Capítulo 15: Sábado diferente

—¡Cuidado, idiota!

Esa era una chica aen un auto que me gritaba con desesperación. Había caminado lo más rápido posible por la calle, pero mi cuerpo no daba mucho más.

La chica se había exasperado tanto, que arrancó su auto aprovechando que aún la luz seguía en verde. Yo, por mi parte más sensata, me tiré a un lado de la calle antes de que ella pudiese pasarme por encima.

Que irónico, y yo que deseaba tanto morir.

La noche anterior había ido todo bien con mis padres. No hubo disputas, solo algunas conversaciones incómodas. Lo único malo quizás, fue que me desvelé, hice mucho café en la madrugada y probé un poco de lo que había comprado.

Era la segunda vez que esnifaba esa cosa, y si alguien se daba cuenta de quello sentiría mucha vergüenza. No era tan malo como te lo pintaban. Se sentía genial, pero solo en el momento. Luego llegaba aquél puto malestar que te hacía querer saltar de un segundo piso; era algo parecido a una resaca, solo que de cocaína.

Por eso estaba así. Las drogas y la cafeína aún corrían por mi sistema, y eran las ocho y media de la mañana y decidí dar un paseo espontáneo.

No tenía idea de a dónde me dirigía, ni tampoco lo que quería hacer, pero solo quería alejarme un poco de los problemas que tenía en mi mente y despejarme haciendo algo. Por ello, me llevé una mochila vieja, con mi bloc, lápiz, sacapuntas y borrador. Solo eso.

Caminaba por la ciudad sin un rumbo fijo, hasta que observé con detalle la cafetería donde había mantenido una grata conversación con Eros por primera vez. Dónde los nervios se esmufaban con la timidez, y solo quedaba el recuerdo de dos personas tratándose cómo si se conocieran de toda una vida.

No me paré en aquel lugar, solo lo observé. Paré más adelante, en un salón de belleza con vidrios transparentes. Podía observar cada chica que entraba y se hacía arreglos en lo que pudieran ofrecerles. Me inspiré en unas cuantas chicas que su belleza parecía realmente escupida por los mismos dioses.

Si. Escupida. Porque no podía creer que alguien fuera tan odiosamente hermosa como aquellas chicas de ahí adentro.

Mi lápiz y papel jugaron un papel importante en aquel momento, pues saqué de ellos para plasmar los rostros de esas chicas en miniatura. El trasnocho me había causado graves consecuencias con los dibujos. A medida que las iba dibujando y plasmando en papel, los dibujos se distorsionaban de una manera atroz. Sentía mi mirada pesar y el cuerpo cansado, y con tanto agotamiento termine los dibujos.

Dibujé tres rostros, mientras me encontraba parada frente a el local. Las personas me miraban como si fuese una asaltante o acosadora, y no me sentía como ninguna de las dos opciones.

Recorté los tres dibujos en tres partes, y con un valor absoluto decidí entrar en el local.

Al entrar la campanilla del sitio hizo saber que alguien estaba entrando, así que todas las chicas me miraron de pies a cabeza. Y si que era extraño aquel escenario, una chica desaliñada y mal vestida, yendo a un salón de belleza. Me aproximé a una de las chicas que había dibujado, y me dí cuenta con gran pena que el dibujo no se parecía mucho a la joven, por lo que me sentí algo frustrada y desmotivada.

Ella me observó de arriba a abajo, con una media sonrisa.

—Hola— Le saludé.

—Hola— Ella respondió mientras una mujer mayor y castaña le arreglaba el peinado.

—Estuve afuera dibujando y quería entregarte esto— Comenté con vergüenza— Espero pueda gustarte.

Le entregué el pequeño retrato de ella, y solo me dió las gracias con un asombro antinatural. Quizás no le hubiese gustado el dibujo, pero lo hecho, ya estaba hecho.

Hice lo mismo con las otras dos chicas y parecieron ofendidas por el retrato de cada una. No me agradecieron, y solo tomaron el retrato para observarlo detalladamente.

