EL DÍA DE SILVIA

11 de Marzo de 2018, mediados de curso, pleno centro de Sevilla

Silvia Darío está aún durmiendo, su largo cabello rubio se alarga por alrededor de la cama y cae por todos los rincones alborotado. La chica tiene cerrados esos preciosos ojos verdes hasta que empieza a sonar una música de fondo, la radio de la cocina está encendida, su madre tiene puesto a todo volumen "Los 40 irreemplazables", la emisora de moda en su ciudad.

El cuarto de Darío son paredes llenas de frases de todos los colores y escritores, libros de poesía en las estanterías, una cama grande y algún que otro grupo de música. No puede faltar el póster de DVICIO, sus cantantes favoritos de todo el planeta. Cerca de la almohada estaba el protagonista de la habitación, un gato de peluche negro con ojos verdes como los de ella. Si había algo que  Silvia amaba eran los dibujos animados, le gustaban porque para ella eran de las pocas cosas que aparecían en la tele que mantenían con vida el arte con imaginación en la actualidad.  El gato que yacía bocabajo se llamaba  Napoleón, y era el protagonista de una serie llamada Ladybug. Las paredes eran blancas con alguna que otra raya de color rosa, tenía un par de armarios llenos de ropa hasta arriba y una alfombra de pelitos.

La música de Andrés, el cantante principal de su grupo favorito invadió la habitación y la chica, que no se había movido un ápice ni ante la invasión de rayos de sol rebeldes procedentes de la ventana de su cuarto ni ante la alarma de su Samsung, se levantó como un resorte con aquella música que abría sus ojos de par en par, hacía latir a su pecho a otro ritmo y volvía locos a sus pies, que comenzaban a bailar por toda la habitación. En consecuencia, ese pelo que estaba escondido por los recovecos de la cama, se encontraba ahora tratando de encajar entre los espacios que dejaba el aire de su habitación, dando tumbos de un lado para otro, debido a que Silvia no dejaba de saltar.

Silvia Darío dejó todas sus pulseras y collares. A continuación se dispuso a ducharse, su baño tenía una gran ducha hecha de mármol blanco y paredes de color celeste. Seguía bailando desde que el ritmo de la canción que había sonado hace unos segundos en la radio se había instalado por todo su cuerpo y amenazaba con no marcharse, hasta se había puesto a canturrear la melodía de memoria.

Silvia desayunó, respondiendo como siempre las dudas que tenía su hermano mayor Óscar acerca de cómo vestirse para ir a clases. Su hermano siempre había sido guapo, pero ella no era de halagos. El mayor de los Darío quería ser actor, pero su hermana cada vez que ponía una mano en un lugar que no correspondía estaba ahí para recordárselo, ella era dura con él, pero en el fondo lo admiraba, sabía que el chico tenía pasión por la representación ante las pantallas, pero también sabía  que desde que perdieron a su padre, la única forma de hacer que Óscar funcionara y arrancara un nuevo día con entereza era si ella se metía con él, así que aceptó de buena gana el papel de villana.

Óscar no estudiaba en el mismo colegio que su hermana, sus padres no podían permitirse pagar dos matrículas, y a él lo metieron en otro tipo de ambiente educativo más económico para que éste no tuviera demasiadas complicaciones a la hora de prepararse los guiones de las obras.  Además de ser el mayor, era el primero en salir por la puerta tras despedirse de su madre y de su hermana y el primero en abrazarlas, a pesar de las pérdidas que había sufrido en su vida, el chico siempre tenía cariño para dos de las personas que seguían aguantando junto a él en su caótica vida.

Silvia se puso su mochila marrón vintage al hombro que encajaba a la perfección con la chaqueta vaquera azul desgastada que llevaba acompañando a una camiseta blanca y unos pantalones vaqueros azul oscuro junto con unas Converse blancas. La chica se ajustó de nuevo el cinturón, repasó su outfit por si quedaba algo que no combinara con la temática del atuendo, y, sin despedirse de su madre, salió por la puerta a todo correr. Con los cascos del móvil puestos y la bicicleta blanca antigua de su padre, Silvia recorrió las calles de Sevilla desde el centro, atravesando parques y avenidas.

