitarias calles de Gashfield. La noche se veía tan oscura y bella que podría fotografiar tantas cosas a esa hora de no ser porque no llevaba conmigo mi cámara, y no me gustaba utilizar mi celular para ello.
Sentía un poco de recelo pues había visto muchos casos y series sobre asesinos seriales que encuentran jovencitas ebrias y las llevan consigo para violarlas y luego matarlas. Sentía recelo de la noche por esa razón, y mas si estaba sola. Aunque no sólo en la noche pudieran haber monstruos.
Caminé pasando por una plaza que estaba a unas cuantas cuadras de mi hogar, y un vagabundo saltó de una de las banquetas mientras yo bebía un trago de la botella de vodka que había conseguido en la damn party, ocasionando que el líquido se escurriera de mis labios y terminará escupiendolo todo sobre el hombre sucio y moribundo que tenía a mi lado.
—¿Puedes compartir tu bebida sin problemas? Se me antoja tomar de tu botella— Dijo el viejo vagabundo acercándose a mi con cautela.
—¡Atrás o grito!
Ok. No era tan inteligente la idea de decirle eso y más si estábamos en una plaza donde no habían personas cerca y más allá de la media noche.
El vagabundo rió y me seguía los pasos, mientras yo cada vez me apuraba más.
—Un trago compartido no le hará mal a nadie, princesa.
Un malestar recorrió mi cuerpo y sentí que me iban a secuestrar en ese mismo momento, o quizás el vagabundo me mataría allí mismo por el poco líquido de vodka que quedaba.
—Señor, aléjese. Voy a grita...— Pero el señor ya corría en mi dirección y yo hice lo mismo.
Corría sin parar como alma que lleva el diablo. Yo siempre veía películas y series iguales, y créanme, nunca terminaban bien. La última vez que había visto una la chica había muerto en pleno día. Imagínense cómo podía estar yo con un vagabundo corriendo a mis espaldas. Llegó un punto en el que los dos ya nos cansabamos y el vagabundo cayó de rodillas al piso.
—¡Vuelve aquí, desgraciada! ¡Te has robado mi botella, devuélvemela!— Decía el vagabundo, delirante.
Cuando noté que ya no corría tras de mi y solo me maldecia desde el piso, me paré recuperando el aire, aun con la botella en mano. Le di un trago enseñándole al señor que ya había perdido la oportunidad de robarme la botella y que me la bebería en su cara si fuera posible.
Quizás estaba ya algo borracha o tal vez muy drogada.
—Ya es mía— Dije sacándole el dedo medio.
El anciano me observó con odio interno. Rebuscó algo en el suelo con sus manos y cuando lo encontró, lo sostuvo mirándome. Luego de unos segundos el viejo gritó hacia mí:
—¡Vuelve aquí, pequeña desgracia! ¡Trae mi botella de vuelta!
En eso, pude divisar como lanzaba algo y una piedra me rozó el brazo, causandome un poco de dolor.
—¡Maldito viejo demente!
—¡Vete al infierno, zorra!
Segunda vez en la noche. Era toda una campeona si por ellos era.
El anciano se levantó nuevamente y yo corrí sin esperarlo. Seguía insultandome y yo me perdí hasta llegar a mi casa.
🌙
Había entrado con cautela, tratando de no despertar a nadie, y ahora estaba totalmente relajada en mi habitación tratando de dormir. Aunque algo me inquietaba y unas ganas incesantes de plasmar algo en mi block de dibujo me insistían en el pecho. Decidí rendirme ante la idea de que podía hacerlo mañana.
Recordé como Ron quiso humillarme. Siempre intentaban hacer eso, como también trataban de menospreciar las cosas que hacía, como la señora Lawrence. Siempre había creído en lo que me gustaba y en la libertad de expresión, y que mejor manera plasmando todo en lienzo, hoja o en fotografías. Para ellos no tenía el sentido que yo le daba, y aunque mis padres fueran fotógrafos sus sentimientos eran totalmente distintos a los míos, igual que mis sueños.
Sentí rabia por ser tan estúpida muchas veces. Por dejar que siempre las cosas malas me pasaran y por hacer que ellas ocurrieran en mí. Todo hubiese sido más fácil si hubiese saltado logrando lo que quería, sin que ningún chico fuera a mi rescate y me hiciera sentir tan sensible; más de lo que era. Odiaba la manera en que podía sentirse tan jodidanente repugnante tus constantes pensamientos tortuosos y como se volvían significantes para tí, pero irrelevante para los demás. Por eso creo que me había molestado con el chico que había salvado de mí, lo culpaba de no haberme dejado hacer lo que yo creía correcto y luego consolarme para irse como todos.
No era como una historia cliché, donde desde el primer momento me había enamorado de sus ojos o su sonrisa. No. Era totalmente lo contrario, a pesar de ser guapo no sentía más que lástima por mí y lo culpaba a él, sintiendo rabia y fuertes ganas de llorar por eso. Lo único que alcancé a hacer fue verme en el espejo y notar como tenía ciertas heridas y golpes en el cuerpo. Me sentía devastada, y mas que eso, destruida en mil pedazos.
Podrán creer que la depresión es un juego, estilo de vida o quizás una tristeza momentánea. Pero es malditamente adictivo pensar en que el día de mañana terminarás haciendo nada y con eso arruinarás todo para todos. Que quizás no tengas las suficientes fuerzas para levantarte, bañarte o hacer algo tan simple e indispensable como comer. Todos creen que es un juego hasta que ven a alguien liberarse de lo que tanto a callado durante mucho tiempo y decide dar el siguiente paso a su libertad espiritual. Yo no creía en muchas cosas pero sinceramente, levantarme todos los días hecha mierda y con el estilo de vida que había adquirido con el tiempo me daban ganas de desaparecer de la faz de la tierra solo convirtiendome en polvo y cenizas.
Entonces, me inspiré, aunque estuviera hecha un desastre y me hubiese terminado el vodka barato. Me levanté de la cama por primera vez en mucho tiempo y me acerqué a el block, plasmando lo que tanto me inspiraba en ese momento y lo único en lo que podía pensar.
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