Me fui de ahí apesadumbrada. La reacción de la primera chica era la única que me había alegrado un poco, y las demás me hicieron pisar tierra.

Con desgana, seguí mi camino aquel día con cansancio y poco interés en todo.

...

Ya eran un poco más de las diez de la mañana y mi estómago crujía con fuerza. Las personas en la calle caminaban con velocidad, y yo solo me movía como un gusano casi inerte.

Me detuve en una plaza más allá del centro de la ciudad, que de casualidad quedaba cerca del instituto en el que yo estudiaba.

Observé la soledad del sitio, y como moverme en un columpio podía llegar a marearme tanto que las ganas de vomitar aumentaban con cada movimiento. Entre mi mundo que daba vueltas y mi dolor fatal de cabeza, escuché una voz conocida.

—¡Hey!— Escuchaba en la lejanía.

Pero mi cansancio era tan grande que mi mente no funcionaba de manera correcta para identificar aquella voz.

Bajé del columpio, tratando d eno caerme en el intento, pero fue casi imposible porque parecía que el mundo iba de un lado a otro. Caí de rodillas, con las palmas en el piso, haciendo que algunas piedrecillas se me incrustaran en las manos levemente.

—¡Hey!— Volví a escuchar, y para ese momento alguien me ayudaba a levantarme con demasiada fuerza— ¿Estás bien, Moira?

Mi vista enfocó lo más que pude, y maldije el parecer una indigente deambulante. Eros se encontraba frente a mí sujetandome, y como era el mundo de pequeño que me había encontrado con él.

—Estoy algo mareada.

—Tienes los ojos enrojecidos. ¿Has estado llorando por algo?

Lo miré con extrañeza.

—No. Descuida— Respondí levantándome con su ayuda— No he podido dormir en toda la noche, y decidí salir hoy para ver si hallaba tranquilidad.

Él sonrió haciendo saber que algo le parecía chistoso, pero una sonrisa muy respetuosa. Sabía que se reía de mí por mi caída y lo destruida que me veía.

—Ya, y es por eso que casi te duermes encima del columpio. ¿Desayunaste ya?

Me sorprendió el hecho de que fuera tan detallista con las cosas, aunque yo no disimulara casi. Yo solo moví mi cabeza hacia los lados, dándole a entender que no había ingerido algún tipo de alimento en las últimas horas, y que por mi expresión parecía morir de hambre.

—Vale— Dijo, asintiendo con la cabeza y colocando sus manos dentro de los bolsillos del pantalón— Entonces vamos a desayunar. Creeme que yo aún tengo mucha hambre.

Caminamos en dirección al centro, localizando algún tipo de cafetín para comprar algo de comida y sentarnos a comer un rato. Él parecía tranquilo, que nada podía perturbarlo. De hecho, iba con una pequeña sonrisa que se le podía percibir en la comisura de los labios.

—Entonces, me has encontrado como una vagabunda en ese parque.

Pero eso sonó más a una pregunta que una afirmación.

—Claro. No podía quitar mis ojos de esa maraña de pelos negra que tienes.

Hice un amueca con mi cara, fingiendo indignación, y él solo pudo soltar una carcajada.

—Que grosero eres, Eros— Me defendí— Y, ¿Te has dado cuenta que eres suena como Eros? Entonces, eres el hermano de Eres.

Mi broma tan idiota le causó una sonrisa descomunal, y las carcajadas fluyeron desde lo más recondito de su garganta, sonando un poco roncas.

—Un poco chistosa.

—Como no serlo.

—Parecias entretenida en los columpios. ¿Que te ha hecho parar en un parque tan solo? Tienes que saber que puede ser muy peligroso que las chicas andén solas de esa manera. Fíjate que no habían muchas personas en esa zona. Tienes que tomar precaución.

Sonaba como un padre cuidando de su hija pequeña. Que nada le ocurriera y que nada perturbara la paz de su hija. Así me sentía con lo que había dicho.

—No soy una pequeña niña. Ya soy mayor de edad, poca licencia para comprar alcohol pero está bien. No es importante eso.

—Si, claro.