La chica rubia de ojos verdes, aparcó su bici en los aparcamientos de la calle de detrás paralela al Instituto. De repente, tras retirar con una toallita de su mochila el sudor y perfumarse, le vino a la mente la situación de hacía unas semanas, en la que el chico nuevo de la escuela le cogió entre sus brazos evitando que ésta se cayera de bruces contra el suelo. Desde aquel día, Silvia había hecho lo imposible porque ese encuentro fortuito se volviera a repetir, pero el chico tenía entrenamientos de fútbol continuos con Guillermo Blanco vigilando para que éstos se cumplieran a raja tabla. Quería verle, no sabía por qué, pero recordaba perfectamente el olor de la sudadera de aquel chico cuando éste le sujetó, no había podido evitar que sus fosas nasales curiosearan. Recordaba sus ojos verdes, su pelo negro con algún rizo rebelde, sus fuertes brazos, su sonrisa, hasta su voz, que no era tan ronca como la de los demás.

Caminaba absorta en sus pensamientos, saludó a sus amigas como si nada, buscaba con sus ojos alguna posibilidad suelta que quedara de que Teide apareciera por los pasillos con sus dos mochilas, pero el chico se estaba haciendo de rogar por las mañanas. En un acto reflejo, la chica de ojos aceitunados miró en la dirección de una risa, al fondo de la sala, Laura Noruega reía, no se lo podía creer, el causante de las risas de la chica más lista de su clase era el chico nuevo, que llevaba un papel entre las manos y no dejaba de mirarlo una y otra vez, mientras de vez en cuando jugaba nervioso con los rizos sueltos de su pelo.

La chica notó un pinchazo en su pecho, el cuál estaba más que desarrollado para su edad, era como si un agujero negro se acabara de instalar en él sin permiso. Esto hizo que no pudiera apartar sus ojos de los dos protagonistas de la sala, y que le entraran ganas de seguirlos  para saber más de la conexión que unía a su recién nombrada enemiga Laura con su caballero de sudadera impecable. Pero esas intenciones de espiarles no se llevaron a la realidad porque Carmen Gorra y  Mónica Espejo, dos de las chicas del grupo de la joven artista la cogieron cada una de un brazo y la alejaron de todo el ruido.

—¿Has vuelto a hablar con él, Silvia?—preguntó Carmen, la chica con la piel más morena de todo el Góngora.

—Todavía no, pero de hoy no pasa—dijo de la forma más positiva la autora del próximo nuevo mural del Instituto.

—Nunca te había visto tardar tanto en hablar con un chico—entornó los ojos la pequeñaja del grupo, Mónica, una chica de piel blanca y coletas marrones.

Silvia se iba a pronunciar, pero la profesora de filosofía, la señorita Remedios Olivenza, les interrumpió impidiendo que fluyera la jugosa contestación de la menor de los Darío.

El día transcurrió según lo previsto en la agenda de la joven, pero algo cambió en su habitual horario, la chica se dio cuenta de que los tiempos libres que antes empleaba para relajar la mente y descansar los ojos entre clase y clase, ahora se los pasaba mirándole. Teide, con esa sonrisa natural y esa simpatía que invadía con solo mirarle, era el culpable de que sus ojos no pudieran hacer otra cosa que contemplar como los rizos de su compañero de clase se movían con el viento  que procedía de la ventana que tenía a centímetros, porque el chico se sentaba en la izquierda de la clase, lo más cerca posible de la primera ventana, la que estaba más cerca de los profesores.

Fue en la clase de matemáticas donde el corazón de la chica se puso del revés, porque en la fracción de segundo en la que giró su cabeza para ver dónde se encontraba el chico porque el que todo giraba más rápido, se encontró con la mano de Teide, posándose lentamente sobre la espalda de Laura, los dos sonreían, mientras seguían contemplando el papel que esta misma mañana el chico había estado leyendo por todas las esquinas del papel.

Silvia se puso a dibujar para olvidar que Teide ya tuviera una razón para sonreír. Ella era una chica rara, normalmente se divertía matando en sus caricaturas a la gente de la clase que le caía mal, siempre los pintaba como si les acabara de ocurrir algún tipo de asesinato. Ella no odiaba a nadie en realidad, pero adoraba el terror y tenía una imaginación para aprovecharlo. La sorpresa de la chica fue mayúscula al ver que el dibujo que estaba haciendo en esta ocasión era el chico de rizos de la primera fila. Lo único que le había hecho al dibujo era dibujar una sonrisa amplia en los labios del chico. 

De repente un papelito cayó frente a sus ojos distrayendo su atención, al abrirlo se encontró con una lista de asistencia de la mayoría de la clase a una fiesta, al principio no tenía interés, antes iba a todas, pero desde que se murió su padre la chica había decidido prestarse más atención a ella misma y pasaba más tiempo a solas desarrollando su arte, pero cuando contempló el nombre escrito a bolígrafo de Teide Domínguez, hasta sus manos actuaron por su cuenta y se inscribieron. La fiesta la organizaban los hermanos aventura, Máximo y Saturno, sabía que éso significaba descontrol y mucho alcohol, pero le daba igual, porque en esta ocasión la fiesta era lo menos importante.