Llegamos a un cafetín dónde habían pocas personas. No era muy solitario, pero el día de hoy si lo era. Tenía ya unos cuantos años el local, pero eso lo sabía porque había pasado toda mi vida aquí. En la misma ciudad.

Eros y yo tomamos asiento en la barra, con una comodidad increíble. No había bullicio, ni personas hablando de aquí a allá. Solo nosotros, un par de personas más, y la calma que reinaba en el sitio. Se sentía todo muy cálido.

Pedimos unos sandwiches, aunque sentí un poco de vergüenza porque Eros pagara mi comida. Me había quedado sin nada por lo que había comprado el día de ayer. Tampoco tenía mucho dinero, solo lo que me daban mis padres para subsistir en el instituto.

Él esperaba pacientemente mientras tamborileaba en la mesa con la punta de sus dedos. Tener a Eros a mi lado, esperando el desayuno y con mi mal aspecto, me hacía tener muchos puntos en la mente. Quizás él sentía lástima de encontrarme prácticamente tirada en aquel parque, o simplemente era el hecho de que disfrutaba de mi compañía. Pero fuese lo que fuese, yo me sentía a gusto junto a él.

—¿Cómo te va en clases?— Indagué.

Trataba de tener un tema de conversación interesante, dónde él no sintiera que yo podía llegar a ser extremadamente aburrida, pero mi mente y mi cuerpo pedían a gritos un descanso. Sinceramente no podía pensar con claridad, y parecía una tonta tratando de pensar en una pregunta que tuviera coherencia.

—Eso debería preguntarte yo a tí— Respondió él.

—Saben que no me llevo muy bien con los profesores.

—Ni con los cuadernos y lápices. Si necesitas ayuda con alguna tarea, podemos reunirnos y te ayudaría con gusto.

Algo en mí se removió con intensidad por su invitación a vernos nuevamente. No me podía ilusionar mucho, ni tampoco hacer ideas erróneas de sus intenciones, pero el solo pensamiento de estar junto a él haciendo quehaceres me traía paz.

—No parece tan mala idea.

Nuestros desayunos llegaron, y yo no pude evitar devorar el mío, estaba totalmente hambrienta. Eros me veía, mientras le daba un mordisco a su sándwich y se reía de mí, y mi forma tan ordinaria de comer. Si sentí un poco de vergüenza, pero sabía que él no se burlaba con malas intenciones.

—¿Quieres algo de tomar? ¿Un café?— Inquirió él, con interés.

—Agua está bien.

Eros se dirigió a la chica que nos había atendido anteriormente, y le pidió dos vasos de agua. Él se notaba que se cuidaba demasiado, tanto su salud física como mental. No se le veía como una persona perturbada, ni tampoco triste, solo era alguien normal y tranquilo.

—Cuentame, ¿Que te mantiene tan despierta en las noches que no logras conciliar el sueño?

Me tomó unos segundos procesar todo, y terminando de tragar la comida le contesté:

—No sé. Muchas veces el sueño llega a mí como ocasión repentina, pero también, muchas otras no aparece en las noches. Me quedo despierta dibujando, viendo el techo y pensando en muchas cosas.

Él siguió comiendo con lentitud, mientras que la chica nos entregaba los vasos de agua y respondimos un gracias al unísono. No sabía con que ojos mirarlo, era algo nuevo para mí el apreciar a alguien de una forma más amistosa de lo normal.

Y como si hubiese tenido una maldición encima, él preguntó algo que me dejó totalmente helada.

—Nunca te había preguntado si tenías novio— Comentó.

Yo, que me encontraba bebiendo del vaso de agua, me ahogué por la cuestión que él me había hecho saber que tenía. Mí sorpresa era mayor de ver su rostro expectante por una respuesta, así que tuve que atacar a eso.

—¿Por qué lo dices?

Eros sonrió, observandome de lado.

—No lo sé. Quizás soy amigo de una chica que tiene un novio problemático, y mal interpreta mis intenciones— Rió ante su pensamiento.

La palabra amistad no me había molestado cuando había salido de su boca. Solo el hecho de que él pensara que no podía conseguir un chico estable me removía el estómago, aunque tenía algo de razón para pensarlo.

—Entonces ¿Estás llamándome problemática?

—Quizás— Dijo, a lo que fingí un poco de indignación y él no evitó una sonrisa— Eres todo un torbellino, Moira.

Sentí que el aire dejaba de entrar en mis pulmones en el momento en que había dicho aquello. Sus palabras me hicieron sentir algo que no podía ni quería explicar. Solo era demasiado tierno y atractivo para mí.

—Y tu eres un mar en calma— Me atreví a decirle— El hecho de saber que el mar también puede ser turbio, me hace pensar en tí de otra forma, con otro humor que tal vez nunca conocería.

Sabía que Eros se había conmocionado por mis palabras, pero de manera rápida fingió que no le causaron algo en su interior.

—Aun no has respondido lo que te he dicho.

—No fue una pregunta— Lo vacilé.

—Quisiera que lo hubiese sido.

—Entonces, no. No tengo novio, y mucho menos uno que me prohíba cosas y no me deje ser yo misma. Para mí esas cosas del amor suenan totalmente estúpidas, aunque tampoco me cierro a la idea de conseguir a alguien como yo.

El chico terminó su plato, y lo dejó a un lado, para prestarme más atención en la conversación que teníamos.

—¿Por qué no encontrar a alguien distinto a tí?— Inquirió él, con interés.

—Porque sería tener que explicar el porqué soy como soy. Abrirme a una persona es una forma terrible de hacer las cosas cuando sientes que tu mente no quiere recordar porqué eres así.

—En ese caso, tu y yo no deberíamos hablarnos, ni vernos. Somos amigos y somos totalmente distintos.

Yo no pude guardar una risa irónica.

—Es porque no me conoces aún, Eros.

Él no pareció darse por vencido, aunque no se le veía muy perturbado por lo que yo confesaba. Todo con él era calmado.

—Tal vez te he analizado todo éste tiempo y no te has dado cuenta.

—Patrañas— Rechisté. Yo también tenía cosas que quería saber de él y porqué aún no las comentaba— ¿Y tú? ¿Tienes algún tipo de novia celosa?

Eso le causó más risa de lo que imaginé.

—No, Moira. No la tengo. Tampoco creo que pueda.

—¿Por qué?— Me atreví a preguntarle, luciendo como una entrometida.

—Porque eso implicaría tener unos cuantos melodramas innecesarios, y eso no es lo que quiero.

—¡Vamos! Los melodramas son muchas veces buenos.

...

—Y ésta es mi casa— Señalé mi hogar con las manos.

—Si, Moira— Rió— Ya la conocía. De hecho, conozco a tus padres.

Eros y yo habíamos terminado a la hora del almuerzo, y ciertamente la habíamos pasado muy bien hablando sobre temas diversos y haciendo debates sobre algunos experimentos científicos que a él le interesaban con una fuerza sobrenatural. Él había decidido acompañarme a casa, mientras charlabamos más aún. No nos cansamos de eso, y mucho más porque él es un chico interesante e inteligente.

—Que tonta— Me dije para mí misma.

Abrí la puerta de entrada, encontrándome a mis padres que actuaban de manera extraña. Los notaba un poco tensos e incómodos y eso me hizo mirarlos de forma rara.

—¿Quieres pasar?— Le pregunté a Eros con educación.

—¡Moira! ¿Eros vino contigo?— Preguntó mi madre detrás de mí, caminando hacia donde yo estaba y observando a Eros— ¡Eros, que gusto! Pasa. Tenemos el almuerzo listo y creo que ha de gustarte.

Eros no pudo decir ni media palabra cuando ya mi madre lo tenía agarrado por el brazo, y mi padre hablándole sobre lo bien que le había quedado ésta vez la comida. Mucho mejor que la anterior, suponía.

Caminé, y observando la sala de estar, me encontré con que la cortina de la ventana que daba a la entrada de la casa, por la cual Eros y yo habíamos pasado, se encontraba semi levantada. Ahí entendí que mis padres habían notado que venía con Eros, y por eso actuaban tan extraño.