Las clases terminaron, Mónica, Carmen, Alma y Celia, las compañeras de desinhibiciones habituales de Silvia acordaron una hora para arreglarse y para encontrarse en la casa de los  hermanos Aventura, los anfitriones de la fiesta.  Nada más terminar de organizarse, Silvia caminó por los pasillos, cuando estaba cruzando la esquina para irse a su casa, se chocó con una figura firme que interceptó sus pasos de forma fortuita generando un choque.

Cuando miró en la dirección de la figura con la que había chocado, se encontró con Levante, el portero del equipo de fútbol de su Instituto, uno de los chicos que un pasado no tan lejano fue un buen amigo de Silvia.

—¿Silvia?—Raúl la miró directamente a los ojos, hacía tiempo que no la veía, pero seguía igual de guapa. Seguía siendo la chica con la que se quedaba en los entrenamientos jugando al fútbol cuando todos los demás se marchaban.

—Ten cuidado de por dónde caminas Raúl—la chica no miró a Raúl directamente a los ojos, no sabía que decirle, además, se encontraba un poco molesta porque al chocar habían caído al suelo. Raúl no era mala persona, pero ya no eran amigos, le costaba recordárselo a sí misma, pero el chico en el que siempre había confiado no estuvo ahí cuando su padre falleció, vino al entierro, pero luego no volvió a aparecer.

—¿Que tal estás?—el chico no sabía que decir, se le había trabado la lengua, le sudaban las manos y todo daba vueltas, se acababa de enterar de quién era el culpable de que su amiga de toda la vida andara despreocupada dando tumbos por los pasillos sin mirar por dónde iba. Hace unos segundos había abierto la taquilla para coger sus guantes y los botines de fútbol y se había encontrado con un dibujo de Teide. Él lo había reconocido enseguida, cada trazada, cada esbozo, cada línea, se trataba de un dibujo de su amiga Silvia, no sabía que le dolía más, si el hecho de que Teide hubiera conseguido un dibujo suyo antes que él, o el hecho de que la chica de la que siempre había estado enamorado estuviera suspirando por otra persona. Se había convencido a sí mismo hace tiempo de que nunca sucedería nada con Silvia, pero había sido verla de nuevo, mirarla a los ojos tan de cerca, y darse cuenta de que aquel dibujo, que parecía un simple trozo de papel inanimado, acababa de hacerle más daño del que ningún arma conocida podría infringirle. El chico creía en que la amistad entre los dos podría volver a retomarse, pero Silvia se levantó del suelo y sin mediar palabra con él se marchó.

Raúl que estaba cabreado y tratando de entender como compaginar todos los sentimientos que se le amontonaban sin dejarle respirar, corrió en la dirección de Silvia, agarró su mano, y sin mirarla para no incomodarla dijo:

—Tus amigas se han debido de confundir—agarró las manos de su amiga, estuvo tentado de volver a mirarla por unos segundos, pero no lo hizo. Se dedicó a abrir la mano de la chica que encontraba cerrado en un puño y colocó en ella el papel con el dibujo de su mejor amigo.

Silvia rápidamente separó sus manos de las de Raúl, que se fue caminando sin decir nada más. En sus manos se encontraba el dibujo que ella había hecho en clase de Matemáticas, al parecer sus compañeras de clase habían tratado de organizarle una encerrona y habían fallado en el intento. Raúl ya no se encontraba en el pasillo para oírla, y el resto de las personas que habitualmente pasaba por esos pasillos no estaba presente, así que tiró el papel al suelo con un cabreo que iba en aumento, mientras comenzaba a marcharse en dirección a su casa.

Teide que acababa de entrar para ir en busca de los balones, pudo ver de lejos a la chica del accidente del otro día, y cuando contempló lo que sucedía, corrió en busca del papel que ahora se encontraba en el suelo, y que probablemente se le hubiera caído a la artista del mural del Instituto, que ahora caminaba en dirección a la salida del Góngora. Sin mirarlo, fue a por la autora del papel y se lo entregó:

—Perdona, esto Silvia, creo que se te ha caído—Silvia se giró y sus miradas chocaron, la autora de unos bonitos ojos verdes casi azules, se encontraba ahora delante de él.

Silvia adivinó enseguida que se trataba de su dibujo y lo cogió sin rechistar, rezando para que ningún reflejo de luz hubiera delatado quién era la persona que estaba tras su retrato.

—Muchas gracias—dijo la chica avergonzada y sin querer entablar ningún tipo de conversación con chico con el que había estado toda la tarde el día que tuvo el accidente—¿Vas a ir a la fiesta de Máximo y Saturno?—la pregunta salió sin pensarla demasiado, en verdad quería saber la respuesta, pero nunca se hubiera imaginado ser capaz de realizar la pregunta que acababa de salir de sus labios.

—Sí, Raúl dice que tengo que conocer a los chicos cuando han bebido, porque actúan de forma diferente—dijo Teide refiriéndose al equipo al completo de fútbol y riéndose.

Silvia estaba nerviosa, nunca había tenido esa sensación rondándole el pecho, era incómoda y un tanto desagradable, Teide se le había metido en la cabeza de una forma que jamás hubiera imaginado. Normalmente era capaz de hablar, y ahora estaba con sudores fríos y con los pies que no eran capaces de sujetar su propio cuerpo y de vez en cuando temblequeaban.

Debido a ese cúmulo de sensaciones que se mezclaban, la chica se fundió con Teide en un abrazo duradero y dijo:

—Si voy a esa fiesta es porque tú vas—tras decir esto, los nervios a flor de piel comenzaron a desaparecer y como había recuperado la funcionalidad de sus pies, quiso caminar hacia su casa, sin escuchar nada de lo que el chico pudiera llegar a responderle, que se había quedado ahí de pie paralizado ante la inesperada situación que se acababa de crear.

Llegó la hora de la fiesta, era la primera vez que Silvia se cambiaba más de cinco veces de atuendo, el corazón le latía en otra frecuencia. Finalmente se decidió  por un vestido gris de noche y unas botas negras, como complemento acompañante escogió una chaqueta de cuero negra. Darío se encontró con todas sus amigas y en cuestión de segundos estaban cruzando el portal de la casa de los hermanos Aventura. La bebida la llevó a bailar descontroladamente, una canción tras otra, era un no parar, hacía tanto que no se divertía como antes, que todo se le había acumulado.

Teide y Raúl se encontraban también bailando y pegando saltos como locos. La noche llegó a su zenit y todos en la sala empezaron a balbucear algo, un sonido que se iba haciendo palabra y cobrando cada vez más significado tras cada repetición.

—"INMERSIÓN", "INMERSIÓN", "QUEREMOS INMERSIÓN"—la petición retumbó entre los recovecos de la casa, definitivamente era un reto hacia los anfitriones.

Máximo y Saturno comenzaron a hablar en voz alta:

—Queridos invitados, hoy los seleccionados serán los siguientes—dijeron los gemelos mientras corrían una cortina de detrás dejando ver una especie de acuarios enormes antiguos—Raúl Levante y Teide, creo que son perfectos, y que esta experiencia puede poner a prueba su amistad.

Silvia se golpeó la frente al ver que Teide y Raúl subían las escaleras y procedían a introducirse en los acuarios, ella conocía la tradición típica de los estudiantes del Góngora, pero era más que probable que el chico que la había salvado no tuviera ni idea de lo que estaba a punto de suceder. Levante llevaba ventaja porque ya había jugado al juego alguna que otra vez, así que la chica se puso en primera fila, preocupada por lo que pudiera suceder.

—Antes de entrar procedemos a explicar por qué hacemos este juego—dijeron los hermanos Aventura al unísono—. Todos nos hemos sentido alguna vez como si nos hundiéramos en unas aguas profundas de las que no podemos salir, por eso os vamos a introducir en estos acuarios y los vamos a llenar de agua de abajo hacia arriba con un contador lentamente. Tenéis que saber que todo el que se considere estudiante del Góngora tiene que tener muy claro que nosotros no le tenemos miedo a la muerte y que tendemos a desafiarla. Solo paramos cuando sabemos que hay un punto en el que empiezas a entrar en la zona de no regreso.

—Quién será más valiente, ¿el veterano o el nuevo alumno?—dijo Saturno Aventura con intriga y emoción en la voz.