Yo no pude aguantar las ganas de cachetearme profundamente y los seguí en su camino hasta el comedor.

—Moira, te ves cansada— Dijo mi padre con un poco de preocupación.

No quería ser malinterpretada, pero lo peor que habían hecho mis padres sin duda, había sido invitar a almorzar a Eros. Primeramente porque ya habíamos comido algo, y segundo porque yo de verdad que estaba cansada, y aunque él era una de las pocas personas que me caían bien, hoy lo quería lidiar con visitas y solo me apetecía dormir.

Mi padre caminó de la cocina al comedor, colocando cada cosa en su sitio. Mientras mi madre hablaba con Eros sobre algunos proyectos que para ella eran totalmente interesantes y serían del agrado de Eros. Él, por su parte, se mantenía calmado y escuchaba con plenitud lo que mi madre le contaba.

—Entonces, imagino que ustedes no tienen descanso alguno con éste trabajo— Comentó el chico con seguridad, como si supiera de lo que hablaba.

—Nosotros mismos sabemos cuándo parar— Incorrecto. Mis padres no sabían parar cuando se trataba de trabajo— Buscamos un horario que no nos complique tanto, aunque también lo mejor es acabar cuánto antes con lo asignado. Creo que da más tiempo libre salir de todo lo más rápido que se pueda.

—Ya veo.

—Y claro que también nos divertimos— Comentó mi madre con suma alegría— De hecho, he estado pensando en que vayamos todos al parque acuático un día de éstos. Creo que sería muy conveniente ir.

Mi padre sonrió con ímpetu, y colocó un tazón en el centro de la mesa. Yo observaba cómo morían de la emoción por aquellos planes tan repentinos que habían hecho.

—Una magnífica idea la que ha tenido mi esposa. Puedes acompañarnos con mucho gusto, Eros. Además de ello, nos gustaría conocer a tus padres. Se nota que han sabido criar a un buen muchacho.

Mis padres servían la comida en los cuatro platos, lo que me hizo notar la falta de una persona en la mesa. Lori no había bajado, y ni siquiera la había visto en todo este rato, tomándome un poco de sorpresa ya que ella siempre acompañaba a mis padres en las comidas, y yo no. Rebusqué con mi mirada a la chica sonriente que era mi hermana, y no la encontré. Solo encontré la mirada de duda de Eros.

—¿Lori no almorzar con nosotros?- Inquirí a mis padres.

—Lori salió desde muy temprano. Dijo que tenía muchas cosas que hacer y que volvería tarde. ¿Por qué preguntas?

—Simple curiosidad, mamá.

Eros notó que me sentía un poco cabizbaja y perdida por el cansancio, por lo cual trató de que la hora se pasara volando y la hora de la comida se acabara cuánto antes.

Él se veía entretenido con las historias de mis padres. Yo por mi parte, prefería estar callada y observar como ellos charlaban gratamente. Me encontraba agotada y no era por ser mal educada, pero no me apetecía hablar y dar mis opiniones. Pasamos un rato agradable a pesar de todo, y Erao siempre se veía impecable para cualquier cosa, incluso comer y hablar al mismo tiempo.

—Todo estuvo divino.

—Ya te he dicho, Eros, que mi esposo es el mejor chef de la tierra.

Solté una risa por aquello que mi madre había dicho, y los observé con ternura. Sabía que hacían todo eso por mí, porque nunca habían visto que llevara a casa un buen amigo y alguien tan decente como él.

O tal vez, yo no podía verlo como un amigo y mis padres ya lo sabían.

Yo no conocía el amor romántico, eso era algo que tenía muy claro desde que la pubertad comenzó a aflojar dentro de mí. Pero no por ello significaba que no pudiera sentir gusto por otras personas. La atracción era parte de mi rutina diaria, y aunque no me pasaba con frecuencia, podía decir que la fuerte atracción se veía como un chico de uno con noventa, sentado en el comedor de tu casa, charlando con tus padres y jodiendote el día con su perfecta sonrisa de Dios.

Eso para mí vencía a el amor.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top