No se añadieron más palabras, los acuarios comenzaron a llenarse con agua invadiendo la ropa de los participantes, los tanques llegaron hasta arriba del todo en cuestión de minutos. Raúl y Teide llevaban metidos más de dos minutos bajo el agua, el contador no dejaba de sumar segundos y la sala entera estaba en tensión. Normalmente Raúl aguantaba dos minutos y quince segundos, pero el hecho de que el chico elegido por Silvia fuera su mejor amigo acababa de incrementar las ganas que tenía el chico de ganar a Teide, y ya podían pasar los segundos o nublársele la visión que no iba a dejar que su amigo le ganara también en esta ocasión.

El contador se puso en dos minutos treinta, Teide quiso  aguantar, pero por algún motivo no se había dado cuenta de que al no haber realizado esa prueba nunca, se encontraba al límite de sus fuerzas, sus ojos se cerraron y comenzó a hundirse hasta que dejó de respirar, tanto querer aguantar para igualar a Raúl, al que consideraba un buen amigo y un competidor al que definitivamente quería superar, había hecho que Teide terminara por entrar en esa zona de no regreso sin percatarse de ello.

Raúl se dio cuenta, salió al exterior y se tiró al acuario de su amigo a salvarlo, lo sacó delante de todos e hizo todos los movimientos posibles y maniobras para que su amigo expulsara el agua se encontraba acumulándose en sus pulmones. Teide empezó a echar el agua por el que casi se ahoga al suelo, Silvia que lo veía venir, subió las escaleras, miró a Raúl y dijo:

—Eres un idiota—no añadió nada más, dejó a Raúl y cogió a Teide para llevarlo hacia el cuarto vacío de los hermanos aventura.

Estando en el cuarto, el chico se introdujo entre las sábanas, Máximo y Saturno habían dado el visto bueno para que el pobre y agotado nuevo integrante del equipo de fútbol se quedara en su casa a dormir. No pasó ni media hora y el chico ya estaba durmiendo plácidamente. Silvia comenzó a mirarlo, se había preocupado enormemente al ver que Teide no hacía nada por subir a la superficie, pero ahora le daba igual, solo quería mirarlo y que nadie los molestara.

Raúl Levante, el mejor amigo de Teide, entró en la habitación arrepentido por lo sucedido, en un gesto de buena voluntad y una pizca de egoísmo, porque no quería que Silvia estuviera en la misma habitación que su amigo, pero estaba preocupado por la situación en la que Teide se encontraba en ese preciso momento.

—Yo me quedo con él, puedes dejarlo en mis manos—dijo el chico de forma desinteresada y sincera.

—Vuelve a la fiesta, me voy a quedar con él todo lo que pueda, y cuando me tenga que marchar a casa te aviso para que te encargues tú—Silvia sonrió, pero Raúl no tanto, sabía cuáles eran los motivos por los que la chica estaba tan preocupada por su amigo, pero aún así se marchó y  los dejó solos, después de su estúpida escena de celos tenía que compensarles.

Cuando Raúl no se encontraba en la habitación, Silvia vio como Teide temblaba eventualmente de frío, la humedad aún no había desaparecido de su ropa. En un acto impulsivo, Silvia pegó su cuerpo con el del chico, llegando al punto de escuchar los latidos acompasados de su corazón y abrazó con fuerza a Teide. Miró sus labios, preguntándose si Laura ya  lo habría besado, parecían tan suaves y se encontraban tan hinchados tras la falta de oxígeno. De repente, perdió la noción de lo que estaba sucediendo y no pudo controlar su propio cuerpo, que comenzó a inclinarse hacia las inmediaciones de las comisuras de los labios del chico, sus labios chocaron, pero no de forma completa, Silvia Darío rozó sus labios con los de Teide lateralmente, fue un beso pero sin llegar a ser un beso al completo, porque nunca se encontraron de frente, se quedaron bailando en una esquina.

Tras el no beso, Silvia fue víctima del cansancio y terminó durmiéndose abrazando la espalda de Teide para que éste no tuviera frío. Cuando la fiesta estaba terminando, Raúl se dispuso a buscar a Silvia para que se marchara y así el pudiera retomar el turno y encargarse de cuidar a su amigo, pero nada más entrar en la habitación, supo que Silvia no volvería a su casa esa noche. La chica por la que había perdido los estribos hace unas horas, se encontraba dormida abrazando a su mejor amigo. Raúl, molesto, pero sin querer interferir en lo que estaba sucediendo entre sus dos amigos, sacó sábanas y mantas del armario de los Aventura y cubrió a Silvia y a Teide con ellos.

Levante miró a Silvia a los ojos y pronunció una frase, casi en un susurro, que desordenó la habitación en un instante:

—"Ojalá algún día me veas"—y diciendo ésto se marchó hacia su casa, mañana sería otro día.









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